Capítulo 1

Siento un empujón tan fuerte que pierdo el equilibrio. Caigo con violencia de rodillas al suelo. Los gritos e insultos no cesan… sus manos agarran mi camiseta y tiran con fuerza. Noto como la ropa presiona mi cuello cuando lo hace.

Me gira y sin esfuerzo consigue colocarme a la altura de sus ojos para que lo mire. Gotas de saliva mezcladas con alcohol llegan hasta mis mejillas, pestañas, y nariz cuando me habla, está totalmente fuera de control…

Mario no era así cuando le conocí. Llevamos juntos más de cinco años y estos dos últimos están siendo un infierno… Empezamos a salir en la universidad. Desde entonces, ha sido mi primer y único amor. Soy incapaz de dejarlo, no me atrevo, tengo miedo a su reacción. Sé que si lo hago enloquecerá y quien sabe lo que es capaz de hacer.

No entiendo por qué todavía le quiero, aunque a veces creo que no es amor sino pena lo que siento. Mario solo me tiene a mí, le despidieron del trabajo hace diez meses y desde hace años no habla con su familia. Tiene mucho orgullo y un único amigo con el que se emborracha casi a diario.

Hoy, el motivo de su enfado ha sido porque al llegar a casa, no había cerveza en la nevera… El de ayer, porque tardé en abrirle la puerta.

Había perdido su llave y cuando llamó yo estaba en la ducha. Hace tres días, porque no le contesté un mensaje al instante, ya que staba en una reunión importante…

Cada día que pasa es peor. Con mucha sutileza, a lo largo de estos años, ha ido ganándome terreno. Empezó con gritos, al ver que por miedo cedía, se sintió poderoso (lo veo diariamente en sus ojos), y continuó con insultos. Al poco llegaron las amenazas, y ahora me agrede físicamente sin piedad.

-Mario, suéltame por favor y tranquilízate.

Acabo de llegar del trabajo y no me ha dado tiempo ni a abrir la nevera, ayer quedaban doce latas…- Diga lo que diga, no me dará opción y tampoco recordará que ha sido él quien se las ha bebido.

-¿A quién has invitado mientras he estado fuera?. ¡Dime, guarra!.

Llega el primer bofetón. Siento el sabor tan familiar de la sangre en mi boca.

Sé que he vuelto a cortarme el carillo interno con mis dientes al impacto, justo en el mismo sitio que ayer. Cruzo los brazos sobre mi rostro para evitar más daño, pero esta vez, un fuerte puñetazo golpea mis costillas. El dolor es tan intenso que hace que expulse todo el aire de mis pulmones. Tengo la sensación de que no voy a poder llenarlos nunca más. Mis brazos caen por la sacudida, dejando mi cara sin protección.

Aprovecha para darme otro duro golpe en la mandíbula.

Mis ojos se cierran y me abraza una increíble sensación de paz, -¿Cómo es posible que algo tan agradable me invada en este momento? - Me digo.

Mi cuerpo se relaja. Oigo mi respiración tranquila, pero todos los demás ruidos se alejan hasta que desaparecen. Parezco gelatina y no me responde nada. Sé que caigo al suelo al tiempo que recibo más patadas, pero ya no siento ningún golpe…

Tintineos y pitidos en la lejanía, murmullo… Mi sentido de la audición está volviendo. Papeles que se rasgan, plásticos batiéndose en el aire, telas y líquidos. No necesito abrir los ojos para percibir gente a mí alrededor.

Una dulce y ronca voz masculina perfora mi canal auditivo. Estoy segura que no es la de Mario. Un fuerte dolor de cabeza se apodera de mí, quiero llevarme las manos a la cara, pero alguien me lo impide.

-Quieta Natalia, ¿Puedes abrir los ojos?-. Esta vez es la voz de una mujer.

-Sí, creo que sí -. Respondo, pero cuando lo voy a hacer, llega la siguiente pregunta que me hiela la sangre.

-¿Recuerdas lo ocurrido? - Claro que lo recuerdo, pero no puedo contárselo. El miedo a que puedan leer la verdad en mi mirada, me obliga a mantenerlos cerrados.

-No lo sé… - Contesto rápidamente.

-Tu novio nos ha contado que has caído por la escalera cuando ibas a la compra.

¿Lo recuerdas?. El pobre está ahí fuera muy nervioso esperando noticias…

Abro mis ojos sorprendida. Una luz cegadora me hace volver a cerrarlos. Hay una enorme lámpara encima de mi cabeza. Por fin consigo enfocar a la enfermera, y por un momento siento confusión, -¿Será cierto? ¿Me habré caído por la escalera?. Es cierto que tenía que salir a la compra pero… no recuerdo haber bajado ningún escalón… - Y es ahí cuando soy consciente de lo que realmente ha pasado. Puto mentiroso.

-No lo recuerdo, señorita -. Digo aterrada tratando de ocultar lo ocurrido.

-Natalia - Me sobresalto, la ronca voz masculina de antes suena a mi derecha.

Me giro para verlo, y lo primero que encuentro, es a un enorme hombre vestido de verde. Mide alrededor de un metro noventa. Musculoso y con los ojos más azules que he visto en mi vida.

Tiene el cabello despeinado, es rubio, y lleva una barba de tres días. En ese justo momento dudo… - ¿Estoy en un hospital, o en el cielo?

-Soy el Doctor Engel, su traumatólogo - Ahora sí que no tengo duda… estoy en el CIELO.

-Encantada Doctor Engel-Mi voz suena tímida.

Tiene un ligerísimo acento y creo que pueda ser alemán.

-Vamos a tener que vernos durante algún tiempo Natalia. Tiene varias contusiones que debemos vigilar. No son graves pero hay que tenerlas bajo control.

Especialmente la de su brazo izquierdo. En ese mismo momento descubro que lo tengo inmovilizado.

-Doctor… ¿varias? - Contesto con la voz entrecortada. Me parece increíble que hable de varias, cuando hasta el momento no tengo ningún dolor.

Miro hacia arriba y veo botes de suero colgados y goteando. De ellos salen varios tubos transparentes que acaban en el doble de mi brazo sano.

-Sí. También tiene dos costillas afectadas, además de un golpe muy feo en el mentón - Roza mi mandíbula para girarme la cabeza y observarlo mejor.

Me mira directamente a los ojos y veo rabia e impotencia en los suyos. Con una voz seca y seria a la vez, prosigue. -Perdona que insista Natalia, pero…

¿Seguro que no recuerdas nada de lo ocurrido?.

Sus palabras hacen que un escalofrío recorra mi espalda. Si no actúo bien, van a descubrir que miento. Quizás lo intuyen, pero no puedo arriesgarme. Retengo el aire en mis pulmones, y siento como si un elefante me pisara. En ese instante compruebo que mis costillas están tan afectadas como él ha dicho. Con gesto de dolor contesto:

-No Doctor Engel, no recuerdo nada…

No me siento cómoda mintiendo. Yo no soy así.

Mis padres siempre se han preocupado por enseñarnos a mis hermanos y a mí a ser sinceros. Les estoy traicionando. Noto como me observa, estoy segura que ha descubierto mi batalla interna. Levanto la mirada y ahí están de nuevo esos preciosos ojos azules clavados en los míos. Juraría que esta vez es pena lo que veo en su expresión.

Pero aun así, no quiero que deje de mirarme…

Me pierdo detrás de sus tupidas pestañas. Mis problemas se desvanecen mientras observo los mares que tiene por iris y me sumerjo en ellos.

-Bien, entonces aquí ha terminado mi trabajo por ahora. Te veo en unas horas -Su voz me saca de mi ensimismamiento.

Pestañeo. Hay enfado en su manera de hablar y no dice nada más. Deja unos folios a los pies de la cama y no espera a que me despida ni le dé las gracias. Da media vuelta y se va.

Me quedo a solas con la enfermera y en silencio.

Ella también parece estar extrañada por la forma en la que se ha marchado el Doctor Engel.

Se queda mirando la puerta durante unos segundos, y oigo como resopla mientras se vuelve hacia mí

-Vale, vamos allá - me dice poco convencida - Terminaré yo de explicarte lo que vamos a hacer ahora. Te vamos a dejar en esta sala durante algunas horas.

Necesitamos saber el porqué de la pérdida de consciencia que has sufrido. Aunque creemos que se trata de un traumatismo craneal menor.

Vendrá a verte nuestro Neurólogo.

- ¡Suena horrible! - digo asustada -Tranquila, esto suele ocurrir cuando la cabeza se mueve muy rápido debido a un golpe.

Posiblemente al de tu mentón. Si te sientes mejor, y las exploraciones que te hagan son correctas, podrás irte a casa, pero alguien deberá vigilarte allí durante las próximas 24

horas.

Media hora después, el Neurólogo está conmigo probando todos mis reflejos.

Cuando se va, me pierdo en mis pensamientos.

Los ojos del Doctor Engel. Tan azules, tan expresivos, me dan paz… me relajan… Me relajo y me duermo…

-De acuerdo Natalia - vuelvo a oírle. Me despierto asustada y jadeando. Por un momento, no sé dónde estoy, hasta que me oriento y recuerdo todo. Al notarme alterada, el Doctor pone una mano sobre mi cabeza mientras se acerca para hablarme. Ese gesto tan familiar, consigue que mi respiración se calme - Pues parece que has tenido suerte esta vez y te vas a casa… - Si el supiera, no lo llamaría suerte.

-Eso parece - Contesto sin demasiado entusiasmo.

-No podemos hacer más si no nos ayudas querida.

-¿Cómo?.- Siento el corazón en los oídos.

-La enfermera Adelaida y yo, llevamos demasiados tiempo trabajando juntos en traumatología, para saber que heridas o traumas, son compatibles con caídas y cuáles no.

Casualmente, este no parece ser el caso… -Mierda, mierda, y más mierda, me digo. Apenas puedo respirar, y no por el golpe.

-No sé de que me está hablando, Doctor -Respondo sin pensar.

-Ojala esté equivocado, pero yo creo que sí -. Me quedo muda. El latido de mi corazón me golpea en las sienes. Creo que mi silencio acaba de traicionarme.

Me mira directamente a los ojos y me sonríe. Es una sonrisa lastimera. Sin decir una palabra más, empieza a quitarme todos los tubos con ayuda de la enfermera.

Estoy muy incómoda, y lo único que quiero es irme de ahí lo más rápido posible, pero solo de pensar lo que me espera fuera, hace que me plantee la idea. No sé que es peor… Tierra trágame.

-Nos vemos en un par de días Natalia - Dice el Doctor - Te dejo el informe de alta, ya que tus lesiones no requieren ingreso. Solo necesitas mucho reposo y estos calmantes - Me señala una caja verde - Ahí también está la cita para que sepas donde acudir. El jueves a las cinco de la tarde te veo - Sin más explicaciones, vuelve a irse de nuevo sin darme tiempo a nada.

Cuando me quedo sola recojo los papeles, los reviso y descubro entre ellos su número de teléfono, y algunos documentos de asociaciones dedicadas a ayudar a víctimas del maltrato. No puede estar pasándome esto a mí…

Un celador, tiene que ayudarme a vestirme.

Hasta ese momento, no he sido consciente de lo difícil que va a ser para mí estos días. Mi madre, una de las dos personas que podría ayudarme, está viviendo en Toledo. Tampoco quiero asustarla, por lo que se lo ocultaré todo el tiempo que sea posible. Y a Laura, mi mejor amiga… no voy a poder engañarle. Ella sabe por algunas de las cosas que he tenido que pasar, debido a que necesitaba desahogarme. Aunque siempre he tratado de quitarle todo el hierro que he podido al asunto con ella.

Cuando me llevan a la sala de espera donde están los familiares, allí está Mario. Cuando se gira hacia mí, siento como se me eriza el pelo al igual que a un animal asustado. Al momento, me doy cuenta que está afectado. Juraría que siente remordimientos.

Sé que siempre se arrepiente después de nuestras peleas. Verle así me da tanta lástima…

que le perdonaría cualquier cosa. No es mal tío, solo que se altera con facilidad. Está pasando por una mala racha.