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KUBALA Y OLIVA, EL CASO K. O.

El final del campeonato 1952-53 se presentaba de aúpa. A cinco jornadas del final la cabeza estaba así: Valencia, 35 puntos; Espanyol, 34; Real Madrid, 33, y Barcelona, 32. El 5 de abril jugaban en Les Corts el Barça y el Madrid. Y los partidos siguientes del Barça, lo que tendrá su importancia, como se va a ver, eran el Espanyol-Barcelona y el Barcelona-Valencia. En esas condiciones se juega el partido, con corrección general, hasta que, al producirse el único gol, de Moreno, que dio la victoria al Barça, Oliva y Kubala se enredan a bofetadas. A Gardeazábal, el árbitro, le pilla medio de espaldas, pero cuando se gira aún cruzan cachetes. Expulsa a los dos.

Y se empieza un pandemónium de tres días de los que se habló durante años. Para más morbo, la prensa cita el asunto como el caso K. O., aludiendo a las iniciales de los dos jugadores implicados.

Porque según las normas y usos de la época, a los dos les correspondería una suspensión de cuatro partidos, lo que al Madrid no le iba mal. Oliva era el defensa central del equipo, buen jugador, pero no tan decisivo como Kubala, estrella máxima del fútbol español en unos tiempos en los que aún no había llegado Di Stéfano. Kubala era el mejor jugador del campeonato a muchos codos del siguiente. Además, los partidos que le quedaban al Madrid eran contra el Santander, el Zaragoza, la Real Sociedad y el Celta, lo que no hacía tan sensible la baja del central titular. Y del Barça ya se ha dicho que sus dos partidos inmediatos eran contra los otros dos aspirantes, el Espanyol y el Valencia, y luego aún le quedarían el Valladolid, que entonces no era poca cosa, y el Athletic de Bilbao.

Desde Barcelona se trataba visiblemente de minimizar la escena, convirtiendo las bofetadas en un manoseo, en algo así como desplantes o desconsideraciones, no agresiones mutuas. Desde Madrid, lo contrario, un poco al estilo del proverbio persa que cuenta del genio que se aparece a un hombre y le dice: «Pídeme lo que quieras, pero a tu vecino le daré el doble». Y el hombre responde: «Que me quede tuerto». Para el Madrid, quedarse sin Oliva era quedarse tuerto. Para el Barça, quedarse sin Kubala era quedarse ciego.

El asunto subió de temperatura cuando Marca, entonces diario del Movimiento, publica el texto del acta de Gardeazábal, que rezaba así: «A los veinte minutos del primer tiempo expulsé a los jugadores Ladislao Kubala Stecz, del C. F. Barcelona y Joaquín Oliva Gomá, del Real Madrid, por agredirse mutuamente con la mano, no pudiendo apreciar de quién partió la agresión».

Agresión mutua, en suma. Cuatro partidos de suspensión para cada uno, en los baremos de la época. Pero por entonces la publicación de un acta arbitral no era ni mucho menos usual, no se daba nunca. Y al día siguiente El Mundo Deportivo se preguntaba de dónde había salido la filtración y con qué intención. De las actas existían entonces seis copias: una para cada club, una para cada federación regional correspondiente, una para el comité regional del árbitro (el vizcaíno en este caso) y otra para el Comité Central de Árbitros. ¿De dónde tomó Marca el acta? Blanco y en botella…

Sube la tensión cuando Francisco Román Cenarro, presidente del Comité de Competición, que había presenciado el partido, desliza que su intención es declarar que el incidente no le había parecido grave y añade con tono inequívoco: «Si solo tuviéramos que fijarnos en los informes arbitrales para sancionar, ¿para qué serviría el Comité de Competición?».

Este se reúne el día 8. Tras tres días en los que en Madrid y Barcelona no se habla de otra cosa, ha quedado suficientemente claro que el Madrid da por buenísimo que le suspendan por cuatro partidos a Oliva a cambio de que Kubala sufra la misma sanción. En Barcelona la polémica es más aguda aún; ya se ha dicho que el Espanyol, que entonces tenía algún mayor peso mediático que ahora, era el inminente rival del Barça y también aspiraba a esa Liga. En Valencia también apuestan por la sanción.

El Comité tiene que decidir entre amonestar a ambos, por desconsideración con un contrario, o suspenderles por agresión mutua. Y gana la amonestación por tres votos contra dos por la descalificación y una abstención.

En el Espanyol hay indignación y se recogen firmas para expulsar de socio a Cenarro, cuyo papel se considera, con razón probablemente, decisivo. Había sido nada menos que presidente del Espanyol cinco años antes, puesto del que dimitió como protesta por habérsele impuesto al club jugar la final de Copa contra el Madrid en La Coruña en lugar de en Zaragoza, que él consideraba la solución natural. Desde entonces había sido captado para la Federación Catalana por Agustín Pujol, connotado barcelonista. Justo Conde, que hace un buen relato del caso en La guerra que nunca cesa, interpreta que Cenarro fue buscando cada vez más el apoyo del club culé para fortalecerse en su nueva vida federativa. De hecho, llegaría a ser presidente de la Federación Catalana cuatro años más tarde. Obtuvo, pues, su premio a su posicionamiento en el caso.

Y Kubala jugó ante el Espanyol y dio los dos goles que valieron la victoria del Barça. Y jugó los siguientes tres partidos y el Barça los ganó todos y se proclamó campeón en un impresionante rush final. El Madrid quedó enfurruñado por una decisión de la que tampoco podía quejarse muy explícitamente, puesto que al tiempo que Kubala había quedado exonerado también lo fue Oliva. Y el Barça se quedó enfadado porque al Madrid se le había visto el plumero y había hecho más incluso que el Espanyol (el acta de Gardeazábal solo había podido salir del Madrid o de la Federación Castellana, lo que a esos efectos hubiera sido lo mismo) por conseguir la suspensión de Kubala.

Eulogio Aranguren, presidente del Colegio Nacional de Árbitros y miembro del Comité de Competición, dimite al entender que se ha despreciado el acta del árbitro. Sus compañeros le siguen, acosados por una oleada de opinión pública que les tacha de marionetas.

Nacidos para incordiarse
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