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El Ahrrimán

De repente, el guerrero que encabezaba la ofensiva, terrible imagen de una muerte segura y cruel, se detuvo en seco como congelado en el aire y cayó de bruces atravesado por un afilado sable de color blanco que sobresalía un palmo de su pecho.

Quienes le seguían cayeron también, atravesados del mismo modo o víctimas de terribles tajos en el cuello o en la cabeza. El suelo quedó cubierto con los cadáveres del grupo atacante y en la retaguardia nam se produjo un revuelo inmenso. Hubo numerosos disparos en el comedor y una cacofonía de fortísimos trinos agudos.

La mascota apareció en el techo del pasillo, avanzando a toda velocidad aprovechando las tuberías y los conductos para agarrarse a ellos con sus patas. Alternaba un silbido ominoso y grave con unos chillidos cortos y agudos.

El penacho de su cola se había retirado y mostraba un sable óseo largo, duro y afilado, oculto hasta ese momento. Desde su altura, la criatura mataba a placer y sin descanso a los nam manejando rápidamente su arma con saña y crueldad.

El blanco sable de hueso se abatía sin descanso sobre los atacantes atravesando armaduras y levantando chorros de sangre y aullidos. La bestia solo parecía interesada en los nam, pero Guillermo no se dejó engañar. El animal era la imagen más cruel y despiadada de la maldad que había visto en su vida. Entendió que los nam le llamaran Ahrrimán; nada parecía fuera del alcance letal de esa arma y, si no había matado a ningún humano, era porque aún estaba lejos.

La bestia se dejó caer como una alimaña sobre un moribundo y hundió el rostro en su herida. El desgraciado nam se agitó frenéticamente y sus silbidos escalofriantes duraron largos segundos hasta que murió. Luego, el Ahrrimán desapareció de un salto tras la barricada.

Un instante después las mesas que formaban el parapeto se separaron de un golpe y mostraron al Ahrrimán con un nam atrapado por el cuello con su cola. Bestia y humano cruzaron una mirada. Guillermo tuvo la certeza de que el animal, escudado tras su víctima, le dedicaba el horrendo espectáculo que estaba a punto de comenzar.

La cola se apretó como una serpiente pitón alrededor del pescuezo del infortunado y lo fue estrangulando poco a poco, sin prisas, como si la batalla a su alrededor no tuviera importancia. El Ahrrimán observaba con atención los espasmos a medida que la asfixia iba en aumento, y de vez en cuando dirigía miradas en dirección a Guillermo como si quisiera comprobar que no perdía detalle.

Este, como respuesta, disparó al nam con una doble intención: acabar con su agonía y que alguno de los proyectiles matara a la bestia. El extraño murió al primer tiro pero el Ahrrimán no resultó herido en ninguno de los demás. La alimaña le miró de nuevo por encima del hombro del cadáver, como reprochándole que hubiera arruinado su demostración, y le dedicó una sonrisa prácticamente humana que dejó totalmente al descubierto la verdadera magnitud de su dentadura, dotada de colmillos largos y temibles.

Guillermo comprendió entonces que, lejos de ser un rasgo en común, esa mueca de aparente simpatía no solo era un gesto de ferocidad sino también de inteligencia y crueldad. El Ahrrimán mataba para comer pero sobre todo por el placer de matar.

La bestia se alejó hacia el comedor por el techo, como había llegado. Entonces, aprovechando el desconcierto de los nam, Ferreira y Guillermo se lanzaron hacia adelante a una orden de este último para salir al pasillo e intentar llegar hasta el comedor o, al menos, hasta la cocina. Aprovecharon las mesas que los nam habían dejado atrás y las emplearon de nuevo como escudos durante los segundos que Ferreira tardó en traer el cofre de las armas con más munición. Nazaret y Beatriz se unieron a ellos, pero Irdili se negó a salir del dormitorio y Cobián se mantuvo donde estaba como muerto, cuerpo a tierra.

Así protegidos, los cuatro llegaron al comedor sin encontrar resistencia. Junto a la puerta de la cocina vieron a Suirilidam luchando a espada y hacha contra dos nam mientras el Ahrrimán corría enloquecido por las paredes y el techo chillando y silbando.

Cuatro atacantes más salieron del pozo de cero g armados con espadas y hachas de abordaje grandes y afiladas. Apenas vieron a los humanos cargaron contra ellos. Guillermo alcanzó a uno de ellos con un disparo, tiró su rifle al quedarse sin munición y cogiendo una espada nam del suelo se enfrentó al atacante que se echaba encima de Nazaret con el sable en alto. Con una finta y un giro, logró cortarle el cuello y el extraño cayó a sus pies.

Miró a su alrededor. Vio con espanto que Beatriz estaba a punto de ser degollada por un tercer enemigo. Él estaba demasiado lejos para evitarlo y le gritó para avisarla. En ese momento apareció Suirilidam, que ensartó al nam antes de que este la pudiera atacar y aun tuvo tiempo de darse la vuelta y rechazar a otro atacante a punto de caer sobre Ferreira.

El cabo se dio cuenta de que Suirilidam le había salvado la vida. Le gritó un agradecimiento y a la vez alcanzó a otro enemigo con un tiro en la cabeza. Hubo un momento de calma que apenas duró porque otros cuatro nam salieron del cero g. Suirilidam se unió a al grupo humano, que hubo de dividirse para repeler la nueva agresión.

Beatriz vació su pistola a quemarropa en el cuerpo de un extraño y Guillermo le cortó la mano a otro en el momento que este, con un trino, intentaba matar a Irdili aprovechando que se encontraba junto a la barricada del pasillo después de sacar a Cobián del dormitorio.

Ferreira dio un traspiés y cayó de espaldas. El extraño contra el que se enfrentaba le hubiera matado de no ser porque el Ahrrimán le atravesó con el sable de su cola antes de que pudiera asestar al cabo el hachazo final.

A continuación y sin ningún miramiento, la bestia cortó limpiamente la cabeza de Cobián, cubriendo a Irdili de sangre. La mascota no hacía distinciones, pero se alejó de Irdili cuando este le trinó y graznó.

Suirilidam corrió hacia Irdili. Este soltó un trino seco y corto. Era una advertencia. Suirilidam apenas tuvo tiempo de escurrirse para no ser cortado por el tajo que le enviaba la alimaña. Cayó al suelo y se golpeó fuertemente la cabeza con la esquina de una mesa.

La cola del Ahrrimán se preparó para rematarle con un hachazo desde lo alto. Suirilidam, aturdido, le miró indefenso a la espera del tajo que le rajaría desde la cabeza a los pies, pero Guillermo se interpuso y desvió con su espada el sable de la bestia en el momento final, con lo que este golpeó fuertemente el suelo. A continuación se entabló entre ambos un duelo de esgrima rápido y despiadado, imposible de seguir con la vista.

Guillermo lograba defenderse de los ataques del Ahrrimán gracias a su habilidad pero también a costa de retroceder ante la presión del animal. La pérdida de terreno le dejó con la espalda contra un mamparo.

Entonces, la bestia cambió de estrategia e intentó tasajearle pero él logró apartarse con una finta en giro que le permitió cortar parte del penacho del Ahrrimán. Este soltó un grito asombrosamente humano como si el corte le hubiera dolido, y dudó un único instante, quedando completamente inmóvil, como desconcertado.

Era el momento justo e irrepetible para abatirlo.

Ferreira apuntó a la bestia con su fusil.

Apretó el gatillo e Irdili le empujó en ese mismo instante.

El proyectil explotó en el mamparo levantando esquirlas de metal junto al rostro de la mascota, que salió huyendo.

Ferreira se volvió iracundo hacia el nam.

—¡Loco! ¡Cabrón! ¿Por qué lo has hecho? —le gritó el cabo apuntándole.

Un grupo de cinco nam apareció en el pozo y Ferreira tuvo que desviar su atención de Irdili. Se escucharon trinos y cotorreos en cuanto vieron a la bestia. Esta los vio y se orientó hacia ellos como un proyectil dirigido.

Los extraños dieron media vuelta apresuradamente y huyeron pozo arriba. Antes de lanzarse detrás de ellos, el Ahrrimán se volvió hacia Guillermo como si le sobrara tiempo y le lanzo una sonrisa inteligente y torva. El humano supo con total certeza que el animal le decía: «no me olvido de ti».

Entonces le gritó a Ferreira que le siguiera y a Beatriz que se quedara. Fue Suirilidam, recién recuperado, quien se hizo cargo de la situación y fue tras de Guillermo hacia arriba por el cero g.

En la cubierta de la selva les esperaba una carnicería. Junto al pozo, el monstruo había despachado al primero de los cinco nam. Hallaron a los otros cuatro, horriblemente mutilados, formando un rastro horrendo en dirección a la enfermería. Un reguero de sangre les guio hasta la esclusa. Al otro lado del túnel se veía el interior de la nave nam.

De allí provinieron unos trinos agudos y desgarradores. Un graznido más fuerte que los demás puso en guardia a Suirilidam, que cogió a Guillermo de la cintura y estiró de él apartándole de allí.

El Ahrrimán salió de la nave y pasó a toda velocidad por su lado. La bestia cruzó la compuerta interior tan rápido que, a los ojos de Guillermo, solo fue una mancha amarilla.

Acto seguido, la nave de los atacantes explotó con un resplandor blanco amarillento. Antes de que les alcanzara el calor de la deflagración, el túnel se cerró de forma automática, accionado por el sensor mecánico que aseguraba la presurización de la enfermería ante eventualidades semejantes.

Entonces, Suirilidam orientó ambos ojos hacia Guillermo y los mantuvo fijos sobre él. Graznó una escala de tono creciente. El significado no podía ser otro: «Estamos en paz. Ya no te debo nada».