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EL MADRID ACAPARA
LA COPA DE
EUROPA
Para mediados de los cincuenta, el fútbol estaba preparado para saltar fronteras en Europa. Los estadios crecían, la información empezaba a circular y había curiosidad por ver a los grandes equipos de otros países. Reconstruidos los ferrocarriles tras la destrucción de la guerra y con una aviación que mejoraba progresivamente, había llegado el momento.
Y empezaron a ser frecuentes los amistosos de cierta importancia. Dos de ellos, disputados en el viejo campo The Moulinex, del Wolverhampton, en el invierno del 54, darían lugar a la colosal iniciativa de crear una Copa de Europa. Los «wolves» ganaron (4-0) al Spartak de Moscú, que tenía un gran prestigio ganado, como casi todo lo de los rusos en aquella época, a base de misterio, y al Honved de Budapest (3-2), el equipo de Puskas, Kocsis y Czibor, tenido por el mejor del momento. Un cronista entusiasta proclamó desde el Daily Mail a los «wolves» como campeones del mundo.
Gabriel Hanot, enviado especial de L’Equipe a estos partidos, escribió un artículo sensato que resultó ser la piedra fundacional de la Copa de Europa, hoy Champions. Defendió que el Wolverhampton había ganado sus dos partidos en casa a rivales que habían jugado en tierra extraña y tras largo viaje. Y lanzó una idea: una competición que enfrentara a los campeones de todos los países europeos (el ámbito mundial era impensable) por eliminatorias a ida y vuelta, hasta la final.
Bernabéu la cogió al vuelo. De la mano de Di Stéfano, el Madrid había ganado la Liga de 1954 y ganaría también la de 1955. Vio el proyecto con entusiasmo, se puso en contacto con L’Equipe y fue desde el principio un agitador del proyecto. Junto a Raimundo Saporta, viajó a París y se unió al grupo de pioneros del proyecto. Desde aquellos tiempos viene una vieja relación de cariño, respeto y admiración mutua entre el Madrid y L’Equipe, que aún hoy persiste.
Hubo reuniones en el hotel Ambassador de París a primeros de abril de 1955, en las que Bernabéu y Saporta fueron muy activos. Presidía las reuniones Jacques Goddet, director de L’Equipe. Bernabéu propuso, con buen tino, como presidente del comité organizador, al vicepresidente de la Federación Francesa, Ernest Bédrignans, lo que institucionalizaba el protagonismo francés, justo, ya que de allí partió la idea. El propio Bernabéu y el húngaro Gustav Sebes fueron nombrados vicepresidentes.
(Un paréntesis. Es admirable cómo aquellos hombres, en aquellos años, con el final de la Segunda Guerra Mundial a solo una década, consiguieron poner en marcha una iniciativa paneuropea reuniendo a democracias y dictaduras, a capitalistas y comunistas, a monárquicos y republicanos, a países de uno y otro lado de lo que Churchill había bautizado como el telón de acero. Es llamativa la elección de las vicepresidencias: un hombre de la España de Franco y otro de Hungría, perteneciente entonces a la órbita comunista.)
La siguiente reunión fue en Madrid, en mayo, en el Castellana Hilton. Ante las reticencias de algunos, que estimaban que los clubes con mayores estadios tendrían mejores recaudaciones, Bernabéu (cuyo club tenía el estadio de mayor capacidad de todos los que entraban en liza) propuso partir las recaudaciones entre los dos participantes en todos los casos. Su oferta tan generosa levantó las dificultades.
La FIFA y la UEFA miraban el movimiento con cierto escepticismo en principio, y de hecho la primera auspició la creación de la Copa de Ferias, como veremos luego. La UEFA había sido creada en 1954. Hasta entonces, las cosas del fútbol europeo las llevaba la propia FIFA, que nació y estaba radicada en Europa, lo que explica que en este continente no hubiera confederación propia hasta más tarde que en los más alejados. Desde su creación, la UEFA planeó hacer un campeonato europeo de selecciones, al estilo del que ya había en América y África, por lo que a los organizadores de la Copa de Europa se les prohibió utilizar este nombre, que se reservaba para el futuro campeonato de naciones. Así que decidieron llamarlo Copa de Clubes Campeones Europeos.
Y, visto el impulso que la cosa tomaba, la UEFA decidió subirse al carro sobre la marcha y en la siguiente reunión, ya en París, decidió incorporarse a la organización, aceptando el comité organizador designado el sorteo, ya efectuado, para la primera eliminatoria, e imponiendo como condición que los participantes contaran con la autorización de su correspondiente federación. Eso impediría que en la primera edición participara el campeón inglés, el Chelsea, al que su federación no autorizó. Un poco por esa cosa tan inglesa de mirar por encima del hombro lo que hacían otros en «su» fútbol. Al fin y al cabo eran los inventores. Pero a la vista del éxito, ya intervendrían en la segunda edición, con el campeón de la Liga 55-56, el Manchester United de los Busby Babes.
En un tiempo récord, la iniciativa de L’Equipe echó a andar. El 4 de septiembre, en Lisboa, se produjo el primer partido, entre el Sporting de Lisboa y el Partizan de Belgrado, acabado en 1-1. No todos los participantes en la primera edición fueron los campeones de Liga de la temporada anterior, aunque sí la mayoría. Los que no lo eran acudieron por decisión de su propia federación, bien porque el campeón rehusó por falta de medios o de confianza, bien porque la federación correspondiente tuvo más confianza en la representatividad de otro. Los países representados fueron Francia, España, Portugal, Italia, Holanda, Bélgica, Suiza, Alemania, El Sarre (entonces aún federación independiente, hoy territorio alemán), Austria, Suecia, Escocia, Dinamarca, Yugoslavia, Hungría y Polonia.
Aquello cambió la historia del Madrid de la mano de Di Stéfano. El Madrid ganó las primeras cinco ediciones, apartando de su camino sucesivamente a Servette, Partizan, Milán, Stade de Reims (primera final), Rapid de Viena, Niza, Manchester United, Fiorentina (segunda final), Royal Antwerp, Sevilla, Vasas, Milán (tercera final), Besiktas, Wiener Sportklube, Atlético de Madrid, Stade de Reims (cuarta final), Jeunesse d’Esch, Niza, Barça y Eintracht de Frankfurt (quinta final).
Sobre esa serie irrepetible se montó la leyenda del Madrid. A partir de la segunda edición, todos los clubes que acudieron lo hicieron en función de haber ganado la Liga en sus respectivos países, sin más excepciones que las del Sevilla y el Atlético de Madrid. La explicación es que el campeón de Europa (el Madrid) quedaba automáticamente inscrito para jugar la siguiente competición. Eso hizo que hubiera dos españoles en las copas segunda hasta la sexta, ambas inclusive. A la segunda acudió el Atheletic de Bilbao como campeón de la Liga anterior, como haría el Barça en la quinta y en la sexta, en las cuales se enfrentaría con el Madrid, como veremos luego. El Madrid acudió como campeón de la edición anterior de la Copa de Europa. En la tercera y en la cuarta acudieron el Sevilla y el Atlético de Madrid, subcampeones de Liga, porque el Madrid había ganado su derecho por dos caminos, el título de Europa y el de Liga, y este segundo derecho se transfirió al subcampeón. Ningún otro país tuvo dos participantes en esos años, puesto que solo el Madrid ganó la Copa de Europa en ellos y no cabía duplicidad en ningún otro caso.
Como se observa en la relación de rivales apartados, el Madrid limitó esos éxitos a tres eliminatorias y la final. En realidad había cuatro eliminatorias a partir de la segunda edición, en la que casi se duplicó el número de participantes, pero el Madrid quedaba sistemáticamente exento de la primera por ser el campeón anterior. Entraba directamente en octavos. Los otros participantes españoles entraban en dieciseisavos.
El Barça se quedó fuera de aquello. No se interesó por las reuniones fundacionales, acaparadas por el Madrid. Ni quiso jugar esa baza. Y tuvo su gran oportunidad, porque fue llamado por L’Equipe antes que el propio Madrid para participar en las reuniones fundacionales. La primera idea era invitar a los equipos de más prestigio de cada país y el Barça venía de una época mejor que la del Madrid. Carlos Pardo, importante periodista catalán de la época, se lo cuenta a Xavier G. Luque y Joaquín Luna en La Vanguardia, que le dedica una página el 30 de mayo de 2004. Carlos Pardo había sido un impulsor del deporte español, trajo a los Globetrotters a España varias veces, organizó los Seis Días Ciclistas de Madrid y estuvo siempre atento a las grandes novedades del deporte. Fue el primero en hablar de la Copa de Europa en España. Y al primero al que habló fue al Barcelona. En esa citada información lo cuenta así:
L’Equipe me pidió (era su corresponsal en Barcelona) que invitase al F. C. Barcelona a participar en al primera Copa de Europa, en 1955, una iniciativa del diario porque en invierno vendían pocos ejemplares, a diferencia del verano, con el Tour. La participación era por invitación y en España los requisitos objetivos y de prestigio solo los cumplían Barcelona, Madrid, Valencia y Bilbao… Antes de ir a hablar con el club, Samitier me avisó: «Te dirán que no…», «no fotis». Me sorprendió. Fui citado en el club, en el pasaje Méndez Vigo, por el secretario Doménech (el presidente era Martí Carreto) que era el que llevaba los asuntos del club. La cita era a las siete pero no me recibió hasta las nueve y media. Cuando le expuse que venía en nombre de L’Equipe, me preguntó «¿Le qué?». Leyó las condiciones y me respondió: «Esto es una utopía, no se hará nunca». Y me habló de que lo que había que revivir era el Campeonato de Cataluña por equipos, como antes de la guerra. «Lo siento mucho, Pardo. Gracias». En aquella época el presidente intervenía poco en estos asuntos. Llegué a casa emprenyat y mi mujer me sugirió: «¿Por qué no llamas a tu amigo del Madrid, Saporta?». Pensé que tenía razón y no perdía nada. Conferencia. «Te llamo por la Copa de Europa.» «¿Usted tiene el asunto? ¿Que al Barça no le ha interesado? ¿Y nos invita a nosotros?» Estaba entusiasmado. Me pidió que a la mañana siguiente volase a Madrid. En Barajas estaba el coche de Bernabéu, que me esperaba en las oficinas junto a Saporta y el gerente Calderón. Y al día siguiente, todos a París, donde se fundó en un hotel la Copa de Europa. La primera final fue con el Stade Reims. Siempre me lo agradecieron…
(Carlos Pardo comete un error de memoria, debido al paso del tiempo. El presidente del Barça en aquellos días no era ya Martí Carreto sino Miró-Sans.)
El éxito de la Copa de Europa sorprendió al Barça como a muchos otros. La FIFA, que vio con un sentimiento de entre escepticismo y celos el nuevo torneo de clubes, puso en marcha una especie de competencia, la llamada Copa de Ciudades en Feria, bajo su auspicio y protección. La idea era enfrentar a selecciones de ciudades con ferias importantes, desde la base de que el fútbol de clubes aún no tendría músculo económico para mantener una competición así, y que sí podría salir adelante su Copa de Ferias con el respaldo de los ayuntamientos.
A iniciativa del vicepresidente de la FIFA, Ernst B. Thommen, gerente de las apuestas suizas, la idea había sido manejada desde 1954. El presidente de la Federación Italiana, Ottorino Barassi, se encontraba entre sus valedores. El Barça fue de los que se sumaron a la idea. Pero la competición tardó mucho en levantar vuelo. A la primera edición se apuntaron, además de Barcelona, Basilea, Copenhague, Frankfurt, Leipzig, Londres, Zagreb, Lausana, Birmingham y Milán. La primera edición duró tres años, porque se trataba de hacer coincidir los partidos con las fechas de las ferias. Solo cuatro ciudades presentaron un equipo de club, aunque con el nombre de la ciudad: Milán, Birmingham, Lausana y Barcelona. El Barça mangoneaba lo bastante para no dar entrada a ningún jugador del Espanyol, pero no obstante jugó esa primera edición con el escudo de la ciudad, bajo el nombre de la ciudad, no como C. F. Barcelona, y con color blanco o azul, no blaugrana. Las demás ciudades presentaron combinados de varios equipos. El Barça ganó aquella primera edición, que duró tres años. En la final venció al llamado XI de Londres, un combinado de los muchos equipos de la ciudad que durante aquel larguísimo torneo había utilizado para ocho partidos a 54 futbolistas procedentes de once clubes de la ciudad: Tottenham, Chelsea, Arsenal, QPR, Fulham, Charlton Athletic, Milwall, Leyton Orient, Brentford, Crystal Palace y West Ham.
La segunda edición duró solo dos años y ya fueron más las ciudades que concurrieron con un equipo de club, aunque aún Belgrado, Copenhague, Colonia Leipzig, Basilea y Zagreb presentaron combinados. El Barça también la ganó, como ganaría la de 1966, cuando ya solo jugaban clubes, aunque más por invitación que por clasificación, y empezaba a tener el tono que daría lugar a que finalmente la UEFA la amparara con su nombre a partir de 1971. Desde ese año pasó a llamarse Copa de la UEFA y dio entrada a los clubes mejor clasificados de los países, dejando aparte al campeón de Liga, que iba a la Copa de Europa, y al de Copa, que iba a la Recopa.
Bernabéu fue despectivo con esa copa, que llamó «la copa de los pueblos», lo que irritaba sobremanera, como es natural, en Barcelona. Y, desde luego, ante la opinión general solo fue un pálido consuelo en esos años en que el Madrid alcanzaba una gloria nunca conocida, en este país y fuera de él, con su victorioso ejército blanco, que se transformaba primero en un sonido épico en la radio que retumbaba por toda España y después en imágenes mágicas en la pantalla del NO-DO, aquel noticiario que proyectaban los cines entre película y película en las sesiones dobles de cine.