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UN PASILLO Y
UN 2-6
El campeonato de Liga 2007-2008 se lo apuntó el Madrid, campeón matemático al acabar la jornada 35. Lo consiguió gracias a una apurada y emocionantísima victoria en el Reyno de Navarra, donde perdía por 1-0 en el 86 y acabó ganando por 1-2 con goles de Robben e Higuaín.
¡Y el siguiente partido del campeonato era la visita del Barça al Bernabéu! Los usos de la cortesía futbolística dictan que cuando un equipo salta al campo como campeón, el adversario debe salir antes y hacerle pasillo aplaudiéndole. Se llevaba hablando semanas de eso, con morbo: ¿llegaría el Madrid a esa fecha campeón? ¿Se sometería el Barça a ese trámite de hacerle el pasillo? Con cualquier otro rival eso no hubiera tenido mayor importancia, pero este ocupó páginas, debates de radio y tiempo en los telediarios.
Llegó el día y el Barça se portó: hizo el pasillo. Luego el Madrid ganaría con un estrepitoso 4-1. El partido llegó a estar 4-0 en el 77 y el público soñó con el quinto, para redondear la clásica manita, pero el quinto lo marcó Henry para el Barça. De todos modos, un 4-1 no estaba mal para el madridista. En As titulamos «Jolgorio en el Bernabéu». Y este antetítulo: «El pasillo duró noventa minutos». La crónica de Juan Trueba se titulaba «No fue pasillo, fue paseo». Como se ve, el pasillo estuvo presente por todas partes. Marca hizo incluso un póster con la foto del pasillo, que regaló con el periódico del día siguiente.
El Madrid ganará esa Liga con 18 puntos de ventaja sobre el Barça. Y con un récord de puntuación: 85. Ahora parece poco, visto desde el techo que ambos clubes han establecido en años sucesivos, pero entonces era un récord. El Barça de Rijkaard se venía abajo, el Madrid había ganado dos Ligas consecutivas, se las prometía felices, pero…
La temporada siguiente al pasillo las cosas habían cambiado para el Madrid y para el Barça. En el Madrid, Schuster, a pesar de la Liga conquistada, había perdido fuelle y seguridad y eso empezó a notarse pronto. Y el equipo no iba ya tan bien. Iba regular, tirando a mal. Por el contrario, el Barça estaba en el albor de una nueva época. Laporta había salvado por estrecho margen una moción de censura (perdió por 23.870 a 14.871, pero para echarle hacía falta un 66 por ciento de reprobación, y se quedó en un 60,6) y, después de pinchar con Mourinho, al que intentó contratar (más adelante se desarrolla el asunto), optó por Guardiola, que había sido gran jugador de la casa y había entrenado la temporada anterior al Barça B, en Tercera, sin ascenderlo. Parecía muy poca cosa para hacerse cargo de golpe del Barça, pero Laporta lo eligió por tres motivos: por la insistencia de Evarist Murtra, un inteligentísimo directivo que se mantenía a su lado (más adelante se marcharía, como tantos otros); por el no de Mourinho, de lo que se dará cuenta más adelante, y porque pensó que el afecto en el barcelonismo por Guardiola era tanto que con él en el banquillo, el club (y el propio Laporta) podría disfrutar de cierta indulgencia al menos durante unos meses por parte de la afición y de la crítica. Eran tiempos muy convulsos y la mera presencia de Guardiola suavizaría las cosas.
Y Guardiola empezó bien, porque su diagnosis fue certera: Ronaldinho, Deco y Eto’o, excelentes los tres, habían sido las manzanas podridas. Lo mejor era sacarlos a todos, sin preocuparse de si se los podría encontrar más adelante ante equipos contrarios en la Champions. No pudo salir en el primer verano Eto’o, pero sí salieron los otros dos. (Eto’o jugó bien ese primer año de Guardiola, pero aun así a este le pareció adecuado hacerle salir también. «Cuestión de feeling», explicó. Y tuvo razón.)
El caso es que entre una cosa y otra, cuando se enfrentan en el primer clásico de esa Liga, el 13 de diciembre, el Barça es primero con 35 puntos en 14 partidos (11 victorias, dos empates y una derrota, tal fue el arranque de Guardiola), mientras que el Madrid, aún campeón, es quinto, nueve puntos más abajo. Prácticamente está fuera de la carrera, porque el Barça deslumbra. Además, la situación acaba de hacer crisis tras una derrota en el Bernabéu ante el Sevilla, con un arbitraje de González Vázquez que indignó al madridismo. La lista de agravios del partido era tremenda: gol en fuera de juego de Kanouté (0-1), falta de Kanouté a Cannavaro en el 1-2, dos penaltis a Higuaín no señalados, roja perdonada a Palop y Robben expulsado por reclamar el segundo penalti airadamente. Del partido sale el Madrid además con las bajas seguras de Marcelo, por quinta amarilla, y Robben, expulsado.
Y en la sala de prensa, cuando es preguntado Schuster sobre si el equipo podría desquitarse venciendo en el Camp Nou, sorprende a todos al tirar la toalla: «Ahora no es posible ganar al Barça». Ese entreguismo sienta muy mal a la afición y sienta peor en el propio club, que ya veía a Schuster flojeando. De hecho, ese verano el Madrid también había estado, como el Barça, al habla con Mourinho, pero no se decidió a sustituir a Schuster tras ganar la Liga. Ya el curso anterior el Madrid había ganado la Liga con Capello, y aun así se le había sustituido por su juego defensivo y aburrido. Echar, por segundo año consecutivo, a un entrenador ganador de la Liga, parecía una extravagancia. Y solo eso sostuvo a Schuster en el cargo… Hasta diciembre.
El martes, Mijatovic anuncia la destitución de Schuster, al que sucede Juande, técnico de cierta experiencia que había dirigido al Sevilla, con el que alcanzó los mayores logros en la historia del club para luego tener un paso poco afortunado por el Tottenham.
En esa situación deportiva, y en medio de una gran inestabilidad institucional (Calderón recibía muchos ataques y había hecho una asamblea en la que la presencia de los ultrasur a favor suyo le acarreó mayores críticas), tenía que visitar el Madrid al Barça. Y sin Marcelo ni Robben, suspendidos, y sin otros seis jugadores, con bajas médicas: Van Nistelrooy, Diarra, Pepe, Heinze, Miguel Torres y De la Red. Juande completa la expedición con cuatro canteranos que no son de la primera plantilla: Agus, Antón, Bueno y Palanca. No recuerdo, en mi memoria de aficionado, ningún clásico que el Madrid afrontara en tan malas condiciones. El Barça esperaba con todas las luces encendidas, volaba en el campeonato, todo era optimismo y existía aire de revancha tras la Liga anterior y la exaltación del pasillo que se había hecho desde Madrid.
En Barcelona se habla de goleada, se aspira a otro 5-0, o más aún. En el Madrid se habla en voz baja, se procura hacer acopio de moral, pero nadie cree. La víspera del partido Calderón sufre un cólico nefrítico, así que no viaja con el equipo, y se extiende la impresión de que no es cierto, de que se ha quitado de en medio ante la debacle que se presiente. (Luego, volará el día del partido y asistirá a este.)
Ganó el Barça, pero no hubo goleada. Juande hizo algo inusual en estos partidos: encajó al Madrid en su área de una forma exagerada. Cuatro-cuatro-uno (Raúl)-uno (Higuaín). Colocó a Sergio Ramos sobre Messi (que entonces jugaba de extremo derecha, no como ahora), así que el sevillano pasó a lateral izquierdo, dejando la derecha a Míchel Salgado. La consigna era resistir y de cuando en cuando lanzar un balón largo a ver si lo pilla el rapidísimo Drenthe, que juega por la izquierda. Raúl e Higuaín echan una mano en la media y arriba apenas aparecen. Messi es objeto de un marcaje múltiple, en el que si se va de Ramos sufre casi automáticamente falta por madridistas que se van relevando a fin de evitar la tarjeta por reiteración.
El Madrid roza el milagro. En el minuto 82 aún está 0-0 gracias al buen tono defensivo de todos y gracias particularmente a Casillas, que ha parado de todo, incluso un penalti. Y hasta ha dispuesto de dos oportunidades, dos mano a mano con Víctor Valdés, uno en cada tiempo. El primero del rapidísimo Drenthe (con mucho terreno y tiempo para pensar), el segundo de Palanca, canterano debutante, que había entrado por Sneijder, lesionado. Víctor paró los dos. En el 82 Puyol gana un salto de cabeza y su remate pega en el muslo de Eto’o, con lo que entra. Luego, en el 91, cuando el Madrid por fin se ha abierto en busca de un improbable empate, hay un contraataque rápido que Messi resuelve bien ante Casillas. Total, 2-0.
En el fondo todos se dan por satisfechos. El Barça ha liquidado al Madrid (o eso cree), porque lo ha puesto a doce puntos, y además se encuentra en una situación de provisionalidad casi desesperada en todos los aspectos. El Madrid no ha sido goleado, no ha sufrido un escarnio, y lo había temido tanto que ese 2-0 en contra casi parece un buen resultado. En Barcelona se critica la actitud poco gallarda del Madrid, pero el madridista se siente aliviado. Y al día siguiente, Juande, en larga entrevista concedida al As, levanta la bandera de la resistencia: «No me rindo; al Barça ya le llegará el bache. Mi fórmula está clara: ganar, ganar y ganar. Y si el Barça falla, ahí estaremos».
Y, en efecto, aunque la inestabilidad institucional no desaparece (Calderón caerá a principios de año, cuando Marca desvela que en la antes citada asamblea se habían colado compromisarios que no lo eran para votar a su favor y le sustituirá su vicepresidente, Vicente Boluda), Juande consigue rehacer el equipo y lo pone a funcionar. Entre el partido del Camp Nou y el de la segunda vuelta, y en lo que respecta a la Liga, gana diecisiete partidos y empata solamente uno, ante el Atlético. De modo que aunque el Barça sigue haciendo una buena campaña, los pocos puntos que inevitablemente se va dejando hacen que se vaya minando paulatinamente la diferencia, que baja de aquellos doce puntos a cuatro.
De modo que mientras espera al Barça en el Bernabéu, el 2 de mayo de 2009, el Madrid se ha ganado el derecho a echar cuentas. Ganando se pondría a un solo punto. Le quedarían las visitas al Valencia y al Villarreal seguidas, luego recibir al Mallorca y terminar la Liga ante el Osasuna. Nada fácil, pero en esas horas el Madrid ya no temía nada. Al Barça le quedaba recibir al Villarreal, visitar al Mallorca, recibir al Osasuna y visitar al Depor. Mejor calendario, pero entre esos partidos tenía que intercalar las dos semifinales con el Chelsea, la final de Copa con el Athletic y, si eliminaba al Chelsea (cosa que luego haría, Ovrebo mediante), la final de la Champions. Parecía mucho tute. El Madrid sentía, realmente, que podía alcanzar el título: una victoria, un punto, cuatro partidos por delante, embalado, mientras el Barça tendría que jugar ocho, todos de máximo compromiso, en un mes…
El madridista acudió eufórico al estadio y sufrió quizá la mayor decepción que yo recuerde. Desde el principio se vio mejor al Barça, en el que Guardiola introdujo un cambio que luego hará fortuna: Messi, en lugar de jugar por la derecha, como hacía hasta entonces, jugó por el centro, como falso nueve, igual que lo hace ahora. Eto’o jugó de extremo derecha. Ese cambio de piezas desbarató algo el plan del Madrid y el Barça puso en apuros a Casillas desde muy pronto. Pero en el minuto 13 el Bernabéu estalló cuando en una jugada rápida Higuaín marcó de cabeza a centro de Sergio Ramos. Hasta ese momento el Madrid no había hecho nada, pero ese gol le ponía a un punto del Barça y daba rienda suelta a las mejores expectativas.
Pero a eso siguió una hecatombre. Un fallo de Sergio Ramos, descolocado y que quiere cortar un pase largo a Henry con una cabriola, da lugar al empate en el 17. Otra vez a cuatro puntos. En el 19 Puyol cabecea una falta bien templada por Xavi. En el 35, Xavi roba un balón a Lass en la media, adelanta a Messi y este hace el 1-3. En el descanso nadie apostaría por el Madrid, porque el Barça está jugando como nunca se había visto antes. En el 55, Ramos cabecea una falta y hace el 2-3, lo que abre un resquicio a la esperanza madridista, que se cierra a los dos minutos, cuando Henry recibe un perfecto pase de Xavi, se va de Sergio Ramos y bate a Casillas. Luego, todo es un lujo del Barça, Casillas parando, Xavi al mando, 2-5 de Messi en el 74, 2-6 de Piqué en el 84, en jugada en la que el novel central se desenvuelve en el área chica del Madrid como un consumado delantero centro.
El madridista abandona el Bernabéu silencioso, aplastado, no hay respuesta ante el juego que ha exhibido el Barça. En Barcelona los coches circulan tocando el claxon, mostrando banderas blaugranas y senyeras y en Canaletas se canta «¡Eo, eo, eo, esto es un chorreo…!», en alusión a unas muy poco afortunadas palabras de Boluda, el presidente de tránsito del club, cuando dijo, refiriéndose a la visita al Liverpool en la Champions: «Se van a abrir y les vamos a chorrear».
Aunque Juande Ramos aún dice que matemáticamente todo es posible, ya todo el mundo da por campeón al Barça, que lo será. Ya puede en cierto modo despreocuparse de la Liga, lo que le facilitará ganar en la Copa de España y la Champions, y retirarse al verano con tres títulos. A esos tres títulos seguirán, antes de fin de año, otros tres: la Supercopa de Europa, la Supercopa de España y el Mundial de clubes, ya en diciembre. Guardiola ganó seis títulos del tirón en su estreno como entrenador grande.
Seis era el número. Seis goles en el Bernabéu que dieron paso a esos seis títulos. Laporta diría alguna vez que para él el 2-6 había sido como un séptimo trofeo.
Y un dato curioso: del partido del pasillo al del 2-6 (separados por un año menos una semana) repiten siete jugadores del Madrid y ocho del Barça. Son casi los mismos equipos. El Barça había incorporado a Alves y Piqué; el resto de las alteraciones en las dos alineaciones se debían, casi exclusivamente, a lesiones o estados de forma. Pero, ya se sabe: el fútbol es sobre todo un estado de ánimo.