Notas de la autora

El tiempo no es un barco que aparece de pronto sobre la línea del horizonte, sin pasado, sin memoria; antes ha vivido otras singladuras, ha recorrido otras extensiones, y ese trayecto continúa presente. No os sabría decir dónde leí esta frase. En algún momento me pareció lo suficientemente significativa para anotarla en el cuaderno naranja que siempre me acompaña. Quizás con la intuición de que un día me sería útil para explicar y explicarme.

Empecé a escribir La princesa de jade en abril de 2007. Diez meses después me encontraba en medio de la historia, pero se impuso una pausa forzosa. Albert, uno de mis hijos, tuvo un accidente muy grave. Durante unas semanas tuve que concentrarme en respirar y coger fuerzas. Ahora tengo muy presente la noche que volví a escribir. Instalada en el hospital, era incapaz de recordar cuáles eran las circunstancias que rodeaban a mis personajes. Pasé pantallas hasta la última línea, donde se explicaba la lucha entre la vida y la muerte del protagonista. La situación era muy parecida a la que vivía mi hijo Albert. En La princesa de jade, a Úrian se le iba la vida ante la mirada impotente de todos aquellos que le querían. Una maldita infección ganaba terreno y ninguno de los remedios parecía ser capaz de detenerla.

Por unos momentos me pareció una broma de mal gusto y estuve a punto de cerrar el ordenador y lanzarlo todo por la borda. Pero no fue así como sucedió. En diferentes hospitales, junto a la cama, reemprendí el camino, confiada, hasta el desenlace de mi novela.

Seguramente la historia que he escrito habría sido parecida. Pero el tono, la sensibilidad, el aprendizaje y la lucha que acompañaron la escritura fueron decisivos. La complicidad con mi hijo la marcó muy de cerca. Hoy, cuando ya está fuera de peligro, quiero agradecerle su generosidad y la de todas las personas que han hecho posible uno de mis sueños.

La relación de nombres sería interminable, pero dejadme que mencione a Joan Andreu por estar siempre en la retaguardia, pendiente de mí y de su hermano. A mis padres, por su maestría y amor. A mi hermana, la más incondicional de las amigas, y a Jordi, mi cuñado, que ha invertido tiempo y esfuerzo consiguiendo que todo fuera más fácil. A Xulio, mi maestro y compañero, compañero y maestro. A mi agente Sandra Bruna, con quien ya me une una sincera amistad, por la confianza depositada, por la ilusión. A la editorial Suma de Letras, por su apuesta valiente y el exquisito trato recibido. A la Escuela de Letras de Tarragona, por los años de talleres, tertulias y amistad. A María Elena y Rosa, por los ánimos, los consejos y tantos momentos…

A Carolina Moreno y Antoni Martí, por abrirme caminos novelísticos que desconocía. A Roberto Carlos Pavón, por sus traducciones al chino de algunas palabras necesarias y sus enseñanzas del idioma. A Jordi Lara, porque ha sabido proyectar mis sueños a través de la música y me ha ayudado a crecer como actriz. A Jordi Crusats, por encontrar siempre el encuadre y el montaje oportunos. Y, cómo no, a Gisela Figueras, que es la voz y la figura que interpreta mis historias. También a la doctora Ana Marsol, que supo luchar para restituir la esperanza cuando escaseaba. A Maite y a Patricia, que han sido nuestros ángeles custodios en el hospital.

A cada librero y librera que han hecho posible que hoy la tengas en tus manos y a ti, lector, lectora, que darás vida a esta historia.

Sin vosotros La princesa de jade nunca habría existido.

Coia Valls