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1916, LA PRIMERA GRAN BRONCA
Y así estaban las cosas cuando les tocó enfrentarse por primera vez en serio. En el campeonato de Copa, que ya había cogido un vuelo importante. Para entonces la jugaban los campeones regionales. Algunos cismas, el hecho de que no siempre fueran ambos los campeones de su región (aunque sí casi siempre) y cuestiones de sorteo habían retrasado su cruce en esta competición hasta este año. Existía el pacífico referente cuasioficial de 1902 y los roces ya descritos en 1906 y 1914. Pero ahora se iba a provocar un estallido tremendo.
El partido de ida se juega el 26 de marzo en Barcelona, en el campo del Espanyol, y lo gana el Barça por 2-1, con un gran gol final de su delantero Alcántara, una de las grandes estrellas de la época. Era filipino, de una familia mixta de español de origen y madre filipina, retornada a España a raíz de la pérdida de aquella tierra para la corona española en 1898. Grandioso goleador, se hizo célebre en un partido internacional en donde su disparo, de tan potente, rompió la red de la portería de Francia.
El partido de vuelta se juega en Madrid, el 2 de abril, con ocho mil espectadores. El Barça juega con dos bajas, su capitán, Massana, y Vinyals, a los que un accidente impide incorporarse a tiempo. El delantero barcelonista Vicente Martínez adelanta a los suyos. René Petit, otro de los genios de la época (Bernabéu siempre me dijo que los dos grandes jugadores de la historia del Madrid fueron René Petit y Di Stéfano) coge la batuta y en torno a su juego el Madrid edifica una goleada, en la que será protagonista el citado Santiago Bernabéu, por entonces brioso atacante del equipo. Marca tres goles, el primero de ellos de penalti. El cuarto lo marcará Juan Petit, hermano de René.
En esos tiempos no se tenía en cuenta la diferencia de goles, sino el número de victorias, de modo que hay que desempatar. Se fija el desempate para once días después, el 13 de abril. De nuevo en Madrid, de nuevo en el campo del Atlético, en la calle O’Donnell. Y allí se produce un suceso extraordinario: el partido acabará en empate a seis, tras la prórroga. El marcador discurre así: 1-0, 2-0, 2-1, 2-2, descanso, 3-2, 3-3, 3-4, 4-4 (ya en el 88), prórroga, 5-4, 5-5, 5-6 y 6-6. Al final, el público está entusiasmado y los jugadores, exhaustos. Se ha visto el no va más del fútbol de la época. Alcántara ha marcado tres goles, Bernabéu, otros tres. Pero uno de ellos ha sido de penalti. Antes de ello había fallado uno y el Madrid había dispuesto de otro más, parado también por Bru, que lanzó Aranguren. Tres en total, de los que solo entró uno. A los que habría que sumar el primero de los marcados en el partido de vuelta, el del 4-1, que también llegó en un penalti transformado por Bernabéu. El Barça empieza a recelar de Berraondo, que había sido jugador de ambos clubes, pero más tiempo del Madrid (en el Barça solo jugó la temporada 1912-13), al que consideraban más vinculado. No obstante, había sido designado árbitro para el partido de acuerdo entre ambas partes. José Ángel Berraondo era el primer árbitro español, junto a Bartolomé Martínez Daguerre, con título de árbitro oficialmente concedido por la Federación Inglesa y su prestigio era muy alto.
El nuevo desempate se fija para dos días después, de nuevo con Berraondo como árbitro. También en Madrid, donde la expectación ya es máxima (para lo que puede considerarse en la época) como consecuencia de aquel colosal 6-6 anterior. Antes del partido, el Barça objeta la alineación de Zabalo, que a su juicio pertenece al Real Unión de Irún, pero Berraondo rechaza la objeción. Buena primera parte del Barça, que se va al descanso 1-2, con dos goles de Martínez contra uno de Bernabéu. En la segunda mitad, de nuevo el gran fútbol de René Petit da el mando al Madrid, que empata por medio de Zabalo. Cuando el partido está a punto de terminar, Berraondo señala un nuevo penalti a favor del Madrid. Si Bernabéu lo transforma, será la clasificación para la final. Pero Bru para por tercera vez un penatli en esta serie (en la que ha encajado dos de esta manera) y salva a los suyos. El tiempo reglamentario finaliza 2-2. Nueva prórroga. Después de trescientos minutos de eliminatoria aún no hay ganador. En la prórroga el Barça está más entero, juega mejor y agobia al Madrid, más cansado. El Madrid se mete en su área y tiene suerte: un balón despejado un poco a lo que salga lo caza Sotero Aranguren, el extremo izquierda, que aún tiene piernas, y marca el 3-2. Así se llega al descanso de la prórroga. En la segunda mitad, sigue el acoso del Barça y se reproduce la escena del primer tiempo. Otra vez un balón largo a Sotero, que se va y marca. Pero el Barça reclama que el gol ha sido en fuera de juego, cosa que Berraondo no atiende. Los jugadores del Barça protestan en masa pero sin éxito. Y Massana, capitán, decide que deben retirarse del campo y así lo hacen. El partido termina antes de tiempo (quedaban siete minutos para el final de la prórroga según consigna Fielpeña en su 40 años de Campeonato de España de Fútbol, publicado en 1942) en un escándalo monumental, con insultos del público a los jugadores del Barça. Pero el Madrid es finalista con ese 4-2 que refleja el acta.
Maluquer, en su estupenda Historia del Club de Fútbol Barcelona, no dedica demasiado espacio a este episodio, aunque su narración sí es significativa:
El partido de desempate, celebrado el día 13 de abril, no resolvió nada, por cuanto al terminar el tiempo reglamentario y sus prórrogas ambos equipos tenían en su haber seis tantos. Parece ser que en este encuentro se vieron cosas muy raras que motivaron la desconfianza de los socios y jugadores hacia determinados componentes del equipo. El día 15 se jugó el partido definitivo, que no terminó, por retirarse el Barcelona cuando los madrileños tenían 4 tantos en su favor y 2 los catalanes. Santiago Massana, que actuaba de capitán del once, ordenó la retirada de este antes de terminar el tiempo reglamentario, alegando manifiesta parcialidad del árbitro, Berraondo.
También es breve la alusión a esta eliminatoria en Barça, Barça, Barça, historia coral del club que, en lo referente a este periodo, escribe Jaime Ramón, «sobre testimonio de Luis Tudó Pomar», como se advierte al principio del capítulo:
En su condición de Campeón de Cataluña, se acude a Madrid a disputar el Campeonato de España. La suerte nos enfrenta al Real Madrid. En el que se alinea en la portería Eduardo Teus y en la delantera don Santiago Bernabéu, el actual presidente del pentacampeón. En el primer partido, disputado en el campo del Espanyol, que se caracterizó por sus violencias, Baonza fue lesionado seriamente; finalizó con la victoria del Barcelona. En el segundo, y con la hostilidad del público, fue victoria madrileña. Un tercer partido con el sorprendente resultado de 6-6; se pitaron tres penaltys contra el Barcelona, dos parados por Bru y un tercero que supuso el empate. Al cuarto partido y en la prórroga —el tiempo reglamentario había terminado 2-2—, el Madrid consigue la victoria, y el Barcelona, alegando parcialidad del árbitro, se retira antes del tiempo reglamentario del partido. El regreso de los jugadores es triste, pero el recibimiento es cordial y son muchos los aficionados que los vitorean como si fuesen vencedores, y Bru es sacado a hombros por sus excepcionales paradas.
(Luis Bru atravesaba tal racha de inspiración que un semanario bilbaíno le dedicó aquel año, tras un gran partido ante el Athletic de Bilbao, este elogio en verso: «Al mismísimo San Pedro / le puede llamar de tú / en funciones de portero / el catalán Luis Bru».)
La Historia del F. C. Barcelona de Sobrequés añade a la narración de los hechos un tramo de las memorias de Alcántara, protagonista de aquellos partidos, que refleja bien el sentir de los jugadores culés tras los sucesos:
Aunque deberes de mi familia me llamaban a mi tierra natal, retrasé mi viaje a Filipinas solo por jugar el Campeonato de España, que lógicamente debió ser para el equipo catalán en aquella época. Pero las tretas del «referee» Berraondo nos hicieron perder en Madrid luchando contra el equipo local.
Si confieso que aquella derrota me produjo una tremenda tristeza, diré solo un poco de lo que pasó aquella tarde y hasta en días sucesivos. Fue la primera vez que lloré como un niño por la humillación inesperada y terrible. Yo había aplazado mis obligaciones y olvidado sacratísimos deberes para ir a aquel partido fatal, y me indignaba sobre todas las cosas el atroz convencimiento de que aquel campeonato legítimamente nos pertenecía haberlo ganado.
Jugamos más de tres horas con un público hostil y apasionado. Nuestro dominio fue tan absoluto que si el «referee» no se hubiera apartado de la legalidad, el triunfo sería indiscutible. Nunca olvidaré las martingalas de aquel fullero Berraondo.
Por su parte, el Libro de Oro del Madrid lo cuenta así:
[…] Se jugó la prórroga, y la veteranía catalana se impuso al principio, pero una arrancada de Sotero, terminada con un gran tiro cruzado, deshizo el empate. El Barcelona recurrió a la dureza, pero otra jugada de aquel gran extremo, salvando por piernas cuantas peligrosas tarascadas le lanzaban los contrarios, fue el cuarto gol. Y aquí viene lo insólito. Massana, el defensa, capitán del equipo catalán, ordena la retirada de este porque… Sotero estaba en posición de fuera de juego, lo que era incierto. No hubo medio de convencer a los jugadores y delegados barceloneses, y Berraondo dio por finalizado el partido.
¿Sería fuera de juego? ¿Fueron penaltis todos los penaltis? A esta distancia en el tiempo es imposible saberlo, porque en crónicas o declaraciones de uno y otro lado se lee lo contrario. Maluquer aporta ese intrigante «se vieron cosas muy raras que motivaron la desconfianza de los socios y jugadores hacia determinados componentes del equipo», y es difícil saber a qué puede referirse. ¿Acaso jugadores del Barça «tocados» por el Madrid para hacer penaltis o dar facilidades? Imposible, de nuevo, a tanto tiempo vista, desentrañar el significado.
Lo cierto es que Massana, capitán del Barça y que en la temporada 1915-1916 había jugado 27 partidos (el que más fue Torralba, con 31), desapareció de las alineaciones la temporada siguiente.
Aquello, encima, tuvo un estrambote indeseado. Quiso la casualidad que para escenario de la final estuviese designada Barcelona, a donde el Madrid tuvo que viajar para enfrentarse al otro finalista, el Athletic. Cedo de nuevo la palabra a Manuel Rosón, en su relato del Libro de Oro del Madrid:
¡Qué terrible vendaval se desató entonces en la prensa barcelonesa! La campaña fue tremenda, implacable… Y torpe. Se llegó a afirmar que el Barcelona era tan superior al Madrid que le vencería cuantas veces quisiera… en plena Puerta del Sol. De Berraondo se dijeron cosas tremendas, y del público las que puede figurarse cualquier espíritu selecto. Y era que se confiaba allí ciegamente en el Barcelona y que la eliminatoria contra el Madrid no se estimaba como plato fuerte. Debe decirse que, serenados los espíritus, pero cuando el mal ya estaba hecho, el Barcelona abrió una información que dio por resultado la separación del equipo de algunos jugadores (ya había terminado la temporada) y el reconocimiento explícito de que no debió abandonarse el terreno de juego… por respeto al público. ¡A buenas horas!
Y se dice esto porque la final, entre el Athletic y el Madrid, tuvo lugar en Barcelona el 7 de mayo, y durante semana y media estuvieron los periódicos caldeando el ambiente.
De Madrid se desplazaron unos cuantos centenares de aficionados, que bien pronto pudieron apreciar el agresivo estado de opinión que allí se respiraba. Llovió torrencialmente desde las primeras horas de la mañana, y el campo del Español, donde tuvo lugar el partido, era un verdadero lodazal.
¡La que se armó al aparecer los muchachos del Madrid! Este recibimiento puede compararse solo con el de 1930 en Montjuich, cuando, eliminado el Español por el Madrid, encontraron los bilbaínos todas las facilidades posibles para ser campeones una vez más. Aquella pita terrible, interminable, y aquellos denuestos se convirtieron en aplauso cerrado y en aclamaciones al presentarse el Athletic. Las ovaciones delirantes se cortaban de pronto para iniciar una pita prolongada, que, igualmente, se interrumpía para dar paso a nuevas demostraciones de júbilo y de afecto. Es fácil adivinar a quiénes correspondían estos turnos. Se exhibían carteles pidiendo la cabeza de Berraondo, y el triunfo de Bilbao. Y el público se exasperaba cuando, al arreciar las silbas, se tapaban los oídos con las manos los jugadores madrileños.
Sigue un breve relato del partido, que el Athletic gana por cuatro a cero. Era el Athletic de Belauste, el de «¡A mí, Sabino, que los arrollo!», y de Pichichi, el finísimo interior que ha legado su apodo a todos los goleadores que le sucedieron. Pero el hombre del partido fue el delantero centro, Zubizarreta, que hizo tres goles, y al que Rosón describe así: «[…] el gigante rubio, lo arrollaba todo con sus noventa kilos de carne y sus diez más de botas y barro». Luego relata lo ocurrido al final del partido:
Al terminar, se desbordó el entusiasmo hacia los vencedores, en tanto que los vencidos, abrumados, procuraban ponerse a salvo, porque caían las primeras piedras. Después, al dirigirse al hotel, hubo otra tanda, culpándose de ello, como es costumbre, a los mozalbetes «incontrolados», aunque entonces no se usaba esa palabrita. Algunos socios del Español y del España intentaron proteger a los jugadores del Madrid hasta llegar a aquellas tartanitas hoteleras en las que solo cabían cinco o seis personas. Y digamos también, porque es de justicia, que nuestro club recibió elocuentes y numerosas muestras de desagravio.
El Madrid, como siempre, tuvo un «beau geste» al presentarse, anochecido ya, en el Inglés, en plena Rambla, donde se hospedaba el Athletic, para felicitarle por su victoria y excusarse de asistir a la cena oficial.