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El brog

Los trinos de los nam se dejaron oír y llegaron claros y nítidos hasta el dormitorio de los humanos, pero esta vez Nicolás no hizo caso y siguió su duermevela para reponer fuerzas. Los cantos de pájaro se habían repetido en tantas ocasiones a lo largo de las últimas horas que acabó odiándolos porque no le dejaban descansar.

Su conclusión para el informe que ya estaba escribiendo en su mente, fue que ese cotorreo de pajarera desquiciada, a veces brusco y a veces suave, era la manera habitual que tenían los nam de comunicarse. Era imposible saber si estaban de buen o de mal humor o si los sonidos tajantes obedecían a órdenes, a enfados o a otras cuestiones. Se preguntó qué entenderían los nam por discreción y si conocerían ese concepto.

La mascota entró a toda velocidad en el dormitorio y corrió dando saltos prodigiosos por encima de las literas, brincó desde el suelo hasta el techo agarrándose a los salientes con unas garras que nadie le había visto antes y se colgó por la cola de las tuberías, balanceándose con fuerza como un trapecista a punto para hacer una pirueta en el aire. Se soltó, hizo un triple mortal, y sin esfuerzo aparente se aferró a otra tubería.

El animal se movía con una rapidez que resultaba difícil de seguir. A veces, se convertía en una mancha amarillenta y, en ocasiones, un parpadeo después ya no estaba allí.

Se dejó caer a plomo sobre la litera de Beatriz. Emitió un silbido al no encontrarla y se plantó junto a Eva en un par de rápidos saltos. Esta le tendió la mano y la mascota la tocó levemente con sus zarcillos esbozando una sonrisa. Luego hizo un increíble salto mortal hacia atrás que la llevó hasta un saliente de los conductos de aire acondicionado sobre los que se instaló para lamerse una pata con fruición.

De repente dejó de hacerlo, esbozó una sonrisa y les miró uno por uno como si les conociera de antiguo.

Todos rieron y comentaron las peripecias y las habilidades del animal, pero a Nicolás le desapareció la sonrisa de los labios al oír los trinos secos y bruscos de Suirilidam desde el umbral del dormitorio. El sirviente llamaba a su animal, pero este no le hizo ningún caso sino que reanudó su loca carrera por el techo del dormitorio.

Suirilidam rugió entonces un trino grave y la mascota se detuvo en seco. El animal pareció ofenderse y se volvió lentamente hacia él, siseándole tal que una serpiente que le advirtiera. Luego salió disparado en su dirección, recto como un proyectil. El nam se preparó para atraparlo, pero la mascota pasó rápidamente por su lado, imposible de capturar, y desapareció por el pasillo.

Nicolás, desde su cama, ordenó inmediatamente a Cobián y a Schlecker que ayudaran a Suirilidam a capturar la criatura. Ninguno de ellos se movió y entonces se lo ordenó a Eva.

La mujer salió corriendo al pasillo y encontró a Suirilidam en el comedor intentando cercar al animal contra el mamparo de la cocina. La mascota saltó y el nam se lanzó estirándose en el aire para cogerla cuando pasó junto a él y, aunque logró agarrarla, pareció que el animal tenía engrasada la piel porque se le escurrió sinuoso entre sus dedos. Luego evitó con facilidad a Eva y huyó directo hacia abajo por el pozo de cero g. Suirilidam se lanzó detrás de ella.

Cobián, que se había asomado a ver qué sucedía, vio a Eva saltar al pozo de cero g en pos de Suirilidam. El veterano se dio la vuelta y dio un respingo porque no esperaba tener a Irdili justo detrás de él.

El nam trinó en dirección a Nicolás. Cobián se apartó, incapaz de cerrarle el paso al dormitorio, pero el extraño no entró sino que le hizo un gesto al comandante que este interpretó como una petición de que le acompañara fuera.

Nicolás aún se encontraba débil y dudó en levantarse de la cama, pero al final lo hizo y le hizo una seña a Cobián para que él y Schlecker se quedaran en el dormitorio, aún a sabiendas de que ni el joven ni el veterano se atreverían a escoltarle.

Una vez en el pasillo, Irdili le ofreció su brazo y fueron juntos hasta el comedor paseando como viejos amigos. Se sentaron a una mesa.

El comandante quedó a la expectativa, sonriente y atento. De cerca, el nam olía horrible. Agradeció no haber usado su jabón desinfectante por si el perfume ácido incomodaba al alienígena y pensó que su propio olor debía de ser desagradable para el extraño. A pesar del esfuerzo que ponía en confiar en los nam, les tenía miedo. Eran grandes, fuertes y le costaba mucho esfuerzo dejar a un lado el temor que le causaba su aspecto monstruoso.

Echó un vistazo aprensivo hacia la salida del comedor porque, por muchas teorías que hubiera sobre la inocuidad del Primer Contacto, no le resultaba fácil estar a solas con un ser que parecía capaz de arrancarle la cabeza con un solo golpe de su mano y que quizá se había enfrentado en ese mismo lugar a ocho piratas bien armados y había salido victorioso.

Irdili comenzó una sinfonía singularmente tranquila de trinos suaves acompañados de unos gestos lentos y pacíficos. Después de haberles oído durante todo el día, a Nicolás no le pareció nada normal tanto sosiego e hizo un esfuerzo para no desconfiar.

No le quedaba más remedio que evaluar la situación desde los parámetros humanos y, desde ese punto de vista, estaba muy claro que ese era un momento importante para Irdili. «Ojalá supiera de qué me estás hablando», pensó.

El nam calló un momento y se echó un poco atrás en la silla. Nicolás interpretó que Irdili había terminado su parlamento. Contra todo lo que había imaginado a lo largo de su vida en relación a iniciar una conversación con un ser inteligente de otro mundo, sintió una gran seguridad interior al sentirse embajador de la especie humana.

—Yo también siento que no nos podamos entender —le respondió con solemnidad. Irdili pareció relajarse—. Estoy seguro de que la satisfacción de habernos encontrado es mutua y creo que ambos pensamos que nuestras relaciones no pueden hacer otra cosa que mejorar. Deseo con todo mi corazón y en el de la Humanidad que lleguemos a entendernos y que aprendamos el uno del …

Un estruendo de sillas y mesas por el suelo interrumpió la paz del momento.

Guillermo, seguido de Beatriz, había salido del tubo de cero g de un salto y se apresuraba hacia ellos apartando los muebles a su paso.

—¡Apártese de él! —le gritó Guillermo a Nicolás, apoyando violentamente el cañón de su fusil en la frente del nam—. ¿Dónde está el otro bicho? ¿Dónde está Suirilidam?

Nicolás se puso en pie de un salto. Irdili permaneció inmóvil en la silla. Beatriz se colocó junto al comandante y también apuntó al alienígena.

—¡Bajen las armas inmediatamente! ¡Ahora! —les ordenó Nicolás, el rostro enrojecido de furia, indignación y vergüenza. Como no le hicieron el menor caso, restalló fuera de sí—: ¡Ahora! ¡Ya!

—No, señor —le contestó Guillermo. Beatriz no apartaba la vista de Irdili.

A Nicolás se le saltaban los ojos de las órbitas de pura incredulidad. Guillermo continuó antes de que pudiera abrir la boca:

—Los nam son los responsables de la muerte de los piratas y de Baxter. Hemos encontrado su cadáver en la enfermería junto con el de un tercer nam. Esta capa —Guillermo tiró la prenda encima de la mesa— estaba junto a su cuerpo. Es la de Suirilidam, fíjese en el desgarro.

Irdili tenía ambos ojos fijos en Beatriz y ella le sostuvo su mirada. El nam desvió uno de ellos un instante hacia la prenda y luego lo volvió a clavar en ella.

—¿Qué dice, sargento? —preguntó Nicolás—. ¿Está loco? ¿Por qué iba a hacerlo?

—Para dar de comer a su mascota, señor. Ese bicho se alimenta de nosotros, de nuestro tejido nervioso.

—¡No sea absurdo, soldado! —le replicó al momento Nicolás—. ¡Eso es una tontería! ¡Una ingenuidad!

—¡Escuche! Todos los cadáveres acabaron de la misma manera: abiertos en canal por la espalda, y a todos les faltaba la médula y a veces, el cerebro. Suirilidam mata a la víctima y después se la da de comer a la mascota.

—¡Es cierto, Nicolás! —intervino Eva quitando la vista de su prisionero por primera vez—. Creemos que Baxter fue a la enfermería en busca de medicamentos y Suirilidam aprovechó para matarle allí y ocultar el cadáver junto con el de su compañero.

Irdili se llevó las manos al cuello como si las fuera a levantar en señal de rendición. Beatriz volvió la vista hacia él un instante sin ver el ligero movimiento que se produjo en lo que parecía ser el collar de pelo blanco que adornaba el cuello del extraño. Su atención se dividió entre el nam y la discusión entre el comandante y Guillermo.

—¿Ellos dos eliminaron a ocho piratas sanguinarios para dar de comer a su mascota? —exclamaba Nicolás entonces—. ¡Me decepciona, Guillermo! ¡Le creía más inteligente! ¡Baje el arma inmediatamente, le digo! ¡No se salvará de un expediente Elvira!

—¿Dónde está Suirilidam? —insistía Guillermo—. ¿Está con la mascota?

Nicolás replicaba desafiante:

—¡Está con Eva en la cubierta inferior! Eva le está ayudando a capturarla.

Cobián y Schlecker se asomaron al comedor.

Beatriz miró en esa dirección al advertirles por el rabillo del ojo.

Irdili apartó de un manotazo el fusil de Guillermo y, a la vez, despegó de su collar un gusano peludo y blanco que tiró a la cara de Beatriz.

El animal emitió un chillido agudísimo y se desplegó en el aire como un pañuelo.

Ella no pudo esquivarlo. Apenas entró en contacto con su piel, la criatura se arrolló a su cuello con fuerza y rapidez. El contacto entre humana y extraño pareció alcanzar a la primera con la fuerza de una poderosa descarga eléctrica porque a Beatriz le fallaron las piernas al instante y se desplomó sin sentido sacudida por fuertes convulsiones, con los ojos en blanco y la boca llena de espuma.

Beatriz no había tocado el suelo que Guillermo había golpeado secamente a Irdili entre los ojos con la culata del fusil. El nam cayó fulminado ante el espanto de Nicolás, lívido e incapaz de reaccionar.

A continuación, Guillermo intentó arrancar el animal del cuello de Beatriz, pero se detuvo al ver que el gusano reaccionaba apretándose hasta casi ahogarla. Tras varias y fuertes sacudidas, quedó inmóvil. Nicolás pensó que estaba muerta hasta que vio el movimiento de su pecho al respirar.

—¡Le ha echado al cuello uno como el suyo! —exclamó Schlecker, asustado—. ¡La dominará con la mente!

Guillermo vio que, en efecto, Irdili conservaba en el cuello su aro blanco. Le ordenó a Cobián:

—Átale y no le pierdas de vista.

—¡Bien! —contestó este—. ¡Ayúdame, Schlecker!

Guillermo cogió en brazos a Beatriz y la llevó a su litera. A primera vista, uno de los extremos del extraño gusano peludo tenía dos hileras de colmillos finísimos, casi invisibles, clavados sobre las vértebras cervicales. Tentó al gusano ayudándose del lado romo de su cuchillo y el animal se agitó levemente.

Decidió no estirar o cortarlo hasta no saber más de él, cosa que pensaba hacer quitándole a Irdili el suyo. Extraerlo por la fuerza podía significar la parálisis o la muerte, si es que Beatriz no acababa muerta o tetrapléjica debido a una infección de la médula espinal.

—¿Qué es eso? ¿Cómo está? —le preguntó Nicolás, con voz angustiada.

—No sé qué es. De momento está viva y su respiración es tranquila y regular. Esperemos a ver si recobra el sentido y podemos quitarle ese bicho —Guillermo se incorporó y le miró fijamente con cara de no aceptar un no por respuesta. Le advirtió, señalando al nam—: Pero antes le sacaremos a ese hijoeputa el suyo para ver qué es lo que pasa, ¿de acuerdo, comandante?

—De acuerdo, sargento —le respondió—. De acuerdo. ¿Se lo puede quitar?

—Quizá, pero ni tengo el material ni una miserable Inteligencia Artificial en condiciones que me pueda ayudar en la operación, si me atreviera a hacerla. ¡Ferreira! —llamó—. Vamos abajo, a buscar a Eva. Mientras tanto, comandante, ocúpese de Beatriz.