Capítulo 40
Todo mi vello se eriza al oír la frase de César.
Mi mente se nubla, mi corazón se agita y por unos segundos, me quedo totalmente paralizada.
No sé ni donde estoy…
-¡NATALIA!, ¡ACELERA! - El nuevo grito de César, me saca de mi estado de shock.
Sujeto el volante rápidamente, estaba yéndome a la cuneta y no lo había notado.
-¡César!. Tranquilo. ¿De acuerdo? -Trato de mantener la calma, para él y para mí. Aunque mi voz no suena para nada tranquila.
Miro por el retrovisor y Mario cada vez acelera más. Yo hago lo mismo. César trata de seguirnos, pero varios coches le impiden continuar. Veo como se queda atrás, debido a que tiene que frenar bruscamente, para no chocar con un camión de reparto.
-¡No puedo hacer nada, Natalia!, ¡No puedo llegar hasta ti, me están cortando el paso!. - Esta muy nervioso, su voz tiembla y suena impotente.
-¡No dejaré que me alcance!. Le digo casi con lágrimas en los ojos.
-¡Cariño, voy a colgar!.- Le cuesta trabajo decir esa frase.
-¡No…! ¿Por qué?. Necesito que sigas conmigo…
-¡Voy a llamar a la policía e indicarles lo que está pasando! ¿De acuerdo? - Está al borde de un ataque de nervios.
-¡Sí! - Le digo. Ya no me importa, es buena idea.
-¡Natalia…! - Vuelve a hablarme - ¡Tienes que ganar esta carrera!. ¡Por ti, por mí… Tienes que salir victoriosa!. - Grita con fuerza, como si no pudiera oírle. - Te vuelvo a llamar ya mismo… - Su voz se quiebra. Cuelga Juraría que oí lágrimas en su garganta, cuando dijo su última frase.
Un golpe seco, hace que mi cuerpo se mueva con violencia dentro del coche. Mi cuello duele.
Acaba de alcanzarme en la parte trasera. Veo como trozos del parachoques, y cristales de los pilotos, van cayendo al suelo.
Tomo una gran cantidad de aire, e intento nuevamente mantener la calma. Por el estado en el que me encuentro, no soy capaz de maniobrar con habilidad, y apenas tengo reflejos.
-Tengo que ganar la carrera, como César me ha pedido… -Visualizo la carretera, - Es una competición… - Me digo mentalmente.
Mi padre estaría orgulloso de mí, si gano esta…
El premio es salir con vida, y tengo que llegar la primera a la meta. Trago saliva y la adrenalina riega mi cuerpo. Piso el pedal a fondo, y con habilidad, consigo ir sorteando los coches que tengo delante. Necesito hacerlo bien, y no poner en peligro a los demás conductores.
Empiezo a notar que voy dejando a Mario atrás.
Le cuesta alcanzarme.
Se acerca una curva demasiado cerrada, por un momento dudo en si podré hacerme con el control, una vez que esté tomándola. Hay varios vehículos circulando en ella, y no podré abrirme lo suficiente sin chocar con ellos. Sujeto el volante con fuerza. Ya estoy dentro, y noto como mis ruedas derrapan. Giro el volante en dirección contraria, para evitar las tan temidas “eses”. Después de tres rápidos bandazos, consigo estabilizarme. Mario llega hasta ella, y su coche patina, haciendo que se golpee lateralmente con un todoterreno, dándome un poco más de ventaja. Espero que en él, no viajaran niños.
Mi vista se empaña, varias lágrimas están cayendo por mis mejillas, las seco rápidamente con las mangas de mi camiseta. No sé si estoy llorando, o es por la atención, que tan fijamente tengo puesta en la carretera. El teléfono suena, pero entro en otra curva casi tan cerrada como la anterior, y no puedo soltar las manos del volante. César tendrá que esperar. Sé que es él.
Mario está acercándose de nuevo. Compruebo que a quinientos metros hay un desvío que lleva a una vieja carretera, con suerte, poco transitada. Necesito salir de esta, hay demasiadas vidas en peligro por nuestra culpa.
Juego con la ventaja de que Mario no sabe cuál es mi idea.
Acelero más para que él haga lo mismo. Quedan cuatrocientos metros para llegar al desvío. Está casi pegado a mí. Le dejo que se confíe, pero que no llegue a alcanzarme. Trescientos metros… doscientos… casi me roza… cien, la sangre bombea fuertemente en mis venas.
Cincuenta… puedo distinguir por un segundo su cara en mi espejo retrovisor. Compruebo que no viene ningún coche más detrás, y cambio bruscamente de carril, poniéndome en el de la izquierda. Freno de golpe, pillando a Mario por sorpresa. Él sigue hacia delante a gran velocidad, mientras yo tomo rápidamente el desvío. Acabo de ganar la valiosa carrera.
Tardará varios minutos en poder dar la vuelta, y con suerte, ya no podrá dar conmigo.
El teléfono vuelve a sonar, esta vez con más calma, descuelgo.
-¡Estoy bien!, ¡Voy en cabeza! - Le grito eufórica.
-¡Dios mío…!- Le oigo decir. - ¡Casi muero de angustia! Pensé en lo peor… -Otra vez su voz se quiebra.
Le indico donde estoy, le explico mi estrategia, y se tranquiliza al saber que por el momento, no me sigue nadie. Vuelve a colgar para indicarle a la policía mi ubicación… Y cuando volvemos a tomar el contacto, me explica que la ayuda está en camino, que pronto me escoltará un coche patrulla, y que le espere con ellos, en comisaría de la población más cercana, que él ya viene en mi dirección. Decidimos colgar, ya que no sabemos si algún agente puede llamarnos para concretar algo más.
Veo las luces del coche patrulla acercarse a mí, y por fin, relajo mi estómago.
Me duele. Lo he llevado pegado a mis costillas durante todo este tiempo. Paran antes de que llegue hasta ellos y me hacen señales para que yo también lo haga.
Uno de los agentes llega hasta mí, y me pregunta mi nombre. Al comprobar que soy la persona que buscan, me hace varias preguntas más. Trata de calmarme, y cuando cree que ha recopilado toda la información necesaria, me pide que continúe.
Vienen detrás de mí, hasta que llegamos a la comisaría.
Una vez allí, uno de los agentes, me ofrece una pequeña botella de agua. La cual agradezco, ya que mi boca parece estar hecha de corcho. La tengo totalmente seca por el sofoco.
Doy mi primer trago, cuando oigo la puerta abrirse bruscamente. César viene como un loco hasta mí.
-¡Natalia!- Se lanza bruscamente sobre mí. Mis pies se elevan del suelo, mientras me abraza con demasiada fuerza. Me hace daño.
-César… - Mi voz suena ahogada y apenas puedo respirar.
-¡Dios mío, Natalia!. Creí que te había perdido…
- Sigue apretándome cada vez más fuerte.
-César… - Apenas puedo hablar ya.
-¡No puedo creer que estés bien!, ¡No puedo creer que tenga otra oportunidad!…
Por suerte, uno de los agentes se da cuenta, y viene a auxiliarme.
-Muchacho. - Pone la mano sobre su hombro - Déjala respirar. - Ríe - O lo que no ha conseguido el otro, lo harás tú en cuestión de segundos.
Por fin se da cuenta y me suelta. Pongo mis manos sobre mis costillas doloridas, y masajeo la zona.
-Lo siento… - Vuelve a abrazarme, esta vez más suave, mientras me besa repetidas veces por toda la cara.
-Tranquilo… - Le digo mientras froto su espalda con mis manos. - Ya ha pasado.
Estoy bien… - Tiembla como un cachorro asustado.
-Lo que creía que iba a acabar con tu vida en el circuito, ha resultado ser lo que te la ha salvado… Bendita sea tu pasión por las carreras - Me dice - Si no es porque sabes manejar un coche de esa manera… - Baja su mirada, y veo como cierra fuertemente sus ojos. Levanta una de sus manos y aprieta con dos dedos, el tabique de su nariz. Tiene demasiada tensión acumulada. Debe haberlo pasado realmente mal.
-No sé, si podré conducir de nuevo - Le digo -
Mis piernas parecen flanes de vainilla. - Consigo lo que busco y le hago sonreír.
Uno de los agentes se acerca a nosotros.
-Tengo noticias - Nos dice, y le miramos atentos. - Han encontrado a varios kilómetros de aquí, el monovolumen que les perseguía, pero ni rastro del conductor. Hemos sabido, que el coche fue robado hace apenas dos días, a las afueras de Madrid. Tengo a varios agentes buscando por la zona, pero no puedo asegurarles nada. En cuanto demos con él, o encontremos alguna pista. Se lo haremos saber.
De momento, solo podemos reforzar la guardia en la zona donde viven. Tengan cuidado. - Nos dice seriamente - Viendo como está actuando, estamos seguros de que no parará, hasta que consiga lo que busca.
César me mira atento. Trato de no hacer ningún gesto que delate mi preocupación, para no asustarlo más. Pero interiormente, estoy realmente asustada. Ahora sí que estoy segura, de que va a por todas conmigo…
Mi coche tiene que quedarse allí, no puedo circular con el sin luces traseras y sin paragolpes. Además, quieren hacerle algunas fotos como prueba. Me aseguran que se harán cargo de él, llamarán a una grua cuando acaben, y lo enviarán al taller que decidamos. Por supuesto, no puedo mandarlo al de mis hermanos. No deben enterarse.
Tras varias horas allí, nos vamos. César, no para de mirarme continuamente, como si todavía no se creyera, que estoy sentada en el asiento del copiloto. De vez en cuando, por el rabillo del ojo, le veo negar con la cabeza. No sé en que estará pensando, pero no debe ser nada bueno…
Por sus gestos, sé que está torturándose con algún tipo de pensamiento horrible. Desde que le conozco, nunca le había visto tan angustiado como hoy.
Continuamente, busca mi mano con la suya. Me la aprieta, la acaricia, y solo me suelta para cambiar de marcha, o tomar una curva.
Por fin llegamos al hotel y aparca cerca de la puerta. Espera a que salga del coche y pone su brazo sobre mis hombros. Caminamos así hasta el ascensor. Como ya sé que no le gusta entrar en él, me fijo en su cara, esperando algún gesto que delate su miedo, pero solo me mira y sonríe, como si supiera lo que pretendo.
Las puertas se abren. Pone su mano en mi cintura. Está nervioso e inquieto. Pero esta vez es un tipo de nerviosismo distinto… Abro la puerta de la habitación y me giro para despedirme de él, pero no me da tiempo. Sus manos, rodean mi cintura y su boca me besa ansiosamente.
-César… tranquilo - Le digo. - Me haces daño con los dientes…
-No puedo estar tranquilo, después de lo que ha estado a punto de pasar… - Dice con dificultad. No para de besarme.
Entramos abrazados a la habitación, y oigo como cierra la puerta con su pie. Mi cuerpo instintivamente se prepara para lo que viene…