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RIGO Y LA «FINAL DE LAS BOTELLAS»

Ya he explicado en el capítulo anterior que por aquellos tiempos, para las designaciones de los árbitros se tenía en cuenta el orden de prevalencia que cada club entregaba en la Federación. Cuando dos equipos se enfrentaban, se cotejaban las listas de ambos y se procuraba designar un árbitro que estuviera bien clasificado por ambos. Al mismo tiempo, estaba el derecho de recusación. Es decir, junto a la lista del orden de preferencias se podía añadir hasta dos árbitros recusados, que venía a equivaler a vetados. Un árbitro recusado no podía volver a arbitrar a ese club hasta que se le levantara la recusación.

Rigo era entonces el número uno en la lista del Barça y, hay que decirlo, bien que se lo ganaba. Pero al tiempo que era el número uno en la lista del Barça, fue sumando recusaciones de otros clubes, hasta nueve, en general por arbitrajes sufridos por ellos justamente ante el Barça. Esa posición tan asimétrica limitaba bastante su posibilidad de arbitrar partidos. Así que número uno en la lista del Barça y recusado por tantos, era frecuente que arbitrara partidos del Barça, siempre contra alguno de los que no le tuvieran recusado.

En fin, que arbitraba mucho al Barça. En la Liga 1967-68, la del año de autos, le arbitró al Barça once de los treinta partidos de Liga, uno de cada tres. Y llegada la Copa, le arbitró los dos partidos de cuartos de final, contra el Athletic de Bilbao, y pasó el Barça. Las semifinales le enfrentaron al Atlético de Madrid, y de nuevo fue designado para los dos partidos, entre un runrún creciente en la afición madrileña y algunos comentarios en prensa y radios. El partido de ida lo ganó el Atlético por 1-0, pero reclamó dos penaltis. El mosqueo ante el partido de vuelta subió de tono. Y resultó que en el Camp Nou el Barça ganó 3-1 (uno de los tantos a través de un penalti muy riguroso). Además, el tercer gol, el decisivo, llegó en el minuto 96.

¡Para qué queríamos más! Y, como las carga el diablo, el otro finalista fue el Madrid. Y al Madrid, desde el presidente Bernabéu hasta el último aficionado, se le hacían los dedos huéspedes cuando se supo que la designación recaía de nuevo en Rigo. En realidad era una cosa relativamente automática: número uno del Barça, no estaba recusado por el Madrid. El número uno del Madrid era Ortiz de Mendíbil, recusado de nuevo por el Barça desde el partido del gol de Veloso que se cuenta en el capítulo anterior.

El Madrid se movió en la Federación para cambiar el nombramiento, pero no lo consiguió. Años después, Antonio Calderón, gerente del Madrid, contaba en una entrevista en Telemadrid, para la serie De Cibeles a Neptuno:

—Me dijo Andrés Ramírez (que era secretario de la Federación) que estuviera tranquilo. Que en una final, y con el Caudillo en el palco, arbitraría bien. ¡Pero a aquel le importaba un pimiento el Caudillo y cualquier cosa!

El caso es que ya desde que empezó el partido el ambiente se cortaba con un cuchillo en el Bernabéu, escenario de la final. En esos años prácticamente todas las finales se jugaban en el Bernabéu, a no ser que algún viaje de Franco le coincidiera en otro lugar, cosa infrecuente. Pero lo suyo era que fuesen allí, con o sin el Madrid, que, por cierto, perdió en su propio campo las del 58, 60, 61 y esta del 68, y ganó solo la del 62.

El público de esa noche era, en absoluta mayoría, madridista. Esto de hoy, de viajes de decenas de miles, no existía entonces. Solo los bilbaínos tenían esa costumbre, amaban la Copa por encima de todo y hacían ese esfuerzo. Las demás aficiones, no. El Bernabéu tenía enorme mayoría de madridistas; algún público neutral, propio de las grandes ocasiones; una minoría relativamente considerable de atléticos, y muy pocos barcelonistas.

El partido empezó mal para el Madrid: un centro de Rexach desde la izquierda lo quiso despejar Zunzunegui con su pierna mala, la derecha; pifió y el balón salió, en una trayectoria difícil, cruzado al palo contrario de Betancort. Iban seis minutos y el Madrid perdía por uno a cero.

Y se lanzó a la carga: una carga que duró 84 minutos, frente a un Barça que esperaba parapetado, respaldado en ese gol de ventaja. Al descanso el público está impaciente y empieza a pedir penaltis en el área del Barça. En el segundo tiempo se renueva el ataque, contra la portería del fondo sur, la preferida de los madridistas. Allí se produce una caída de Amancio que provoca una explosión del público. Yo vi la jugada y no la recuerdo tan clara. (Amancio, extraordinario jugador, era un poco teatrero cuando creía que podía sacar partido de ello.) Poco más tarde, sí: Serena afronta a Eladio, entra en el área y Eladio haciendo como que se cae hacia atrás se agarra al extremo y le derriba. Es penalti, aunque hecho con disimulo.

Y ya se desencadena un pandemónium, y empiezan a caer botellas, expresión máxima de la irritabilidad en la época. Eran relativamente frecuentes los lanzamientos de almohadillas, tanto en el fútbol como en los toros (cuando el Atlético estrenó el Manzanares puso en circulación unas muy ligeras que se abrían y planeaban, con lo que no se podían lanzar porque no llegaban al campo), pero lo de las botellas era algo extremo. Hablo de botellas de vidrio, de cerveza, Coca-Cola o Fanta, de cuarto de litro que, aun vacías, podían hacer mucho daño si alcanzaban a alguien en la cabeza. Se retiraron las botellas y siguió el juego. No mucho después, a una entrada de Eladio cerca de la línea de fondo, Amancio se revuelca trágicamente y cae otra lluvia de botellas, dirigida a Eladio, pero que pone en peligro a muchos más. Pirri y Velázquez hacen gestos al público para que pare. El partido sigue, con alguna botella más dirigida hacia Sadurní, el meta del Barça, cada vez que se queda solo cuando remite algún ataque del Madrid y que él retira pacíficamente.

Hasta que llega el final, con la frustración consiguiente para la gran mayoría madridista. Por la zona del palco caen más botellas cuando Zaldúa sube a recoger la Copa de manos de Franco, mientras el resto de los jugadores del Barça se mantienen a una prudente distancia de la banda. Luego pretenden dar la vuelta al campo y es imposible. Botellas por donde se acercan. Desisten y se van al túnel de vestuarios, que ganan tras agotarse la provisión de botellas de aquella zona, y aun así pasan protegidos por los policías.

Mientras, en el palco se produce una escena muy comentada en todas las historias del Barça que narran el asunto (y que omiten sistemáticamente la proximidad de Rigo con el Barça, dicho sea de paso). La esposa del ministro de Gobernación, Camilo Alonso Vega, estaba tristísima y le dijo a Bernabéu. «¡Qué desgracia, don Santiago, hemos perdido!» Su marido, dado que junto a ellos estaba también el presidente del Barça, la reconvino cariñosamente y la animó a felicitar al presidente ganador, lo que ella habría hecho con estas palabras poco afortunadas: «Ah, sí, le felicito, porque Barcelona también es España, ¿no?». A lo que Narcís de Carreras habría contestado: Senyora, no fotem. (Traducido, «no jodamos», en la acepción de ‘fastidiar’).

Aquella anécdota, para la que vale aquello de «se non é vero, é ben trovato», no fue lo único que quedó del partido. La imagen del Madrid quedó dañada por el lanzamiento de botellas al campo en una cantidad sin precedentes en el fútbol español, y que trajo una consecuencia: en agosto, la Federación, haciéndose eco de una orden del BOE, envió una circular a todos los clubes prohibiendo la venta de bebidas en envases de vidrio en los estadios. En adelante, el contenido de las botellas debía ser escanciado previamente en unos vasos de papel o plástico y solo con estos se podía regresar a la localidad. La medida cayó mal en toda España, no solo porque para el aficionado de pelo en pecho la cerveza en vaso de plástico «sabía peor», sino porque el trámite de vaciar la botella en el vaso retrasaba la entrega, organizaba colas en los descansos no conocidas hasta entonces y provocaba que muchos se reincorporaran tarde a su localidad.

Por su parte, el Barça se fue feliz con su Copa, pero le pareció indignante que el Madrid no tuviera ninguna sanción por los hechos. Y no la tuvo porque el partido no lo organizaba el Madrid, sino la Federación, y aunque el mal comportamiento había sido del público madridista y en el estadio madridista, no le correspondía sanción en este caso. De haber ocurrido lo mismo en un partido de Liga le hubiera caído un cierre de al menos dos partidos.

Y Rigo también salió tocado. Su fama de barcelonista creció y poco a poco empezó a arbitrar cada vez menos. En aquellos años la Delegación Nacional de Deportes había lanzado un eslogan para estimular a la gente a hacer deporte: «Contamos contigo». El chiste salió fácil: «Contamos con Rigo», se decía que decía el Barça. Incluso el titular de algún periódico con ocasión de aquella final fue: «Contaron con Rigo». El árbitro mallorquín arrastró ese estigma el resto de su carrera. Hasta que cayó, víctima de una investigación de la Federación de la que se da cuenta en otro capítulo, que se llevó por delante a los también árbitros Antonio Camacho y López Samper y, posteriormente, al propio Rigo, acusados de participar en una red de compra y venta de partidos.

Sadurní recuerda las dos jugadas bien. Le pareció más probable el penalti de Eladio, aunque coincidimos en que hizo algo con mucha habilidad, algo parecido a aquel agarrón fugaz de Puyol a Robben la segunda vez que se fue este hacia Casillas. Un algo como medio te agarro medio no, medio tropiezo medio no… Solo que en ese caso Eladio y Serena se fueron al suelo. Eladio era grande y aparatoso, Serena era pequeño.

—El problema es que el ambiente se había calentado mucho desde la semifinal, por el partido del Atlético. Y, claro, en Madrid se habló mucho de eso, era el otro equipo de Madrid.

—Quizá no debió arbitrar Rigo.

—Creo que el Madrid lo intentó, pero me parece que aquello era automático. Estaba el número uno en nuestra lista y el dos en la del Madrid. El uno en la del Madrid era Ortiz de Mendíbil, que nosotros teníamos recusado, así que…

—Y usted, bajo la portería, con las botellas, ¿se podía concentrar en el juego?

—Más o menos. Cuando se alejaba el balón me iba a la portería, me ponía bajo la red, para protegerme. Pero el Madrid apretó mucho, así que no podía estar ahí debajo.

—Cuando atacaba el Madrid no tiraban botellas, claro.

—O sí. Si había una falta, por ejemplo. Pudieron darle a alguno del Madrid. Yo respiré cuando todo acabó. Pero lo que más nos molestó fue que no nos dejaron ni dar la vuelta al campo. En cuanto empezamos a darla cayeron más y más botellas y tuvimos que ganar el túnel como pudimos.

Rigo, que había sido internacional, desapareció del arbitraje algún tiempo después, envuelto en la misma niebla que se llevó a Antonio Camacho, el que dijo: «Mientras Plaza sea presidente de los árbitros, el Barça no ganará la Liga», tema que se cuenta en otro capítulo. No hace mucho tiempo mantuvo una larga entrevista con Pedro Pablo San Martín, subdirector de As, que le visitó en Palma, de donde es y donde se estableció tras su retirada. Publicamos dos dobles páginas, en sendos días consecutivos, que me ha parecido interesante trasladar aquí.

El primer día el título era: «La final de las botellas me hizo antimadridista», y el subtítulo: «Antonio Rigo dirigió la “final de las botellas” de Copa Madrid-Barça del 68». Fue acusado de ser árbitro de cámara del club azulgrana en aquellos años. Lo cuenta todo en As.

Luego venía una entradilla y la primera entrega. Ahí va tal cual salió:

Vive en el centro de Palma de Mallorca. Antonio Rigo Sureda hace tiempo que no sale en los periódicos, pero en los años sesenta-setenta era portada diaria, casi siempre rodeado de especulaciones sobre su afinidad con el Barcelona. Hoy, en pleno caos arbitral con los vientos de conspiración Federación-Barça, Rigo recobra toda la actualidad.

—Mire usted, después de quince años en Primera y de haber sido internacional, no tengo ni un carné para ir al fútbol. Esta es la realidad. Estoy retirado de todo y no por mi voluntad. Más bien me han ido retirando.

—Hablaremos de su retirada en 1977 envuelto en una sospecha de venta de partidos, del sistema actual de designaciones... Pero antes de nada, acépteme que le pregunte si usted siempre fue del Barça.

—No, no lo era ni lo soy. Más bien a partir de la final del 68 yo me hice más antimadridista que del Barcelona. Pero por una razón, observé que la mano del Madrid llegaba muy lejos y me perjudicaba. A raíz de la «final de las botellas», en el 68, fui recusado por el Madrid y después por otros siete clubes. Y creo que la mayoría lo hizo porque el Madrid era su club nodriza y atendían órdenes... Esa final no ha acabado nunca para mí y las secuelas han marcado para mal mi vida. Por eso siempre he preferido que le fuera mal al Madrid.

[La final de Copa del Generalísimo del 68 fue Madrid-Barcelona en el estadio Bernabéu. Los blancos perdieron por 0-1 con autogol de Zunzunegui. Rigo provocó un escándalo al no señalar dos penaltis, sobre Amancio y Serena. El césped se llenó de botellas mientras Franco daba la Copa al Barça, de ahí esta denominación.]

—Pues yo le digo hoy que no vi penalti a Amancio y que Serena se tiró. Serena se tropezó y me quiso engañar dejándose caer cuando entró siete milímetros en el área.

—Las crónicas de entonces dicen que por ese favor el Barça le puso a usted un negocio en Palma y un chalet.

—Falso totalmente. Monté en Palma la imprenta Rigo dos meses antes y el chalet lo compré a medias con un hermano. Siempre me perseguirá ese sambenito, por el que he tenido graves problemas incluso familiares. El Barça nunca me ofreció nada, ni siquiera tengo una insignia. Sin embargo, el Madrid...

—¿El Madrid...?

—¿Se acuerda usted de don Antonio Calderón? Creo que era gerente del club. Pues en la caseta, antes del partido, me dijo que me iba a hacer un buen regalo. Que era costumbre del Madrid regalar un reloj de oro. Supongo que era condicionado a la victoria de su equipo, porque aún estoy esperando ese regalo. Mire mi casa, las vitrinas están llenas de recuerdos. Del Madrid, ni un detalle. Creo que del Madrid tengo un pin clavado en alguna parte. Sigo teniendo sitio por si se les ocurre ofrecerme algún recuerdo.

—¿Y guarda algún recuerdo del partido?

—No, porque nos tenían que dar una copa, pero nos dijeron allí, en el césped, que la habían perdido. Creo que a nadie le gustó el marcador.

—La lio usted buena...

—Pues sí. Salimos hacia Barajas camuflados en cinco jeeps de la Policía Armada. En el aeropuerto tuve un policía de paisano a mi lado hasta embarcar. Me dijo que si tenía problemas que sacara el pañuelo como para estornudar. Ja, ja, ja.

—Ya, ya. Pero el Madrid no se lo ha perdonado nunca.

—Debe ser verdad. Hace muy poquito me cruzaron al teléfono en una emisora con Zoco. Creo que se pasó ofendiéndome y me defendí. Estaba picado por aquella final y dijo que yo era el peor árbitro de la historia. Le contesté que aún se le notaba rabioso dentro del cuerpo y ya nos cortaron...

—Usted arbitró en esa temporada trece partidos de treinta al Barça. Rigo era el árbitro de cámara del club, ¿verdad?

—Hay una explicación. Por entonces los clubes mandaban al comité una lista con sus árbitros preferidos. Yo era el número uno para el Barça y lo normal era que por suma de puntos fuera el designado. Y el Barça ganaba muchos partidos conmigo porque era mejor que los otros equipos. Era natural. Si se fija, Ortiz de Mendíbil arbitraba mucho al Madrid porque era el número uno de su lista y el Madrid siempre ganaba con él. Me parece normal.

—Por cierto, en semifinales de aquella Copa, el Barça doblegó al Atlético con otro arbitraje suyo de escándalo.

—Ya, ya. Así ha quedado la historia. Por aquello también me recusó el Atlético. Pero yo creo que no tenían razón y encima también tuvo consecuencias más tarde.

—¿Cuáles?

—Pues fíjese, al año siguiente no podía arbitrar al Burgos porque fichó como primer entrenador al que tenía el Atlético de segundo. Y lo primero que ordenó al club fue recusarme sin más razones. [Rigo se refiere a Mariano Moreno, que pasó del Atlético al banquillo del Burgos.] El presidente del Burgos me pidió disculpas, pero así fue de injusto el asunto.

—Suena «antiguo» eso de las recusaciones arbitrales, pero el patio está ahora como para volver a darlas vigencia.

—Le voy a decir que yo estaría a favor. Si hay razones documentadas para que un árbitro sea retirado por un club, pues adelante. Igual que cualquier trabajador está en despido procedente si traiciona a su empresa... Pero no vale una acusación sin pruebas, como me pasó a mí tantas veces.

—Usted tuvo hasta nueve recusaciones, y son muchas.

—Le cuento una. Arbitraba un partido del Zaragoza. Un jugador me llamó hijo de puta. Le mandé a la caseta. Vino otro y le dije que había expulsado a su compañero por tal motivo. Y me dijo: «¿Es que no lo eres?». A la caseta se fue. Y llegó un tercero y me dijo: «Has expulsado a dos por decirte la verdad». Pues también a la caseta. Un año después a Roque Olsen le hicieron entrenador del Zaragoza y me dijo que él habría echado a los tres del club. Sin embargo, el club me tenía recusado. Así es el fútbol.

—Se decía del Madrid que era el equipo del régimen con Franco, pero ganaba muchos partidos y títulos el Barcelona. ¿Cuál es su opinión?

—Yo nunca hablé una sola palabra con Franco. Y nadie desde arriba se dirigió a mí para favorecer al Barcelona. Yo sé que gente muy importante, personalidades del deporte de entonces, hablaron por mí ante algunos clubes, el Real Madrid incluido, para que me levantaran las recusaciones. Pero no fue posible. Y yo insisto en que no me considero culpable de nada. Recuerde a Guruceta con aquel penalti en el Camp Nou dos metros fuera del área... y estoy seguro de que no lo hizo adrede. Le pilló lejos la jugada. ¿Los árbitros no tenemos derecho a fallar como los jugadores? No. Lo nuestro son equivocaciones, según los críticos. No somos de piedra y a veces aun estando a dos metros no vemos la falta.

—Pero usted, confiese, le hizo muchas faenas al Madrid.

—Mire, le cuento otra de la que me arrepentí siempre. En un Madrid-Murcia se va Puskas por la banda. Le agarran y tira y tira hasta que llega al área y se deja caer. Yo señalo falta fuera del área. Puskas se revuelve y me da un manotazo en el pecho, casi me tira.

—¿Y de qué se arrepiente?

—De no haberle expulsado. Ya ve, favorecí al Madrid. Aprendí que no hay que perdonar a nadie. No te lo agradecen.

—¿Qué pasa con el arbitraje actual? ¿Hay una conspiración a favor del Barça?

—No, hombre. El arbitraje fue, es y será siempre igual. Hay polémica, fallos y hoy sale uno más beneficiado y otro perjudicado. Lo que veo es que el árbitro está desprotegido.

—Explíquemelo.

—No entiendo cómo es posible que se levanten los castigos a los jugadores. Esto les envalentona y así montan las que montan en el campo. Dan patadas, protestan, hacen lo que quieren porque saben que no hay castigo ejemplar ni de la Federación ni de los clubes. Nadie colabora con el árbitro, ni siquiera los comités sancionadores. Así es difícil repartir justicia en el césped. Los equipos con jugadores puñeteros tienen ventaja en el campo.

—Y también que hay mucho árbitro que quiere ser centro del espectáculo, ¿o no?

—Sí, es posible. Yo he visto a alguno poner el balón delante en la foto para ponerse de puntillas y parecer más alto. Y otros que obligan a sus linieres a llevar las maletas... Yo puedo decirle que nunca quise ser protagonista, a pesar de que era muy popular y me hacían firmar autógrafos por la calle.

El día siguiente se publica, también en dos páginas, la segunda entrega, con el siguiente titular:

«La Prensa predispuso a Madrid contra mí», y el subtítulo es: «Antonio Rigo cuenta la polémica semifinal de la Copa 68 Atlético-Barça, así como un intento de soborno del Espanyol en 1962 y su final de carrera acusado de venderse».

Y de nuevo una pequeña entradilla: «Retomamos con Antonio Rigo los recuerdos del pasado. Y volvemos a aquella temporada 1968, cuando arbitró 13 partidos de 30 al Barça...».

[Paréntesis. Fueron once, no trece. Hay ese error en la entradilla de la entrevista.]

—Ya le dije que por sistema de designación era normal que yo pitara al Barça. Estaba el primero en su lista...

—Sí. Pero era tremendo el poder del Barça que le colocó en los dos partidos de semifinal de Copa, contra el Atlético, con victoria final azulgrana y escándalos por todo lo alto [1-0, en la ida y 3-1, la vuelta].

—Mire lo que le digo: que me caiga una enfermedad y me quede aquí mismo si yo tuve predisposición contra el Atlético en aquellos partidos.

—No se ponga así, señor Rigo... Es que no vio dos penaltis en el Calderón para el Atlético que sí pitó después en el Camp Nou para el Barça. Las crónicas le pusieron de barcelonista para arriba...

—Solo recuerdo una jugada en el Calderón en la que pité obstrucción, con libre indirecto, porque bloquearon a Gárate. Y esa misma jugada, la misma, pero con agarrón sobre Rifé, se produjo en el partido de vuelta. El agarrón sí es penalti, ¿o no?

—Ya, ya. Pero fue en el minuto 96, para el 3-1 con el que pasaba el Barcelona.

—De eso no recuerdo nada. Yo sé que la prensa de Madrid calentó muchísimo el ambiente y cargó contra mí. Pero siento absoluta tranquilidad por aquellos arbitrajes. Lo cierto, eso sí, es que influyeron para encender el fuego de la final Madrid-Barça. La prensa ya predispuso a la gente de Madrid. De no haber pitado aquellas semifinales, la final habría sido tranquila.

—La «final de las botellas», usted nos lo ha dicho, le hizo antimadridista. ¿Era también antiatlético?

—No, no. El Atlético me recusó por aquella semifinal y estuve un año sin pitarle, pero a la siguiente temporada levantó la recusación. Y tengo muchas placas del Atlético y fui a arbitrar el Villa de Madrid alguna vez... No se lo tomaron tan a mal como el Madrid. Además, le diré que recibí por aquel partido unas doscientas cartas. Cien para ponerme bien y cien para ponerme mal. Ya ve.

—La verdad es que usted estuvo siempre bajo sospecha.

—Pues mire, le diré que solamente una vez intentaron comprarme. Fue en 1962, en un partido del grupo norte para ascender a Primera. Si ganaba el local, ascendía, si empataban o ganaba el visitante, pues ascendía este. Estaba en el hotel y vino una persona que yo conocía del equipo local. Me llevó al bar a tomar algo y me dijo que si ganaba su equipo, tendría el lunes en Palma el piso que quisiera, el mejor coche y el dinero que pidiera. [Rigo se refiere a un Espanyol--Pontevedra del 62. Más tarde, en esta entrevista, lo desvelaría.]

—¿Qué hizo?

—Le dije que si era broma. Me dijo que no. Entonces le indiqué la puerta de salida y que no me volviera a dirigir la palabra en mi vida. Ya en el estadio, se lo comuniqué al presidente de mi Colegio. Le expuse que yo no tenía ánimo de arbitrar, pero me aconsejó que tirase para adelante y arbitrara. Resulta que el Pontevedra ganó con un gol raro, en el que Riera despejó mal hacia atrás y el delantero recibió el balón para marcar. El línea me marcó fuera de juego, pero yo no lo consideré así... En fin.

—O sea, que el intermediario no logró su objetivo.

—Pues no sé, porque al final, llegó a entrar en mi caseta no sé cómo y me dijo: «Muy bien». Me quedé de piedra. ¿Sería que trabajaba para los dos y se quedó algo?

—Han pasado cuarenta años, dígame si alguna vez tuvo la tentación...

—Una vez acepté. Es una anécdota. El Mallorca jugaba un cuadrangular de verano aquí en Palma. El equipo estaba descendido y el presidente me dijo que para animar a la gente y no perder abonos convenía que el Mallorca jugara la final del torneo. Tenía que arbitrar el primer partido contra un equipo extranjero, no recuerdo cuál, y conseguirlo. Un día antes llamé a Bernardo, que era el capitán y defensa. Le dije que, a falta de un minuto, si el marcador iba igualado subiera a rematar un córner y se dejara caer. Yo pitaría penalti.

—¿Y qué ocurrió?

—Pues que al descanso perdía el Mallorca 0-4 y les dije en el campo que eso ya no tenía arreglo. Fíjese, el partido acabó 1 a 7 para los visitantes. Poco pude hacer, ja, ja, ja.

—Hay un tema mucho más serio, que le costó a usted su carrera después de catorce años en el arbitraje. Le acusaron de dejarse sobornar en un Celta-Murcia de la temporada 73-74, con escandalosa victoria visitante por 0-2.

—Bueno, yo le cuento mi versión. En la temporada 75-76 empecé a notar que no salía mi bola (era designación por sorteo) para apenas ningún partido. Pité cuatro en cuatro meses. Entonces le pregunté al presidente de mi colegio balear, Simó Fiol, si pasaba algo en Madrid contra mí. Me dijo que él haría unas llamadas. Así fue y me comunicó que llamara yo porque Escartín le había dicho que yo me había vendido en un partido. [Pedro Escartín era informador del Colegio Nacional que presidía José Plaza.]

—Grave acusación.

—Imagínese. Cogí el teléfono, llamé a Escartín y le dije que me explicara en qué partido me había vendido. Entonces me gritó: «¡Yo no he dicho eso!», y me colgó el teléfono. Naturalmente no volvió a entrar mi bolita en el bombo en todo el año y me forzaron a renunciar a registrarme como árbitro en la siguiente temporada. Y yo me pregunto treinta años después: ¿Por qué no me concedieron el derecho a defenderme? Escartín y Plaza no se atrevieron a exponerme las pruebas de lo que me acusaban. La verdad es que me dieron un golpe seco a distancia, desde Madrid, con el que consiguieron que aborreciera el fútbol y el arbitraje.

—En aquellos meses de 1976 la revista Don Balón destapó un auténtico escándalo de compraventa de árbitros que acabó con su carrera, y también con la de Camacho y López Samper, que eran muy reconocidos.

—Bueno, aquello fue tremendo. Había un periodista que agitaba todo y mandaba mucho. Un tipo bajito que todos conocen. Una vez en un viaje me lo encontré y le dije que yo a los hijos de tal no los saludaba. Resulta que al volver de ese viaje, fui al Colegio Nacional y me tiraron de las orejas por insultar a ese periodista.

—Un feo final de carrera, desde luego.

—Desde entonces y hasta la fecha he desaparecido para todo el mundo del arbitraje. Fíjese que aquí en Palma dieron los premios a los mallorquines más importantes del siglo XX en el fútbol y se lo entregaron a Nadal y Serra Ferrer. El correspondiente al árbitro se quedó vacío, después de que Borrás del Barrio me había dicho que me apoyaría. Creo que después de tantos años en el arbitraje y de haber estado en un Campeonato del Mundo, yo no merecía este final de carrera. No tengo siquiera un carné que me acredite como lo que fui.

—Y eso que me ha enseñado cinco silbatos de oro.

—Aquí los tiene [los muestra y los maneja como si fueran joyas únicas]. Uno de ellos, el más grande, me lo dio en mano el propio Escartín, el que luego dijo lo que dijo de mí. Le contaré una curiosidad: arbitré un Madrid-Barça con este silbato de oro que me obsequió una peña de Palma. ¡Pero tuve que cambiar el garbanzo porque era de oro y no silbaba! Ja, ja, ja.

—Es cierto que a usted «se lo tragó la tierra» después de tantas polémicas.

—Mire, incluso una vez que iba a acudir a la famosa moviola, un día antes del viaje a Madrid me llamaron para decirme que no, que no fuera. Resulta que aquel día había una jugada dudosa en un Real Madrid-Barcelona y pensaban que yo me iba a significar mucho a favor del Barça en televisión porque para mí el gol que le anularon al Barça era legal. Y eso podía ser muy delicado para el estamento arbitral.

—¿Jamás volvió a trabajar para el estamento arbitral?

—Pues no, y no por mi gusto. Una vez me encontré con Borrás por la calle y me dijo que fuera a hacer unos informes de partidos para que me dieran un carné de informador. Me mandó a la quinta puñeta a ver a unos juveniles donde no había casi ni jugadores. Le escribí renunciando y aún estoy esperando la respuesta. Yo no existo para esta gente.

—¿Qué le parece la actual estructura arbitral que preside Sánchez Arminio, precisamente uno de los árbitros que en aquellas crisis del 76 estuvo muy al lado de José Plaza?

—Por favor, a Sánchez Arminio ni me lo nombre. Fíjese que siendo él internacional y yo en vías de serlo, me designaron para acompañarle como juez de línea en un partido europeo. Cuando se enteró que era yo, llamó rápidamente para vetarme. Dijo que no me quería ni ver. Ahora soy yo el que no le quiero ni ver.

—Lo cierto es que el actual estamento arbitral atraviesa una profunda crisis de credibilidad. Ya sabe, la afinidad del Barcelona y Villar en la Federación salpica a los árbitros...

—Yo no sé si están aliados o no con algún club. No estoy en esto ahora. Pero sí le digo que tanto el presidente de la Federación, señor Villar, como el presidente de los árbitros, el señor Arminio, están ahí para beberse todo el gazpacho posible y cuanto más, mejor. En esos puestos están para eso.

—Pero los árbitros van de escándalo en escándalo...

—Igual que sucedía antes, hay treinta árbitros de los que apenas unos pocos tienen categoría para arbitrar en Primera. Es como un pelotón de ciclismo: salen cien y ganan siempre cuatro. Yo no pienso que haya una idea general para pitar a favor de uno o en contra. Creo que, sinceramente, son buenos o malos.

Nacidos para incordiarse
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