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¡SAMITIER SE PASA AL MADRID!
José Samitier fue, junto a Ricardo Zamora, barcelonés como él, el primer genio de nuestro fútbol. Nacido el 1 de febrero de 1902, había destacado desde muy joven. Jugó en el Barça desde la temporada 1919-20 hasta la 1932-33. Cuando salió, con 31 años, pronto veremos cómo y por qué, dejaba atrás 454 partidos con 326 goles, además de seis títulos de Copa y uno de Liga. Fue protagonista de la primera gran edad de oro del Barça, en el que se juntó con Platko (antes, por un corto periodo, con Zamora), Piera, Alcántara y Sagi-Barba, entre otros genios de la época. Y fue también figura esencial de la selección española durante todo ese tiempo y desde su creación. Había sido uno de los once furiosos de Amberes, en aquellos JJ. OO. de los que España regresó con la medalla de plata. Aquella fue la primera vez que competía la selección española y Samitier estuvo en la alineación inaugural.
Pero era más que eso. Era un genio también fuera del fútbol, hombre inteligente, vivo, abierto, mundano, cuyo trato cultivaban los intelectuales y cuyas frases se hicieron célebres. Amigo de Carlos Gardel y de Maurice Chevalier, de Cossío y de los grandes toreros de la época, frecuentado por políticos, actores y figuras de todo tipo de la sociedad.
Su fútbol era también singular, cuentan. Rápido, elástico, habilidoso, astuto. Pudo jugar en la media, como interior o como delantero centro. Eran célebres sus malabarismos, sus saltos, sus fotos estirando la pierna más arriba de lo anatómicamente posible. Era célebre su entusiasmo y su entrega. Era célebre su manera de hablar, pues fue el primero que introdujo modos futbolísticos en el lenguaje: «Me ha metido usted un gol» o «Le he pillado en fuera de juego» son expresiones comunes hoy. Nicolau Casaus, tantos años vicepresidente del Barça y devoto de la figura, me dijo que Samitier fue el primero en hablar así, que siempre encajaba el símil futbolístico en todo. También aseguraba que el fútbol nunca sería negocio: «Si esto fuera negocio lo tendrían los bancos, los partidos serían entre el Banco Barcelona, el Banco Bilbao, el Banco Madrid, el Banco Valencia, el Banco Sevilla, el Banco Vigo...».
En la temporada 1932-33 las cosas no iban bien en el Barça, ni el presidente, José Comas, tenía la mano lo bastante firme como para manejarlo. Existía una oposición fuerte, identificada en su mayoría, según explica Sobrequés en su historia, por los postulados de la derecha conservadora, restos de los esfuerzos que había hecho el Barça para superar la crisis de 1926, y opuesta a la entrada en el consejo del club de miembros de Esquerra Republicana. El Barça había acabado la temporada anterior sin título, si bien había sido subcampeón de Copa y tercero en la Liga. Pero el partido de despedida de la temporada había sido una tremenda derrota con el Badalona, por 6-1.
Y, lo más significativo, había terminado con un déficit de 126.625,91 pesetas, mucho dinero para la época.
Así que la temporada 32-33 empezó con dudas, divisiones y problemas. Tratando de adelantarse a los acontecimientos, el Barça fichó a un medio centro brasileño llamado Fausto dos Santos, un genio de la época según sus valedores, pero el intento, en el que iba de acuerdo con el Madrid, de que se abrieran las fronteras no prosperó. Dos Santos, apodado la Araña Negra, había sido el armador del juego de Brasil en el Mundial de 1930. Para el Barça fue un gasto inútil, porque su presión no sirvió. Con la aprobación del profesionalismo en España, en 1926, se había establecido que solo podrían ficharse internacionales como amateurs. Se admitió que siguieran algunos que habían sido colados antes en el revuelo del «amateurismo marrón», como Platko, pero ya solo se podían fichar extranjeros en condición de amateurs. La prohibición no se levantaría hasta la temporada 34-35.
Sin dinero, en crisis, agobiado por las deudas y con una notable división interna, el presidente José Comas y su junta tomaron una decisión muy polémica: poner en el mercado a un grupo de veteranos de sueldos altos. El 30 de diciembre de 1932 sale en la prensa de Barcelona la inesperada noticia: el club deja en libertad para fichar con quien quieran a Samitier, Piera y el propio Dos Santos, junto a otros siete jugadores. (Sagi-Barba ha decidido previamente retirarse, visto el ambiente.) Se monta un gran revuelo. La junta justifica en la nota tal decisión «en vista del nulo rendimiento que estos jugadores producen». La noticia corre como un reguero de pólvora por toda España, en especial por el singular caso de Samitier. El presidente lo empeora con sus declaraciones, diciendo que quién lo va a querer con 34 años, cuando en realidad no los tiene. Aún no ha cumplido los 31, aunque está próximo.
Y resulta que el 1 de enero (sí, el 1 de enero) el Madrid visita Les Corts en el correspondiente partido de Liga. Santiago Bernabéu, que ya hace algunos años que ha dejado de ser jugador del club, viaja como delegado. Se le ve hablar en el borde del campo con Samitier, que, recién licenciado, está triste. Nadie se alarma, solo son dos viejos amigos, compañeros del mundo del fútbol y de sus farras. Además, para ese momento Bernabéu no es nadie tan significativo como lo fue luego, ni se podía imaginar. Solo un exjugador, conocido, eso sí, que tenía un nuevo cargo en su club. Samitier, de paisano, es un recién licenciado, la idea del espectador es que posiblemente ya no vuelva a jugar. Pero Bernabéu le pregunta si estaría dispuesto a fichar por el Madrid. Y él le contesta que sí.
Se mueven con discreción. El día 5 Samitier firma la baja con el Barcelona y con ella en la mano viaja a Madrid, donde el día 7 firma con el club de la capital. Llegó en avioneta, al velódromo de Cuatro Vientos, acompañado por su amigo Ricardo Zamora, que ya era jugador del Madrid desde 1930 y había ido a buscarle. Firmó por siete mil pesetas como prima de fichaje, en la sede del Madrid, sita entonces en la calle Caballero de Gracia. La foto de la firma de Samitier, con Bernabéu de pie, detrás, y un niño que habla por teléfono, es una imagen impactante en los periódicos del día siguiente. Con él, el Madrid reunía un plantel formidable, con la mayoría de las grandes figuras nacionales de la época: Zamora, Ciriaco, Quincoces, Leoncito, los hermanos Regueiro, Lazcano, Hilario, el goleador Olivares…
No es el mismo Samitier de sus mejores años, pero aún puede rendirle algunos buenos servicios a su nuevo club. Debutó en la visita del Madrid en Atocha, donde los blancos ganaron por 1-2; repitió el domingo siguiente, ante el Alavés, al que le marcó su primer gol de blanco, y sobre todo tuvo su gran desquite el 5 de marzo, el día en que al Barça le tocó visitar Chamartín. Ganó el Madrid por 2-1 y los dos goles los marcó él, con el consiguiente eco en la prensa nacional y en los corrillos de aficionados. El Madrid ganaría aquella Liga, en la que el Barça, atascado en su crisis, terminaría cuarto.
No es que Samitier hiciera muy grandes cosas en el Madrid, pero cumplió. No jugó muchos partidos, por lesiones y por edad, aunque sí escogidos. Pero a ese título de Liga del primer año sumó el de Copa en el segundo. Estuvo solo la primera media temporada y la segunda, completando veintidós partidos con doce goles. En la segunda temporada también le marcó un gol al Barça, que ese año sería noveno, en una Liga de diez. No llegó a descender porque ya estaba prevista de antemano la ampliación a doce para el curso siguiente. (En algún lugar he leído que se improvisó esa solución para salvar al Barça del descenso. Es falso. El acuerdo estaba tomado antes.)
El Barça, sin Samitier, vivió momentos lánguidos. La primera de esas temporadas fue cuarto en la Liga; en la segunda, noveno. En la Copa del primero de esos dos años fue eliminado a la primera por el Betis, con un lacerante 4-0; en la segunda, pasó las eliminatorias ante el Constancia y el Sevilla, pero volvió a eliminarle el Betis, en cuartos de final. Era un buen Betis, cargado de jugadores vascos, que ganaría la Liga de esa segunda temporada del Barça sin Samitier, la 34-35.
En fin, el Madrid se dio el gusto de agotar el final de la carrera del gran Samitier, que aunque luego jugó algunos partidos más (en el Constancia de Inca, a tanto el partido; en el Nacional de Madrid, ya como jugador-entrenador, y más adelante, durante la guerra española, en el Niza), puede decirse que terminó su carrera «seria» en la final de Copa victoriosa del Madrid sobre el Valencia. En el Barcelona, su ausencia provocó amargura e hizo más duro ese tiempo difícil en el que el club trataba de recomponerse entre divisiones internas, discusiones políticas, frecuentes dimisiones y la nostalgia por la gran generación de los años veinte, que había liderado el gran Sami.
El público barcelonés le perdonó la traición. No puede decirse que fuera un caso Figo. Se entendió que había sido un mal paso de la directiva, en la que se produjeron dimisiones. Después de la guerra, Samitier regresaría al Barça, del que fue entrenador y secretario técnico. Fue el hombre que trajo a Di Stéfano, como se verá luego, y su salida del Barça en pleno maremágnum de aquel caso resultó decisiva para el desenlace de este. Incluso volvió al Madrid como secretario técnico a finales de los cincuenta, por un breve periodo, para regresar después de nuevo al Barça. Su bonhomía, su personalidad y el recuerdo de sus servicios al Barça como jugador hicieron irrelevantes a la larga esas dos escapadillas al Madrid. Su entierro fue un tremendo duelo en la Ciudad Condal.
Pero en su día, el traslado brusco de club, auspiciado por Bernabéu, y aquellos dos goles en el primer encuentro oficial levantaron muchas ampollas.