Capítulo 2
Después de limpiar, recoger, y fregar toda la casa, Becca estaba agotada. Derrumbada en el suelo, no tenía fuerzas para levantarse. Y todavía le quedaba hacer la práctica que le habían pedido en la universidad y pedir los libros que un cliente le encargó ese día.
Había aseado la casa a conciencia después de darse cuenta, por la mañana, que no podía dejar pasar un día más. No es que fuera desordenada o descuidada, pero a veces el orden la ayudaba a relajarse y a cambiar un poco su rutina.
Dos veces la habían llamado Josh y Alice para convencerla que se fuera con ellos de marcha y en ambas se negó. Tampoco era lo mejor dejar su hogar patas arriba y, cuando comenzaba algo, tenía que acabarlo. Y ahora no podía ni con su alma.
Cerró los ojos un momento para relajarse antes de ocuparse de lo que quedaba. El roce de una mano hizo que se le escapara un jadeo, asustada, y los abrió de golpe. Ya no estaba en su hogar, ni en el suelo, sino atada a la cama. Sus muñecas, por encima de ella, tenían las cuerdas atravesando unas barras mientras que las piernas estaban abiertas y sujetas a cada esquina. A sendos lados de ella estaba uno de sus hombres, el moreno a la izquierda y el otro a la derecha. Ahora podía ver que era rubio y tenía el pelo corto pero sus rostros aún eran un misterio.
Ambos se acercaron y se subieron a la cama. Sus movimientos parecían coordinados porque los dos llevaron sus brazos hacia la muñeca de Becca y bajaron acariciándola hasta el cuello. Allí ascendieron un poco y le rozaron el mentón con un solo dedo.
Ella alzó la cabeza y, mientras el rubio le tocaba el cuello con su índice, el moreno se inclinó y le mordió los labios, primero el superior, después el inferior, justo antes de sacar su lengua e instarle con ella a que abriera la boca y lo dejara entrar. Cuando lo hizo, el fuego que crearon arrasó el control que estaba teniendo y empujó con fuerza para devorarla. La recorrió por toda la cavidad y jugueteó con su músculo sin permitirle nunca que la suya saliera, negándole el placer de disfrutar de él.
Becca gruñó varias veces y, conforme lo hacía, su cuerpo se retorcía de ansiedad. Si era así con un único beso, llegar más allá la iba a catapultar hasta el cielo sin necesidad de nave espacial.
Se separó de un tirón dejándola con ganas de más, pero no tuvo tiempo de quejarse pues el rubio dejó las caricias del cuello y le hizo girar la cara para cubrir sus labios con los de él.
Era diferente del otro, más salvaje y duro, pero también travieso y juguetón. Más de una vez le mordió cuando quería salir de en busca de su interior. Era como probar primero el azúcar y después la sal... Una combinación explosiva.
Mientras la besaba, el hombre de pelo oscuro atendió la zona del cuello con su dedo igual que el otro había hecho antes.
Se sintió perforada en la boca metiéndole la lengua hasta casi el final de la garganta, obligándola a levantar más la cabeza y a gemir contra él quejándose por esa intrusión tan salvaje. Pero tampoco le permitió pasar a la suya propia a pesar de los esfuerzos. Cada vez que movía una parte para salir, la otra embestía y rodeaba impidiéndole avanzar y haciéndole desistir.
Tras abandonarla, los sentidos de Becca estaban obnubilados ante tal demostración de habilidades.
Siguieron bajando, cada uno a un lado, hasta llegar a los pechos y ambos acunaron uno en sus manos. Tenía la ropa puesta y notaba el sujetador pero la presión sobre los senos le hicieron gemir y arquearse ante su toque. Sus pezones se pusieron erectos y dolorosos buscando lo único que los aliviaría.
Intentó moverse para hacerles entender que necesitaba que siguieran, que apagaran el fuego, pero se quedaron quietos, sólo unidos en los pechos de Becca. La miraron y sonrieron. Agarraron la camiseta y la rasgaron por completo de una sola vez dejando al descubierto el cuerpo.
Becca soltó un chillido al sentir el tirón y el desgarro seguido del frío al tener esas zonas al aire. Se quedaron observándola con ojos lobunos antes de volver a atrapar sus protuberancias y apretarlas para que sobresalieran más.
Ella sollozó ante la presión que ejercían y jadeó al sentirlos al mismo tiempo succionando sus pezones. Todo lo que pudo pensar antes de que las sensaciones experimentadas le nublaran la mente fue que eran iguales, hacían lo mismo uno y otro.
Mientras ellos la lamían, mordían y succionaban no podía hacer nada. Por más que intentaba no lograba soltarse y tampoco estaba segura de querer hacerlo en esos momentos. Pero si no se daban prisa, acabaría llegando al clímax con esa dedicación que le estaban dando. Ni siquiera podía aliviarse frotándose porque las piernas estaban lo suficientemente separadas como para impedirlo.
Se lamentó y sollozó por estar incapacitada y notar cómo se acercaba a su éxtasis. Los hombres rieron teniendo en sus bocas los pechos metidos lo cual hizo que la vibración reverberara sobre ellos y terminara con el poco control que le quedaba a Becca. Gritó con fuerza mientras se corría delante de ellos y quedaba exhausta después. La primera vez que había conseguido llegar sin que nada la interrumpiera o se despertara de repente.
Los dos la soltaron y se incorporaron mientras Becca recuperaba el aliento después de llegar al éxtasis y explotar. Nunca habría sospechado que podría ser de ese pequeño tanto por ciento que eran capaces de llegar con sólo una estimulación de los senos.
Ellos estaban satisfechos con la reacción que lograban de ella pero querían más. Sus miembros luchaban por deshacerse de los pantalones que los aprisionaban.
Se miraron y asintieron procediendo a seguir con su tarea. Le acariciaron el vientre y, el contacto, hizo que saltara de sorpresa.
––Esperad, esperad... Por Dios, no podéis estar hablando en serio... ¿Queréis que me corra otra vez?
No podía ver la cara completa de ellos pero la sonrisa pícara del rubio le dijo que era exactamente lo que buscaban.
––No podré...
Los dos depositaron un beso en su vientre y Becca jadeó. Iban en serio.
Un sonido estridente comenzó a oírse en el lugar y se desconcentró. Comenzó a nublarse la vista de sus hombres y por un momento le pareció que eran como brumas.
––¡No! ––vociferó el rubio con una voz profunda y varonil que le puso el vello de punta.
Se abalanzó sobre ella y la besó apasionadamente buscando encenderla de una manera extrema. Becca se dejó llevar pero un relámpago atravesó su mente y el dolor comenzó a ser palpable. Notaba que tiraban de dos sitios a la vez y estaban desgarrándola.
Gimió en la boca del otro pero éste no le hacía caso y aumentaba el fervor del beso. El dolor iba a más y no sabía lo que pasaría. Comenzaba a asustarse.
––Norim, estás haciéndole daño ––pronunció el moreno con una voz aún más grave que iba acorde con su físico––. Déjala marchar...
El rubio, Norim, ese parecía que era su nombre, dejó lo que hacía y se separó. Parecía dolido según su lenguaje corporal y sintió lástima por él; quería abrazarlo y decirle que no pasaba nada, volver a recuperar la felicidad, la chispa que sabía que tenía. Y, sin embargo, de nuevo comenzaron a desvanecerse sin que entendiera lo que pasaba.
Antes de que todo desapareciera, las últimas palabras de éste llegaron a sus oídos:
––Lo siento.