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NÚÑEZ, DE CARLOS
Y TARRADELLAS
Al término de la temporada 1977-78 se producen dos hechos relevantes en la vida de ambos clubes. En el Barça, el 6 de mayo de 1978 gana las elecciones José Luis Núñez, en apretada pugna. Presentó un programa digamos apolítico, hizo mucho hincapié en el distanciamiento del Barça del alineamiento nacionalista (se vivían los tiempos apasionados de la Transición y el Barça se había empezado a significar, con el mandato de Agustín Montal, mucho en este sentido) y lanzó su apuesta Per un Barça triomfant. No había pasado un mes cuando, el 2 de junio, fallecía Santiago Bernabéu tras 35 años como presidente del club, cosa que en el día de su fallecimiento aún era. Murió de cáncer de colon, enfermedad que se le había detectado diez meses antes. Dejaba a su Madrid una vez más campeón de Liga. Las fuerzas que dominaban el club pactaron una sucesión consensuada en la persona de Luis de Carlos, hombre de 71 años, que había sido tesorero durante mucho tiempo, colaborador directo de Bernabéu. Un señor, en la mejor acepción del término.
Se abría una nueva época para ambos clubes, pues. Y el perfil de los dos presidentes era muy distinto. Núñez era joven, agresivo y con un terreno por conquistar, porque el Barça, tras la Liga de Cruyff en 1974, que empezaba a quedar en el olvido, había vuelto a rezagarse respecto al Madrid, que de nuevo parecía dominarlo todo, en especial las estructuras del poder federativo. Luis de Carlos era todo lo contrario. Heptagenario, conservador en toda la extensión del término, pacífico, arrastrado al cargo un poco contra su voluntad en un ejercicio de responsabilidad, puesto que le habían instado por consenso. Estuvo a punto de evitar el cargo porque se manejó el nombre de Gregorio Paunero, perfil parecido a él, también veterano directivo del club. Pero Paunero pertenecía al Opus y era inspector de Hacienda, y Saporta, gran muñidor del relevo, estimó que ambas cosas eran contraindicaciones.
Y Núñez mantuvo siempre una actitud muy dura frente al Madrid, que hizo que Luis de Carlos lo pasara mal. Y ello a pesar de los esfuerzos que este hizo por acercarse al Barça. El más notable se produjo al final de la primera temporada de ambos, la 78-79, cuando el Barça jugó y ganó en Basilea la final de la Recopa, ante el Fortuna de Dusseldorf. Núñez heredó un Barça campeón de Copa y aunque en su primera temporada se retrasó en la Liga relativamente pronto, en la Recopa sí tuvo una marcha triomfant. Para el recuerdo queda el partido de vuelta de la eliminatoria de octavos, ante el Anderlecht, que tuve la suerte de presenciar en directo. El Barça había perdido en la ida por 3-0. En la vuelta juega maravillosamente bien pero el tercer gol no llega hasta el 88, cuando Zuviría, en gran jugada personal, empata. La prórroga, con todos agotados, es emocionantísima. En los penaltis pasa el Barça. Fue la primera noche triomfant del «nuñismo».
Tras ese escollo salvó los del Ipswich Town y el Beveren hasta plantarse en la final con el Fortuna. Luis de Carlos, en un hecho insólito, solicitó acompañar al Barça al partido con la delegación del club y así lo hizo. Compartió la jornada más jubilosa del barcelonismo hasta la fecha, un viaje de millares y millares de hinchas, en el que se mezclaban las banderas blaugrana con las senyeras y que finalizó jubilosamente, con un espectacular 4-3 tras la prórroga, en un grandioso partido de Lobo Carrasco. De Carlos lució en el ojal de la chaqueta las dos insignias juntas, la del Madrid y el Barça, apretadas, y se hizo innumerables fotos con aficionados culés. En una de ellas Joan Gaspart le colocó sobre los hombros una bufanda del Barça. Esa foto llegó a As, que la publicó en portada. El madridismo acabó empalagado de tanta euforia culé (fue entonces cuando se lanzó aquello de «nuestra copa es en color, las del Madrid eran en blanco y negro») y sorprendido de verse desplazado del eje del protagonismo futbolístico nacional. Miró un poco por encima del hombro («total, por una Recopa…»), y en definitiva juzgó mal tanto derroche de entusiasmo de su presidente De Carlos en el caso.
Derroche que Núñez no iba a agradecer, ni mucho menos, como pronto se vería. En su obligada persecución de la primacía nacional empezó a mostrarse verdaderamente antipático con el Madrid. Mucho más que ningún presidente del Barça en tiempos anteriores.
Y es que la segunda temporada no le fue bien al Barça. Núñez había malgastado parte del crédito de su buen inicio al empeñarse en echar a Neeskens, jugador muy querido de la afición, pese al triunfo en Basilea, para fichar al extremo danés Simonsen, Balón de Oro con el Borussia Monchengladbach, y muy diferente al holandés. Este era una fuerza de la naturaleza, el danés era pequeño y ligero, tanto como hábil y rápido. El cariño por Neeskens fue tal que la celebración por ese título europeo se agrió por la inminencia de su salida. Fue el más aclamado de todos, lo que llevó a Núñez a tal desconsuelo que pensó seriamente en dimitir.
La segunda temporada empezó mal, decía. Rifé (que a su vez había sustituido sobre la marcha en la temporada anterior a Müller y había sido el ganador de la Recopa) había chocado con Krankl (al que se cedió al First de Viena) y con Juan Carlos «Milonguita» Heredia, que se tuvo que marchar. Los dos eran grandes delanteros. El club le fichó a Roberto Dinamita, un colosal brasileño, pero no cuajó. Rifé, que había sido jugador muchos años, capitán los últimos, y había ganado la Recopa, estaba muy en solfa cuando empezaba la segunda vuelta, hasta el punto de que poco después del Barça-Madrid de los hechos que vamos a comentar fue destituido. Le sustituiría Helenio Herrera, que ya hacía dieciocho años que se había ido del club y se acercaba a los setenta. (Nació en 1912, aunque tenía trucados sus papeles, en los que figuraba 1917.) Sus mejores tiempos habían pasado.
La impresión en Madrid era que el Barça se estaba sumiendo en el caos y que Núñez, cuya salida de caballo inglés se estaba trocando en parada de burra manchega, empezó a utilizar al Madrid como pretexto para cambiar de conversación. En parte sería verdad, pero también había causas realmente pendientes para el mandatario azulgrana. Núñez lideró un fuerte ataque, en el que le acompañó el resto de los clubes, contra Televisión Española. Por entonces pervivía un mal hábito de TVE, que no pagaba por televisar… más que al Real Madrid, al que para entonces le daba 60 millones anuales en esa época.
Conviene detallar el asunto. Cuando se empezaron a televisar con alguna asiduidad partidos de Liga, a primeros de los sesenta, TVE no pagaba. Para el elegido era una pérdida de taquilla. Los clubes protestaban y a base de protestar unos y otros acabaron por conseguir que se les prometiera una compensación por la taquilla perdida. En teoría, TVE debía pagar todas las entradas que quedaran sin vender. Pero en la práctica no lo hacía. Se hacía la despistada.
El Madrid (será mejor decir Saporta) se avivó e hizo un contrato por su lado metiendo el baloncesto. El baloncesto del Madrid fue en esos años una gran novedad nacional y un éxito continuo. Con Ferrándiz al frente y los Emiliano, Luyk y compañía, llegaba muy arriba en la Copa de Europa o directamente la ganaba. (En los sesenta jugó siete finales, de las que ganó cuatro.) Saporta creó además un Torneo de Navidad, que se jugaba los días 24 y 25 de diciembre entre cuatro equipos y proporcionaba cuatro partidos (eran semifinales, final de vencidos y final) de muy buena programación para la televisión única en días difíciles de llenar. (En realidad, para los culés era casi una afrenta: «Nos metían el Real Madrid hasta en la sopa de Navidad».) Y además estaban los partidos de Copa de Europa del equipo de fútbol, que siempre la jugaba. Y los que fuera menester de Liga. Todo por 50 millones al año, que con los años llegarían a 60.
Así que el Madrid cobraba desde algún tiempo atrás, bien es verdad que porque tenía otras cosas que ofrecer, y los demás no. Núñez levantó esa bandera. Y además empezó a atacar sistemáticamente a los árbitros y a esgrimir el fantasma de Plaza, el presidente del Comité de Árbitros, reiteradamente señalado como madridista desde que dimitió en solidaridad con Guruceta para regresar algún tiempo después.
Desde aquello, y más a raíz de la depuración del grupo de Antonio Camacho y demás, que se recoge en un capítulo anterior, el Barça hizo suya la frase del árbitro madrileño expulsado: «Mientras Plaza siga dirigiendo los árbitros, el Barça nunca ganará la Liga». Nicolau Casaus, el pacífico y veteranísimo vicepresidente del club (era el hombre de concordia, frente a los agresivos Núñez y Gaspart), dijo que Plaza era un hombre «de viejo odio a Cataluña». Por entonces, además, se había formado la ANAFE, una asociación de árbitros disidentes con el mando de Plaza, que tenía cierto carácter sindical (discutir los ingresos, los ascensos y descensos, las designaciones), pero que también fue visto por quien quiso verlo así como el grupo de rebeldes contra el sistema «madridista» de Plaza, que, según esa teoría, estaría premiando a los que soplaban a favor del Madrid y castigando a los que hicieran lo contrario.
La situación hizo crisis a partir de un Zaragoza-Real Madrid en el que el árbitro Miguel Pérez (catalán, por cierto) concedió el gol final de Rincón, que fue el 2-3, en fuera de juego, según mostró después la moviola. En la siguiente reunión de la directiva de la Federación, Sisqués, presidente del Zaragoza, se quejó del arbitraje. Núñez aprovechó para salir a su rueda y lanzó durísimos ataques contra el Madrid y contra Plaza. Los presidentes del Valencia y del Almería, que habían jugado recientemente contra el Madrid, también dijeron que a ellos les había ido mal, con lo que Núñez se creció más y más. De Carlos, muy incómodo, le exigió que rectificase y al no aceptar este, anunció que nunca más compartiría con Núñez palco ni mesa de negociación ni comida ni junta en la Federación ni nada de nada. Que rompía relaciones.
Y en esas seguíamos cuando se llegó al partido de la segunda vuelta entre el Barça y el Madrid, para disputar en el Camp Nou el domingo 10 de febrero. En principio, ni De Carlos ni nadie del Madrid pensaba acudir a sentarse en el palco, mucho menos a la acostumbrada comida oficial. Y a Núñez eso tampoco le importaba un bledo.
Entonces intervino Tarradellas, presidente de la Generalitat, personaje importante de la Transición. Político nacionalista durante la República, había vivido en el exilio desde el final de la Guerra Civil. Ya antes de su regreso había sido visitado en su residencia en Francia, en Saint Martin-Le Beau, por la directiva de Montal, que le había restituido la condición de socio, con su antigüedad correspondiente, cosa que había perdido por el exilio. Su regreso a España se había producido el 23 de octubre de 1977, nueve días después de que se proclamara la Ley de Amnistía. Su saludo, «¡Ciutadans de Catalunya, ja soc aquí!», es el momento cumbre de la Transición en Cataluña.
A Tarradellas y a Adolfo Suárez, en aquellos días difíciles, esa tensión entre el Madrid y el Barça les preocupaba. Ha pasado tiempo de eso, pero hay que pensar que entonces estaban más a flor que nunca desde la guerra los recelos entre catalanes y el resto de los españoles, que había muchas cosas difíciles que consensuar y que el fútbol como elemento de discordia podría dañar pasos imprescindibles para la convivencia. Así que Tarradellas decidió aprovechar el partido para reconciliar a ambas partes.
Lo que sigue está elaborado sobre testimonio directo de Antón Parera, joven gerente del club en esos días.
No le fue difícil con De Carlos, en realidad un hombre de paz. Incluso le propuso que el primer encuentro fuera en un punto neutral, Zaragoza, por ejemplo. La respuesta de De Carlos fue ejemplar:
—Presidente, yo iré donde usted me pida.
Quedaba el Barça, que ya suponía Tarradellas que iba a ser más difícil. Su gabinete llamó al Barça, haciéndole saber que igual que ya había presidido, a título honorífico, reuniones del consejo de las más altas y representativas sociedades catalanas, deseaba presidir un consejo directivo del Barça. Pero, insistieron, tal cosa debería ser antes del inminente Barça-Madrid.
La primera respuesta fue que no podría ser. La petición se hizo el martes, y el consejo directivo del club se celebraba (suele ser así en todos los clubes) el lunes por la tarde. Pero el gabinete insistió mucho. A Núñez no le hacía gracia el asunto y acabó fijando, de mala gana, las diez de la noche. Tarradellas intentó hablar en persona con Núñez, pero solo consiguió hablar con Parera:
—¿A usted le parece que las diez de la noche son horas para citar a un hombre de mi edad a presidir un consejo?
Y Parera improvisó una contestación inteligente:
—Sin duda, no, presidente. Pero tenga usted en consideración que el Barça lo llevan hombres que tienen la jornada muy completa en la dirección o el trabajo en distintas empresas que hacen muy grande a Cataluña y que aun así dedican su tiempo libre para dirigir el Barça con el mismo propósito de engrandecer a nuestro país. Tras la junta del lunes no habría otra posibilidad de reunirlos y ninguno quería faltar.
—Está bien. Me ha convencido usted.
Y a las diez de la noche empezó el consejo directivo quizá más peculiar de la historia del Barça. Tarradellas tomó la palabra y planteó la cuestión sin el menor rodeo: era preciso que se llegara al partido con la paz firmada entre los dos clubes, el Madrid estaba en la mejor disposición y solo esperaba de ellos que accedieran.
El primero en tomar la palabra fue el audaz Joan Gaspart, al que Tarradellas cortó en seco según iniciaba el alegato de protesta:
—¿Usted no es Joan Gaspart, el presidente de HUSA, empresa que heredó de su señor padre? ¡Pues ocúpese de que den mejor de desayunar en ellos, porque dejan mucho que desear los desayunos!
Salió entonces al quite Guillem Chicote, otro de los directivos, al que cortó con la misma brusquedad:
—¿No es usted Chicote, consejero delegado de la empresa Confort, que depende de la Caixa, entidad que yo presido? ¡Pues cállese, que como superior suyo estoy hablando!
Entonces intervino con firmeza y rigor el secretario del consejo, Antón Maria Muntanyola, personaje de gran relevancia. Era miembro del Consejo Real y amigo personal de don Juan. Estuvo terminante:
—Muy honorable presidente. Me veo obligado a recordarle que hemos pasado cuarenta años sufriendo ciertas formas de trato que no queremos que se repitan. No hemos luchado contra eso para vivir escenas así. Esta es una junta elegida democráticamente por los socios del Barcelona y toma sus decisiones autónomamente y con esa legitimidad. No vamos a permitir que nos vengan impuestas de fuera, aunque sea por personajes de tanta relevancia como usted. No pensamos cambiar un Franco por un Tarradellas.
Tarradellas comprendió que tenía que recoger algo las velas (momentáneamente) y se disculpó.
—Está bien. Tiene usted razón. Seguramente me he excedido y les pido disculpas. Señor Gaspart, le pido disculpas. Señor Chicote, le pido disculpas. Al resto también les pido disculpas por mi actitud. Pero es que el interés en esto es muy alto y yo espero de su generosidad que accedan. Este país vive momento complicados y no es bueno que dos instituciones del carácter y la solera del Barça y el Madrid, con lo que ellas representan y tantos seguidores como tienen detrás, conviertan el fútbol en un campo de enfrentamiento.
Entonces quien tomó la palabra fue Núñez, que le dijo que con gusto harían el esfuerzo, pero que no podía ser. Que iba más allá de sus posibilidades. Y la siguiente intervención de Tarradellas fue de nuevo de aúpa:
—Mire, sepa que tengo citado para mañana, a las doce, a De Carlos y a la prensa para un acto de reconciliación. Justo antes de entrar aquí he dicho que se comunicara. Es cosa de usted ir o no. Pero sepa que yo he comunicado que contaba con su aceptación y si luego no va, la gente me creerá a mí, y no a ustedes, porque yo tengo más credibilidad y porque el haber sido invitado a este consejo directivo obrará en mi favor. Ahora tómense el tiempo que quieran para reflexionar sin mí. Mientras, yo esperaré en el despacho del señor gerente, si él tiene a bien acompañarme y mostrarme ese proyecto tan interesante de museo que sé que están proyectando, y para el que les anuncio el mayor apoyo por parte de la Generalitat.
Y salió. Parera, tras esperar un gesto de asentimiento por parte de Núñez, salió con él y fueron al despacho, donde le mostró el proyecto del museo y luego mantuvo una larga conversación con él mientras pasaban primero los minutos y luego las horas.
Solo a las cuatro de la mañana se acabó el cónclave y la junta le hizo saber a Tarradellas que, por unanimidad, salvo el voto en blanco de Núñez, el consejo directivo accedía a que se escenificara la reconciliación.
Así que a la mañana siguiente, entre gran expectación (la niebla hizo que el vuelo del Madrid se retrasara), De Carlos y Núñez se vieron y se abrazaron en presencia de Tarradellas. Luego hubo un almuerzo de confraternización del que salió la autorización para que pudieran acudir al campo los periodistas José María García y Álex Botines, de la Cadena SER, que habían sido declarados personajes non gratos. Botines le había grabado a Rifé, sin autorización según este, una conversación en la que el técnico había dicho que «este club es una casa de putas sin ama». La grabación había sido emitida, además de en la emisión local, en el programa nacional de José María García.
Pero Tarradellas aún quería más, quizá escocido por esa abstención de Núñez en la votación de la noche anterior. Ahora el relato es de Gaspar, con el que mantuve una estupenda conversación sobre este y otros temas recientemente en el Ritz de Barcelona, la víspera de la gala del Planeta, para la que se estaba preparando el hotel:
—El sábado por la noche, a la una, no a las nueve ni a las diez, a la una, cuando yo ya estaba en la cama, me llaman. Me dicen que hay que ir al club. No me dicen para qué. Y voy. Allí nos encontramos todos con Tarradellas, que apareció con un escrito de buena voluntad y de afecto con el Madrid que, nos dijo, tendríamos que firmar todos. Quería total unanimidad. Volvimos a discutir y al final firmó todo el consejo menos uno. ¿A que no sabe usted quién?
—¿Núñez, otra vez?
—No. Yo. Yo no lo firmé. Y se lo razoné a Tarradellas. Le dije que no firmaba por tres razones. La primera, que yo solo admitía que me sacaran de la cama a la una de la mañana por un motivo de salud de mi padre o de mi madre. La segunda, que porque no quería, porque no sentía eso que estaba ahí escrito. Y la tercera, porque al fin y al cabo tampoco le vendría mal que no se hubiera firmado por unanimidad, que alguna disidencia nunca era mala y daba más credibilidad al asunto.
—¿Y…?
—Se enfadó. Durante bastante tiempo ni siquiera me saludaba cuando se producían encuentros entre ambos por alguna razón, cosa que no era infrecuente. Con el tiempo, conseguí por un amigo común, Brugueras, que me recibiera. Hablamos tranquilamente y hasta me dijo: «Pues quizá tenía usted razón. No era malo que no fuera por unanimidad, no era malo un voto en contra». Y nos despedimos amistosamente. Desde entonces tuve mejor relación con él.
Después de la paz vino el partido, el domingo. Y ya desde el protocolo se vio que a Núñez no le había convencido tanto lo de la paz. Por protocolo se había convenido una colocación en el palco que él alteró. El palco del Camp Nou tiene un sector central de cinco asientos y pasillos con escaleras a los lados que lo separan de otros sectores. Lo acordado era que Tarradellas estaría en el asiento central, Núñez y la señora de Tarradellas a su derecha y De Carlos y la señora de Núñez a su izquierda. Pero a la hora del partido De Carlos había sido situado a la izquierda de Tarradellas, pero más allá del pasillito. En el sector central se sentaron Tarradellas, con las dos señoras a su derecha y Núñez a su izquierda. A la izquierda de Núñez, un asiento libre. Luego, el pasillito y al otro lado de él, De Carlos. Pablo Porta, presidente de la Federación, se sentó junto a él, a su izquierda. Y empezó el partido, con la tensión propia de todos los Barça-Madrid más la inherente a tanta expectación.
El árbitro era Fandós, del que se publicó en algún otro medio que se había recluido en Benidorm para estar lejos del ruido. No era así y se apresuró a desmentirlo llamando a la redacción de El País, donde yo trabajaba entonces en la sección de deportes, y le atendí personalmente. Me dijo que había estado muy centrado en la preparación de stands para la feria del juguete (era decorador de profesión) y que por eso no le habían encontrado. Estuvo muy comunicativo. «Mis amigos me compadecen como si fuese a la guerra.» Me reconoció dos errores en su último partido pitado al Madrid, contra la Real. «Pité un penalti contra el Madrid que no fue, según aclaró la moviola, porque el balón no pegó en la mano de Benito; luego dejé de pitar uno mucho más claro, por zancadilla de García Remón a Zamora…» Excusó esos fallos en que llevaba un tiempo sin pitar y en que la segunda jugada le pilló tapado.
Me pareció que tenía ciertas ganas de protagonismo. Pero a la hora de la verdad se comió un penalti, aún con cero a cero. Yo hice la crónica de aquel partido para El País, lo vi en directo y así lo consigno. Aún lo recuerdo visualmente, aunque en mi memoria creí que la víctima había sido Estella, y repasando la crónica encontré que fue Serrat, un lateral que jugó poco. Fue sobre la media hora: se escapó en una jugada rápida, llegó solo al área, García Remón le salió al encuentro y le topó, derribándole con el pecho. Fue dentro, Fandós lo sacó fuera. Núñez se levantó airado y salió del palco. Y cedo de nuevo la palabra a Gaspart:
—Yo salí también y otros directivos con él. Nos dijo que volviéramos, lo que hicimos sin muchas ganas. No quería que Tarradellas sufriera un desaire. Y volvimos. Al rato también volvió él.
(Luego, ante preguntas de la prensa, la explicación fue que salió para satisfacer una necesidad fisiológica. O sea, al baño.)
Por mi parte, en el palco de prensa, yo pensé que se podría armar la gorda. Pero el Madrid estaba jugando mejor, Cunningham estaba resultando un espectáculo por sí solo, y la reacción del público no fue excesiva. Una protesta fuerte pronto olvidada. El Madrid y Cunningham fueron a más, la exhibición del inglés ante un Zuviría cada vez más desconcertado, más feroz y más en evidencia fue prodigiosa. De las cosas que me quedan en la memoria de tantos años de fútbol. El público barcelonés empezó a ovacionarle en sus jugadas, por mero sentido del espectáculo y de la justicia. Algo como lo que se vivió hace pocos años en el Bernabéu con la exhibición de Ronaldinho el día de aquel 0-3. La verdad es que me dejó admirado. Cuando he repasado mi crónica de aquel día, veo que hubo también una mano de Sabido, defensa del Madrid, que no estuve seguro de si era voluntaria o no. No recuerdo ya la jugada, pero lo que sí recuerdo es que el público no produjo el menor incidente, que Cunningham se retiró entre aplausos y que yo salí maravillado de la reacción del público barcelonista.
Parera me cuenta que Tarradellas tuvo una reacción de solidaridad con Núñez al final del partido. Le cogió del brazo y le dijo: «Vós teniú rao. Són mala gent» («Tenía usted razón, son mala gente»). Y le invitó a cenar esa misma noche con sus esposas en la Casa de Canonges, su residencia oficial como presidente de la Generalitat.