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AQUELLAS ELECCIONES DE
VILLAR EN 2004
En sus penúltimas elecciones a la presidencia, Villar (cuya llegada al cargo se remonta a 1988, cuando sustituyó a José Luis Roca) tuvo que afrontar una lucha electoral encarnizada. Su oponente fue Gerardo González, que había sido secretario general de la Federación durante muchos años. El propio Villar le había elevado a ese cargo, tras tenerle de director de prensa. Pero Gerardo González chocó con el vicepresidente Juan Padrón y Villar, puesto a elegir, apoyó a este. Gerardo González, desde fuera, pero gozando de mucha información desde dentro, decidió presentarse a las elecciones para derrocarle. Fue una lucha dura, con alineamiento mediático en bloques, un periodo áspero y desagradable.
Las elecciones las ganó Villar por 98 votos contra 57 y un solo voto nulo. En su victoria tuvo el apoyo del Barça, que se alineó de su lado rompiendo el acuerdo de la Liga Profesional, que, a instancias del Madrid, había decidido votar en bloque a Gerardo González. Laporta era entonces presidente del Barça y Florentino, del Madrid. Este club había ofrecido el apoyo a Villar si atendía dos peticiones expresas: un control antidopaje severo (en el Bernabéu no se sospechaba entonces del Barça, pero sí de otros equipos y se pensaba que se estaba extendiendo la práctica) y una mayor transparencia en la designaciones. Villar rechazó las dos peticiones, según me explica José Ángel Sánchez, hoy director general del club, entonces director corporativo. Villar no quiso dar esas garantías y el Madrid se posicionó en contra. Villar sustentó su victoria en el respaldo en bloque de los árbitros y los entrenadores, colectivo en el que Gerardo González no pudo penetrar (26 votos en total entre los dos colectivos), y en el movimiento de Laporta, que arrastró consigo a otros clubes: Athletic, Racing, Betis, Éibar, Tenerife y Osasuna. Joan Gaspart, además, había cooperado notablemente a recabar apoyos para Villar en reuniones en uno de los hoteles de su empresa en Madrid, el HUSA Princesa. Gaspart ya no estaba en la directiva del Barça, pero sí en la Federación, y tuvo la habilidad de aconsejar a Laporta en este sentido.
En el mismo As en que se daba nota de la reelección, aparecía en la página par una información titulada: «El Barça evitará el cierre de su estadio tras el indulto de Villar». Como se cuenta en el capítulo de Figo, el Barça había sido sancionado con el cierre del Camp Nou cuando aquel partido del cochinillo, que Medina Cantalejo tuvo que interrumpir durante quince minutos para calmar los ánimos. El Barça recurrió a la justicia ordinaria, mantuvo el asunto ahí hasta un cambio de normativa que decidió que los casos calificados por el árbitro como grave, y no muy grave, no acarrearían cierre. Entonces se salió de la justicia ordinaria, consciente de que no habría cierre. Aun así, cuando se llegó a estas elecciones aún coleaba un recurso, y este indulto alejó para siempre la sombra del cierre.
Comenzaba un periodo en el que el Madrid se iba a sentir, por primera vez, perseguido por la Federación y por los árbitros. Aquel mismo verano, Sánchez Arminio, en su reunión anual con los árbitros, comentó en su alocución que todo había ocurrido «por uno que ha gastado mucho dinero y no ha ganado nada», en alusión a Florentino Pérez, que trascendió.
Ya antes de esto Villar había tenido algunas atenciones extraordinarias con el Barça. Fue llamativo el caso de su retirada de la Copa, en abril de 2000. El Barça había perdido 3-0 el partido de ida ante el Atlético. Para el partido de vuelta, Van Gaal exigió un aplazamiento, porque tenía muchos holandeses y les llamaba su selección. (Para entonces había más tensiones de calendario aún que ahora.) Era un amistoso, con Escocia. Pocos meses antes había habido un amistoso Holanda-Marruecos y esa vez Van Gaal obtuvo de sus paisanos la gracia de que no convocaran a los barcelonistas para que jugaran el partido del centenario del club, Barcelona-Brasil. Esta vez Van Gaal y el Barça decidieron no pedir el favor, prefirieron reventar el partido. Dijeron que entre ausencias y una lesión (Amunike ya tenía el alta médica, pero aún no había reaparecido) solo les quedaban diez jugadores. Que completar el equipo con canteranos (el reglamento impone que tiene que haber un mínimo de siete de la primera plantilla, de modo que se podría hacer y La Masía ya existía) desvirtuaría el partido. Así que se presentó al partido con sus diez jugadores, en una escena bufa. Guardiola abandonó la fila en un momento dado y se acercó al medio campo a comunciarle a Díaz Vega que esto es lo que hay. Santi Denia, igualmente honorable capitán del Atlético, que viajó y compareció en tiempo y forma, asistió circunspecto al breve diálogo. Todo televisado en directo. Luego, todos a casa sin ducharse.
Eran semifinalistas los dos equipos de Madrid y los dos de Barcelona. Los cuatro tenían internacionales. Los otros tres jugaron, prescindiendo de los suyos, dado que esa jornada de Copa coincidió con fecha FIFA. A ninguno le dio por hacer algo parecido. La sanción por algo así es un año sin participar en la Copa. En verano, aprovechando una de sus reelecciones, Villar le indultó. (No está entre sus competencias hacer tal cosa.) Luego le había permitido pelotear en la justicia ordinaria el cierre del Camp Nou por lo de Figo. Ahora cerraría definitivamente el caso con un nuevo indulto.
En 2003, el Barça tuvo otro pleito de internacionales. Para encajarle a Ronaldinho los descansos precisos entre un partido de la Selección y otro de Liga, el Barça jugó su partido contra el Sevilla a las doce y cinco de la noche, haciendo alarde de su poder para mover Roma con Santiago. Y, ya en 2004, consiguió que la final de Copa entre el Real Madrid y el Zaragoza, que se jugó en Barcelona, fuera desviada del Camp Nou a Montjuïc. Era el «Madrid galáctico», se trataba de evitar un triunfo de los colores blancos en el Camp Nou. Porque se daba por seguro que el Madrid ganaría esa Copa. En realidad, en esos momentos el Madrid galáctico parecía estar en sus máximos. Pero justo esa final de Copa le derrumbó, con aquel célebre gol de Galletti. Eso provocó el derrumbe del Madrid, que cayó luego en la Champions ante el Mónaco de Morientes y acabó entregando la Liga con cinco derrotas consecutivas.
Alardes de poder del Barça, pero en los que el Madrid no salía perjudicado. Otro más cantoso todavía se produjo tras el verano del fracaso de Luis en el Mundial de Alemania 2006. España montó un amistoso de esos extraños en Islandia. A nadie le apetecía. Menos de cinco días después el Barça tenía partido de Supercopa con el Espanyol. El Barça decidió que Puyol y Xavi no irían y no fueron. Los declaró lesionados. Para tales casos está establecido que un jugador que es retirado de una convocatoria por lesión no puede jugar con su club hasta pasados cinco días del partido internacional. Por supuesto, Xavi y Puyol jugaron la Supercopa. Por supuesto, el Espanyol hizo una reclamación: el caso era de catálogo. Por supuesto, el asunto se enterró en las sentinas de la Federación.
Pero lo que verdaderamente iba a irritar al Madrid era la política de designaciones y de premios y castigos a los árbitros, en lo que empezó a ver una mano maléfica. Los árbitros, al fin, son hombres cuyos destinos manejan quienes les designan, les ascienden, les descienden, les hacen internacionales o les quitan esa condición, les proporcionan momios como ir a dar un cursillo bien pagado a Catar, o cosas así. Y si ven que el viento se mueve en una dirección, es humano que la mayoría intente colocar sus velas para ese viento.
Un viento que había soplado con frecuencia a favor del Madrid, por lo que el cambio sorprendió. Y porque se dieron con Villar, ya antes de esa reelección, pero más después, casos de verdad extraordinarios. Por ejemplo, todos hemos visto a Rodríguez Santiago concederle a Messi un gol con la mano (al Espanyol, el mismo día del «tamudazo»), gol que pudo decidir la Liga a dos jornadas del final, y al día siguiente ser designado ese árbitro para la final de Copa. El mismo Rodríguez Santiago había concedido, esa misma temporada, un gol del Espanyol al Madrid tras pitar una falta inmediatamente antes, lo que incluso llevó Florentino a pensar en solicitar la anulación de ese partido.
Vimos a Mejuto pitar un penalti a favor del Barça (en contra del Atlético) fuera del área y ese mismo año ser designado para el Mundial, al que si finalmente no acudió fue por caso de que uno de sus linieres estaba pasado de peso.
Y al revés: vimos a Tristante Oliva concederle un penalti discutido al Madrid al final de un partido contra el Valencia (el «ushiro nage», ¿recuerdan?), que, por cierto, para mí fue, pero para el caso es lo mismo. Fue sacado del sistema. Al año siguiente era delegado de campo del Murcia. (No había llegado a la edad de jubilación.) Como vimos a Daudén Ibáñez limpiarle un gol legalísimo al Atlético contra el Madrid (Helguera le lio con su protesta) y perder la internacionalidad.
Entre casos reales o imaginarios, al Madrid los dedos se le han hecho huéspedes en este tiempo. Los árbitros no los puntúan los clubes, sino un comité que preside Sánchez Arminio, el mismo que dijo a sus árbitros aquello de «uno que ha gastado mucho dinero y no ha ganado nada». Con tantas pistas como les daban sus jefes, era natural que el Madrid estuviera mosca. Al fin y al cabo, en el mundo del fútbol se sabe que los árbitros que llegan arriba, los que pitan en Mundiales o Eurocopas, no son tanto los que no se equivocan, sino los que en caso de equivocarse lo hacen de la forma más grata a quienes les designan.
Echen la mirada atrás y busquen algún Mundial en el que el árbitro haya perjudicado a Brasil, Alemania o Italia. Si lo encuentran, será porque salía beneficiado el equipo anfitrión.
Por ejemplo, a Alemania le dieron un gol en contra que no fue en la final de 1966, contra Inglaterra, en Wembley. (En aquel Mundial hubo una jornada de ignominia en cuartos. Coincidieron un Inglaterra-Argentina, con árbitro alemán, y un Uruguay-Alemania, con árbitro inglés. Los dos cumplieron escrupulosamente con lo que se esperaba. Aquello abrió una brecha futbolística, aún no cerrada, entre Suramérica y Europa.) A Italia la escalfaron ante Corea en el mismo Mundial que a nosotros. Luego, cuando Corea se enfrentó a Alemania en la semifinal ya no hubo nada raro. A Brasil le anularon un gol inaudito en el Mundial de Argentina. Algo nunca visto: sacó un córner contra Suecia y lo cabeceó Zico a gol. El árbitro dijo que el tiempo se había cumplido entre el saque del córner y el cabeceo de Zico, solo que el remate le sorprendió llevándose el pito a la boca, de ahí que el pitido no fuera el del gol, sino el final del tiempo.
De modo que no es de extrañar que a nosotros, que siempre hemos ido de panolis, nos haya ido generalmente mal. ¿Recuerdan el codazo de Tassotti (ay, Italia) a Luis Enrique y la sangre de este? Por supuesto recuerdan lo de Al Ghandour contra Corea. ¿O el gol de Míchel contra Brasil en México? Pero ha habido una excepción, recuerden: nuestro Mundial. Hasta un penalti fuera del área nos concedieron para que saliéramos adelante en la primera fase. Sin salir de ese campeonato, pueden ustedes recordar que Lamo Castillo (nuestro árbitro para el evento, hoy cómodamente instalado en las alturas del fútbol mundial) abrasó a la URSS en su partido en Sevilla contra Brasil. O cómo a Gentile le permitieron todo frente a Maradona el día que Italia ganó a Argentina, cuando Grondona no era lo que es hoy. O el bochorno universal que sentimos cuando Schumacher abatió a Battiston, por cuya vida llegamos a temer, con aquel caderazo en la cabeza, sin consecuencias.
Arbitrar así es una ciencia, una artesanía, un arte, un cinismo, algo de todo eso. Llegan más arriba los que mejor lo hacen. Tiene que parecer un accidente, un descuido, si no no vale. Si te pasas te apartan, porque «Roma no paga a traidores». Pero peor que pasarse es equivocarse como no conviene.
Eso está en el fútbol, aunque no guste reconocerlo ni sea de buen tono decirlo, y de eso ha salido beneficiado con frecuencia el Madrid, que siempre se supo mover en el poder. Pero de repente se vio con ese viento en contra y los papeles se cambiaron. La tradición victimista del Barça, que llevaba años quejándose de los arbitrajes, dio paso a un mirar por encima del hombro las quejas del Madrid, que hizo cosas que nunca antes había hecho. Porque no hablo de quejas de la prensa. Prensa no es club. Hay prensa con mirada madridista y prensa con mirada culé, pero no son club. Sus posicionamientos no deben ser tomados como posicionamientos de club, porque no lo son, aunque con frecuencia, no siempre, sean próximos.
Hablo de club. De aquel amago de impugnar un partido por dejar seguir la jugada del Espanyol después de haber pitado. De colgar en la web del club los «siete pecados capitales» de González Vázquez, en un partido contra el Villarreal (23 de abril de 2005), escrito en el que desgranaban una por una hasta siete jugadas en las que el club entendía que había salido perjudicado. Estábamos en los días más agudos de esa crisis. As daba al día siguiente nota de que el Barça tenía un balance en penaltis de 9-2, por 4-4 el Madrid. En amarillas, el Barça había visto veintinueve menos que sus rivales, y el Madrid, trece más que los suyos. En rojas, el Barça cuatro menos que sus rivales y el Madrid, una más.
Algo parecido a lo de Villarreal ocurrió recientemente cuando Mourinho, tras un Madrid-Sevilla, compareció en la sala de prensa con un papel en el que mostraba trece errores del árbitro en el partido. Y no digamos ya con el alegato tremendo tras el partido Madrid-Barça de la última Champions en el Bernabéu, el de la expulsión de Pepe.
Y ha habido más detalles que el Madrid ha visto, o creído ver, en pequeñas cosas, como aceptar o no recursos de tarjetas de unos o de otros. Del Madrid o del que iba a jugar contra el Madrid. Y un caso muy llamativo. Hubo un indulto más en el verano de 2008, con ocasión de la Eurocopa. Pepe traía una suspensión de la Supercopa del año anterior. Pero a él no le alcanzó. Casualidad: la relación de indultados se anunció justo después del partido. Sí le alcanzó a Alves, entre otros, que traía suspensión de la Liga anterior y pudo empezar esa. Por cierto, aquella Supercopa la ganó el Madrid en un gran segundo tiempo, nueve contra once, en el partido de vuelta en el Bernabéu ante el Valencia. Tuvo dos expulsiones, Van der Vaart y Van Nistelrooy, uno al final del primer tiempo y el otro al principio del segundo. Arbitró Iturralde, árbitro con el que el Madrid tiene promedios notablemente peores de los que tiene, en esa misma época, en sus restantes partidos. Justo a Iturralde le dieron el Barça-Madrid de la primera temporada de Mourinho, la pasada, la del 5-0. Si en un solo momento el Madrid pudo meterse en el partido, cuando Víctor Valdés, con 2-0 y tarjeta amarilla, le hizo el penalti a Cristiano, Iturralde se lo negó.
Tanto se ha hablado de esto que ha acabado por existir una palabra para ello: «villarato». Me corresponde su invención, aunque no creo que deba estar orgulloso de ello.
Cuando acuñé la palabra, no fue con relación a favores arbitrales al Barça, sino en referencia a la forma sui géneris de Villar de ejercer el poder y mantenerse en él. Y en alusión a la longevidad de su mandato. Ya saben a qué me refiero: renuevo a Clemente porque sí; si le echo, le pago; si echo a Luis Suárez, no le pago; la Selección no va a Zaragoza (o ha ido una sola vez en veinticinco años) porque el de la Federación Aragonesa no me vota; al de la castellanomanchega que no me votaba le doy el fútbol sala porque así me votará; a Samper, que a través de Santa Mónica me adelanta un dineral, le doy un España-Argentina para que estrene su campo con el césped sin asentar (lesión de Maxi)…
O simplezas como decirle a Esperanza Aguirre (a la sazón ministra de Cultura y Deportes) que no hay que pedir la Eurocopa junto a Portugal (cosa que pidieron ellos) porque la vamos a conseguir por nuestra cuenta, para luego encontrarse con que quien la gana es ¡Portugal! O emprender el asalto a la concesión del Mundial-2018 sin buscar la menor complicidad del Gobierno ni de nadie, fiado en sus «extraordinarios» contactos internacionales. (Ya saben, pactó con Catar un intercambio de favores y el gato al agua se lo llevaron Rusia y Catar.) Y ese fasto cutre del avión lleno de gorrones de aquí para allá, con la Selección adonde vaya, para recibir el retorno en votos. O eso de tener una Copa del Mundo expuesta en el Museo de la Federación y el mismo día (muchas, muchas veces ha pasado esto) otra copa itinerante expuesta en cualquier punto de la piel de toro para que los aficionados se hagan fotos junto a ella. Sin avisar que ninguna de las dos es real.
O ese ir y venir acopiando dietas, con la Federación paralizada a la espera de él para tomar una decisión. O ese Reglamento de Competiciones, más viejo que Garibaldi, redactado de una manera casi ilegible, interpretable de una y otra manera, con sus gerundios insistentes, frases subordinadas y con frecuencia artículos que se contradicen. O esos comités que en lugar de justicia hacen política, que a épocas entran de oficio y a épocas no, que por la misma cosa ponen un año cuatro partidos a alguien y tres años después solo uno, nadando en esos sargazos jurídicos de que está llena la normativa para que todo pueda traducirse en la ley del embudo.
Todo eso y varias cosas más de esta índole (no quiero aburrirles), y la permanencia en el tiempo de ese estado de cosas y de la persona que las simboliza y se perpetúa, es lo que hace ya algún tiempo di en llamar «villarato», discreto elogio al personaje. En realidad Villar no inventa el «villarato», es algo tan viejo como el poder, que siempre ha ideado técnicas para mantenerse. Pero el suyo es un caso tan próximo, tan prolongado y tan de catón que merece el homenaje de un término que le sobreviva.
Pero como de cuando en cuando ha salido la palabra relacionada con favores arbitrales al Barça o perjuicios al Madrid (que viene a ser lo mismo, porque lo que a uno le dan al otro se lo quitan), el término, en un empobrecedor efecto sinécdoque, ha quedado fijado en el lenguaje colectivo como forma de definir esa forma específica de errores arbitrales. Los que benefician al Madrid y perjudican al Barça.
El Madrid no se duele de eso. De lo que se duele es, en realidad, de su falta de influencia en las esferas de poder en las que siempre se manejó. Le pasa en España y le pasa en Europa. Villar es vicepresidente de la UEFA, además de presidente de la comisión de designación de árbitros, dato que en España mucha gente desconoce y casi nadie valora. También están en la UEFA Gaspart, como miembro de la comisión de las competiciones entre clubes (o sea, Champions y Europa League), nada menos, y hasta Laporta, en el llamado Consejo Estratégico del Fútbol Profesional, cargo que no sé, dicho sea de paso, si sigue cuidando.
El Madrid no tiene a nadie ahí por ningún lado. Lo más parecido al Madrid que hay es Hierro, que salió de mala manera del club, en el llamado Comité de Fútbol, que estudia cosas del tipo de propuestas de cambio de norma.
Al revés, Florentino estuvo en la conjura de los grandes clubes, en aquel G-14 que trataba de afianzarse como un contrapoder de la UEFA. Aquel motín se disolvió, pero el resquemor quedó.
Para poner más a contrapié al Madrid, Platini, desde su llegada a la UEFA, se ha mostrado crítico con el fútbol de los grandes números y favorable al de cantera. Criticó explícitamente el fichaje de Cristiano por 95 millones, como criticó la línea Abramovich. Así que oficialmente el Barça es un club virtuoso, y además está introducido en la UEFA. El Madrid es sospechoso.
El Chelsea es algo más que eso, está visto poco menos que como un enemigo del sistema. Con todo y eso, se coló hasta una final, felizmente, la de Moscú. Pero en otras ediciones le han abrasado. Particularmente cuando se cruzó con el Barça, que es justamente lo contrario. Aquel día fue la tormenta perfecta: Abramovich, enfrente el Barça; y encima si hubiera pasado el Chelsea, se habría repetido la final del año anterior, Manchester United-Chelsea, dos de un mismo país. Todo eso junto explica el exceso de Ovrebo, que saltó todos los límites.
Así que no es raro que al Barça le vaya generalmente bien en los arbitrajes europeos también, y al Madrid generalmente mal. No es de extrañar que si Guardiola expresa su preocupación por la designación de un árbitro portugués, este aterrice en la otra semifinal. O que si Mourinho ataca a cinco árbitros tras el partido de ida de la Champions con el Barcelona, le pongan a uno de ellos, De Bleeckere, para el partido inmediato. Y que con 0-0 prive de un gol a Higuaín por zancadilla con el cogote de Cristiano a Mascherano.
El Barça no hace más que estar en los sitios en los que hay que estar, hacer lo que el Madrid siempre hizo. Gaspart mismo me dijo que cuando él y Núñez llegaron al Barça, él tenía treinta años, mucho entusiasmo y muy poca idea:
—Me informé, pregunté a varios. Y me dijeron que el que más sabía moverse en el mundo del fútbol en España era Raimundo Saporta. Así que le llamé, le pedí que me recibiera y me recibió.
(Estábamos en 1978. Saporta acababa de salir del Madrid, tras organizar una sucesión pacífica de la que salió De Carlos como presidente.)
—Me dijo, «¿y por qué cree usted que le voy a ayudar». Le dije: «Porque me han dicho que usted es muy buena persona y que es el único que sabe de verdad de fútbol». Se ve que le caí bien y me dio una serie de consejos con los que desde entonces me he manejado.
—¿Cómo qué?
—Por ejemplo, los árbitros. A mí me admiraba que los árbitros se inclinaran tanto por el Madrid. Me dijo que los árbitros son seres humanos, personas, que quieren sentirse valorados y apreciados. Que no se compran ni se venden, pero pueden ser sensibles a detalles de simpatía. Una llamada cuando hay un familiar enfermo, o, al revés, cuando tienen un hijo y hay felicidad en la familia. Y si se les puede resolver un problema, resolvérselo: un traslado de hospital de un familiar, cosas así.
—El Madrid hacía eso.
—El Madrid hacía eso y más cosas. Tuvo tanta mano que no era difícil, por ejemplo, a un árbitro que trabajaba en un banco hacerle director de la sucursal, o trasladarle a una sucursal mejor. Y el Madrid tenía mucha relación con la Philips, ¿recuerda? Toda la publicidad del Bernabéu en un tiempo era de la Philips. Y yo creo que muchos árbitros eran delegados regionales de esa empresa.
—¿Y en Europa?
—Me dijo que fuera por la UEFA. Que era importante ir, estar, hacer conocimientos allí. Que fuera discreto y educado, pero que fuera atento con las camareras y los ujieres. Que les hiciera regalos. No necesariamente caros, pero regalos que mostraran interés y cariño. Que eso me abriría las puertas.
—Y comprobó que era así.
—Sí, comprobé que era así.
En fin, que Gaspart aplica las recetas de Saporta, que el Madrid quizá ha ido olvidando. Trasladando épocas, ahora los veo cruzados. El Madrid ocupaba las instituciones, tenía un modelo estable, no hablaba de árbitros, sacaba buenos jugadores de la cantera y daba una imagen serena. El Barça se quejaba de los árbitros, si conseguía cosas de cuando en cuando era por miedo a que ofenderle fuera ofender a Cataluña, gastaba millonadas en jugadores que renovaba continuamente y cambiaba de idea cada poco. Ahora parecen haberse cruzado. Gaspart supo llevarse del Madrid lo mejor que tenía: el saber hacer de Raimundo Saporta.