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BERNABÉU QUIERE A CATALUÑA
«A PESAR DE LOS CATALANES»

En esas estábamos cuando tronó Bernabéu.

Para entonces, el gran mandatario blanco era un heptagenario que se sentía por encima del bien y del mal. En aquel tiempo, setenta años significaban mucho más que ahora, en todos los sentidos. Había hecho del Real Madrid una cosa única y hacía tiempo que había prescindido de cualquier respeto social. Vivía en Santa Pola, en una pequeña casita junto al mar; llevaba el club por teléfono, en contacto con Saporta y tras años de hacerse una especie de marketing de paleto, se había acabado por sentir cómodo en él. Bernabéu no era ningún paleto (hijo de juez, buena formación académica, leía a los filósofos alemanes en alemán), pero le gustaba hacérselo. Siempre pregonó que el fútbol era la gran diversión de la gente humilde (aunque también lo era, y lo es, de la gente pudiente) y él mismo se empeñó en parecerlo. Su estampa de hombre descuidado de gabardina raída era muy popular. Recibía a los periodistas en pijama, en una humilde butaca, junto a una mesa camilla en la que estaba su teléfono. Y presumía, cada vez más, de decir las verdades del barquero.

Para entonces, los periodistas un poco avispados, si tenían la actualidad muy decaída, acudían a Bernabéu, que nunca fallaba:

—¡Qué país! ¡Si los cabritos volasen, habría que poner semáforos en el cielo!

¡Y ya estaba armada!

A Bernabéu, la «final de las botellas», como ha pasado a la historia, le dejó mal cuerpo. Así que no fue extraño que pocas semanas después entrara en autocombustión. El verano nacional sufrió un sobresalto cuando unas declaraciones publicadas por el semanario Murcia Deportiva corrieron como un reguero de pólvora. Por entonces era presidente del Espanyol Vilá Reyes, un afamado empresario que acabaría en problemas por el caso Matesa, uno de los escándalos económicos del Franquismo. Hizo del Espanyol un buen equipo, reuniendo una delantera magnífica, conocida como «los delfines»: Amas, Rodilla, Ré, Marcial y José María. Entonces estaba en plena construcción de su gran equipo y era notoria su audacia. El periodista, Antonio Montesinos, le pregunta en un pasaje de ella, y refiriéndose a Lico, jugador del Elche que pretendía Vilá Reyes:

—¿Sabe, don Santiago, que Vila Reyes ofrece once millones de pesetas, Ramírez y un partido en Altabix pagando el Espanyol los gastos a cambio del volante del Elche? ¿Qué le parece la operación?

Y la respuesta del patriarca blanco llegó con regalo:

—Cuando un señor dispone de dinero y quiere emplearlo con generosidad al servicio de su club, me parece estupendo. Ese es el caso de Vila Reyes. A Vila Reyes yo le admiro. Solo por presidir en Cataluña un club que lleve el nombre de Español ya es digno de admiración. Y no están en lo cierto quienes dicen que no quiero a Cataluña. La quiero y la admiro, a pesar de los catalanes.

Fue un estallido. Las declaraciones las recogió en primer lugar un semanario barcelonés, Barcelona Deportiva, y de ahí en adelante la reacción fue imparable.

En realidad, Bernabéu estaba tocando un tema tabú en la época: el catalanismo. A ojos de hoy pareció extraño, pero entonces la convención era fingir que el catalanismo no existía y hasta desde dentro del propio Barça se había hecho el esfuerzo por disimularlo lo más posible. Alguna vez se había deslizado algo, como cuando Narcís de Carreras, en su toma de posesión, declaró lo que luego se formularía más específicamente como el «més que un club»: «El Barcelona es algo más que un club de fútbol, es un espíritu que llevamos arraigado dentro, son unos colores que queremos por encima de todo». Pero aquello había pasado más como una declaración de amor profunda por unos colores que por el sentido profundo de identificación con lo catalán que ya asomaba. Además, Narcís de Carreras había sido hombre cómodo en el Franquismo, no se le tenía por sospechoso de lo que entonces se conocía como «separatismo».

Porque justamente la convención de la época es que España era una, que la «unidad de los pueblos y las tierras de España» era sagrada y que del fútbol se podía esperar cualquier cosa menos que atacara eso. Y el esfuerzo de tanta gente durante tantos años en ese difícil consenso lo reventó Bernabéu aquel día.

La reacción editorial en Barcelona fue fulminante, no ya en la prensa deportiva, sino en la generalista. El primero en reaccionar fue el Tele-Exprés:

Son tan ofensivas las palabras de don Santiago Bernabéu que quizá en este diario —donde tantas veces le hemos elogiado en razón a sus éxitos deportivos— hubiéramos preferido pasarlas por alto si otros periódicos de la ciudad no las hubieran reproducido. Lo que no podemos nosotros es reproducir tales declaraciones sin condenarlas con la mayor severidad que nos otorga nuestra doble e inseparable condición de españoles y catalanes.

A don Santiago Bernabéu le quedan tres caminos: decir que no hizo tales declaraciones; asegurar que se las tomaron subrepticiamente y sin propósito de que se publicaran o, finalmente, reafirmarlas expresamente o con silencio.

Otra cosa no cabe.

Este editorial salió el 7 de agosto. El día siguiente se animó la práctica totalidad de la prensa de Barcelona, con editoriales o artículos de fondo del mismo tenor: La Vanguardia, El Noticiero Universal, La Solidaridad (de prensa del Movimiento). El Arriba, de Madrid, cabecera de la cadena de prensa del Movimiento, también publicó una dura crítica de la pluma de Gabriel Cisneros, miembro del Consejo Nacional del Movimiento.

El presidente del Barça, Narcís de Carreras, fue entrevistado sobre el caso por Julián Mir, director de Dicen. Se expresó en estos términos:

—Las declaraciones de don Santiago Bernabéu me han producido una gran pena y una profunda indignación. ¿Cómo puede permitirse la afirmación de que quiere a Cataluña “a pesar de los catalanes”? Me parece muy bien que ironice diciendo que tiene simpatía a Vila Reyes, pero es una insensatez decir que se la tiene porque preside, en Cataluña, un club que se llama Español. ¿Es que no es español el nombre de Barcelona? ¿Es que no son españoles los catalanes? No quisiera incluir a Bernabéu en el grupo de los separadores, que son más peligrosos que los separatistas, pero declaraciones como las suyas son el ataque más fuerte que puede hacerse a la política de unidad que siempre hemos propugnado.

—¿Le duelen más como presidente del Barcelona o como catalán?

—Si el señor Bernabéu se hubiera limitado a un ataque contra el Barcelona, ni me hubiera preocupado en contestarle. Lo habría achacado a algo que no comparto, aunque reconozco que es humano: no saber perder. Pero a quien ofende es a todos los catalanes, y esto es intolerable, máxime cuando se hace a la sombra de una bandera deportiva, en este caso desde la presidencia de un club histórico, respetable y respetado como el Real Madrid. No seguiremos al señor Bernabéu por este camino. Nuestra política continuará siendo la unidad de todos los clubes de España. El presidente del Real Madrid no se acaba de costumbrar a que el Barça haya ganado la Copa de S. E. el Generalísimo.

Como se ve, desde Barcelona y desde el Barcelona se detecta indignación, pero al mismo tiempo se elevan protestas a favor de la españolidad puesta en cuestión. Nadie salió diciendo «catalanista a mucha honra». Existía en aquellos tiempos todavía una prudencia que Bernabéu vulneró estrepitosamente y que, a medio plazo, resultó revelarse como el clarinetazo de salida para que el Barça recuperara aquella seña de identidad que había reprimido durante tantos años. Porque la reacción de «la capital», como se decía entonces en Barcelona, no fue brillante. Exceptuando el artículo de Cisneros en el Arriba, el resto de la prensa madrileña fue condescendiente con el patriarca blanco y despectivo con la irritación barcelonesa. Incluso las plumas y voces atléticas, críticas habitualmente con el Real Madrid, pero madrileñas, al fin, cuando se trataba del «asunto catalán».

El propio club (el Madrid) empezó a correr por lo bajinis la versión de que habría sido una encerrona. Algo así como que alguien, sin permiso para ello, habría recogido opiniones vertidas en una reunión privada entre varias personas, entre las que estaría Bernabéu, sin que ni siquiera estuviera claro que esas palabras le correspondieran exactamente a él.

Pero el propio Bernabéu arruinó esa estrategia, al hacer una especie de rectificación sui géneris en una entrevista a El Alcázar, diario madrileño de la tarde que entonces daba mucha relevancia al deporte. (Más adelante, cambiado de propiedad, se convirtió en un instrumento golpista.)

—Lo de Murcia Deportiva no era propiamente una entrevista destinada a la publicidad, sino una conversación general de la que el periodista había de sacar información de carácter deportivo, como es natural. Lo que ocurre es que muchas veces los informadores no toman notas y luego se lanzan a reproducir respuestas como si fueran exactas. En todo caso la primera de las frases que me atribuyen en el semanario no puede ser cierta, por la sencilla razón de que tengo miles de excelentes amigos catalanes. Los cuales, téngalo por seguro, se habrán reído mucho al tener conocimiento de lo que se me atribuía.

—¿Y la segunda frase, don Santiago, lo del señor Vila Reyes y lo de que es digno de admiración por presidir en Cataluña un club que lleva el nombre de Español?

—Esto sí lo dije. Y no ha sido la primera vez.

—Al señor Bernabéu, ¿le contraría todo el revuelo que se ha armado?

—Me molesta dar toda esta serie de explicaciones. Cuando en Cataluña atacan al Real Madrid no organizamos todas estas complicaciones…

La verdad es que Bernabéu no tendría nada contra los catalanes, pero sí lo tenía contra los catalanistas, que fueron, son y serán gran parte de ellos. Llegué a tratarle cuando yo era un joven periodista de Marca y El Mundo Deportivo, de cuya corresponsalía en Madrid me ocupé unos años. Unas pocas conversaciones me sirvieron para detectar que el separatismo catalán era quizá la mayor de sus fobias. En los desplazamientos de la Copa de Europa solía vérsele sentado en el hall, rodeado de pelotas, periodistas o admiradores. Era un gran conversador, lleno de anécdotas y ocurrencias, no era nada difícil quedarse embobado escuchándole ni reírle las gracias. Un tipo de verdad sabio. Pero con el catalanismo era de aúpa.

Una vez me atreví a meterme en ese círculo y le escuché narrar algo que luego he sabido que contó muchas veces más: «Cuando íbamos por Lérida, liberando los pueblos de la montaña, no nos salían a recibir. Las calles estaban vacías. Solo se atrevían a asomarse, desde el segundo piso, los viejos, y lloraban con odio. Y cuando los viejos lloran de odio es que un pueblo no tiene remedio».

A mí, que soy hijo de catalana, aquello me impactó, con mis veintipoquísimos años. Mucho más adelante le telefoneé a su casa de Madrid, en Jericó, para entrevistarle para El Mundo Deportivo, donde yo firmaba como Antonio Estapé, que une mi segundo nombre y mi segundo apellido. Estábamos en vísperas del homenaje a Velázquez. Yo era muy velazquista y el Madrid no se estaba portando bien con él, a mi entender. Resaca de aquel caso de la final de Atenas, cuando salió en defensa de De Felipe, seguramente. Pienso que Bernabéu no me ponía cara, no me tenía identificado. Para él yo solo era en esa conversación un periodista catalán que le quería chinchar.

—Ustedes los catalanes siempre le están buscando las cosquillas al Madrid…

—Don Santiago, que yo soy madrileño.

—¿Es usted madrileño y trabaja para los catalanes? Pues apañado está…

Recuerdo que lo mandé tal cual a El Mundo Deportivo y que alguna mano piadosa limpió esa fase de la entrevista.

Algunos años más tarde, ya en los ochenta, traté a Fernando Lugrís, un riojano que se hizo célebre en la época como «El abanderado del Madrid». Tenía una bandera gigante del equipo, con la que acudía a los partidos importantes. Le dejaban salir al centro del campo y agitarla antes del partido, para animar al público, sobre todo en las noches europeas. Luego se instalaba en su localidad, donde aquel banderón era un referente. Una especie de Manolo el del Bombo pero en fino. Era director de una sucursal bancaria en Logroño y era un hombre instruido y cultivado, pero con una devoción por el Madrid solo comparable a la de nuestro actual Tomás Roncero. También muy antibarcelonista. Tenía dos banderas, la segunda de ellas, mucho mejor en todos sus materiales, solo para los partidos del Barça.

Él me dijo que la gran causa de Bernabéu había sido chinchar a los catalanes. «Me lo dijo un día. Me dijo que lo que más les podía fastidiar era que en Madrid hubiera un equipo que les ganara siempre, y a eso consagró su vida.»

En todo caso, a Bernabéu le quedó un mal sabor de boca de aquel episodio, según se desprende de una conversación que años después, en 1974 y con ocasión de la final de la Copa de Europa de baloncesto, mantuvo en Nantes con Justo Conde, que este reprodujo en una entrevista publicada en Dicen. En La guerra que nunca cesa, Justo Conde reproduce este párrafo:

En cuanto a esa su insinuación de que Samaranch es catalán, debo comunicarle que el próximo mes (mayo de 1974, o sea, seis años más tarde del affaire) habrá juicio contra quien, en cierta ocasión, quiso poner en mi boca aquella triste frase de que a mí me gustaba Cataluña pese a los catalanes. Pero, por Dios, ¡cómo voy a hablar mal de esa tierra en la que tengo enterrado a mi propio hermano! En esa tierra en donde siempre encontré grandes amistades, como el llorado Samitier y desde donde ahora recibo las cartas más afectuosas. ¿De malos catalanes? No, de personas íntegras.

¿Malos catalanes? Para mí esa es la clave en el razonamiento de Bernabéu. Malos catalanes eran en su opinión los «malos españoles», los catalanes separatistas, como se diría entonces, nacionalistas o soberanistas, como decimos hoy. Eso era lo que le sacaba de punto. Buenos catalanes serían, por el contrario, los catalanes no separatistas. La cuestión es que con frecuencia tomó, como se toma aún hoy en muchos casos, la parte por el todo. Y que ser nacionalista no es ser mal catalán, sino una manera muy extendida de ser catalán, aunque tampoco sea la única. Y que de ese revolutum fue causa con alguna frecuencia Bernabéu con sus juicios y sus frases. Y que todo eso, salpimentado por la rivalidad de los dos clubes, le llevó a excesos que a posteriori hubiera preferido evitar.

Nacidos para incordiarse
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