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Lo que hay que hacer es esperar a que las presas se agachen para coger algo del bolso. Gesto de origen prehistórico que ellas ejecutan por fuerza, en un momento u otro, cuando necesitan repasarse el carmín, pulverizar ventolín sobre el asma o encender un cigarrillo, y el predador está ahí, agazapado en la sombra, al acecho del tanga rosa que asomará del jean Diesel… Se sienten vulnerables y expuestas cuando un tío se acuclilla a su lado; el ridículo de la postura simiesca crea una complicidad. Se finge menos con los pies separados y la ranura al descubierto: nos estudiamos mutuamente. Cabría denominarlo la fraternidad babuina.

Mi técnica de abordaje consistía en tomar la primera polaroid sin pedirles permiso. Por lo general, ellas protestaban: quién se cree que es este intruso, este hortera, este invasor, y entonces yo, con mi acento francés, les explicaba mi situación, mi oficio, mi búsqueda de la belleza última. ¿Se llamaban Tatiana, Ania, Olena? ¿Habían oído hablar de la Russian Fashion Week? ¿Querían ver su retrato, oh, aquí está, ya revelado? ¿Qué les parecería convertirse en iconos del mass market? A veces era preferible que el primer contacto fuese mudo. ¿Por qué? ¡Porque los consumidores que vean nuestras imágenes no hablarán nunca con ellas! Me gustaba contemplarlas como si posasen ya en una marquesina de autobús. Cuando disparabas el flash sobre una presa, tenías que tomártelo con calma, como un buitre enamorado, sentarte a unos metros de ella para diseccionarla. ¿Por qué todas llevaban el mismo perfume (Chance de Chanel)? ¿La dentición era sana o habría que ponerle fundas de cerámica? ¿El color del pelo era auténtico o lucía un tinte de supermercado? ¿Estaban enganchadas a las extensiones capilares rapadas del cráneo de los mendigos hindúes en Bangalore o a las falsas uñas sintéticas en forma de almendra para alargarse los dedos entumecidos? ¿Los pechos eran lo bastante redondos o habría que insertarles prótesis ergonómicas de 295 centímetros cúbicos? ¿Tenían las piernas lo bastante largas o hacían trampa alzándose sobre sandalias de plataforma? ¿El culo era triste, caído, plano, necesitaba una gluteoplastia (implantación de silicona cohesiva) o una inyección de fosfatidilcolina para disolver localmente la grasa de la cintura? ¿La nariz era aguileña o habría que rebajarla con Photoshop? ¿Tenía una tez sana o cubierta de tapagranos y bronceada con ultravioleta? ¿Se había quitado alguna costilla? ¿Estaba hecha para las fotos o para los desfiles? Dicho de otro modo, ¿su porte estaba a la altura del rostro? ¿Cómo caminaba? ¿Cómo respiraba? ¿Tenía yo ganas de besarla (buena señal), de casarme con ella (aún más comercial) o de morderle en el cuello (firmar de inmediato un contrato exclusivo)?

Hoy día todas las mujeres son guapas a primera vista. Porque todas saben ocultar sus defectos. Nuestro curro consiste en despojarlas de las lentillas de color, las pestañas falsas, el exceso de colorete, los vestidos negros que adelgazan, la ropa que comprime, los Wonderbra que desafían a Newton (a Isaac, no a Helmut), las liposucciones, las rinoplastias y el ácido hialurónico que se inyectan en el labio desde los dieciséis años. Para engañarnos pueden utilizar todos los artificios de presentación: la caza de talentos profesional consiste en distinguir el buen producto del callo camuflado. No tenemos derecho a equivocarnos. Fallar cuesta carísimo, entre los billetes de avión, el alquiler de apartamentos en París, la producción de compuestos, las botellas de champán con su caja, además de la droga, sin contar el hecho de que naturalmente no vamos a ahogar a todos nuestros bookers para enviar de vuelta a la Natacha un año más tarde a su tundra natal ojerosa, deprimida y colgada. Está claro que tenemos algo mejor que hacer que jugar a canguros de futuras bailarinas de lap dance de Ekaterimburgo o Kaliningrado. Los mejores del gremio (David Kane de Reservoir Tops, Jean-François Bondel de Melody, John Vegas y Bertrand Folly de Aristo, Andrei Krapottin de Star-system, Xavier Antoine de Marylou y los chicos de la agencia Lumière de Sao Paulo) pueden recitarte en diez segundos las medidas de una desconocida. Se convirtió en mi juego preferido por la noche: abordar a las chicas soltándoles las tres cifras fatídicas. «Déjame adivinar: ¿85-59-81?» (A veces las amañaba para complacerlas: «One meter seventy-eight? Forty-nine kilos?») Fuera soplaba la ventisca; las baldosas rojas de los lavabos del First ostentaban las siglas de Trussardi; delante del Café Vogue, tres taxis de caballos aguardaban tiritando bajo la nieve para llevarme borracho como una cuba a la Galleria por doscientos rublos. Algunas veces yo vibraba al unísono con este decorado de fábula, la blancura confería un aura maravillosa a todo lo visible, y entonces, por un instante, el mundo me parecía bien organizado.

Había que encontrar a las chicas antes de que se toparan con un magnate del petróleo o un banquero que las mimara. Después ya no querían trabajar, tenían enseguida un piso y un coche. Espere, pope, yo no digo que todas esas niñas fueran prostitutas, sino sólo pobretonas que se servían de las únicas armas a su alcance. En Moscú había que actuar rápido, había que descubrirlas cada vez más pronto, antes de que Peter Listerman les deslizase un diamante en la boca. ¿No conoce a Peter? Es un israelí que tiene una piscina olímpica y una pista de esquí en su dacha. ¡Es difícil resistírsele, todas caen turulatas a sus pies! Y después no quieren hacer más sesiones de fotos por menos de 100.000 euros la hora. Veamos, por ejemplo, el caso de Anna Kuznetsova, la estrella de la Avant Agency, descubierta en el pueblecito de Medvetsevo. ¡A los diecisiete años ya es inaccesible! Y Tania Dyagyleva está enchufada, con su serie filmada por David Sims el mes pasado… Sí, padre, yo era un infiltrado en la guerra de los cisnes. Recuerdo que la mayoría de los cazatalentos que encontraba me presentaban a sus amigas indicando su edad de inmediato:

—Ésta es Nadia, quince años.

—¿Puedo presentarte a Uliana? Tiene catorce años.

—¿Conoces a Svetlana, de trece?

—Hi, how are you, I will be legal in two years.

Las elegían cada vez más jóvenes, era como en Francia. Por ejemplo, Audrey Marnay debutó a los catorce años, ahora hace cine y joyas, su carrera de top ha terminado, a los veintiséis años… Desde mi llegada a Rusia, la pregunta que me hacía era: ¿hasta dónde estoy dispuesto a bajar? El límite legal para el sexo está en los quince años y tres meses, pero se sabe que todas empiezan a follar a los trece; por debajo de esta edad incurres en lo sórdido. Pero ¿dónde está la frontera para una fotografía, un spot publicitario, una foto call por webcam, un desfile de lencería, un test de epidermis? Al principio tenía la impresión de ser el único al que le inquietaba ver cómo toda una industria se volvía pedófila. Como todos mis colegas parecían considerar normal la situación, pronto dejé de preocuparme. Y tranquilamente me he dedicado a que los hombres del mundo entero tengan ganas de acostarse con niños.