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EL CLÁSICO 247 Y
LO QUE TE
RONDARÉ
Año 2011. Diez de diciembre, diez de la noche, estadio Santiago Bernabéu. Casillas y Puyol encabezan las filas, como capitanes. Se va a celebrar el encuentro número 216 de los oficiales entre ambos equipos. A ellos habría que añadirles 31 amistosos. Una vez más, al partido le rodea una gran solemnidad y la expectación es máxima.
El Barça, recordemos, ha ganado las principales bazas de la temporada anterior, la Liga y la Champions, pero el Madrid le ha quitado la Copa. Pasado el verano, el Barça ha ratificado sus éxitos con la Supercopa de España. También ha ganado la Supercopa de Europa, cuatro títulos en un año (a los que unirá ocho días después del partido del Bernabéu el Mundial de Clubes). Justo al acabar el partido se irá a Barajas, para tomar el larguísimo vuelo que le transporte a Tokio para disputar esa copa. Pero antes está el clásico, choque crucial en esta que ya llamamos, porque lo es, Liga bipolar. Ya se están distanciando irremisiblemente el tercero, el Valencia. Ya se ha confirmado, en las catorce jornadas disputadas hasta ese momento, que la Liga será para uno de los dos. Y el Madrid espera que esta vez le toque a él. Está tres puntos por delante en la tabla, y eso que el Barça ha adelantado un partido (fácil, la visita del Rayo) correspondiente a la jornada que le pillará ausente, en Japón. Si no fuera por eso, serían seis puntos. Además, el Madrid está dando una sensación de fortaleza impresionante. Tras un arranque de Liga flojo, que incluía una derrota en el campo del Levante y un empate en Santander, había reaccionado con vigor. Se presentaba con quince victorias consecutivas, sumando Liga y Champions. Algo que el club solo había logrado una vez, cincuenta años atrás, con Miguel Muñoz como entrenador y la alineación que remataban Di Stéfano, Puskas y Gento. En la fase de grupos de la Champions ha ganado los seis partidos con un balance en goles de 19-2. Muestra enorme poderío, se siente seguro.
El Barça lleva también una buena campaña, pero no es lo mismo, sobre todo fuera. En el Camp Nou lleva un inaudito balance de 39-0 en goles, aunque ha cedido un empate frente al Sevilla. Pero fuera ha empatado en San Sebastián, Valencia y Bilbao y ha perdido en Getafe. Se ha dejado nueve de los dieciocho puntos en las salidas anteriores. Su balance como visitante es favorable solo por un gol, 8-7. No, en las salidas no era la fuerza arrasadora del Camp Nou. Y se jugaba en el Bernabéu, ante un Madrid pletórico.
No faltó la polémica en las vísperas. Dos jornadas antes, Xabi Alonso y Piqué estaban con cuatro tarjetas. A los dos les convenía ver la quinta, porque así se perderían el partido anterior al clásico y llegarían limpios a este. ¿Lo harían? Justo en verano se había cambiado el código disciplinario en este sentido, un mucho a consecuencia del modo en que el Madrid había hecho en la Champions del año anterior ante el Ajax, que provocó incluso una sanción a Mourinho cuando aún no había nada legislado sobre este aspecto. La UEFA había tomado cartas en el asunto y, como anunció Collina, en conferencia de prensa internacional en Mónaco, con ocasión de la Supercopa, en el futuro los jugadores que provocaran visiblemente una tarjeta para elegir el día de su suspensión serían castigados con un partido adicional. Así se hizo saber a todas las federaciones afiliadas. «Ningún jugador puede elegir cuándo debe ser sancionado.»
Dos jornadas antes del clásico, el Madrid recibe al Atlético el sábado. Xabi Alonso ve su quinta tarjeta de una forma natural, por una obstrucción en el medio campo. Va solo un cuarto de hora y el partido dista mucho de estar decidido. No jugará el siguiente choque, en El Molinón, y entrará limpio en el clásico. Ningún problema.
La polémica sobreviene tres días después, en el Barcelona-Rayo. Con 4-0 a favor y a solo cuatro minutos para el final del partido, el Barça tiene que sacar una falta intrascendente desde su campo. Piqué se coloca ante el balón y retrasa y retrasa el saque hasta que Pérez Lasa le muestra la amarilla. Las cámaras delatan una sonrisa cómplice del árbitro, al mismo tiempo que muestran el gesto de contrariedad de Guardiola, que se teme que a su jugador le caiga un segundo partido por lo que ha hecho. Al final del partido el delegado de campo, el popular Carlos Naval, se acerca a Piqué y por sus gestos se entiende que le explica, preocupado, que no ha debido provocar la tarjeta así, le previene de lo que puede venir.
Pero no pasa nada. Pérez Lasa, en el acta, señala que ha mostrado tarjeta por demorar un saque, no hace ninguna alusión al evidente propósito del jugador. Una de «villarato». Aun podría ocurrir que el comité entrara de oficio, como hizo en el caso del dedo de Mourinho en el ojo de Vilanova y el pescozón de respuesta de este, que no estaba en el acta. Pero no lo hace. Otra de «villarato». En suma, Piqué descansa en el partido contra el Levante y está listo para el Bernabéu.
Pero ni eso provoca gran polvareda en el madridismo, más seguro que nunca. A Piqué se le ve por esas fechas despistadillo, fuera de forma, sobrado en sus actitudes, abandonado. No parece ya tan jugador. Y el optimismo es grande. Contribuye a cierta relajación que Mourinho no comparezca en la conferencia de prensa previa, dejando su lugar al monótono y correcto Karanka, que insiste una y otra vez en que solo se trata de tres puntos. Hasta diecinueve veces llega a decirlo, según se entretiene en contar Punto Pelota, en el programa de debate Madrid-Barça que por tercera vez hace el alarde de un maratón de 24 horas, con su director y presentador, Josep Pedrerol, permanentemente en pantalla apoyado por colaboradores e invitados que entran y salen. Los madridistas están confiados, las apuestas les favorecen, para el partido y para la Liga. Hay guasa porque se descubre que en la bodega del avión que va a llevar al Barça a Japón hay una invasión de ratones. En el mismo programa se detecta que la peña La Clásica ha instalado, horas antes del partido, una pancarta de mal gusto que ya lució en el estadio en el partido de Liga posterior a la Supercopa: «Mou, tu dedo nos enseña el camino… de la Décima». Ante la denuncia, el club la hace retirar. No estará durante el partido.
En Madrid hay bofetadas por una entrada y en el fondo sur se prepara un gran tifo, que reproduce el primitivo escudo del club, apenas conocido. El ambiente es hermoso cuando empieza el partido, que ha estado precedido de especulaciones sobre la formación que sacarán Mourinho y Guardiola. Con Mourinho las dudas son dos. Una es simple: Higuaín o Benzema. La otra es más compleja: ¿una media fuerte y espesa, para estorbar, o el equipo de siempre, el que ha encadenado triunfos, con Özil o Kaká por detrás del delantero centro? En el Barça la duda es si Villa sí o Villa no. Al final será Villa no.
Mourinho sorprende porque sale el zurdo Coentrão, el comodín fichado por 30 millones, como lateral derecho. Arbeloa, dueño del puesto desde que Sergio Ramos pasó a central, está renqueante de una lesión. Su suplente natural venía siendo Lass, pero a este le destina a la media, en lugar de Khedira, siempre titular. Y juega Özil, pese a su visible bajo estado de forma. Kaká no está ni nadie lo reclama. Benzema pasa por delante de Higuaín. La alineación queda así: Casillas; Coentrão, Pepe, Sergio Ramos, Marcelo; Lass, Xabi Alonso; Di María, Özil, Cristiano; Benzema. Por su parte, Guardiola opta por sus centrales más específicos, en detrimento de Mascherano, que venía jugando bien. Y sale con cuatro medios en rombo y Alexis arriba, con Messi. Esta es la alineación: Víctor Valdés; Alves, Puyol, Piqué, Abidal; Xavi, Cesc Fábregas, Busquets, Iniesta; Messi y Alexis. Hay ocho jugadores criados en la cantera, todos menos Alves, Abidal y Alexis. Arbitra Fernández Borbalán, el mismo del partido de vuelta de la Supercopa, el del día del dedo en el ojo. Nadie tiene nada contra él. Y a jugar.
Saca de centro Messi, el Barça va retrasando el balón ante el acoso del Madrid y este llega a Valdés, que lo juega con el pie hacia su izquierda, con cierto descuido. Di María lo intercepta y lo envía a la corona del área, donde está Özil, que empalma de primeras, picudo; tiene la suerte de que el balón rebota en Puyol y va a Benzema, cuya posición estaba habilitando un descolocado Piqué, y empalma de volea a gol. Han pasado veinticinco segundos y el Madrid ya gana. El grito de gol del Bernabéu se oye en la luna.
Entonces empieza de nuevo el partido, otra vez con saque de centro del Barça, que tiene que remar río arriba. Un gol, un golpe moral, un Madrid tremendo en lo técnico, en lo táctico y en lo físico, un estadio volcado con los suyos. Intenta ligar su juego pero apenas lo consigue porque el Madrid se parapeta y corta los pases. Es más físico, llega antes, se agazapa, contraataca. El ritmo tremendo que impone el Madrid saca de punto al Barça, que necesita de cierto sosiego para su precisión. Además, hay un peligro latente a sus espaldas, donde Valdés, por empeñarse en que no ha pasado nada, sigue tomando riesgos con el pie. Las apuestas están por un segundo gol del Madrid. Más a partir de que, antes del minuto diez, Guardiola decide adelantar a Alves a la media y defender con tres, dado que el Madrid no se vuelca. Messi es el único del Barça que juega verdaderamente bien, baja, oxigena, da apoyo a los suyos, hasta encuentra una rendija para, tras una brillante galopada, plantarse ante Casillas, que desvía a córner con un paradón. No mucho más tarde, en una de sus bajadas al medio campo, provocará una tarjeta de Xabi Alonso, que pronto tendrá su importancia.
Porque en el minuto 29 Messi va a cazar otro balón en el medio campo; entre Özil, siempre frío, y Xabi, que tiene tarjeta, se quedan cortos en la oposición. Messi sale del remolino embalado, su aparición hace dejar a Pepe su sitio y el argentino aprovecha para filtrarle un pase a Alexis, que este cruza mortalmente ante Casillas. Empate. El Bernabéu calla por primera vez desde que empezó el partido. Lo que parecía ir para goleada se ha complicado. Vuelve el recuerdo de la Supercopa. Y el estadio cae en la cuenta de que cada cinco minutos que pasan el Barça juega un poquito mejor y el Madrid un poquito peor. Özil está repitiendo una de sus actuaciones frías de la temporada. No tiene el ritmo que el partido exige. Cristiano, una vez más, se bloquea ante el Barça, no está pesando, como sí lo está haciendo Messi.
Hay protestas en una jugada entre este y Xabi, en la que pudo ver tarjeta el argentino. Hubiera sido la segunda, porque ya tenía una por una protesta tras falta de Coentrão a Alexis. La jugada se parece realmente a la que, con los mismos protagonistas, le ha costado la tarjeta a Xabi, de ahí el enfado. Pero el partido sigue, discurre por un tobogán cada vez más favorable al Barça hasta el descanso. Recuerdo que en la transmisión de Carrusel yo daba vencedor hasta ese momento a los puntos al Barça: «Ha ocupado el centro del ring y ha soltado más manos». Efectivamente, habíamos visto más a Casillas que a Valdés. Y había sacado más córneres el Barça.
En la segunda mitad ya iba a volcar el partido definitivamente a su favor. De nuevo, de manera casi imperceptible, cada cinco minutos jugaba mejor, mientras el Madrid se iba desazonando. El golpe de gracia viene en el 52, tras una jugada por la izquierda en la que el balón le llega a Xavi, que empalma una volea potentísima; el balón se encamina fugaz hacia el palo derecho de Casillas, pero pega en Marcelo y se dirige justamente al otro lado; Casillas rectifica, corre, salta, vuela, casi alcanza el balón con la yema de los dedos, pero este le saca la lengua, pega en el palo y entra. Es el 1-2. El Barça está por delante.
Entró Kaká por Özil (58), pero eso no significó nada, como no significaría nada Khedira por Lass (62), amenazado por tarjeta. El vigor del Madrid ha bajado y es el momento del Barça, que ahora sí puede exhibir en plenitud su juego de precisión. Iniesta se hace cargo del balón y dicta una lección hermosa. Se va por aquí y por allá, con su regate de patinador, la esconde, la muestra, toca, se mueve, pide, disfruta. El Madrid tiene una fase en la que se desahoga mal, con patadas feas, particularmente por parte de Pepe, Marcelo y Coentrão. En el 65 se va Alves por la derecha, centra al segundo palo y allí aparece Cesc Fábregas, ganándole francamente a Coentrão, para cruzar un cabezazo imparable. El partido está liquidado. Aún entrará Higuaín por un agotado Di María (67), comparece Keita por Cesc Fábregas (78) para fortalecer la media, y más tarde Villa por Alexis (83) y Pedro por Iniesta (88). El albaceteño se va aplaudido. En parte por su exhibición, en parte por aquel gol de la final de la Copa del Mundo, en parte, quién sabe, como reconocimiento al juego de ese Barça que ha vuelto a imponer su estilo.
De repente los seis puntos que eran tres se convirten en cero y a igualdad de puntos el Barça es líder por un +42 contra un +37 en el cómputo general de goles. Mourinho no busca excusas, habla algo de la suerte en el rebote del tiro de Xavi, alguna alusión a la no tarjeta a Messi, pero nada más. Su peroración es correcta. Y mira al futuro: «Si ganamos en Sevilla, seremos líderes». Guardiola no saca pecho, insiste una vez más en la excelencia del Madrid y en su capacidad de recuperación: «No creo que se vayan a hundir por esto. Puntuarán en Sevilla, se irán líderes a las navidades y seguirán siendo un enemigo formidable».
Los análisis posteriores le favorecerán. Los dos fichajes del verano, Cesc Fábregas y Alexis, han sido titulares y decisivos en el partido, con el primer y tercer gol. Sin embargo, los del Madrid no han valido, al menos hasta ese día. Sahin llegó lesionado, aún no estaba en ritmo para jugar. Coentrão entró con calzador en la alineación y no resultó. Callejón lo vio todo en el banquillo. Altintop estuvo en la grada, junto a Sahin. Y más: Guardiola se manejó bien durante el partido, modificó la posición de Alves, jugó con la de Alexis, Messi e Iniesta a conveniencia durante el partido. Mourinho parece haber dudado ante el Barça, queda como alguien indeciso que se ha ahorrado las ganas de emborronar el medio campo, como hizo en los partidos de primavera, y que ha tirado de Özil para evitar críticas, de un Özil visiblemente bajo de juego y de ánimo.
El Barça sale corriendo al aeropuerto, donde el revuelo que produce su llegada es tal que una mujer joven, cubana con pasaporte belga, consigue saltar todos los controles y se cuela hasta el avión, donde se esconde en el servicio. El avión sale tarde mientras se aclara el entuerto y se la obliga a descender.
Mientras el Barça está en Japón, para jugar el Mundial de Clubes, el Madrid se lame las heridas y juega en Ponferrada el partido de ida de la Copa, que ganará 0-2. La afición está defraudada. En la «tormenta de clásicos de la primavera» el Madrid pareció estar muy cerca del Barça, en la Supercopa pareció incluso por encima, aunque la perdiera, ahora se le ve otra vez más lejos. Y se echan cuentas: desde que llegó Mourinho, van ocho partidos contra el Barça, de los que el Madrid solo ha ganado uno, con prórroga, la final de Copa. Cuatro los ha ganado el Barça, los otros tres han quedado en empate. El balance en goles es de 17-8 para el Barça. En las estrellas, la diferencia ha sido mayor: Messi ha sido decisivo en casi todos los partidos, Cristiano apenas se salva por el gol en la prórroga en Valencia. Echando cuentas, su promedio lujoso de gol por partido desciende estrepitosamente cuando juega ante el Barça. Parece bloquearle la obsesión de demostrar en cada jugada que él es el mejor.
Pero Guardiola tiene razón: el Madrid no se va a rendir. En la comida de Navidad con los medios de comunicación, Florentino respalda a Mourinho y reitera que la palabra imposible no está en el vocabulario del Madrid. Y, en efecto, a la primera ocasión el equipo lo demuestra, con un espectacular 2-6 en el campo del Sevilla, una de las salidas duras de cada temporada. Cristiano marca tres y eso eleva a 58 su registro de goles en partidos oficiales en el año 2011, 53 en el Madrid y el resto con Portugal. Una barbaridad. El Madrid recupera los tres puntos de ventaja, es líder, reemprende la marcha.
El Barça gana la fácil semifinal del Mundial ante el campeón de Catar y de Asia, y la final ante el Santos de Brasil. La exhibición es impresionante. Sale con nueve canteranos, el Santos no ve el balón, el final es 4-0. Messi es elegido mejor jugador del partido; Xavi el segundo; Neymar, la estrella emergente del Santos, el tercero.
Neymar es el pulso del futuro. El Madrid lo quiere, el Barça también. O solo quiere obstruirlo, a estas alturas no se sabe, y lo está consiguiendo gracias a los buenos contactos de su presidente, Rosell, en Brasil.