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CLUB DE ESPAÑA, CLUB DE CATALUÑA

Desde muy pronto Madrid y Barcelona fueron asumiendo, más o menos conscientemente, una responsabilidad representativa, en un caso de España, en el otro caso de Cataluña. Nada extraño si se tiene en cuenta que portaban el nombre de sus respectivas capitales. Y nacieron en el ambiente de la desilusión del 98, en una España incómoda en la que se incubaban divisiones y en la que el nacionalismo catalán empezaba a tomar verdadera carta de naturaleza y se organizaba en corrientes políticas bien definidas y de apoyo creciente. Así que no fue raro que desde bastante pronto al Madrid y al Barcelona se les fuera adjudicando el papel de portaestandartes de las dos formas de Estado en discusión, centralista o federal.

Ya está contado que fue el creador del Madrid, el catalán Carlos Padrós, quien puso en marcha el germen de lo que luego sería el Campeonato de España, con ocasión de las fiestas de mayoría de edad de Alfonso XIII. El Madrid puso mucho empeño en la Copa desde aquellos primeros años, y había llegado a ganarla cuatro años consecutivos, 1905, 1906, 1907 y 1908. Eso le dio derecho a tener la primera copa en propiedad. La copa, y aún es así, al menos en teoría, se entrega en realidad a título provisional y el mismo trofeo se vuelve a poner en juego una y otra vez en la final del año siguiente. Para tenerlo en propiedad hay que ganar tres ediciones seguidas o cinco alternas, bien entendido que cuando se entrega una copa se reinicia la cuenta. Aquello de la primera copa en propiedad tuvo gran enjundia en la época.

El Barça no concurrió a aquellas ediciones. Madrid le quedaba demasiado lejos, viaje incómodo y caro. El primero de esos años ganó el campeonato regional (a la copa se accedía como campeón regional) y desistió de ir. Los tres años siguientes no ganó el campeonato regional, pero el campeón catalán tampoco acudió ni el Barça hizo por entrar en su lugar. Prefería hacer dinero y prestigio en amistosos con equipos del exterior, especialmente del sur de Francia. El Campeonato de España era visto entonces en Cataluña como un divertimento de cortesanos, según la expresión de Ángel Bahamonde en El Real Madrid en la Historia de España.

El Madrid significó definitivamente su vocación de institución nacional en 1920, cuando solicitó el título de Real. No fue el primer club que lo hizo, pero sí puso gran énfasis en ello. Llevó las conversaciones con discreción, para no exponerse a una negativa, y ofreció a su majestad Alfonso XIII ser presidente de honor del club. El rey respondió que le parecía más apropiado que ese ofrecimiento le fuera trasladado al Príncipe de Asturias, S. A. R. don Alfonso de Borbón y Battenberg, que mostraba más interés por el fútbol. Así se hizo y con fecha de 29 de junio el Madrid recibió el título de Real, como consta en el escrito de la mayordomía mayor de su majestad:

Su Majestad el Rey (q. D. g.), se ha servido conceder con la mayor complacencia el Título de Real, a ese Club de Football del que V. es digno presidente, el cual, en lo sucesivo podrá anteponerse a su denominación.

Lo que de Real Orden participo a V. para su conocimiento, y efectos consiguientes. Dios guarde a V. muchos años.

Palacio, 29 de junio de 1920.

El Jefe superior de Palacio.

Y firma Andrés Salabert y Arteaga, marqués de la Torrecilla.

(Aclaremos que don Alfonso de Borbón era el heredero de Alfonso XIII y a él le hubiera correspondido sucederle, pero renunció a sus derechos dinásticos para contraer matrimonio morganático.)

Los efectos consiguientes eran que el Madrid pasaba a llamarse Real Madrid y su escudo, redondo hasta entonces, pasaba a estar coronado.

El Madrid se hermanaba con la mayor institución del Estado.

El Barça no tuvo el menor interés en hacer tal cosa, o al menos nunca he encontrado la menor referencia de que se llegara a considerar. Más bien, fue poco a poco identificándose con lo que podríamos llamar como «el descontento catalán». La proximidad y rivalidad con un equipo llamado «Español» contribuyó fuertemente a que tal cosa ocurriera. De hecho, un gran desencadenante del descontento vino con ocasión de un partido contra el Espanyol, en Les Corts, el 23 de noviembre de 1924. Aquello pasó a la historia como «el partido de la calderilla». Alcántara ya se había retirado lesionado, entre el enfado del público, cuando el árbitro, Pelayo Serrano (que luego tendría un hijo árbitro con el mismo nombre) expulsa a Samitier por agresión a Caicedo, que quería quitarle la pelota para sacar una falta rápido. El público se enfureció y lanzó una lluvia de monedas, con lo que Pelayo Serrano decidió suspender el partido.

Tras muchas deliberaciones, se decide que el partido debe jugarse de nuevo, íntegro, a puerta cerrada. La decisión la toma el Barça como una humillación y recurre, pero la Federación Catalana se mantiene firme y el partido se repite el 15 de enero de 1925 en un Les Corts vacío, con solo treinta asistentes (federativos, autoridades y periodistas) y lo gana el Espanyol 1-0. Fuera, en la calle, hay encontronazos entre hinchas de uno y otro bando. (El Barça luego ganará el campeonato catalán gracias a una victoria también por 0-1 cuando visite al Espanyol.)

Pero lo gordo vino después, el 14 de junio, cuando tras muchos forcejeos con las autoridades el Barça consigue organizar un partido contra el Júpiter, en el marco de una serie de homenajes que se le estaban ofreciendo por entonces al Orfeó Català, institución bandera del nacionalismo, que regresaba de una gira triunfal por el extranjero.

Era un acto de evidente compromiso político del Barça, en plena dictadura de Primo de Rivera. La significación del club a esas alturas ya era un hecho. En su historia del Barça, Sobrequés recoge una reveladora declaración de Ventosa i Clavell, dirigente de la Lliga, con ocasión de las bodas de plata del club, celebradas en 1924: «El Barça ha sido a menudo, además del representante deportivo, el representante patriótico de Cataluña. No porque haya tenido una actuación política, sino simplemente, porque en el deporte, como en todas las cosas, no es posible formar una entidad fuerte, duradera y representativa sin que se caracterice por un espíritu vivificador de nuestra tierra».

El caso es que el partido contra el Júpiter en homenaje al Orfeó se jugó entre reticencias de las autoridades y con las figuras máximas de la Lliga en el palco: Francesc Cambó, Lluís Ventosa y el fundador del Orfeó Català, Lluís Millet Pagès. Para amenizar la tarde fue invitada a tocar la banda de la escuadra inglesa, anclada en el puerto. Y, por descuido general, sin saber lo que se cocía en el ambiente y creyendo que quedarían la mar de bien, se arrancaron con la Marcha real. La pita fue escandalosa y duró toda la ejecución, mientras las personalidades en el palco permanecían sentadas. Luego, cuando tocó el himno inglés, el abucheo se convirtió en ovación. Después, el partido, que el Barça ganó 3-0 en un ambiente feliz.

Como consecuencia, el 24 de junio, diez días después de los hechos, el gobernador militar de Cataluña, Joaquín Milans del Bosch (abuelo de Jaime Milans del Bosch, el que sacó los tanques a la calle en Valencia el 23-F de 1981), emitió un comunicado durísimo en el que ordenaba el cierre de todas las actividades del Barça durante seis meses. El escrito, con cinco resultandos y otros tantos considerandos, no tiene desperdicio:

Visto el expediente instruido por el señor Comandante del Cuerpo de Seguridad, don Justo Conde, para depurar los hechos ocurridos en el partido de balompié celebrado el 14 del actual por la sociedad F. C. Barcelona en su campo de la calle Gerardo Piera y…

Resultando: que ha quedado suficientemente probado que, después de terminar el primer partido, la música de la Escuadra Inglesa tocó la Marcha Real española, que fue siseada por un buen número de espectadores, siendo muy contados los que la oyeron con el respeto debido, a pesar de calcularse la concurrencia de unas 14.000 almas, y que al interpretar la referida banda de música acto seguido el himno inglés se les escuchó con el respeto que merece y se aplaudió con verdadero entusiasmo, realizando así el público un acto digno de alabanza, no solo por deberes de cortesía, sino también por la consideración que merece una nación amiga, pero tratando con ello de establecer un contraste ostensible de significación de desafecto a España, no por el entusiasmo con el que el himno inglés fue recibido sino por la descortesía y por la desconsideración con que se escuchó la Marcha Real Española;

Resultando que, pedido a este Gobierno, el oportuno permiso por el súbdito suizo don Juan Gamper, el presidente del F. C. Barcelona, para celebrar un partido el día 14 de los corrientes, lo hizo omitiendo que se trataba de un homenaje al Orfeó Català, como se expresaba en los programas que no fueron presentados previamente en este Gobierno, dejando de cumplir así, no solo el deber que le impone la ley a toda clase de espectáculos, sino también los que se deriven de la suspensión de garantías;

Resultando que el referido don Juan Gamper manifiesta que, si no se presentó el programa a la aprobación de este Gobierno ni se consignó en la instancia el detalle del homenaje al Orfeó Català fue debido a un involuntario olvido, y que, si la Marcha Real no se oyó con devoción debida fue por no hallarse preparado el público y de aquí que se produjeran siseos, ya que la presencia de la música de la Escuadra Inglesa, que también figuraba en el programa, fue debida a un acto de galantería del jefe de dicha escuadra, correspondiendo así a la invitación que hizo al personal de dicha escuadra don Arturo Witty, que le pidió a este objeto determinado número de invitaciones;

Resultando que constan en el expediente declaraciones afirmando que la actitud del público del F. C. Barcelona era francamente hostil a nuestro Himno Nacional;

Resultando que tales hechos están confirmados y avalorados, no solo por declaraciones de testigos asistentes al partido, sino también por los agentes de la autoridad que allí prestaban servicio, y por el parte del Teniente de la Guardia Civil de la fuerza que a él concurrió;

Considerando que los hechos que se consignan en los anteriores resultandos constituyen un acto de incalificable desafecto a la Patria, con la agravante de producirse ante extranjeros, y con la ocasión de actos por ellos ejecutados de deferencia y consideración que referían los concurrentes al partido y los socios del F. C. Barcelona por su condición de españoles, y que obligaba también a los extranjeros que forman parte de dicha sociedad, y muy especialmente a los que figuran en su junta directiva como debida correspondencia a la hospitalidad que les dispensa la Nación Española;

Considerando que la sociedad F. C. Barcelona y su representación legal han faltado a sus deberes dejando de presentar a este Gobierno los carteles para el partido del día 14, dando un espectáculo que no se ajusta a lo solicitado y otorgado por este Gobierno;

Considerando que existe en la citada sociedad la tendencia mencionada, que se ha acentuado en los últimos tiempos y muy especialmente con motivo de la victoria alcanzada en el Campeonato, rehuyendo citar el nombre de España y llamándole impropiamente Campeonato Peninsular;

Considerando que es el sentir general y en el concepto público se halla arraigado el convencimiento fundado en hechos y episodios bastantes a cimentar un juicio en la citada sociedad hay individuos que comulgan en ideas contrarias al bien de la Patria, reafirmando más este convencimiento no solo hecho objeto de expediente, sino también el muy elocuente de que, asistiendo al espectáculo del día 14, una mayoría inmensa de socios del F. C. Barcelona no promovieron acto alguno contra esa manifestación de desafecto de que se viene haciendo mérito, ni la contrarrestaron de modo que afirmara su patrotismo;

Considerando que por sensible que sea adoptar determinaciones en contra de una sociedad tan numerosa, la conducta seguida por la sociedad F. C. Barcelona impone el deber de adoptar medidas que, por lo mismo que recogen el sentir de la opinión general, ha de ser por mí firmemente sostenida.

He acordado, haciendo uso de facultades que me están conferidas:

Clausurar por término de seis meses el funcionamiento de esta sociedad, no pudiendo durante dicho tiempo dar espectáculo alguno, ni concurrir a otros como tal asociación, ni usar los emblemas ni distintivos de la sociedad.

Barcelona, 24 de junio de 1925.

Firmado: J. Milans del Bosch.

El Barça se ve en una situación tremenda. No podrá pagar a empleados ni jugadores, ni atender a otros compromisos. La suspensión, hasta enero, le dificultará incluso reengancharse a la temporada 1925-1926, pues el Campeonato de Cataluña empezaba antes. El club se mueve como puede. Gamper, al que alude Milans del Bosch en su escrito, pone tierra por medio y se va a Suiza, para ver si su salida contribuye a pacificar las cosas. El club recurre, presenta escritos exculpatorios y coloca de presidente a Arcadi Balaguer, que más adelante tendría el título de marqués de Ovilvar, del círculo de Alfonso XIII. Al tiempo consigue un crédito de 50.000 pesetas de la Banca Jover, con el que ir tirando. Al final consigue que se acorte la sanción, y entre eso y un retraso del Campeonato de Cataluña logra participar en él. Lo gana y a continuación gana de nuevo el Campeonato de España, el 16 de mayo, antes de que se cumpla un año de la dura sanción de Milans del Bosch.

En esa Copa, en cuya final ganó al Athletic de Madrid por 3-2, dejó en el camino antes al Real Madrid, en cuartos, por un contundente 1-5 en la ida, en Madrid, rubricado por un 3-0 en la vuelta. Era el reencuentro de ambos rivales en la Copa después de aquella accidentadísima y polémica semifinal de 1916. El partido de ida lo resolvió rápidamente Samitier, que dio ese día la mejor muestra de su proverbial ingenio como jugador, que le haría célebre. Escobal y Quesada, los defensas del Madrid (y los caciques del equipo), habían impuesto, al regreso de una gira por Inglaterra, el pantalón negro de raso, que les pareció muy elegante al verlo en el Corinthians londinense y al tiempo acordaron poner en práctica la «trampa del fuera de juego», que habían visto también allí. Los dos se adelantaban a una seña acordada para dejar al delantero del Barça en fuera de juego en cada ataque. Samitier, que era listo como una ardilla (y también muy informado, por lo que es posible que tuviera noticia de que en Inglaterra se estuvieran iniciando esas prácticas) les cazó el truco enseguida y en el descanso ya había marcado tres goles.

Digamos que la final la jugó el Barça con Platko, Planas, Walter; Torralba, Sancho, Carulla; Just, Piera, Samitier, Alcántara y Sagi-Barba. Era un gran equipo. El Barça salió de aquello fortalecido, con más respaldo en la ciudad que nunca, vencedor de una situación realmente difícil y convertido definitivamente en símbolo catalanista. Aquella sanción, que puso al club en verdadero peligro, quedó como un agravio fundamental en la historia del club. Y ya no se trataba de un agravio deportivo, sino de un problema estrictamente político. Y base de partida para el recelo, ya eterno, del Barça contra los poderes del Estado.

Por su parte, el Madrid siempre ha tenido muy presente que llevaba el nombre de la capital del Estado y que a él se debía, en cualquier circunstancia. Cuando llegó la República se quitó la corona y pasó a ser Madrid a secas de nuevo, y cruzó su escudo, hasta entonces blanco, con la banda morada. Acabada la Guerra Civil, el Madrid aún se mantuvo sin corona y sin Real un año, porque, recordemos, el golpe se había dado en principio en nombre de la República. Cuando quedó claro que la España de Franco se definía como un reino (sin rey), recuperó la corona, el 1 de enero de 1941, aunque mantuvo la banda por motivos estéticos y porque nadie la relacionó con la República, sino con Castilla. Y con la corona puesta recibió al rey Juan Carlos, cuyo trato había cultivado Raimundo Saporta cuando era un joven príncipe.

La forma en que el Madrid se ha concebido a sí mismo está perfectamente recogida en una declaración del propio Saporta que recoge García Candau en Historia de un desamor. Paul Preston, que la reproduce en su introducción a Fútbol y franquismo, de Duncan Shaw, se admira de la rotundidad de la proclama:

Para quien dude del grado de politización del fútbol en España basta leer unas palabras de Saporta, cuando habla del papel del Real Madrid como si fuera la misma Guardia Civil: «El Real Madrid es y ha sido político. Ha sido siempre tan poderoso por estar al servicio de la columna vertebral del Estado. Cuando se fundó, en 1902, respetaba a Alfonso XIII, en el 31 a la República, en el 39 al Generalísimo, y ahora respeta a Su Majestad Juan Carlos. Porque es un club disciplinado y acata con lealtad a la institución que dirige la nación».

Nacidos para incordiarse
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