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BALONCESTO, EL SEGUNDO
FRENTE
Desde mucho tiempo atrás, el Madrid y el Barcelona, que nacieron, ambos, como sociedades específicamente futbolísticas, fueron desarrollando otras secciones deportivas. El Madrid llegó a tener, además de baloncesto, ajedrez, atletismo, béisbol, voleibol, petanca, tenis, lucha deportiva, gimnasia, natación y hasta bolo-palma. El Barça conserva aún ese extenso carácter polideportivo que el Madrid hace tiempo que perdió, hasta quedarse paulatinamente solo con el baloncesto. Y aun en este, tardó algún tiempo en lanzarse en busca del dominio nacional y cuando lo consiguió, saltó de él al europeo. A costa, en gran parte, del Barça.
En los cuarenta, el equipo de baloncesto del Madrid no es aún gran cosa. Eran tiempos en que se jugaban campeonatos regionales y luego una Copa del Generalísimo, en la que se dirimía el único título nacional. No había Liga. El Madrid ni siquiera ganó todos los años el campeonato de Castilla. Por el contrario, el Barça era fuerte y ganaba con frecuencia la Copa del Generalísimo. El Madrid no ganó su primer título nacional hasta 1951, en que jugó la final de Copa precisamente contra el Barcelona, en San Sebastián, en el frontón Gros. Una curiosidad de la época: el partido estaba previsto disputarlo en el frontón Urumea, pero a la hora de meter las canastas en él se descubrió que no cabían por las puertas, y hubo que improvisar un traslado al de Gros.
Todo cambió cuando apareció en el Madrid Saporta, nacido en París en el seno de una familia judía, hijo de español y francesa. La familia se trasladó a Madrid con la ocupación nazi de Francia y Saporta estudió en el Liceo Francés, donde se enamoró del baloncesto. Pronto entró a trabajar en la Federación Española, de la que a los 22 años ya era vicepresidente. Bernabéu supo de él y le contrató para organizar un torneo de baloncesto con ocasión de las bodas de oro del club, en 1952. Saporta lo hizo, con notable éxito. Pero lo que más le sorprendió a Bernabéu es que al final de todo le entregó una cuenta de ganancias. Eso le hizo incorporarle al club, en el que en 1953 ya era contador, en 1954 tesorero y en 1962 vicepresidenete.
Él fue el impulsor del baloncesto en el Madrid, en España y casi puede decirse que también en Europa. Él fue decisivo para que se pusieran en marcha la Liga nacional de baloncesto (antecedente de la ACB, cuya primera edición ya ganaría el Madrid en la 1956-57) y hasta la Copa de Europa, que tanta gloria daría al club blanco.
Saporta le daría el primer pisotón al Barça en baloncesto con la contratación de Joaquín Hernández. Hoy algo olvidado, fue uno de los primeros fenómenos del baloncesto español, algo así como un precursor de Emiliano. Se había formado en el Racing de Bruselas, de donde había pasado al Espanyol de Barcelona. En verano de 1955, Miró-Sans, entonces presidente del Barça, y a la vista de la forma en que el Madrid de baloncesto estaba creciendo con Saporta, había dado vara alta a su delegado de la sección, Antonio Palés, para reforzar seriamente el equipo. Y Palés habló con Joaquín Hernández para su incorporación.
Pero Saporta se lo pisó. Ese mismo verano se disputaron los JJ. OO. del Mediterráneo, en Barcelona. Un invento que puso en marcha ya en aquellos tiempos un joven Samaranch, otro gran agitador del deporte español e internacional desde aquellos años. España ganó la medalla de oro en baloncesto, primer gran éxito internacional de este deporte que ahora nos da tantas alegrías, con Joaquín Hernández como estrella. Raimundo Saporta, que era el delegado del equipo en la competición y por tanto estuvo en permanente contacto con Joaquín Hernández, la estrella, consiguió cambiar su destino y se lo llevó al Madrid.
Para la 1955-56, la temporada de las bodas de plata de la sección, Joaquín Hernández es la estrella del Madrid, que gana la Copa. La temporada siguiente, también a impulso de Saporta, se pone en marcha una Liga nacional y el Madrid hace doblete, Liga y Copa, siempre con Joaquín Hernández como estrella. Al tiempo, Saporta ha conseguido también aunar esfuerzos en el continente para crear una Copa de Europa de baloncesto, a imitación de la de fútbol (que ya había celebrado dos, ganadas por el propio Real Madrid). Y, claro, es el primer equipo español que la juega, en la 57-58, con el refuerzo de un formidable puertorriqueño, Johnny Báez. No pasa de octavos, pero es evidente que está cogiendo la delantera al Barça en el ámbito nacional e internacional.
El Barça contrataacó para la temporada 58-59 con una fuerte inversión que encargó el presidente de aquellos años, Miró-Sans, a su directivo Enrique Llaudet. Este acertó con los fichajes. Arrebató al Madrid a los hermanos José Luis y Alberto Martínez (barceloneses, fichados por Saporta poco después que Joaquín Hernández); contrató también a Joan Casals, del Joventut, y a Jordi Bonareu, del Mataró. Emergió además entonces un jovencísimo Nino Buscató, que sería leyenda del baloncesto nacional. Hoy es comentarista de la Cadena SER. El Barça se rehízo y consiguió el doblete. Ganó la Liga batiendo en el último partido al Madrid, 59-58. En la Copa eliminaría al Madrid en semifinales y ganaría la final al Aismalíbar. El Barça había hecho doblete con todos los jugadores catalanes.
Pero a eso siguen un par de años desalentadoramente malos. Pese a contratar dos puertorriqueños de cierto nombre, el Barça hace una mala temporada. Se queda sin Liga, cae en la Copa ante el Madrid y en la Copa de Europa en cuartos, ante el KSP Varsovia. En la sección hay un evidente desorden, no hay continuidad. Y para la 60-61 los hermanos Martínez se van al Joventut, lo mismo que Buscató. Veían que en la penya había mejor ambiente, más seriedad, que en la sección de baloncesto de un club dedicado al fútbol, donde la atención al baloncesto se dispersaba.
Llaudet estaba ya en otras cosas. Llaudet quería ser sucesor de Miró-Sans, cosa que consiguió en junio de 1961, ganando las elecciones. Y una de sus primeras decisiones fue eliminar la sección de baloncesto por las pérdidas que producía. Llevó la decisión a la asamblea y esta la aprobó. La temporada 61-62 el Barça no compitió. Llaudet estaba abrumado por la deuda del club derivada de la construcción del Camp Nou, que solo se resolvería con la recalificación de Les Corts, que veremos más adelante. Así que el mismo hombre que había plantado cara al intento del Madrid de instalarse en el dominio del baloncesto, al llegar a presidente, dejaba el campo libre de repente al rival. El baloncesto era por entonces un deporte más de los muchos a los que solo prestaba atención una minoría de aficionados y Llaudet no fue capaz de anticipar la importancia que iba a tomar gracias a un electrodoméstico emergente, la televisión. Y gracias, hay que decirlo, a la visión de Raimundo Saporta.
Y eso que este estuvo a punto de abandonar. Después de tres Ligas sin victoria, Saporta decidió que no estaba haciendo las cosas como hubiera querido y decidió apartarse de la sección y confiársela a un joven técnico de la casa, Pedro Ferrándiz: «Don Santiago me ha dicho que ya está bien, que estamos gastando mucho. Mire, coja usted este dinero que hay y haga lo que pueda».
Y Ferrándiz fue providencial. Alicantino, había llegado a Madrid algunos años antes decidido a triunfar. Se había interesado por el baloncesto en Alicante, cuando aún era un muchacho; había hecho un curso de entrenador por correspondencia y se había plantado después en Madrid a buscarse la vida. En el mundillo reducido de adictos al baloncesto en aquellos años de dominio absoluto de la triología clásica (fútbol, ciclismo y boxeo) fue recibido con los brazos abiertos. Su talento y tenacidad hicieron el resto.
Ferrándiz dio la baja a varios jugadores y subió a algunos del Hesperia, el filial, que él mismo había entrenado, singularmente a Laso (padre del actual entrenador) y a Sevillano, capitán del equipo en los grandes años. Hizo doblete. El último partido de aquella Liga fue contra el Barcelona y significó el estreno del Palacio de Deportes de Madrid, el mítico espacio polideportivo de la capital, que años más tarde se incendiaría y sería reconstruido de nuevo en el mismo solar. Al acabar la temporada, Ferrándiz incorpora a Emiliano, del Aismalíbar, que será durante más de una década el jugador emblema del baloncesto español.
Para cuando el Barça se decide a volver al baloncesto, ya ha dado una ventaja decisiva que el Madrid explota extraordinariamente. El Barça rehízo la sección para la temporada 62-63, pero sin firmeza. Tanto fue así, que la 64-65 la jugó en Segunda División, por descenso deportivo en la anterior. Ascendió inmediatamente, pero según entrábamos en los sesenta el Madrid se había quedado dueño y señor del baloncesto, de la mano de Ferrándiz y Saporta. Fue justo el tiempo de la eclosión de la televisión en España y Saporta se manejó con habilidad para que el baloncesto del Madrid se convirtiera en uno de los grandes atractivos de esta. En esos años en los que el Madrid seguía acaparando la presencia en la Copa de Europa de fútbol (que jugó en todas sus ediciones hasta la 1971-72, primera en la que faltó) pero dejó de ganarlas (solo consiguió el título en la de 1966), hizo del baloncesto su segunda cara, y más exitosa que la primera. En los años sesenta jugó siete finales europeas, de las que ganó cuatro. Los Sáinz, Emiliano, Sevillano, Burgess, Luyk y demás se hicieron extremadamente familiares para toda la afición española, tanto como Ferrándiz, esa figura de hombre pequeño y trajeado que daba terribles broncas a gigantones en camiseta. La afición futbolera, de pelo en pecho, empezó mirando con cierto desdén este deporte, que tachaba de afeminado, en el que chocaban los ribetes en las camisetas; las palmaditas en el culo entre jugadores; la extrema deportividad del que hacía personal, que se giraba hacia la mesa y levantaba el brazo. Pero las maneras de ese Madrid, combativo, rápido, resistente a la derrota, heroico hasta cierto punto, del mismo modo que lo había sido (y seguía siendo, aunque con menos éxito) el de fútbol, fueron volcando la manera de ver este deporte, hasta instalarlo, de la mano siempre del Madrid, como el segundo en la afición de los españoles.
Los éxitos del baloncesto ensancharon la base social del Madrid más quizá de lo que ahora se tiende a pensar. Solo había una televisión y el Madrid de baloncesto salía mucho en ella, tanto como el de fútbol o más, y más desde luego que cualquier otro equipo de fútbol que no fuera el Madrid, por ese acaparamiento de la competición europea, renovado una y otra vez a base de éxitos en la Liga.
El Madrid tuvo el viento de la Guerra Fría a favor. La Copa de Europa se ganaba o se dejaba de ganar, generalmente, contra países del este de Europa, de la Europa socialista, de la Europa de más allá del telón de acero, como se decía entonces. Los afanes de aquellos buenos muchachos españoles, reforzados por un par de americanos nacionalizados a las bravas (modelo Kubala, Puskas, Kocsis o Czibor), por batirse con los comunistas, eran una metáfora de la lucha de nuestro mundo occidental contra el mundo comunista. Eran los años en que el régimen presumía de que Franco había visto antes que nadie los peligros del comunismo; le tituló «Centinela de Occidente». Eisenhower, presidente norteamericano, le visitó y los norteamericanos abrieron bases en nuestro territorio (Torrejón, Morón y Rota). Esa entente hispano-norteamericana que era el Madrid de baloncesto encajaba perfectamente con la situación que el régimen quería explicar y de ahí su abundante presencia en televisión.
Esta se extendió incluso a un torneo de Navidad, que se jugaba las tardes del 24 y 25 de diciembre, entre el Madrid y tres invitados, generalmente extranjeros. En tales fechas, y en tiempos de una sola televisión, eso incorporaba la imagen del Madrid a las fiestas navideñas con carácter oficial y terminaba de afirmar con rotundidad la condición del club Real Madrid como institución oficial del Estado. Con frecuencia he pensado que la identificación del Madrid con el Franquismo se debe más al manejo de la situación que hizo Saporta en beneficio del baloncesto que a ningún asunto relacionado con el fútbol.
Por su parte, Ferrándiz disfrutaba ganando al Barcelona y nunca lo disimuló. Atraía las iras de todos los rivales (eran legendarias las broncas que le dirigía la afición del Estudiantes), pero la verdadera rivalidad la sentía con Cataluña, repartida entre el Barcelona y el Joventut. Con frecuencia salía a la cancha antes de los jugadores para que le gritaran y le arrojaran monedas, y luego les decía: «Chicos, ya podéis salir, les he dejado roncos».
Lo mismo había hecho alguna vez Helenio Herrera en Sevilla, cuando entrenaba al Atlético de Madrid, aunque Ferrándiz siempre me aseguró que lo desconocía, cosa que le creo. Ferrándiz era original en sus cosas. Tanto que inventó la autocanasta, lo que obligó a modificar el reglamento. Fue con ocasión de un partido de ida de la Copa de Europa, en Varese, donde el Ignis le empató el partido a falta de dos segundos (80-80). Ferrándiz tenía dos jugadores eliminados y uno lesionado. Una prórroga podría hacerle perder al Madrid por un margen amplio, irremontable en la vuelta. Así que, a falta de esos dos segundos, decidió que lo mejor era perder por dos puntos y les dijo a sus jugadores que encestaran en canasta propia. Lluís sacó sobre Alocén y este hizo un mate sobre su propia canasta: 82-80. El público en principio se burló, pero pronto se dio cuenta de la añagaza y se montó la bronca. En el partido de vuelta, el Madrid ganó por un cómodo 83-62 y siguió adelante. Aquella temporada jugaría su primera final europea, que perdió, en Ginebra, contra el Dinamo de Tbilisi.
La tensión de Ferrándiz con el Barça estuvo a punto de costarle incluso el puesto. La anécdota que sigue me la contó el propio Ferrándiz, de cuya amistad gozo desde hace algún tiempo. Tenía particular inquina a un periodista de Dicen, cuyo nombre prefiere omitir, que a su juicio era muy crítico con el Madrid de baloncesto. Tras un partido ganado allí, Ferrándiz compró en un quiosco de la Rambla de las Flores una postal cuya imagen era un plato de butifarra con monchetas; hizo que todos los jugadores la firmaran, cosa que también hizo él mismo, y se la envió. Dicen protestó al Madrid. Saporta reconvino severamente a Ferrándiz y le hizo prometer que no repetiría tal cosa.
Pero él obedeció a medias. Tras el siguiente triunfo sobre el Barcelona, compró una butifarra y una caja de cartón alargada, ad hoc, y le mandó el paquete al mismo periodista. Entonces el propio Julián Mir, director de Dicen, telefoneó a Bernabéu. La bronca que se llevó Ferrándiz ya fue de órdago.
Pero aún hubo un episodio más. En la temporada 68-69 apareció por Madrid un norteamericano llamado Albie Grant, buen jugador, con la pretensión de fichar por el club. Ferrándiz le dijo que tenía la plantilla cubierta. Entonces fue a Barcelona, donde fichó. Su primera declaración fue arrogante: «Denme seis o siete buenos júniors y haré al Barcelona campeón». Ferrándiz guardó el recorte y cuando llegó la semana de la visita del Barça al pabellón la pegó en la pizarra del vestuario, y ahí estuvo los siete días, para que la vieran los jugadores. El resultado fue que el Madrid ganó por 113-56 al Barça de Grant, en el que también jugaba el luego célebre entrenador Aíto García Reneses. No contento con eso, compró una caja alargada y se la envió de nuevo al especialista de baloncesto de Dicen, esta vez vacía, para que no le dijeran.
Al conocer el hecho, Saporta se desesperó y subió a ver a Bernabéu, para al menos ser el primero que se lo contaba y salvarse así de la bronca. Le dijo que estaba desbordado, que había que echar a Ferrándiz. Bernabéu le dijo: «Usted le trajo, usted le metió, no me necesita usted para echarle. Usted es autónomo en la sección del baloncesto». Y, efectivamente, era autónomo. Pero no echó a Ferrándiz, entendió que no era esa la voluntad de Bernabéu. Y que era gracias a Ferrándiz por lo que el Madrid había alcanzado esa dimensión en baloncesto. En catorce decisivos años como entrenador de la sección había ganado doce veces la Liga, once la Copa y cuatro la Copa de Europa. En ese periodo el Madrid de baloncesto compensó, con sus cuatro copas de Europa y sus tres finales perdidas, el retroceso visible del equipo de fútbol, que con las retiradas de Di Stéfano y Puskas se alejó del primerísimo plano, aunque se mantuvo en un digno segundo escalón.
El Barça se planteó ya con Montal el asalto a esa posición dominante del Madrid. La estrategia la marcó Ramón Ciurana, que estuvo siete años en el puesto, de 1971 a 1978. Cuando sale del club, con la sucesión de Montal por Núñez, concede una interesante entrevista en Don Balón (núm. 143, del 4 a 10 de julio de 1978), firmada por Jaime Rius, en la que entre otras cosas dice que intentó fichar a Ferrándiz y que este estaba dispuesto, pero que algunos directivos se opusieron. Ferrándiz niega ese extremo, aunque admite que le llamaron: «Me ofrecieron una cantidad anual, que era una barbaridad, el triple que el Madrid. Yo les dije: ¿Al mes? Y ahí se acabó todo».
En la misma entrevista, Ciurana confiesa con toda sencillez que intentó comprar árbitros: «Yo he intentado comprar todos los nacionales, pero no lo he conseguido con ninguno. Sin embargo el Real Madrid siempre ha tenido arbitrajes favorables en los partidos decisivos. Basta recordar la actuación de Fajardo en el último partido de Liga de la temporada 1976-77 en la pista del Joventut, donde con su parcial actuación privó que el Barcelona ganase la Liga. Más de un colegiado piensa que favoreciendo al club blanco llegará a ser internacional y también Saporta sabe presionarles invitándoles al Torneo de Navidad. Con los extranjeros ya es distinto. Recuerdo que en cierta oportunidad llegamos a las semifinales de la Copa Korac gracias a que uno de los colegiados yugoslavos, que precisamente vino con su esposa, se encaprichó de un “bombón” que puse a su disposición. El hombre estaba tan agradecido que incluso me hizo una tarjeta para cuando nos arbitrara un colegiado amigo suyo».