48
El capitán Doolittle
La luz del amanecer local fue desapareciendo como si la estrella se estuviera apagando lentamente. Guillermo se acercó a mirar. Era la Tomahawk arrojando su sombra sobre el faro a medida que salía del desfiladero, en plena maniobra de aproximación.
—¡Por fin! ¡Se acabó este encierro! —gritó Guillermo con alegría. Le dijo a Beatriz—: No me va a gustar volver a la nave, pero ya era hora.
—Yo no voy a volver —le respondió ella con mucha seguridad.
Guillermo la miró con incredulidad:
—¿Te irás con ellos? —le respondió señalando a los nam.
—Sí.
—Doolittle te lo impedirá y te someterá a un consejo de guerra.
—Ya —respondió ella, siempre lacónica.
—¡Uf! —Guillermo sacudió la cabeza—. No sé si eres una loca o una heroína. ¿Estás segura de que vendrán a buscarlos?
—Completamente. ¿Me ayudarás a convencer a Doolittle?
—Claro —le respondió él, molesto porque esa petición hubiera sido su conversación más larga en los últimos días.
Un momento después las luces de maniobra de la Tomahawk iluminaron el comedor y comenzó a desplegarse el finger. Minutos más tarde, notaron una sacudida. El finger ya se había acoplado al faro.
Guillermo bajó a la esclusa para recibir al oficial al mando del grupo de abordaje. Sin embargo, no había terminado de recorrer el pasillo cuando una voz le ordenó con autoridad desde la esclusa:
—¡Alto! ¡Ni un paso más! ¡Identifíquese!
—¡Sargento Guillermo Gitzi! ¡Regimiento Anónimo! —respondió con firmeza—. ¿Quién eres tú?
La voz resultó ser el teniente White, uno de los guardias de asalto a los que Guillermo daba clase de defensa personal en el gimnasio de la nave. Cuando llegó a la esclusa, White le abrazó.
—¡Menos mal que estás vivo! Nos dijeron que lo más probable era que estuvierais muertos y que el faro estuviera tomado por piratas de El Mudo. Tus siete alumnos nos presentamos voluntarios para sacarte de aquí. Solo falta Du Laval, que se rompió una pierna gracias a las maniobras de nuestro capitán y te manda saludos. ¿Dónde está el resto de tu grupo?
Guillermo le resumió rápidamente lo sucedido desde que entraron en el faro sin ocultarle la presencia de los nam. White no mostró ningún interés por los alienígenas sino prevención, sobre todo al saber que a Beatriz le habían puesto un parásito que se alimentaba de su sangre. Le interesó mucho más saber dónde estaba el alcohol y la fruta que se podía coger con solo alargar la mano. En cuanto se enteró de su existencia envió un par de hombres de acuerdo a las instrucciones de Guillermo.
White ordenó a su grupo apagar los registros Elvira con un gesto. A continuación le explicó a Guillermo que las cosas en la Tomahawk estaban bastante mal. Las licencias y liberaciones de final de condena se habían suspendido porque la nave estaba en cuarentena.
Eso era así porque antes de recibir el mensaje enviado por el comandante Grissom, Elvira había puesto la nave en aislamiento al encontrar un insecto en el finger después de dejarles a ellos en el faro.
—En consecuencia —continuó White—, Elvira anuló todas las misiones y ordenó una limpieza exhaustiva de la nave, cosa que nos llevó mucho tiempo, entre otras cosas porque Waloc, el de mantenimiento, no había hecho su trabajo y la Tomahawk estaba hecha una mierda de porquería y suciedad. Gracias a Lindy, que era el oficial de comunicaciones en aquellos momentos, supimos que se había recibido el mensaje de Grissom hablando de piratas, frutas frescas verdaderas y cultivos hidropónicos, y pidiendo la extracción. La noticia de la comida se extendió por toda la nave a la velocidad de luz y todos esperamos a ver qué decidía el capitán.
»Doolittle se opuso en redondo al rescate con la excusa de no poner en peligro la nave, ya que estaba desarmada. Elvira aconsejó que os rescatáramos pero el capitán se mantuvo en sus trece argumentando que la excusa de la granja de cultivo pirata en el faro era muy imaginativa, pero que no podía ser cierta y que, además, existía la posibilidad de un enfrentamiento con naves de El Mudo. Al final, se salió con la suya.
»Sin embargo, días más tarde captamos con nitidez vuestra señal de socorro con el aviso del Primer Contacto, motivo por el cual Elvira tomó directamente el mando, revocó las órdenes de Doolittle e hizo dar media vuelta a la nave. Y aquí estamos.
Los hombres volvieron con los bolsillos repletos de frutas y con un par de botellas, hablando maravillas de la cubierta de cultivos y del sabor del alcohol. Cuando White se hartó de comer y de beber, salió al finger para hablar con la nave. De vuelta, echó un último trago y anunció:
—El hijoeputa de Doolittle viene para acá, ahora que no hay peligro. Quiere ver a los alienígenas con sus propios ojos.
Media hora después Roberto Doolittle apareció en la esclusa del faro. Anduvo hacia ellos parsimoniosamente con las manos a la espalda, como si el lugar fuera su cuartel general y estuviera pasando revista a la tropa.
Era un hombre corto de estatura y de brazos, de tez pálida y calvo de coronilla. Fulminó a White con una mirada orgullosa y arrogante de sus ojos azules fríos e inquisitivos al ver su uniforme manchado de jugo de tomate. Luego se volvió hacia Guillermo.
—¿Es usted el único superviviente del grupo? —le preguntó con desinterés y una voz sorprendentemente chillona.
—Sí señor. Yo y la cabo Beatriz Bohr —la diferencia de altura entre ellos era notable y Guillermo la aprovechó para mirarle con superioridad. Doolittle, acostumbrado a esa situación, le sostuvo la mirada sin esfuerzo. Se balanceó sobre sus talones y le preguntó:
—¿Solo han sobrevivido usted y otro de los nueve que formaban su destacamento? ¿Tan peligroso es ese Primer contacto? ¿O es que el motín salió mal?
Guillermo enrojeció de indignación:
—Es largo de explicar, señor…
—Sí, ya. Se amotinaron, como siempre —le cortó y comenzó una cantinela—: El teniente primero Grissom fue un amariconado que no supo parar los pies de los rebeldes a tiempo y usted es el héroe que se los cargó a todos y no pudo salvarle. La otra es su novia y ambos están de tranquila jonimún, ¿no? ¿Quién se cree que soy? Cuando un destacamento como el suyo vuelve incompleto de una misión siempre ha sido a causa de un motín. Además, ¡apesta a alcohol! Le va a caer al menos un año más de condena, sargento.
Guillermo iba a replicar, pero Doolittle le hizo un gesto con la mano:
—No me interrumpa, sargento. ¿Dónde está el Primer Contacto? Llévenos hasta él. ¡White! Abra la marcha. Luego me enseñará los cultivos de los que hablaba Grissom.
Doolittle entró en el cero g con habilidad y elegancia y se desenvolvió con soltura en el ascenso y la salida. En el comedor les esperaban Beatriz y los nam.
Irdili esperó a que salieran todos del tubo de cero g. Entonces levantó la mano derecha en un gesto de paz, como había hecho el comandante Grissom, y comenzó un discurso con trinos y gorjeos modulados en diversas escalas. Antes de que Beatriz pudiera traducir, Doolittle exclamó:
—¡Qué feos y qué mal canta este pájaro sin plumas! ¡Qué mal huelen! ¡White! ¡Tenga cuidado que no les muerdan o les piquen o qué se yo! Ya he perdido bastantes hombres en esta misión.
A una señal de Doolittle, el grupo se desplegó en arco alrededor de los nam.
—Viuda —le llamó White haciéndole una seña—. Apártate de ahí.
—No me apartaré. Capitán —comenzó a decir Beatriz—, está cometiendo un terrible error. Este de aquí es …
—¡Cállese soldado! Sé perfectamente lo que hago —dijo levantando las cejas en dirección a los nam—. Huelen tan mal y son tan repugnantes que no pueden ser inteligentes. Es un sacrilegio pensar eso. ¿Es que no los ha oído? —y añadió con mucha seguridad—: Dios ha puesto al ser humano por encima de todo en la Creación. Somos los reyes del Universo y nuestro Señor no deja de demostrárnoslo.
Guillermo le oía estupefacto. En ese momento, Arturo salió de debajo de su mesa.
Al verlo, Doolittle exclamó sacando su arma:
—¡Vaya! Este sí que es inteligente. Ha esperado a ver cómo iban las cosas antes de salir de su madriguera —se agachó hacia Arturo—. Y tú, ¿cómo te llamas? ¿No hablas ni cantas? ¡Tú sí que eres listo!
—Lo llamamos Arturo —comenzó a decir Guillermo—. Se alimenta de…
—¡Me importa una mierda qué coma, sargento! —le replicó sin dejar de mirar a Arturo—. ¿Me entiendes, bicho? ¿Eres inteligente? ¿No? Pues peor para tí. —Y le pegó un tiro sin más.
Los restos de Arturo se esparcieron por el comedor ante el estupor general.
—¿Ve sargento? Esto es lo que pasa con los bichos listos que aparecen fuera de tiempo.
Gitzi hubiera saltado sobre Doolittle de no ser porque White le advirtió con un gesto que se quedara quieto y el capitán no había enfundado su pistola.
—¡Capitán! —le dijo Beatriz, desesperada, señalando a Suirilidam—. ¡Este es un personaje importante entre los suyos!
—¡Tonterías, soldado! Solo son pájaros raros, o algo parecido, bien amaestrados por los piratas. Hay informes de eso. Simplemente, usted está afectada por lo que les ha pasado o quizá sea la comida pirata, seguramente envenenada. La atenderemos en la enfermería y dentro de unos días recordará esto como un mal sueño. Nos los llevaremos a bordo para examinarlos.
—¡No permitiré que los enjaulen! —gritó Beatriz.
—¡No me haga reír, soldado! ¡No permitiré, dice…! White, ocúpese —le ordenó al teniente. Luego se volvió hacia Guillermo, que temblaba de ira—. Oiga anónimo, ¿dónde está el registro Elvira de Grissom?
—Se destruyó durante la acción en la que murió, señor.
—¿Sí? ¡Qué lástima! ¿Y cómo fue eso?
—Murió por salvar a Irdili.
—¿Y quién es ese Irdili? ¿Qué sucedió?
Guillermo señaló al nam.
—Este es Irdili. Intentaron matarle, señor.
—¿Quiénes?
—Otros nam. Otros de su especie. Nos atacaron aquí. Vea cómo están las paredes.
Doolittle sonrió por primera vez.
—¡Que delirio, sargento! ¡White! —llamó de nuevo. Señaló con su arma a los nam y le ordenó—: Ate estos bichos para que no se muevan y destruya todas las plantaciones de este lugar. Luego vuelva a la nave y entréguelos al oficial de guardia para que los enjaule.
El teniente le miró sin creer lo que había oído. Guillermo se acercó con disimulo a la mesa donde había dejado su arma.
—Señor, ¿me está pidiendo que destruya toda la comida?
—Exactamente —le respondió Doolittle, la voz cortante y helada, la mirada tensa y las manos a la espalda de nuevo, esta vez con la pistola—: ¿Me va a discutir la orden, teniente White?
—Pero, ¿y la gente de la nave? ¡Es comida fresca!
—¿Y qué haremos cuando se acabe? ¿Cree que la tropa se tomará bien que no haya más? ¡Se amotinarán! ¡Se pasarán a los piratas a cambio de comida! ¡Elvira destruirá la nave y a mí con ella si se huele un motín!
—Pero…
—¡No pienso correr ese riesgo a unos pocos días de acabar mi condena! Que lo haga el que me releve. ¿Lo ha entendido? —Doolittle hizo un gesto con la cabeza—. Coja para usted y su grupo la comida que puedan para ustedes y obedezca mi orden. Y que no se entere nadie.
Beatriz había estado repitiendo las conversaciones a Irdili a través del brog. No hizo falta que este dijera nada para que Suirilidam lanzara una advertencia a los humanos en forma de zumbido grave y tomara una actitud amenazadora.
Doolittle levantó su arma e, impertérrito, apuntó a la cabeza del nam.
El zumbido grave de Suirilidam se hizo aún más profundo. Su cuerpo se tensó, a punto de atacar.
Doolittle iba a apretar el gatillo cuando un fuerte temblor recorrió el faro de arriba abajo y a continuación se produjo un estruendo acompañado de un gran y sonoro golpe. Luego se sucedieron grandes vibraciones. Algunas de las ventanas del comedor quedaron tapadas por los pedazos de la antena de comunicaciones que caían de lo alto del faro. Luego hubo un nuevo estruendo y sonó la insistente sirena de una alarma de descompresión.
White se precipitó hacia uno de los ventanales y exclamó:
—¡Otra nave está atacando la Tomahawk! ¡Esos hijoeputas aprovechan que tiene el finger desplegado y que no se puede mover! ¡Es una nave de El Mudo!
Doolittle dejó de lado su aparente indiferencia y corrió al ventanal de al lado. Aunque se puso de puntillas no logró levantarse lo suficiente para ver el ataque.
—¡Dios, qué catástrofe! —murmuró White.
Unos segundos después vieron elevarse hacia las estrellas restos de la recién destruida Tomahawk y a continuación oyeron el ruido del impacto de numerosos fragmentos del navío que hicieron temblar de nuevo la estructura del faro. Guillermo se asomó también y vio en la explanada lo que quedaba de la nave penitenciaria, reventada por completo. Era imposible que hubiera supervivientes.
—Los de El Mudo no quieren dejar testigos —murmuró Guillermo—. Ahora vendrá aquí, a recoger lo suyo.
Doolittle, conmocionado por el desastre, se aupó para mirar por la ventana, incapaz de aceptar la pérdida de la astronave con todos sus tripulantes en una sola acción y a causa de su negligencia. Sabiendo de la presencia de piratas, había dejado la nave desarmada expuesta al fuego enemigo. Si salía de esa, el consejo de guerra era seguro y su resultado evidente. Sin embargo, dentro de su angustia, sintió un tremendo alivio por haber salvado la vida.
White anunció:
—El sargento Gitzi tiene razón, señor. Los piratas maniobran en el desfiladero para colocarse delante de la esclusa. Dentro de unos minutos los tendremos aquí dentro.
La mirada de Doolittle ya no era inquisitiva sino huidiza. Tenía el pensamiento bloqueado por el terror ante el inminente abordaje. White no disimuló su desagrado al ver que el orgulloso capitán se arrancaba los galones y los tiraba debajo de una mesa para no ser identificado como oficial y así tener una mínima oportunidad de salvar la vida. El teniente White ordenó a sus hombres:
—Atrancad la compuerta de la esclusa. Eso les obligará a mantener su finger abierto y les detendrá un buen rato. Además nos dará tiempo para preparar una defensa en la primera cubierta. Chaffee —llamó al especialista en explosivos y transmisiones.
—¿Sí? —un hombre taciturno, moreno, con bigote de brocha gorda, alto y delgado se destacó del grupo.
—Prepáranos un buen final.
—Ok. Será cuando su esclusa esté abierta y bum todo el mundo, ¿sí?
—Eso es —le confirmó el teniente—. ¿De acuerdo, capitán?
Doolittle asintió mecánicamente sin darse cuenta de que esa maniobra significaba la muerte de todos en una trampa explosiva.
Guillermo, que seguía las evoluciones de la nave pirata, anunció:
—No será necesario nada de eso. Están maniobrando para retirarse.
—¿Qué? —Doolittle se adelantó y le agarró por el hombro—. ¿Está usted seguro, sargento?
—Claro que estoy seguro —Guillermo soltó su hombro con lenta dignidad—. Lo veo con mis propios ojos, capitán. Es probable que estén tomando distancia para darnos el tiro de gracia.
La voz de White gritó:
—¡Hay otra nave!
—¿Dónde? ¿Dónde? —preguntó Doolittle muy excitado, volviendo a su ventanal y mirando de puntillas a derecha e izquierda—. ¡No la veo! ¿De los nuestros?
—Arriba, señor. ¡Es enorme, descomunal!
—¿De los nuestros? —repitió Doolittle—. ¿De los nuestros?
—No lo sé. No logro verle ninguna identificación. ¡Nunca había visto una astronave de este tamaño! —replicó el teniente, y añadió con gran alarma—: ¡Sujetaos! ¡Cae sobre nosotros!
El faro tembló de nuevo y vibró fuertemente durante unos segundos. Un instante después quedaron absolutamente a oscuras.
—¿Se han dado cuenta? —la voz de Doolittle sonó asustada en la oscuridad—. ¡Se ha detenido la ventilación! ¡Estamos sin energía!
Se oyó un trino y varios gorjeos.
—Es una nave nam —la voz de Beatriz se distinguió clara y tranquila en las tinieblas—. Irdili dice que utilizan estrategia clásica. Primero anulan toda la energía del enemigo, luego lo abordan. Dice que desea por el bien de todos que sea su rescate.
En un lateral del comedor se oyó un golpe poderoso que sacudió el faro desde sus anclajes. A continuación sonó el chirrido agudo y casi inaguantable del acero al ser cortado. Después les golpeó una ola de calor acompañada de olor a metal fundido y el estruendo y el retumbe de una gran pieza de acero cayendo al suelo.
Una docena de nam equipados con armaduras de combate salió rápidamente de un enorme agujero en el mamparo del comedor, creando un mar caótico de mesas y sillas que iban volcando conforme tomaban posiciones en torno a los humanos sin dejar de apuntarles. Los guardias de asalto reaccionaron inmediatamente a la sorpresa, pero acabaron rodeados en un instante.
Irdili comenzó a trinar y Suirilidam intentó acercarse a sus congéneres, pero su amo se lo impidió.
Otros nam siguieron a los primeros y en pocos segundos abrumaron en número a los humanos. El espacio se hizo muy pequeño y ambos grupos acabaron apuntándose a un fusil de distancia en un silencio tenso.
—¡Todos quietos! —ordenó Guillermo, que a continuación le preguntó a Beatriz—. ¿Este es el rescate que esperaba Irdili?
—¡Sí! Está usando su autoridad para que no nos maten ni nos tomen esclavos —respondió ella—. Ahora vendrán dos nam a recibirles. Tenéis que dejarles pasar.
—¿Esclavos? —repitió Doolittle, desbordado por la situación—. ¿Nos van a esclavizar?
—¿Ahora sí le parecen inteligentes, capitán? —le preguntó Beatriz con sorna. Le señaló a Irdili—: Esclavos si él no lo impide. O eso o nos matarán.
Un nam de mediano tamaño seguido de otro casi tan alto y tan grande como Suirilidam entró en el faro. Ambos se dirigieron hacia Irdili con parsimonia, como si los guardias de asalto humanos no representaran una amenaza. El primero de ellos llevaba sobre los antebrazos un manto de color negro, festoneado en púrpura brillante, que ofreció a Irdili con gran solemnidad. El segundo nam se quedó detrás.
Irdili vistió el manto que le ofrecían. Una vez puesto cobró una altura moral y una majestuosidad evidentes.
Beatriz le explicó en susurros a Guillermo:
—El nam que le ha entregado esa ropa a Irdili es el sirviente que fue en busca de ayuda. Ahora está esperando para rendirse a su amo.
—¿Rendirse? —le preguntó Guillermo.
—Algo así como mostrar pleitesía. Él sí que es un esclavo a diferencia de Suirilidam, que no lo es. El nam grande de atrás es un oficial de alto rango de la nave.
El primero de los nam se arrodilló frente a Irdili y bajó la cabeza. Su trompa se desplegó hasta tocar el suelo. Irdili le tomó de los hombros y le levantó, colocándolo a su lado.
A continuación, Irdili inició unas escalas de trinos y silbidos especialmente delicadas que fueron respondidas con graznidos, silbidos y gorjeos igualmente suaves por gran parte de la tropa.
Sin embargo, una serie de silbidos cortos y secos interrumpieron la ceremonia.
Apareció otro nam de mediana altura equipado con una armadura de combate más decorada que las otras. Su forma de andar denotaba de manera inconfundible la arrogancia de la autoridad. Llevaba al cuello un brog cuyo pelaje tenía algunas manchas grises en contraste con el de Irdili o el de Beatriz, que eran completamente inmaculados.
Guillermo supo que era el jefe nada más verle. «La petulancia y la vanidad son características universales de los oficiales de cualquier ejército, aunque sean alienígenas —pensó—. Grissom fue un ingenuo. Tenemos en común con ellos nuestros peores defectos».
—Es el capitán Erlii —le dijo Beatriz, que estaba al tanto de las conversaciones gracias a su brog, que le permitía entender lo que decía el capitán al llevar este uno también—. Pertenece a una nación neutral en el conflicto que están pasando ahora los nam. Está molesto con Irdili porque su rescate le obliga a tomar partido. Le reconoce como Autoridad y acepta llevarle como pasajero para que termine de cumplir su misión.
El nam se acercó para ver de cerca a cada uno de los guardias de asalto. Cuando acercó su rostro al de Doolittle, este retrocedió. Irdili silbó algo. El capitán Erlii siguió escudriñando al humano y dijo algo en relación a él porque uno de sus ojos se desvió en dirección a Irdili.
Luego ambos ojos volvieron a Doolittle, en esos momentos aterrorizado al ver que cada ojo oscuro y casi humano del nam le escrutaba con lentitud en una dirección diferente, creando en él una sensación de inferioridad que deshacía por completo su concepto de ser el culmen de la creación.
Luego, el capitán Erlii pareció perder interés en él y pasó a examinar a Guillermo. Este no se movió. Suirilidam emitió un silbido grave y sostenido, y se puso junto al humano. Erlii le respondió con otro silbido similar.
—¡Le has dado alcohol a Suirilidam! —exclamó Beatriz, escandalizada—. ¿Estás loco?
Suirilidam le mostró a Erlii la marca que Irdili le había hecho en el brazo.
El capitán nam vaciló un instante. Luego emitió nuevos silbidos, en un tono aún más grave.
—Guillermo —le susurró Beatriz, esta vez con un tono de urgencia en la voz—. Muéstrale el tatuaje que te hizo Irdili.
El dibujo del sable del Ahrrimán en el pecho del humano hizo que el capitán Erlii retrocediera, como sorprendido. De la tropa se elevaron multitud de silbidos. Cuando Irdili exhibió ante todos el sable del Ahrrimán, una gran cantidad de nam se arrodillaron, incluso Erlii.
Beatriz le aclaró:
—El capitán no se creía que hubieras matado al Ahrrimán hasta que ha visto tu tatuaje e Irdili les ha mostrado la prueba.
Erlii se incorporó y se manifestó con trinos secos y agudos. Irdili le respondió de igual manera. Guillermo le preguntó a Beatriz qué sucedía porque a oídos humanos parecía una discusión de gran calibre. Ella le explicó, sorprendida:
—Te ha llamado Lidiri Lembo, una especie de Elegido. Como Lidiri Lembo no te pueden esclavizar, pero eso es lo que van a hacer con Doolittle, White y los demás. Erlii se opone a que seas un Lidiri Lembo y nos reclama como recompensa por el rescate.
—¿Qué dice Irdili?
—Se niega. Dice que su declaración sobre ti es ley que debe obedecer y que los humanos son inteligentes. Añade que ni las naciones ni nadie debe capturar más humanos porque son una de las causas del conflicto entre los nam. Erlii responde que puede que los humanos sean inteligentes, pero que los nam lo son aún más y que eso justifica que los vaya a tomar como esclavos. Añade que lo hará a título personal, no como representante de su nación. Eso último —le aclaró Beatriz, tras una vacilación y llevarse la mano al brog—, creo que es un sarcasmo.
Irdili dijo algo al oído de Beatriz. Ella se volvió a Guillermo:
—Recomienda que los reclames tú como Lidiri Lembo y que luego les des la libertad, si quieres. Al ser el matador del Ahrrimán eres un héroe y tienes muchos privilegios. Uno de ellos es pasar por delante de casi todos cuando deseas algo.
De repente, el capitán Erlii calló. Al cabo de un instante estalló en cloqueos y trinos secos y estridentes. Beatriz palideció y se llevó las manos al cuello.
—¿Qué pasa? —le preguntó Guillermo.
—Erlii se ha dado cuenta de que llevo un brog. Le dice a Irdili que debe quitármelo inmediatamente porque no soy nam y soy una inferior. Está indignado porque mi brog es de mejor calidad que el suyo.
Unos segundos después, le explicó:
—Irdili le ha dicho que soy su nueva servidora y que me asiste la ley de lo Sagrado. Por lo tanto soy tan intocable como cualquiera de sus esclavos. Erlii está muy enfadado.
La discusión entre los nam continuó un buen rato con todo el aspecto de estar negociando algo. Finalmente, Beatriz le explicó:
—Irdili no quiere perder su independencia y neutralidad en el conflicto nam y no quiere continuar el viaje con Erlii. Le ha exigido una nave para él solo y su séquito, entre los que nos encontramos tu y yo, además de Suirilidam y el otro nam, el piloto. Eso quiere decir que tenemos que dejar aquí a Doolittle y a los guardias de asalto.
—¿Qué garantías tenemos de que los nam los dejarán tranquilos?
—Los nam mantienen sus compromisos. Salvo eso, ninguna garantía.
—¿Y las naves de El Mudo? Seguro que vuelven.
Beatriz le preguntó a Erlii. El nam pareció molesto al ser interpelado por la humana.
—De momento, esa ha sido destruida.
Guillermo se quedó un rato pensativo:
—Yo no iré con vosotros. Me quedo —le dijo mirándola fijamente—. No tengo ninguna gana de morirme de aburrimiento con el soso de Suirilidam, y encima sin alcohol. Y tú ahora pareces aún más nam que nunca.