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La trampa

Ferreira estaba de pie, apoyado en la jamba de la entrada al pasillo de los dormitorios con el fusil medio caído, atento al pozo. Tenía los brazos cansados y se le cerraban los ojos.

Su intención era preparar una trampa en la selva de la cubierta cuatro en cuanto acabara su guardia. Lo haría él solo porque acabar con la fiera se había convertido en una cuestión personal. No quería compartir con nadie su venganza por la muerte cruel y traicionera que el Ahrrimán le había dado a Eva y a Nazaret. Los nam insistían en que era invencible pero, en su opinión, aunque un demonio, en realidad era un irracional, una fiera.

Habían iluminado el tubo de cero g con todas las lámparas que encontraron dejando el resto en penumbra con la intención de mantener alejado al Ahrrimán. Según Irdili, era sensible a la luz intensa y procuraba evitarla. Ferreira, a media hora de acabar su guardia no se lo creía.

El reflejo metálico en la pintura gris del tubo de cero g bajo la intensa iluminación le dolía en los ojos. Los cerró y la sensación de alivio fue tan intensa que no quiso abrirlos. Unos segundos después se dejó acariciar por el descanso.

Dejó de sentir el arma en las manos. Entonces se preguntó si aún la aferraba o si la había soltado.

No abrió los ojos para no perder la maravillosa sensación del duermevela.

Un roce levísimo en el techo.

Abrió los ojos al instante con el fusil apuntado hacia el ruido, el dedo el gatillo y la mente y el cuerpo totalmente despejados y preparados para la acción.

Era el ruido del aire al salir por una rejilla.

Chasqueó la lengua, disgustado. Se relajó, felicitándose por haber reaccionado como un infante bien entrenado a pesar de su agotamiento. No tardó en volver a sentir los párpados pesados y los ojos escocidos. Se apoyó de nuevo en la jamba sin perder de vista el cero g.

El reflejo volvió a hacerle daño. Recorrió el lugar con la mirada para descansar la vista, pero su mirada siempre volvía al brillo como si sus ojos lo buscaran a propósito para obligarle a bajar los párpados y así poder descansar.

Logró una posición mucho más cómoda. Se concentró en el ruido del aire al salir por la rejilla pero no pudo mantener mucho tiempo la concentración porque le vino a la cabeza la muerte de Eva.

Odiaba a la fiera con todas sus fuerzas por habérsela arrebatado. De haber estado viva, Eva y él hubieran vivido una estupenda jonimún y casi seguro que, una vez hubieran cumplido su condena, hubieran firmado un contrato matrimonial para tener hijos. Su Eva, se dijo, no se merecía la muerte que había recibido ni morir en ese lugar olvidado de Dios.

Movió la cabeza para sacudirse el sueño. No quería que Suirilidam pudiera burlarse de los humanos al encontrarle dormido cuando viniera a relevarle. A pesar de sus esfuerzos se le cerraron de nuevo. Se dejó vencer por el duermevela, muy seguro de su capacidad de reacción.

Una voz femenina dijo algo ininteligible, apenas un susurro.

Abrió los ojos inmediatamente pensando que Beatriz le decía algo, pero no había nadie delante ni a su espalda, hacia los dormitorios. Se movió para ver la parte del pasillo que le ocultaba el cero g para estar seguro. Nadie. El lugar estaba vacío.

El agotamiento le pesó en los párpados. «Igual Beatriz habla en sueños», pensó en su modorra. Un rato después volvió a escuchar el murmullo con claridad aunque no pudo entender qué decía. Entonces identificó a la dueña de la voz: era Eva.

«¿Estaré dormido?», se preguntó. Abrió los ojos y, sorprendentemente, el brillo metálico ya no le molestaba y la iluminación ya no era tan intensa. «Debo de estar soñando, pero me gusta», se dijo con la esperanza de volver a verla como cuando estaba viva. Cerró los ojos y ella volvió a hablarle al cabo de unos segundos, pero él no la entendió y le pidió que se lo repitiera.

La voz habló de nuevo frente a él, alta, clara pero incomprensible, acompañada de un aliento cálido y fétido. Entonces Ferreira abrió los ojos al horror. Tenía ante sí, a menos de un palmo de distancia, la cara del Ahrrimán deformada por una mueca espantosa que remedaba una sonrisa.

Bajó los ojos un instante en busca de su arma y cuando levantó la vista, el Ahrrimán había desaparecido. Miró a su alrededor en busca de la fiera, temiendo que cayera de improviso sobre él o que se hubiera colado en el dormitorio, pero las compuertas estaban cerradas. Se preguntó si había sido un sueño o si la bestia había estado jugando con él.

Suirilidam se aproximó. El nam era realmente feo pero había demostrado tener arrestos y no podía menos que considerarle un compañero de pelotón después de que le salvara la vida.

Además, si hacía caso a lo que había dicho Beatriz, había intentado proteger a Eva del Ahrrimán y se había ocupado mucho de ella mientras estuvieron enfermos. Le hizo una seña de saludo levantando la mano derecha, que el nam respondió levantando la suya. Ferreira pensó que el gesto de paz del comandante se había convertido en el saludo oficial y de buenos modales entre nam y humanos.

El cabo se levantó, con su decisión tomada, y le dijo a Suirilidam, perfectamente consciente de que no le entendería:

—Me voy arriba a cazar a ese mal bicho. No intentes detenerme o tendré que matarte, ¿entiendes?

Suirilidam se quedó quieto al ver que Ferreira le apuntaba con su fusil. El cabo se metió en el tubo de cero g y desapareció hacia arriba.

El nam dio media vuelta y fue a despertar a Irdili.

 

Ferreira salió del pozo de cero g cuando la luz de la estrella comenzaba a iluminar la jungla. A su izquierda, al fondo del túnel oscuro, la compuerta blanca de la enfermería brillaba iluminada directamente por el sol local como si le invitara a entrar. Sin embargo, Ferreira buscó el camino al lago que les había descrito el comandante Grissom.

Se dio prisa. A medida que ascendía, el calor se volvía más sofocante. La luz cruelmente blanca de la estrella se filtraba por entre la maraña de hojas y daba al ambiente una palidez casi irreal y a la vez siniestra y amenazadora.

En una conversación que habían tenido Guillermo y el nam, había oído que, en su hábitat natural, el Ahrrimán tenía su guarida en lugares amplios, llanos y brumosos. Por lo tanto, Ferreira pensó que la parte alta de la selva era el lugar más adecuado para preparar la trampa, lo que cuadraba con las huellas de animal que Guillermo y el comandante habían encontrado en la arena, junto al lago.

Lo que había planeado era elemental, pero eficaz. Le enorgullecía pensar que era Eva la que hacía posible acabar con el Ahrrimán. El cebo sería la miel de las abejas Pyon-Lai que ella había recogido y que tanto había gustado a la fiera.

Llevaba consigo la miel en un tarro fino de vidrio para montar una sencilla y mortal trampa de apuñalamiento con su cuchillo, la cuerda que llevaba al hombro y una hebra de fibra Tandora tomada de las que habían usado los piratas con la Inteligencia Artificial del faro.

Encontró el lugar adecuado en una vereda que llevaba al lago. Sin duda era el sitio ideal a juzgar por las huellas. Buscó dos troncos fuertes y delgados, largos como su brazo. Los afiló y los clavó en el suelo, separados un palmo y paralelos al camino. Luego pasó la cuerda varias veces de un tronco a otro formando varios lazos.

Luego buscó un tercer palo largo y fuerte, lo atravesó en los lazos y le dio vueltas para retorcer la cuerda. Tras varias vueltas del palo, el retorcimiento de la cuerda había acumulado una gran tensión y se había transformado en un potente muelle.

Entonces fue el momento de atar con mucha firmeza el cuchillo en el extremo del palo. Así, en cuando el gatillo fuera accionado, el cuchillo caería sobre el Ahrrimán con violencia y a una velocidad imposible de evitar, incluso para la rapidez antinatural de la bestia.

Solo le faltaba preparar lo más delicado de la trampa: el gatillo. Para hacerlo necesitaba dos troncos y tallar en cada uno de ellos una muesca de manera que encajaran delicadamente entre sí. Lo hizo con calma y con la misma habilidad y delicadeza de cuando era niño y trampeaba para cazar pequeños roedores.

Hincó el primero de los palos profundamente en el suelo. Acopló el segundo al que sostenía el cuchillo y lo encajó por la muesca que había tallado al que acababa de clavar. De esta manera, la muesca por la que se sujetaban mutua y sutilmente ambos palitos era el delicado mecanismo que permitía retener el palo del cuchillo. El gatillo de la trampa estaba armado.

Llegó el momento más peligroso para el cazador. Unir con una muy tirante hebra de fibra Tandora el gatillo con el tarro de miel Pyon-Lai.

Lo hizo con mucha calma y prudencia. La trampa quedó completamente terminada y mortífera: apenas el Ahrrimán tocara el tarro con la miel, la fibra Tandora estiraría los palitos por las muescas y el palo con el cuchillo caería como un rayo sobre la bestia, atravesándola con fuerza.

Si aún así el animal era tan listo y lograba escapar, era seguro que se mancharía el pelaje con la miel. Entonces, las abejas Pyon-Lai le atacarían y él lo remataría cuando le faltara lo mínimo para morir. Decidió hacerlo así para dar al asesino de Eva una larga agonía.

Sacó la tapa del tarro de miel para que su aroma atrajera a la bestia y se ocultó en la espesura a esperar. Pasaron varios minutos. Dejó de vigilar un momento para frotarse los ojos y al momento siguiente la trampa se había disparado, el tarro estaba hecho añicos y la miel había salido disparada en todas direcciones.

Algo de color dorado cayó sobre el dorso de su mano. Miró hacia arriba y allí estaba la cara sonriente del Ahrrimán cubierta de gotas de miel, una de ellas a punto de caer de sus labios y de ser lamida por su lengua provista de pequeñas protuberancias. Entonces Ferreira supo que antes no había tenido un sueño porque el aliento de la bestia era abrasador y maloliente.