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«POLACO EL QUE
NO BOTE», Y
DOS 5-0
EN 364 DÍAS
Para la temporada 1993-94 el Barça había ganado ya tres Ligas consecutivas, con su dream team, y se encaminaba hacia la cuarta. El Madrid mantenía la Quinta del Buitre, pero la retirada de los veteranos en torno a la cual creció no había sido bien resuelta. Mendoza había echado el resto para la contratación del yugoslavo Prosinecki, figura del Estrella Roja, campeón europeo en la 90-91, y a tal fin había hecho incluso algún viaje a la Yugoslavia en guerra de aquellos días. Ya está dicho que la anterior temporada había contratado como entrenador a Benito Floro, cuyo aire doctoral sorprendió en principio. Había hecho del Albacete un equipo ejemplar, pero no tenía más bagaje que eso cuando llegó al Madrid, lo que a lo larga le pesó.
La rivalidad entre los dos clubes estaba en sus máximos. La anterior había sido la segunda de las «Ligas de Tenerife». Tras esa derrota el Madrid se había compensado en parte ganando la final de Copa, en Valencia, al Zaragoza. Eso había llevado a ambos clubes a enfrentarse de nuevo en la Supercopa, que se jugó en diciembre. El día 2, victoria del Madrid (3-1), en el Bernabéu. El día 16, empate (1-1) en el Camp Nou. Era uno de tantos momentos de relaciones rotas entre ambos y Mendoza no viajó al Camp Nou. Tampoco lo hizo su vicepresidente, Lorenzo Sanz. A la comida de directivos acudieron, por parte del Madrid, dos vocales, Stampa Braun y Juan Bustos.
Pero donde sí acudió Mendoza fue a Barajas, a recibir al equipo al regreso. Allí se vio rodeado de ultrasur, que se juntaron con él. Entonaban cánticos a favor del Madrid y contra el Barça, hasta que en un momento concreto a alguno le dio por cantar: «¡Un bote, dos botes, polaco el que no bote…!». Mendoza se sumó entusiasta al grito y a los botes, despreocupado por las cámaras de televisión que había alrededor. Al día siguiente esa fue la imagen estrella en los telediarios y provocó una oleada de indignación en Cataluña. Tiempo después me dijo que cuando se vio en televisión, se sintió algo avergonzado: «Entiendo que eso no lo debí hacer. Pero hay veces que uno se deja llevar…».
La Liga les volvió a enfrentar no mucho después de la escena de Barajas, con el recuerdo de los saltos aún presente. Fue el 8 de enero, en el Camp Nou. Los dos equipos estaban por la parte alta de la tabla, un punto por delante el Barça, pero el líder era el Depor, que mantendría sus aspiraciones al título hasta la última jornada. Ninguno de los dos clubes estaba del todo feliz con su campaña liguera. A esas alturas, antes de acabar la primera vuelta, el Barça ya había perdido cuatro partidos y empatado cuatro. El Madrid había perdido seis y empatado tres. Alternaban en la parte alta de la tabla con el Sporting y el Athletic, como pelotón perseguidor de aquel deslumbrante Depor de Bebeto, Donato, Fran y Mauro Silva, entre otros.
Los prolegómenos del partido son turbulentos. El partido se juega el sábado; al día siguiente hay clásico entre los equipos de baloncesto de ambos clubes y el Madrid, que ha obtenido setenta entradas del Barça para ese choque, las ha repartido entre los ultrasur (entonces muy activos y con muy mala fama) y estos viajan a Barcelona la víspera con la pretensión de entrar en el fútbol. Viajan en mayor número, hasta trescientos según las informaciones de los diarios de ese día. Lorenzo Sanz negocia con el Barça entradas para el fútbol y Antón Parera se las niega. Los ultras hacen algunos destrozos en automóviles aparcados, hay disturbios en la calle las horas anteriores al partido. Pero no entran. Eso que saldrán ganando, porque el Madrid sufrirá un palizón.
Empieza el partido, con toda España ante el televisor. El Barça, motivadísimo por los prolegómenos, encuentra por fin la concentración e inspiración que le estaba faltando desde el comienzo de la temporada y juega bien. Es decisivo el primer gol, que luego se ha visto mucho por televisión: Guardiola envía a Romario, que, situado ante Alkorta, le hace una perfecta «cola de vaca» (un regate brasileño, apenas practicado en España, en el que se arrastra el balón con el interior del pie hacia un lado para recogerlo bruscamente hacia el otro), se va y luego toca con el exterior, sobre la salida de Buyo, al segundo palo. La belleza del gol hace que el Camp Nou rompa en entusiasmo. Aun así, se llega 1-0 todavía al descanso. El Madrid, en el que se ha lesionado Alfonso (prometedor delantero de la cantera, que había dejado en el banquillo a Butragueño), se parapeta y mantiene el marcador.
A poco de iniciarse el segundo tiempo, Stoichkov cae al borde del área madridista. Los blancos reclaman que no hay falta, pero Urío la señala. Koeman, en uno de sus precisos lanzamientos, marca el 2-0 y desata el delirio. Cruyff cambia inmediatamente a Stoichkov (que ya tenía una tarjeta y estaba muy caliente) por Laudrup. Más ciencia y menos fuego, pero fuego no hacía falta. El fuego lo ponía la grada. Un paréntesis: entonces solo se podía alinear a tres extranjeros y el Barça tenía cuatro simultáneamene: Koeman, Laudrup, Romario y Stoichkov. Laudrup era el sacrificado con mucha frecuencia, lo que determinaría después su salida al Madrid, como veremos más adelante.
A partir de ahí todo es coser y cantar para el Barça, que hace el 3-0 en el 57 (Romario), el 4-0 en el 81 (Romario, su tercer gol en la noche) y el 5-0 en el 87 (Iván, un joven jugador asturiano que luego no haría gran carrera en el Barça). Para el Camp Nou es un éxtasis. Toni Bruins, ayudante de Cruyff, se levanta con la mano abierta, mostrando los cinco dedos, el número mágico, a la afición. Los cinco goles quitan a los aficionados de cierta edad veinte años de encima, les remiten a aquel 0-5 del Bernabéu, en febrero de 1974, una de las noches más jubilosas de la historia del club. Cruyff era entonces un jugador recién llegado, ahora estaba consagrado como entrenador del club, del que había hecho algo verdaderamente grande. Cruyff otra vez.
Los periódicos de Barcelona echan humo, los del Madrid cantan una elegía. Los jugadores del Barça salen a quemar la noche, con sus mujeres y novias, al Up & Down, la sala de fiestas más célebre de la ciudad, donde suena una y otra vez el single «Botifarra de pagés», de La Trinca, que cantaba aquel cero a cinco de años atrás en el Bernabéu: «Sonaren cinc campanadas allà a la Porta del Sol. Cinc cops plorà La Cibeles. Madrid estava de dol…». Los mayores de entre los mayores recordaban un 5-0 de marzo de 1945, en los años gloriosos de César. Aquello había servido para desbancar al Madrid del primer puesto de la Liga, que al final ganaría el Barça por un punto.
En el Madrid, ese resultado dejó tocado de muerte el proyecto de Benito Floro. Aunque su primera temporada no había sido mala (perdió la Liga en la foto finish, con lo de Tenerife y ganó la Copa, como ya se ha dicho, además de la reciente Supercopa), el Madrid llevaba muy mal las tres Ligas consecutivas del Barça del dream team, algo a lo que no estaba acostumbrado, y estaba ansioso por recuperar ese título. Benito Floro acabó de anudarse la soga al cuello con unas declaraciones al día siguiente que no le hicieron ningún bien. En realidad, eran la respuesta a unas previas de Lorenzo Sanz, a la sazón vicepresidente de Ramón Mendoza (y más adelante presidente), que tras el partido condicionó la continuidad de Benito Floro a lo que ocurriera en la eliminatoria de Copa contra el Atlético. El partido de ida, en el Bernabéu, que acababa de celebrarse, terminó en 2-2.
Benito Floro respondió un día después en As con lo que en términos periodísticos conocemos como una gran rajada. Dijo que no pensaba dimitir, que el problema no estaba en el puesto de entrenador, sino en los dirigentes; que en poco tiempo, antes de llegar él, habían echado a Toshack, a Antic y a Beenhakker, y que él no hubiera echado a ninguno de los tres; insinuó que había pedido determinados refuerzos en verano y que no le hicieron caso y que su indemnización no era el problema más importante que tenía el club. También decía, y también era verdad, que desde que estaba él en el Madrid se había enfrentado siete veces al Barça, con cinco victorias. Pero todos esos argumentos se desvanecían ante la frustración del cinco a cero, que Benito Floro atribuyó a lo certero que estuvo el Barça en el remate: «Han tirado siete veces y han marcado cinco goles».
El Madrid respondió multándole con dos millones. Subsistió, porque salvó la eliminatoria de Copa ante el Atlético, con una victoria (2-3) en el Manzanares. Pero en la siguiente eliminatoria de Copa, ante el Tenerife, cayó, y en marzo, tras una derrota liguera ante el Lleida (carne de descenso), fue destituido. Fue aquel partido en el que sus gritos a los jugadores en el vestuario durante el descanso («¡con el pito nos los follamos…!») grabados por Canal+ le dejaron en evidencia. Eso dio lugar a su salida definitiva. Entró Del Bosque, de forma provisional.
El Barça ganaría esa Liga. De nuevo en foto finish y esta vez sobre el Depor, con el penalti fallado por Djukic en los últimos instantes del último partido, ante un Riazor atónito. El Barça, que estaba embalado, avanzó en la Copa de Europa hasta la final, en Atenas, donde le esperaba el Milán. Campeón dos años antes, el Barça se presentaba como favorito, pero a la hora de la verdad se llevó un inesperado 4-0. Jugó mal, y de hecho ese resultado es el certificado de defunción del dream team. Cruyff se molestó con varios jugadores (entre ellos Zubizarreta, que tendría que marcharse al Valencia, donde aún prolongó su carrera varios años) y Laudrup decidió marcharse. No jugó el partido, de nuevo los elegidos fueron Koeman, Stoichkov y Romario. Estaba siendo tentado por el Madrid desde marzo, cuando había mantenido un encuentro secreto con Mendoza en el hotel Orly de París. La final le decidió y aceptó la oferta del Madrid. Cruyff, que ya tenía tensiones con Núñez y con más gente del club (singularmente con el poderoso gerente, Antón Parera), quedó bastante cuestionado. Y más cuando hizo algunos fichajes de difícil explicación, como Hagi, rebotado del Madrid, o Eskurza, aparte de haber confiado la portería a Busquets (padre del actual internacional), meta de aspecto extravagante, que jugaba con pantalón de chándal, que se manejaba muy bien con los pies para iniciar el juego, pero que entre los palos distaba mucho de ser una maravilla. Estaba muy lejos del desterrado Zubizarreta, para ser claros. Además de todo eso, las relaciones de Cruyff y Romario se habían deteriorado en extremo. Romario, ganador del Mundial de EE. UU. con Brasil, demoró muchísimo su retorno tras las vacaciones. Cruyff le hizo ir a entrenar a la montaña, en solitario, con el preparador físico Ángel Vilda, y facilitó la localización del lugar para que la prensa hiciera los reportajes oportunos.
Para el Barça, pues, la temporada 94-95 se presentaba con un aire distinto a las anteriores. Para el Madrid también, aunque en sentido positivo. Valdano representaba un proyecto muy ilusionante. Había sido jugador de la casa, buen jugador. Aunque había despertado algunos recelos en parte de la afición por su declarada tendencia izquierdista, y aunque algunos torcían el gesto ante su «pico de oro», era un hombre de prestigio, distinguido, culto, y que en su corta carrera como entrenador había hecho del Tenerife algo especial. Ese algo incluía una buena campaña en la Copa de la UEFA, algo impensable para un club de esa estatura. Al Madrid le había dado tres disgustos, pues ocupaba el banquillo tinerfeño en las fatídicas jornadas de Tenerife y además le había eliminado de la Copa el segundo año de Benito Floro, con un estruendoso 0-3 en el Bernabéu. Fue un partido en el que el Madrid perdió los nervios; acabó con tres expulsados, Milla, Zamorano y Sanchís, y el campo se cubrió de almohadillas contra el equipo.
Después, en la sala de prensa, Valdano hizo una declaración de profundo madridismo, que le abriría las puertas del club: «Algún día le devolveré al Madrid todo lo que le he quitado».
Y llegó su hora. Entró como entrenador y su presencia provocó una nueva ilusión. Dio la baja entre otros a Prosinecki, que había pasado más tiempo lesionado que jugando, e incorporó a Laudrup y a Redondo. Este había sido su jugador franquicia en el Tenerife, armador del medio campo. Estatura, presencia, control, elegancia. Contrastaba con Milla, jugador pequeño, muy de la escuela de mediocampistas del Barça, de toque sabio y aspecto insignificante, al que en realidad venía a desplazar. Pero Redondo fue víctima de una brutal patada en un amistoso de pretemporada en San Mamés y Valdano tuvo que empezar sin él. Y con Zamorano y Amavisca, a los que en pretemporada anunció que no tendrían sitio en el equipo y que debían buscarse destino. No lo encontraron, se quedaron y consiguieron convencer a su técnico.
El primer clásico de la Liga llegó 364 días después del 5-0 del Camp Nou. Si aquel fue el 8 de enero de 1994, este sería el 7 de enero de 1995. El Madrid empezaba un proceso electoral en el que Ramón Mendoza se enfrentaba a dos aspirantes: Florentino Pérez (que perdería por cortísima diferencia) y Gómez Pintado, ex jugador del club, el del eslogan «Bueno para el Madrid». Al partido llega el Madrid en cabeza, empatado con el Zaragoza; luego está el Depor, a dos puntos, y el Barça, a tres. No está lejos, pero la moral está ahora del lado del Madrid.
Y al descanso se llega ya con tres a cero, los tres de Zamorano, en los minutos 5, 21 y 39. El tercero escenifica perfectamente el cambio de ciclo: Bakero se entretiene con el balón cerca de la banda, a la derecha de su área; Laudrup acude a presionarle, se lo quita, va al área, cede a Zamorano y este marca, entre el delirio del público. Es el 3-0. Además, el Barça está ya con diez, porque con el 2-0 Stoichkov había sido expulsado por un pisotón sin balón a Quique Flores. Stoichkov, gran enemigo del madridismo durante esos años, había sido continuamente provocado con muy censurables gritos de «¡Gitano, gitano!» y con un cántico de burla relacionado con una estafa que había sufrido en la compra de un coche, hecho que había trascendido. Con música de Guantanamera, los ultras le cantaban: «¿Dónde está el coche?, Stoichkov, ¿dónde está el coche…?».
En la segunda mitad hay dos goles más, y en los dos interviene Zamorano. En el cuarto, remata de volea al poste un pase de Martín Vázquez y el balón lo recoge Luis Enrique (que más adelante pasaría al Barcelona) para marcar cómodamente. En el quinto, recibe un pase largo de Sanchís y cuando está ante el portero oye que se la pide Amavisca y se la cede a la izquierda para que este marque a puerta vacía.
Hace poco tuvimos la visita en As de Zamorano, y Roncero no paró de preguntarle por aquella noche:
—Jugué diecinueve años y este fue uno de los partidos más gloriosos que jugué. No empezamos con el objetivo de devolver la manita, nuestro objetivo era otro, era ganar, escaparnos en la tabla. Veníamos de una buena racha. Siempre decíamos que teníamos sangre en el ojo, pero no hablábamos de revancha.
—Pero luego…
—Luego, sí. A partir del 3-0 escuchamos un runrún en la grada y entendimos que era la ocasión de devolver el 5-0, que la gente solo se quedaría de verdad satisfecha si lo lográbamos. Y fuimos a por ello.
—¿Y qué pasó en el 5-0 de un año antes? ¿Había tanta diferencia?
—Pasó simplemente que dimos con el mejor Romario. Y el mejor Romario era tremendo.
Repasando las alineaciones se comprueba que repitieron muchos jugadores. Uno, sí, Laudrup, cambiado de bando. Entre titulares y recambios, en el Barça repiten diez y en el Madrid ocho. Esa manita que Laudrup se llevó en la maleta de Barcelona a Madrid confirma que el fútbol es un estado de ánimo. En el Barça el ánimo había decaído con la goleada del Milán en Atenas. El Madrid se había venido arriba con la llegada de Valdano, que había insuflado un nuevo espíritu al club.
De hecho, aquel partido significaría la liquidación de Romario. Ya había conversaciones en marcha para su venta, que se plasmarían poco después. Cruyff criticó agriamente a sus jugadores, incluido Stoichkov, al que acusó de haber forzado la expulsión para quitarse de en medio.
El dream team ya era la ceniza de sí mismo. Aquel 5-0 fue el certificado.
Posiblemente ese resultado influyó en la reelección de Mendoza. Para entonces había trascendido que a la hora de presentar avales (firmas de socios) para su candidatura, Mendoza había utilizado los carnés de socios fallecidos, de cuyos números y firmas disponía el club. (Él siempre se defendió diciendo que fue Lorenzo Sanz, su vicepresidente, quien lo organizó así.) Eso le dejó en mal lugar. Para el día del encuentro, As hizo una encuesta entre los asistentes a la entrada y a la salida del estadio. Más a la entrada, cuando hay más tiempo, porque el espectador llega escalonadamente, que a la salida. El conjunto daba ganador a Florentino Pérez, con un 50,9 por ciento de intención de voto, frente a un 34,5 del presidente, Mendoza, y un 11,5 de Gómez Pintado. Pero el propio periódico señalaba una curiosidad: entre los encuestados tras el partido (menos, ya se ha dicho), la intención de votar a Mendoza subía doce puntos respecto a la registrada entre los encuestados antes del partido.
De ahí el Madrid fue a La Coruña, donde empató, con lo que se afianzaba más en la cabeza frente al otro serio aspirante. Siguió con buenos resultados y finalmente el 19 de febrero, el mismo día que un Albacete que había recuperado a Benito Floro arrancaba un 0-0 en el Bernabéu, Mendoza salía reelegido por muy corto margen. El Madrid ganaría ese título, con un alirón a dos jornadas del final al batir al Depor en el Bernabéu, con un decisivo gol de Zamorano en el minuto 85, cuando el Depor apretaba en pos de un 1-2 que parecía posible.