16
Malena

Andaban en fila india por un estrecho túnel vegetal, con Beatriz abriendo la marcha y Ferreira cerrándola, sin otro techo que unas enredaderas tupidas y sin más luz que la poca que se colaba por entre las hojas y los tallos desde las luminarias de lo alto.

La fronda había invadido gradualmente el paso hasta convertirlo en una trocha. Habían subido varios pisos y habían tomado una bifurcación hacia uno de los puentes colgantes. El sendero estaba cubierto de hojas secas que crujían a cada paso delatando su presencia a pesar del silencio con el que procuraban moverse. Ferreira se volvía a menudo para iluminar el camino andado, nervioso tanto por el ruido de sus pisadas como por lo incómodo que se sentía en aquella jungla húmeda y oscura.

Beatriz tenía toda su atención puesta en abrir camino por la espesura cada vez más tupida con una pesada hacha de abordaje que no estaba acostumbrada a manejar. Se detuvo al pie de un charco amarillento, jadeando ante una sólida pared de hojas y lianas verde esmeralda de aspecto impenetrable. Le dolían todas las articulaciones, la cabeza y sobre todo, el brazo, cansado de manejar el hacha.

A Eva le resultaba familiar el sitio. Le daba la impresión de haber estado antes o de haberlo visto en alguna parte, pero no lograba recordar dónde. Las punzadas en sus sienes eran cada vez más frecuentes y dolorosas y estaba harta de aquella inspección. Desde que empezaron la exploración de su sector no había visto ninguna traza de seres humanos.

Un largo y agudo chillido femenino rompió el silencio de la jungla cogiéndoles completamente desprevenidos.

—¡Coño ya! Qué susto me ha dado la hijaeputa —exclamó Ferreira—. ¿Había alguna mujer entre los piratas?

—No. Lo que encontramos en el dormitorio indicaba que los piratas del faro eran todos hombres —respondió Beatriz, notándose el vello aún de punta.

—Pues quizá en el comando atacante había una mujer.

—O quizá en esta cubierta vive algún animal que todavía no hemos visto —dijo Eva para zanjar el asunto. No parecía que el chillido la hubiera afectado—. Parecía más el grito de un pájaro que el de una persona.

—Pues yo aquí no he visto ningún pájaro —le dijo Ferreira.

Mientras hablaban y sin que ninguno de ellos lo advirtiera, apenas un par de metros por encima de Beatriz comenzó una intensa actividad en completo silencio.

Pequeñas gotas blanquecinas brotaron de unas vesículas en el perímetro de unas hojas enceradas, grandes verdes y curvadas, y resbalaron como lágrimas hasta agruparse más o menos en su centro formando una gota mucho más grande. Por su parte, las hojas se movieron solas hasta que sus puntas quedaron en la vertical de la mujer.

—Volvamos —les propuso Eva—. Es imposible que haya alguien aquí.

—Estoy de acuerdo —la apoyó Ferreira.

Beatriz miró en torno suyo y se concentró en recuperar el aliento y en olvidar las molestias de su brazo. Allí no había nadie y era imposible que alguien hubiera llegado más lejos sin abrir un túnel en la vegetación o sin dejar alguna huella de su paso.

Vislumbró en la penumbra un bulto extraño en el suelo a su izquierda, unos metros selva adentro. Le pareció que era un cuerpo humano, pero estaba demasiado oscuro para verlo bien porque aún faltaba casi una hora para el amanecer local.

Quería irse de allí cuanto antes porque la cabeza le estallaba de dolor. La cefalea que había comenzado como una pequeña molestia ahora era un dolor casi insoportable. Sin embargo, se decidió por el deber y sacó su linterna con la intención de adelantarse para comprobar si aquella masa del suelo era el pirata que estaban buscando.

Sobre ella, las gotas adquirieron un gran volumen e iniciaron un deslizamiento suave por el cauce que formaba el nervio central de su respectiva hoja. Los cuajarones se detuvieron un instante en el borde como un saltador concentrándose antes de arrojarse al vacío y los dos primeros grumos se dejaron caer sobre Beatriz descolgándose rápidamente cada uno mediante un filamento mucoso.

Mientras, Beatriz iluminó el bulto.

—No veo claro qué es eso —dijo a sus compañeros—. ¿Lo veis vosotros? Volvamos y vayamos por el siguiente pasillo, a ver si…

Se interrumpió al ver que por su brazo izquierdo resbalaba una gota viscosa y blanca y otra más manchaba su mano derecha.

—¿Qué mierda es esto? —exclamó soltando el hacha y frotándose la mano contra la pernera del pantalón para limpiarse.

Varias hojas sobre Ferreira y Eva se movieron de forma que sus puntas quedaron en la vertical de cada uno de ellos. Simultáneamente, en su centro, empezaron formarse rápidamente gruesas gotas lechosas como si intuyeran que se les acababa el tiempo para cazar.

Al ver las gotas y los filamentos que caían sobre ellos, Eva exclamó horrorizada:

—¡Son hongos de Malena! ¡Que no nos toquen la piel!

Beatriz sintió un fuerte mareo y perdió el equilibrio. Eva la sostuvo antes de que cayera al suelo. Intentó correr y no le respondieron las piernas. Tuvo la horrorosa impresión de dejar de ser dueña de sí. La mente se le separaba del cuerpo y no podía hacer nada para evitarlo.

La selva se desdibujaba en su campo visual, cada vez más confuso y gris, tal que si una bruma se hubiera instalado entre sus ojos y el mundo. Instantes después, el rostro de Eva pasó a ser una mancha sin rasgos en una inmensidad oscura.

Al momento cayeron a los pies de Beatriz tres hongos más, tan cerca de ella que parecían saber dónde estaba. Eva la apartó y un cuarto hongo cayó exactamente donde había estado su cabeza. Gritó:

—¡Vámonos de aquí!

Ferreira no hizo preguntas. Le entregó su arma a Eva para tener libres los brazos y se echó a Beatriz sobre los hombros como quien carga un saco, para luego salir corriendo a toda velocidad por donde habían venido, seguido de Eva. Casi al momento comenzaron a llover gotas blancas sobre el lugar donde habían estado unos segundos antes.

No dejaron de correr hasta llegar al camino principal que les llevaba al puente colgante por el que habían venido. Cuando el suelo cambió de seco y marrón a verde y blando, Eva le pidió a Ferreira que se detuviera. Entonces dejó caer el arma y comenzó a quitarse el mono mientras le gritaba:

—¡Desnúdate! ¡Rápido!

Noé Ferreira dejó a Beatriz en el suelo sin miramientos y se quitó la ropa tan rápido como pudo. El tono de alarma y la urgencia de la orden hacían estúpida cualquier pregunta y ridículo cualquier pudor.

—¿Estás mareado? —le preguntó apresuradamente Eva mientras terminaba de quitarse el pantalón—. ¿Sientes vértigo? ¿Sueño?

—¡No! La cabeza me duele una barbaridad desde hace horas y creo que tengo fiebre —respondió el cabo ya desnudo—. ¿Qué pasa?

—Son hongos Malena. Son narcóticos y causan la muerte.

—¿Y ella? —preguntó señalando a Beatriz.

—Antes de ayudarla tenemos que asegurarnos de que nosotros estamos limpios.

Eva se volvió hacia él totalmente desnuda. Ferreira tragó saliva porque nunca hubiera imaginado que la delgada Eva Cernan pudiera tener unas curvas tan sugerentes. Ella le examinó por delante y luego le tomó por los hombros para darle la vuelta y escudriñarle la espalda. Como conclusión, ¡chas!, le dio un cachete amistoso en la nalga.

—Estás limpio, Noé. Ahora comprueba que yo no tenga manchas blancas por pequeñas que sean —se rio—. ¡No te serán difíciles de distinguir!

Ferreira recorrió la piel oscura de Eva centímetro a centímetro pensando que aquella mujer era muy diferente al resto de mujeres que había conocido. Sintió que estar desnudo a su lado era algo natural y se le ocurrió que, seguramente, ambos tendrían muchas cosas en común.

Sus pieles estaban completamente limpias. Se vistieron y desnudaron a Beatriz. La examinaron entre ambos. El cabo nunca había visto tan de cerca a una persona albina y tenía la impresión de estar contemplando un ser de otro mundo que tuviera todas sus venas a flor de piel. Le encontró pequeñas heridas como cráteres con el fondo en carne viva, desde el brazo hasta la mano.

—Espero que no le dejen mucha cicatriz —le dijo Eva. Luego se acercó a una planta carnosa repleta de púas, parecida a un cacto y cortó una hoja cuidando de no pincharse. Peló el pedazo y al apretarlo surgió un jugo verdoso que usó para limpiar las úlceras de Beatriz. Ferreira siguió todo el proceso con mucha atención, admirado de sus recursos y de su seguridad. Al acabar, le preguntó:

—¿Qué era esa planta de la que has sacado el jugo?

—Es aloe de Sintra, que aquí crece en todas partes. Su jugo contiene un analgésico y un desinfectante muy potente. Ya la podemos vestir.

—El traje está hecho un desastre —observó el cabo—. Esa cosa o lo que fuera se comió la tela para llegar hasta su piel.

—Era un hongo Malena —le dijo Eva, encogiéndose de hombros—. Bueno, no es exactamente un hongo sino que forma parte de una planta carnívora, la Malena. Esta planta forma en su hábitat natural un pasillo para que su presa avance hasta un cebo. Entonces, cuando la víctima está comiendo el cebo, la sitúa por su calor y deja caer unas gotas, lo que llamamos hongos, que la aturden. Luego, la Malena aparta la presa del pasillo y se la come.

Ferreira asintió, asombrado.

—O sea, lo que vimos junto al sendero podía ser el octavo pirata, ¿no?

—Es bastante probable. Cuando estábamos allí me sonaba lo que estaba viendo, pero no me di cuenta de que estábamos en una trampa de Malena de tamaño gigantesco. Solo crece en las selvas de Amazonía, el cuarto de los 7 Mundos, y no es tan grande. Desde luego, este lugar es extraordinario; aquí todo es enorme.

—Eso será estupendo para ti. Para mí es un infierno. ¿Crees que los piratas cultivan Malena aquí?

—No sé. Aquí hay pocos insectos y eso es poca comida para la Malena, aunque se la ve muy bien —le contestó—. Un caso similar sería ese claro gris que vimos antes. Es una Lavaléndula, otra planta carnívora. Esa no deja que crezca nada a su alrededor y captura insectos al vuelo, aunque aquí está tan crecida que seguramente será capaz de atrapar personas. Sin duda alguna, los piratas experimentaban en esta jungla. Por cierto, ¿no notas olores extraños? Este lugar huele muy raro.

—Lo que noto es que con esos hongos cabrones nadie puede pasar por esta zona de la selva —dijo Ferreira mientras ayudaba a vestir a Beatriz—. Al menos, ahora ya sabemos dónde está el pirata que nos faltaba.