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PISOTÓN DE STOICHKOV Y LAS PARTES DE HUGO

La Supercopa fue una competición creada por José Luis Roca, presidente de la Federación, a instancias de José Luis Núñez, que veía en ella un posible nuevo buen ingreso. En realidad, la Supercopa había existido mucho tiempo atrás, de 1947 a 1952, con el nombre de Copa Eva Duarte de Perón, en reconocimiento a la primera dama argentina, la esposa de Perón. Y en reconocimiento, para ser más precisos, de los envíos de trigo que nos hacía Argentina en los difíciles años del aislamiento de la posguerra.

El caso es que se recreó en 1982, y para 1988 les tocó jugarla al Real Madrid y al Barcelona. El Madrid, en plena época de la Quinta del Buitre, ganó la Liga, la tercera de las cinco consecutivas de ese ciclo. Aquel fue un gran Madrid, que formó parte de la respuesta madrileña a la fiebre autonomista. Los madrileños nos encontramos en esos años con un discurso general según el cual Madrid era una ciudad funcionarial y sin alma, ocupada por funcionarios vagos, chupando de una periferia rica en historias y paisajes, que por fin podían exhibir en ese tiempo nuevo. Madrid se agarró a sus signos personales. De ahí el cariño a Tierno Galván y sus bandos en castellano antiguo, a la movida como expresión de vanguardia cultural, a la plaza de Las Ventas en la que resurgió Antoñete, torero, madrileño, y al Real Madrid. Y el Real Madrid no le falló a la ciudad, porque produjo para esos años el equipo de la Quinta del Buitre, cuatro chicos madrileños de estilo artístico que definieron una época.

El Barça, por su parte, ganó la Copa, batiendo en la final a la Real Sociedad, curiosamente subcampeón también de Liga. Así que los dos grandes se enfrentaban en este torneo, que se disputó en septiembre, entre semana, intercalando los partidos entre fines de semana de Liga. Concretamente, los días 22 y 30. La ida se juega en el Bernabéu, donde el Madrid gana con goles de Míchel y Hugo Sánchez. Dos a cero. Una cómoda ventaja para el partido de vuelta.

En el Camp Nou hay ambiente de gran expectación, deseos de remontada y mucha pasión, porque ocurre que en el Madrid se alinea Schuster. El gran jugador alemán había terminado mal sus días en el Barça, tras su inaceptable actitud en la final de Sevilla contra el Steaua de Bucarest. Schuster había sido sustituido antes de la prórroga y no se quedó a ver el final del partido. Se duchó, salió, cogió un taxi y se marchó al aeropuerto. El Barça, es recordado, perdió en los penaltis en tarde feliz de Duckadam, que paró cuatro. Pero se especuló con que podría haber ganado, podría haber sido llamado Schuster por sorteo al control antidopaje y, al no estar, aquello incluso le podría haber costado la copa al Barça. No se llegó a eso, pero en todo caso su actitud fue impresentable. Núñez anunció que no jugaría más y de hecho estuvo sin jugar el curso siguiente entero. Demandó al Barça, hubo acto de conciliación y finalmente Núñez llegó a ofrecerle tres años más de contrato. Pero el Madrid ya estaba detrás de él (Núñez lo suponía, de ahí que le ofreciera esa renovación) y, efectivamente, llegado el verano firmó por el Madrid. Aquella era su primera visita al Camp Nou después de todo eso, así que puede calcularse el ambiente. No fue lo de Figo de años después, pero le anduvo cerca.

Y vamos al partido. A los quince minutos Butragueño enfría el ambiente con su gol. Pero Bakero empata al borde del descanso, lo que hace renacer las esperanzas culés. A un cuarto de hora del final, Bakero marca el 2-1, lo que enciende más la caldera. El Barça aprieta, el Madrid aguanta, pierde tiempo, incluso el masajista es amonestado por entrar al campo sin permiso de Pes Pérez. Pero finalmente se llega al final con 2-1 y el Madrid consigue la Copa. Cuando pretende dar la vuelta al campo, una lluvia de objetos lo impide y los jugadores ganan apuradamente la bocana de vestuarios. Luego, el ritual acostumbrado de declaraciones: los azulgrana encuentran motivos para quejarse del arbitraje y de las pérdidas de tiempo del Madrid, y los madridistas consideran indigna la actitud del público de impedirles dar la vuelta olímpica. Gaspart, por su parte, dirá que la sola pretensión era una provocación.

Dos años después, en 1990, vuelven a enfrentarse. De nuevo el Madrid ha sido campeón de Liga (es la quinta Liga de la Quinta) y el Barça ha ganado la Copa, en una final justamente ante el Real Madrid. Esa final, ganada en Valencia, salvó el cuello a Cruyff, que estaba a punto de ser destituido por Núñez. Había tenido, por cierto, un epílogo calamitoso por parte de Chendo, que acabó con un humor de mil demonios. En el minuto 90, cuando el Madrid apretaba en busca de empate y prórroga, había tenido un error que propició el 2-0 del Barça, liquidando el partido. A eso se unió que todo el Madrid estaba indignado con García de Loza, cuyo arbitraje habían juzgado muy parcial. Había expulsado a Hierro antes del descanso, mostrándole amarilla en las dos faltas que hizo. Así que cuando nada más terminar el encuentro se le acercó a Chendo una cámara de televisión, su declaración fue tremebunda: «Han ganado unos que no son españoles», dijo. Se armó el gran revuelo y Chendo, a instancias del club, tuvo que comparecer al día siguiente en conferencia de prensa para explicarse. Dijo que no se refería al Barça ni a sus jugadores, sino al grupo numeroso de aficionados (situados bajo una pancarta con la leyenda Freedom for Catalunya) que se habían pasado el partido insultando a España y al Rey. «Me dolió mucho como español y parecía que estábamos jugando contra un equipo extranjero. Pero no quise ofender en absoluto a Cataluña y a los catalanes. Y si se han sentido ofendidos por ello, pido disculpas.»

En fin, que Madrid-Barça en la Supercopa de nuevo, esta vez en diciembre, los días 5 y 12, miércoles intercalados entre sendas jornadas de Liga. El Madrid no iba bien en aquella Liga, que sería la primera de la era Cruyff. Se habían ido Schuster (también con bronca, pasó al Atlético) y Martín Vázquez, al Torino. Antes de completarse la primera vuelta ya se había retrasado en la tabla, tanto que Toshack había sido destituido. Di Stéfano, junto a Camacho, se había hecho cargo del equipo. Así que la Supercopa se presentaba como una oportunidad. Cruyff, que, al revés, iba viento en popa, temía que esta competición sirviera de revulsivo para el Madrid y decidió deliberadamente quitarle importancia. Por eso sacó dos defensas muy jóvenes, Álex y Herrera, a los que Hugo Sánchez ponía nervioso con sus artimañas. Urízar Azpitarte, árbitro del partido, estaba harto de las protestas de Cruyff:

—Había sacado a esos dos jóvenes y ya me tenía harto con sus quejas. Le tenía advertido. En eso, a un minuto del descanso, hay una entrada muy dura de Chendo a Stoichkov junto a la banda, al lado del banquillo del Barça. No le alcanza, pero Stoichkov hace unos tremendos aspavientos y Cruyff salta y viene contra mí, que no he pitado ni falta. Di saque de banda. Como empezó a gritar y a levantar los brazos le dije: «¡Ya me has hartado, te tenía advertido, vuelve a tu sitio», y le enseñé la amarilla. Entonces él me dijo: «No me da la gana. Y con el ambiente que hay, no tienes cojones de echarme». «¿Que no? ¿Lo quieres ver?» Y le enseñé la roja. Entonces Stoichkov, que se había levantado, abrió un poco el círculo que se había montado en torno a mí, adelantó el pie y me pisó. Y le expulsé también. Traté de aguantar el tipo como pude, intentando que no se me notara el dolor, pero no pude. Me hizo polvo. Menos mal que estábamos justo ante el descanso, pité y nos fuimos.

—¿Y…?

—Llegué a pensar que tenía que suspender el partido. Pero Ángel Mur vino a la caseta, me descalzó, me atendió y me pudo recuperar para el segundo tiempo, así que pude seguir. Y además me dijo: «Lo has clavado, no le ha dado. Ha sido cuento».

Terminó el partido en medio de un ambiente infernal y ganó el Madrid por 1-0, gol de Míchel en la segunda parte. El equipo tardó en retirarse al final por el lanzamiento de objetos. Los jugadores se detuvieron ante el túnel a esperar a que terminara la lluvia.

Y mientras estaban ahí, Hugo Sánchez hizo algo impropio, que en la transmisión en directo no se apreció: se echó la mano a la entrepierna, mirando desafiante al público. Recientemente estuvo en Punto Pelota y no dejó dudas de que el acto fue voluntario: «Me acomodé las supercopas», le dijo a Cristina Cubero, que le afeaba el gesto.

Al final del partido las declaraciones son tremendas. Stoichkov se distinguió especialmente: «España y Madrid tienen envidia del Barça y de Cataluña. Hugo gana tanto dinero que puede pagar a los árbitros para que no le enseñen tarjeta roja». Núñez afirmaba: «Quiero ser respetuoso con Hugo Sánchez, pero si jugara en mi equipo no hubiera hecho nada de esto. En su club se lo permiten y la prensa lo tolera. Puedo asegurarles que no lo tendría en mi equipo, aunque reconozco que como jugador es muy bueno». Y Hugo echaba más leña al fuego: «Me consta que cada vez que marco un gol o consigo un título Núñez y Gaspart se dan cabezazos. Así es, pues me lo han dicho personas allegadas al Barcelona. Con toda esa persecución lo único que hacen es enaltecer a Hugo Sánchez. Lo de Núñez y Gaspart es un problema de mediocridad y vulgaridad».

TV3 había grabado el gesto de Hugo Sánchez y se ocupó de que al día siguiente se viera mucho, lo que en cierto modo diluía el efecto de la acción de Stoichkov, la más grave que se puede dar en fútbol: agredir al árbitro. La comparación entre ambos hechos fue la comidilla del día siguiente.

El Comité suspendió a Hugo Sánchez por un partido, junto a una fuerte multa. El Madrid recurrió y el partido le fue quitado. Stoichkov tuvo una sanción de dos meses y dos partidos, que tras recurso fue elevada a seis meses. Pero el diario Marca montó un llamativo reportaje en el que reunió a Urízar y Stoichkov, este pidió perdón y el árbitro se lo concedió. Con eso, el Barça conseguiría que la sanción fuera rebajada de nuevo a dos meses y dos días, con lo que al cabo de ese tiempo pudo volver a contar con el búlgaro para la Liga.

El partido de vuelta, en suma, lo jugó Hugo y no Stoichkov. El Barça, que no se rendía, se adelantó, con gol del extremo Goicoechea. Pero el Madrid dio la vuelta al marcador hasta conseguir un rotundo 4-1, con dos de Butragueño, uno de Hugo y un cuarto de Aragón. Cruyff había insistido en sus dos jovencísimos Herrera y Álex. El cuarto gol, de Aragón, fue un tiro desde el círculo central que se coló por encima de Zubizarreta, colofón que hizo inmensamente felices a los madridistas. Tanto que Ramón Mendoza tuvo un ataque de entusiasmo y a la mañana siguiente llamó a Aragón a su despacho y le duplicó el contrato, elevándoselo de 30 millones a 60. Eran los años en que los de la Quinta del Buitre fueron subiendo, uno tras otro, a los cien millones, «El Club de los Cien».

Aquella Supercopa sería, por cierto, el único título de Di Stéfano como entrenador del Madrid. Luego, el club volvió a caer en mala racha, lo que provocó su salida y su sustitución por Antic. Antes había estado en las 82-83 y 83-84, que completó, pero no tuvo ningún título. La primera de ellas fue la de los cinco subcampeonatos: Liga, Copa, Supercopa, Copa de la Liga y Recopa.

Nacidos para incordiarse
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