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SIETE DÍAS DE ESPERA Y LIGA PARA EL BARÇA

El campeonato de Liga llegó a España para la temporada 28-29, aunque en realidad no empezó hasta el 10 de febrero. Como había ocurrido en Inglaterra muchos años antes (su liga data de 1888, nada menos) y en otros países mientras tanto, el profesionalismo creciente hacía que los clubes necesitaran más ingresos. El campeonato regional, al que seguía la Copa de España, si te clasificabas, más los amistosos no daban tanto de sí. Así que acabó por crearse la Liga, importando la fórmula inglesa del todos contra todos para asegurar así un buen calendario de partidos. Tras veinte meses de barajar proyectos y muchas discusiones, se empezó con una Primera Divisón en la que hubo diez equipos. Cuatro vascos: Athletic de Bilbao, Real Sociedad, Arenas de Guecho y Real Unión de Irún; tres catalanes: Barcelona, Espanyol y Europa; dos madrileños: Madrid y Atlético; y uno de la Montaña, el Racing Club de Santander. ¿El criterio? Todos los que habían sido campeones de Copa, tres que al menos habían sido finalistas alguna vez (Espanyol, Europa y Atlético de Madrid) y un último equipo que no había sido ninguna de las dos cosas, el Racing, pero que se impuso en una competición creada ex profeso para designar ese décimo participante.

Y el 10 de febrero empezó la Liga. El Barça tenía un estupendo equipo, con jugadores que aún suenan hoy en día: Platko, Samitier, Sastre, Sagi-Barba, Arocha… El Madrid también tiene buenos jugadores, varios de los cuales van a ser protagonistas, ese mismo año, de la gran proeza de la preguerra del fútbol español, la victoria sobre la selección profesional inglesa, el 15 de mayo, en el viejo Metropolitano. Nunca hasta ese día había ganado a los pross ingleses ninguna selección que no fuera la escocesa. Sus visitas al continente solían resolverse con goleadas. Cito aquel partido porque tendrá su importancia en este capítulo.

El caso es que el Madrid y el Barça contaban entre los favoritos de la competición, junto al Athletic, un grande de la época. Y los dos empezaron bien: el Madrid goleó cómodamente en Chamartín al Europa, 5-0, y el Barça ganó en su salida a Santander por 0-2. Confirmaban sus aspiraciones.

Y, efectivamente, cuando se juega la última jornada, el 23 de junio, el Barça es el primero, con 23 puntos; el Madrid segundo, con los mismos puntos, y el Athletic tercero, con 20 (los mismos que la Real, cuarta). Entonces, campeón el Barça, ¿no?

Pues no, aún no, porque el Barça tenía aplazado un partido, el que debía haber jugado en el terreno del Arenas de Guecho (quinto de la tabla) el 19 de mayo, correspondiente a la decimotercera jornada. Y se daba una circunstancia más que curiosa. Madrid y Barça tenían empate en el golaveraje particular. En la primera vuelta el Madrid había ganado 1-2 en Les Corts. Se había adelantado 0-2 y sufrió hasta el final para mantener la victoria (el Barça llegó a fallar un penalti), pero la pareja de defensas Quesada-Urquizu tuvo una gran tarde. En la segunda vuelta el Barça logró un importantísimo triunfo en Chamartín, 0-1, gol de Samitier. Según las crónicas, a esas alturas de la temporada (antes de la Liga se había jugado la Copa, de la que el Madrid fue finalista) el Madrid empezaba a acusar el cansancio por falta de fondo de plantilla.

Estaban empatados en el golaveraje particular, primer criterio para decidir el campeón. En el golaveraje general tenía el Barça una ligerísima ventaja. Entonces (y hasta no hace mucho) se resolvía por la división entre goles marcados y encajados, en lugar de por la diferencia, como se hace ahora. El Barça tenía, a falta de ese partido aplazado en el campo del Arenas, 35 marcados y 23 encajados: cociente, 1,5217; el Madrid tenía 40 a favor y 27 en contra: cociente, 1,4814. Así que en esto también ganaba el Barça. ¿Entonces? Pues que una derrota en Guecho, por cualquier diferencia, le estropearía el cociente y saldría ganador el Madrid. Imaginemos que perdiera por uno a cero. Se quedaría en 35 marcados y 24 encajados: cociente, 1,4583. Cualquier derrota con más goles encajados cargaría más el divisor y haría mayor la diferencia a favor del Madrid.

En suma, el Barça solo sería campeón si ganaba o empataba en Ibaiondo, el viejo campo del Arenas, donde siempre se decía que había una vaca mirando los partidos. (Aquello dio lugar a algunos dichos, que se extendieron por toda España, pero que ya están muy olvidados: «Este ha visto más fútbol que la vaca de Ibaiondo». O: «Más fútbol que tú ha visto la vaca de Ibaiondo y no sabe nada», y otros de ese tipo. Clemente, que entrenó al Arenas, desempolvó en tiempos recientes esos dichos.)

El Arenas no era cualquier cosa. Era quinto en la tabla (de diez); había llegado a liderar el campeonato en la jornada undécima; en su campo habían caído el Madrid, el Athletic de Bilbao y la Real, entre otros, e incluso había ganado al Athletic en San Mamés. Mostraba cierta irregularidad, pero parecía haber echado el resto ante los grandes, que le procuraban una motivación extra.

El partido debería haberse jugado el 19 de mayo, pero obligó a aplazarlo una tragedia inesperada. El día 15 se jugó en Madrid, en el viejo Stadium (conocido popularmente como «el Metroplitano») un partido internacional entre España e Inglaterra. Fue, con diferencia, la mayor alegría del fútbol español en esos años. En una tarde calurosa y épica, la Selección (con gran presencia de madridistas) ganó a Inglaterra 4-3. Era la primera vez que la orgullosa selección inglesa (los pross, como se les conocía entonces, derivación de profesionales, ya que allí empezaron a cobrar los jugadores mucho antes que en cualquier otra parte) perdía en el continente, que visitaba de cuando en cuando, altivamente, para exhibirse en cómodas goleadas. Había perdido alguna vez con Escocia, cuña de su misma madera, pero nunca a este lado del canal. De hecho, a Madrid se presentaron en una gira en la que previamente habían goleado en Bélgica y en Francia. Pero aquí perdieron, entre júbilo y gorras al aire de los miles y miles de espectadores del Stadium (ese era el nombre oficial del ya desaparecido estadio de Cuatro Caminos, aunque pronto sería conocido popularmente como el Metropolitano), con el genial y extravagante Gaspar Rubio, delantero centro del Madrid, como estrella del partido.

Pero el júbilo había estado acompañado de una tragedia. José María Acha, presidente del Arenas y alma máter de aquella primera Liga (fue el que trabajó durante muchos meses para aunar voluntades en torno a ese campeonato de fórmula inglesa de todos contra todos) se mató en accidente de carretera cuando acudía a Madrid para ver el partido. Su muerte fue un fuerte impacto para todo el fútbol español, y particularmente para el Arenas, que perdía su figura más importante y querida. La tragedia fue lo que aconsejó el aplazamiento del siguiente encuentro, que debían jugar contra el Barça.

Así que este se celebró, pues, una semana después de la última jornada, ya el 30 de junio, en medio de la intriga general. Un solo gol de ventaja del Arenas cambiaría el título de manos. Pero no fue así, el Barça ganó con autoridad por 0-2 y ratificó el título, con dos puntos más que su seguidor, el Madrid.

Nacidos para incordiarse
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