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EL MADRID LO
FUNDÓ UN CATALÁN
Dicen que no hay peor cuña que la de la propia madera. Me viene la frase a la memoria al recordar que el Madrid lo fundó un catalán, Carlos Padrós Rubió, nacido en Sarriá el 8 de noviembre de 1870. El libro Todos los jefes de la Casa Blanca, del periodista Juan Carlos Pasamontes, ofrece un exhaustivo estudio de este personaje. Catalán de pura cepa. Los apellidos de su padre, barcelonés, eran Padrós Parals; los de su madre, natural de Vilafranca del Penedès, Rubió Queraltó. La familia se instaló en Madrid en 1876 y allí montó un comercio textil, llamado Al Capricho, en la esquina de Alcalá con Cedaceros. Un negocio próspero que permitió a la familia adquirir algunas propiedades en El Escorial.
El primer presidente del Madrid fue su hermano Juan Padrós, pero el alma máter del club, el impulsor de la fundación (y presidente a su vez entre 1904 y 1908) fue Carlos. Pertenecía a esa generación de jóvenes ilustrados que trajo el fútbol a nuestro país, en busca de ensanchar los horizontes de un país que se ensimismaba en un casticismo paralizante. Muestra de su forma de ver los beneficios del deporte es este extracto de un artículo suyo, publicado en la revista Gran Vida, que viene a ser una proclama a favor de los beneficios del deporte:
Ya era hora que empezase a despertar entre la juventud madrileña la afición a algo más que a servir de postes en la calle en competencia con los faroles del alumbrado, estorbando el paso a los transeúntes, dedicándose a chicolear a las muchachas con frases las más de las veces de muy dudosa educación. Lástima daba ver a esa generación de muchachos de complexión enclenque, hastiados de todo antes de llegar a ser hombres, sin ninguna ilusión y distrayéndoles solo alguna juerguecita en la que, además de comprometer la escasa salud, les rebajaba, dando al traste con su dignidad. Habituados a no hacer clase alguna de ejercicios físicos, ha sido preciso que vinieran del extranjero una porción de muchachos educados a la moderna, con deseos de continuar en su patria un método de vida que en otros países se inculca a la juventud como necesario complemento a la educación, para que aquí se empezasen a conocer y apreciar las ventajas y alicientes que tienen los ejercicios corporales. Poco a poco fue aclimatándose esta afición, a pesar de que parientes y amigos de esos muchachos tomaban a broma y chacota todo lo que fuera molestarse, salir de sus viciadas costumbres, trabajar en una palabra. Afortunadamente, como lo bueno siempre se impone, fue arraigando esa afición por los ejercicios atléticos y se constituyeron en Madrid varias Sociedades de Football, las que, a pesar del escaso o ningún apoyo del elemento oficial, progresaron mucho en poco tiempo, constituyendo un núcleo de entusiastas propagandistas; que hoy se cuentan por miles los que cultivan tan interesante sport.
Todo cuanto se haga es poco para imbuir a la juventud los hábitos del trabajo; hay que alzarla del marasmo en que se hallaba hundida, convenciéndola de que esta inmovilidad nos atrofia, nos inutiliza, nos mata. […]
Hombre de ideas avanzadas a su época, introdujo nuevas técnicas en agricultura, fue diputado en Cortes por Mataró, ciudad de la que es hijo predilecto (por una obra de desvío de cauces que resolvió un problema endémico de inundaciones), y tiene en esa ciudad una avenida a su nombre, que pasa, curiosamente, junto al campo de fútbol.
El madridismo lo tiene muy olvidado y eso ha dado pie a que en Barcelona se escribiera alguna vez (y lo he oído comentar) que renegaba de tal fundador por catalán. La razón del distanciamiento es otra. Cuando el Madrid consiguió en propiedad la primera Copa, por sus victorias consecutivas en 1905, 1906 y 1907, sus compañeros de directiva decidieron que la guardara él en premio a sus desvelos. Muchos años más tarde, en 1932, cuando el club ganó su primera Liga, el presidente de la época, Luis Usera Bugallal, se la pidió para colocarla en una exposición junto al nuevo trofeo, con la promesa de entregarle una reproducción exacta. Nunca le dieron esa reproducción, cosa que le molestó mucho y enfrió sus relaciones con el club.
De la guerra salió envejecido. Estuvo preso, sufrió un simulacro de fusilamiento en la pared del Retiro, se refugió en la embajada polaca hasta que consiguió salir de Madrid. A su regreso, su domicilio estaba arrasado. Sobrevivió vendiendo algunas propiedades familiares de El Escorial, pero sus últimos años fueron malos, con el fallecimiento prematuro de una hija, una parálisis que le sobrevino y las dificultades de la posguerra. Cuando murió, el 30 de diciembre de 1950, el Madrid estaba de viaje en Barcelona, para jugar precisamente en Sarriá (su lugar de nacimiento, ya barrio de Barcelona) ante el Espanyol, donde perdería ¡7-1! el último día del año. Nadie del Madrid acudió al entierro. Posiblemente estaba olvidado, se había esfumado todo contacto. O Bernabéu, entonces presidente del club y que por fuerza le había tenido que conocer, formaba parte de los que estaban regañados con él desde los tiempos de Usera Bugallal. Nunca lo supe.
Muchos años más tarde, ya en marzo de 2002, Florentino Pérez aprovechó un desplazamiento del Madrid a Barcelona para rendirle homenaje en una reunión monstruo con peñas de toda Cataluña. Fue un acierto al que le indujo Tomás Guasch, entonces nuestro delegado en Cataluña de As, subdirector del periódico y adalid del madridismo en su tierra catalana.
Un gesto de reconocimiento de un presidente madrileño al fundador catalán del club. Pero que no quita para que una inmensa mayoría de madridistas siga ignorando que este personaje existió y que a él se debe la creación del club al que siguen.
Esa distancia del Madrid hacia la figura de su fundador contrasta con el afecto y devoción que en el Barça se guarda al propio Hans Gamper, Joan Gamper. El estadio no lleva su nombre porque murió por suicidio, cuestión que en Barcelona se conoce y comenta en voz baja, pero que no está recogida en las numerosas historias del Barça, cosa que se entiende, por otra parte. Incluso se achaca el suicidio a sus desvelos por el club, que le habrían llevado a abandonar sus negocios (lo presidió en varias etapas) y a la persecución que sufrió por parte de la dictadura de Primo de Rivera. La fecha de su muerte que se da en nueve de las historias del club no es la real, el 30 de julio, sino una falsa, el 13 de octubre, lo que distancia a los curiosos de los diarios del día siguiente, en alguno de los cuales se da cuenta de la causa de la muerte. El único texto que he encontrado que da la verdadera fecha es la Historia del Barça de Ricardo Calvet, de 1978.
Pero si no se dio el nombre de Gamper al nuevo estadio, sí se le dio al torneo de verano del club, el Joan Gamper, que durante muchos años ha tenido el carácter de ser la presentación de los nuevos jugadores ante la afición, el día del veredicto célebre «aquest any, sí» o «aquest any, tampoc» sobre si el equipo ganaría o no la Liga.
La diferencia de trato en el recuerdo a uno y otro fundador es un reflejo claro de la distinta forma en que un club y otro se ven a sí mismos. El Madrid valora sus victorias, solo ellas. El Barça tiene una relación más profunda y sentimental consigo mismo, se ama más allá de los logros. Y tiene un reconocimiento a su fundador porque le considera fuente de todo ese caudal de sentimiento.