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GASPART HACE SONAR EL HIMNO DEL BARÇA EN EL BERNABÉU

La final de Copa de 1997 se jugó en el Bernabéu, como tantas otras. Y a ella llegaron el Barcelona y el Betis, que entonces vivía días felices con Lopera. Era el Betis de Finidi y Alfonso en el ataque. Enfrente, el Barça pos dream team, con Guardiola y Stoichkov como elementos más representativos de esa época, pero además con De la Peña y Figo entre otros.

El Barça había llegado a esa final tras una estruendosa semifinal con el Atlético de Madrid. Era la época en que los partidos entre estos dos clubes solían proporcionar sorpresas mayúsculas. El partido de ida, que había acabado 2-2, ya estuvo bien. Pero el de vuelta fue el no va más. Gil, metido en una de sus guerras, estuvo a punto de retirar al equipo, enfadado como estaba porque el Comité de Competición había suspendido a su jugador, Esnáider, por haber fingido una agresión que no existió en el partido de Liga contra el Betis. (Y a Simeone y Geli por otras causas.) El Atlético viajó la misma tarde del partido después de que durante toda la mañana se hubiese llegado a dar por suspendido el encuentro. Gil, por fin, autorizó a que se viajara a las 16.10. Para más complicar las cosas, el aeropuerto de Barcelona estuvo esa tarde dos horas cerrado por un hecho insólito: un avión procedente de Dublín tuvo que hacer un aterrizaje de emergencia, con las pistas llenas de espuma, y estas tardaron ese tiempo en limpiarse. Encima había huelga de metro en la Ciudad Condal, con lo que el tráfico desde el aeropuerto al campo fue muy penoso. Los jugadores del Atlético se cambiaron en el autobús, camino del Camp Nou, al que llegaron justo diez minutos antes de la hora de comienzo. El partido luego fue una locura: 0-1, 0-2, 0-3, 1-3, 2-3, 3-3, 3-4, 4-4 y 5-4. Los cuatro goles del Atlético los marcó Pantic. El empate a cuatro hubiera clasificado a los suyos. Pero pasó el Barça con ese quinto gol in extremis.

Y en una reunión de la Federación «alguien», según Gaspart, sugirió que sería bueno que, en adelante, al término de la final de Copa sonase el himno del ganador. Según me lo dijo, sospeché que ese alguien había sido el propio Gaspart, y cuando se lo pregunté sonrió y me dijo que no lo recordaba.

El caso es que él mismo se ocupó de llevar la grabación del himno y dos horas antes del partido subió a la cabina de megafonía para entregársela al encargado. Con el que hizo un pacto:

—Mire, este es el himno, para que lo ponga usted si ganamos. Y le voy a pedir una cosa y se la voy a compensar: póngalo cinco veces. Y yo le daré veinticinco mil pesetas, cinco mil por cada vez que lo ponga. La primera vez es obligada por protocolo, pero yo se la pago como si fuera mía.

—Señor Gaspart, como repita el himno me entra alguien aquí y…

—No, no se preocupe. Usted cierre por dentro y lo pone. Y mire, yo le doy ahora quince mil pesetas, le pago tres por adelantado porque me fío de usted. Luego, al final, vendré y le daré las otras diez mil si lo pone cinco veces.

Luego salió a la calle, a dejar pasar el rato. Entró en un bar contiguo al estadio a tomarse una tila. Un bar en la calle Rafael Salgado, que hoy tiene el nombre de Drakkar, y que entonces creo recordar que tenía otro. Y ahí se encontró una sorpresa:

—Noté que el camarero me miraba extrañado, pero lo entendí. Quizá no sea normal ver al vicepresidente del Barça tomar una tila junto al Bernabéu, pensé. Luego empecé a reparar en que por las paredes había muchos signos del Madrid, fotos, banderas, escudos… Empezó por parecerme normal, era un bar junto al Bernabéu. Pero noté un exceso y hasta había algunos símbolos nazis. En eso vi que al fondo de la barra había unos ultras mirándome, perplejos. ¡Me había metido en el bar de los ultras del Madrid! ¡Luego supe que ese era el punto de reunión! Inmediatamente me eché a temblar. Ya sabe cómo son esas cosas: se habrían reunido allí para salir a la calle en busca de pelea. ¡Y yo, Joan Gaspart, entré en ese bar, me había metido en la boca del lobo…!

—-¿Y…?

—Ellos me miraban y murmuraban entre sí. Yo no sabía qué hacer, estaba paralizado. Si salgo corriendo va a ser peor, pensé. Así que me encomendé a mis antepasados y decidí aguantar el tipo. De repente, uno de ellos, el que mandaba, se acercó a mí. Y me dijo: «Don Juan, no se preocupe. Nosotros sabemos cómo es usted, es como nosotros. Quiere mucho al Barça, en el fondo le admiramos. Eso sí, no está bien que esté aquí, alguien puede interpretarlo mal. Le aconsejo que se marche». Di un suspiro tremendo. Sentí como si hubiera vuelto a nacer. Me dispuse a pagar y él me dijo: «No, don Juan, no faltaba más. Invitamos nosotros. Está usted en nuestra casa. Pero váyase». Salí a la calle y nunca me pareció tan grato el aire de Madrid.

Y entró en el estadio, fue al palco, se sentó, esperó el partido y allí lo vio empezar, en primera fila.

—A la derecha del Rey estaba Lopera, que sacó un montón de estampitas del Gran Poder y de no sé qué otras devociones sevillanas, que puso en la repisita que hay delante de la primera fila. Yo estaba unos cuantos puestos a la izquierda del Rey, al otro lado. Pero don Juan Carlos me tiene simpatía y como tengo esa fama de forofo, me dijo: «Juan, mira lo que trae don Manuel. El Betis va a ganar la final». Y entonces yo saqué una estampa que llevo de la Virgen de Monserrat y la puse. «Es una contra cuatro», bromeó Su Majestad. Pero yo dije que la de Montserrat valía por las cuatro de Lopera y este se lo tomó por la tremenda, casi se enfada en serio, y tuve que retirar la broma.

Y luego, el partido. Un partidazo. El Betis se adelantó con gol de Alfonso, empató Figo, adelantó Finidi otra vez al Betis, empató Pizzi y así, con 2-2, se llegó al final. Y en la prórroga, golazo de Figo y título para el Barça. El grandullón Popescu sube a por la Copa, honor que le cede Guardiola en atención a su carácter de jugador amigable y solidario con todos. Popescu baja, el Barça se hace las fotos de rigor y empieza la vuelta al campo, la llamada «vuelta olímpica», entre los aplausos de los suyos.

Gaspart apenas vio nada de todo eso. Como suele, salió furtivamente del estadio y echó a andar. Él no lo recuerda exactamente (lo hacía en todos los partidos de compromiso, pero llegó hasta Cibeles. Allí cogió un taxi de vuelta. Lo sé porque el taxista cogió una vez a Roncero y se lo contó. «Fue una sorpresa. ¡El Barça jugando la final de Copa y Gaspart en Cibeles! Yo le pregunté y él me dijo: “No se preocupe, lléveme a la plaza de Castilla, luego yo bajaré andando al estadio”. Hacía tiempo porque le ponía nervioso ver el partido, me dijo, y prefería caminar y pensar en sus cosas. Me pareció muy simpático aquel tío. ¡Qué manera de vivir sus colores!»

Al final, a la vuelta olímpica y todo eso, sí está. Con el partido terminado, el palco se ha ido vaciando rápidamente. Cuando el Rey va a salir, Gaspart le retiene: «Un momento, majestad, va a sonar el himno del equipo campeón».

—Y el Rey se quedó a mi lado, quietos los dos. No firmes, pero quietos, escuchando correctamente el himno, mientras el Barça iba dando la vuelta y saludando. Yo estaba pendiente por si se repetía. ¡Y se repitió! Cuando estaba empezando a sonar la segunda vez, el Rey me dijo: «Este himno es un poco largo, ¿no?». Yo le dije: «No, majestad, es que lo están poniendo otra vez. Ya podemos salir». Y su majestad salió por atrás y yo bajé al campo a abrazarme con los jugadores y a hacerme unas fotos. ¡Y empezó a sonar por tercera vez! El campo ya estaba casi vacío, así que me decidí a subir hasta la cabina. Llegué cuando estaba terminando, toqué, le dije al encargado que era yo y me abrió: «¡Gracias! Se ha portado usted muy bien. Ya no hace falta que lo ponga más veces, ya no queda casi nadie. Pero como se ha portado usted tan bien, yo le voy a dar las otras diez mil pesetas, como si lo hubiera puesto cinco. Porque es usted un hombre de palabra».

—¿Y qué fue de él? ¿Tuvo alguna represalia del club?

—No lo sé. No lo creo. ¡Pero fueron las veinticinco mil pesetas mejor gastadas de mi vida!

Nacidos para incordiarse
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