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CASILLAS Y XAVI
FIRMAN LA PAZ
Y llegó la Supercopa. Pese a su enorme potencial, que les ha hecho quedarse solos en España, distanciando al tercero (el meritísimo Valencia) en la puntuación de una forma inusual por segundo año consecutivo, y que les hace también dominadores en Europa de cualquier otro gran equipo (la final de Champions fue un paseo para el Barça), también han gastado en reforzarse. El Madrid ha fichado a Coentrão, Varane, Sahin, Callejón y Altintop, con un coste total de 55 millones. El Barça ha ascendido a Thiago, la última perla de la inagotable cantera, y ha gastado 83 millones (una parte camuflada en incentivos) en Alexis y Cesc Fábregas.
El Madrid llega mucho mejor a la cita, fijada para el 14 de agosto. Es visible que lo ha programado todo para empezar ganando esta competición, que, aunque menor, interesa por ser el rival quien es, y por la necesidad de un desquite sobre los últimos acontecimientos. Ha empezado la pretemporada antes y aunque tiene muy cortos de entrenamiento a Di María e Higuaín, a causa de la Copa América de selecciones, dispone del resto de titulares en excelente condición de forma para lo que cabe esperar de la pretemporada. Otra cosa es el Barça. Ha empezado más tarde, ha hecho menos pretemporada y peor, claramente no está ajustado. Y a Messi le ha pasado lo que a Di María e Higuaín: apenas ha hecho pretemporada. Lo mismo que Alexis. Cesc, recién fichado, aún no está para el equipo. No ha hecho apenas pretemporada con su club de origen, el Arsenal, por una lesión que los maliciosos interpretaron fingida para forzar el traspaso.
A pesar de eso, las declaraciones previas al partido parecen más cautelosas por parte de Mourinho, que define este título como «el más importante del verano y el menos importante de la temporada oficial». Guardiola es más atrevido, asume la importancia que siempre tiene un enfrentamiento con el Madrid, no quiere refugiarse en la diferencia de puesta a punto de los dos equipos, que es la comidlla en las vísperas: «No me valen excusas. El que gane será el mejor».
La otra comidilla es qué hará Mourinho, si volverá a dejar la hierba alta y seca, si se parapetará, si enviará otra vez a Pepe a la media o si, como demanda masivamente la afición, saldrá a jugar al ataque.
«Pasión por el Clásico», titulamos en As. Y en página interior recordamos que el Madrid siempre le ha ganado al Barça la Supercopa. Cuatro veces les había enfrentado esta competición, las cuatro las había ganado el Madrid.
Y al campo. El Barça sale sin Piqué ni Xavi, tocados del último partido con la Selección, del que se le había dispensado a Sergio Ramos, que, sin embargo, sí está ahora a punto. También falta Puyol, que a esas alturas lleva tiempo lesionado. La defensa está remendada con Mascherano y Abidal como centrales, posición en la que ya habían jugado ambos la temporada anterior…, pero siempre de uno en uno, con Puyol o Piqué en la otra posición. El Madrid sale con su disposición digamos natural, con la defensa titular, Pepe de central, Xabi Alonso y Khedira en la media, Di María, Özil y Cristiano en línea de tres, Benzema arriba. Es el equipo de gala. Y está en plenitud de forma. Y sale a jugar. Y juega bien, mejor que en ninguno de los últimos partidos ante el Barça, mucho mejor.
El Barça, por el contrario, no se encuentra. Falto de la guía de Xavi, con la defensa insegura, sin la fuerza del rival, no consigue conectar con sus tres delanteros, Alexis, Messi y Villa. El Bernabéu se entusiasma pronto, y más cuando Özil marca en el minuto 12 el 1-0. (Un recuadro del día siguiente en As consigna que es el gol número 700 de los clásicos. Escolá marcó el 100, Molowny el 200, Gento el 300, Santillana el 400, «Boquerón» Esteban el 500 y Mijatovic el 600.) Sigue el gran juego del Madrid, que arrincona al Barça, desconocidamente fallón y torpe, y va creando ocasiones que se escapan por poco. Poco a poco va creciendo la sensación de que aquello puede acabar en goleada, puesto que se supone que cuanto más partido transcurra más acusará el Barça su menor puesta a punto. En eso, en la primera jugada en la que el Barça consigue acercarse al área del Madrid, Villa recibe por la izquierda, se va de Sergio Ramos con dos amagos y desde el vértice del área coloca el balón, con precisión de cirujano, en el palo contrario al que cubría Casillas. Hay unos instantes de estupefacción. Pero de inmediato el público se rehace y aplaude al Madrid. Reanudado el juego, prosigue el acoso madridista, las ocasiones, renace el entusiasmo. Pero en el 45, segunda llegada del Barça, Messi se hace con un mal despeje de Khedira, se mete como un ratón y gol. 1-2. Y así se llega al descanso.
El Bernabéu está atónito. ¿Será posible? El juego había sido para un 3-0 y el partido estaba 1-2. La segunda parte ya no es lo mismo, algo pesa en el ánimo del Madrid, que no juega igual. Ni siquiera a partir del 2-2, marcado por Xabi Alonso a la salida de un córner en el 53. Poco después salen Xavi y Piqué para jugar la última media hora. El Barça se sostiene, ya no sufre. El Madrid se siente impotente. La cabeza pesa sobre las piernas, no puede creer que no gane este partido. Y no lo gana.
En uno de los intentos, en el 82, Víctor Valdés, caído, mete el codo contra la rodilla de Cristiano, que persigue un balón que escapa hacia la banda en paralelo con la línea de fondo. Teixeira Vitienes deja pasar la jugada, lo que enfurece al Bernabéu, que tiene muy presentes los recuerdos de la Champions. En el 86 habrá otro penalti, de Marcelo a Pedro, que deja pasar también el árbitro, pero ese el madridista no lo ve. Se queda con el recuerdo del primero, que une a una mano involuntaria de Abidal y a un forcejeo entre Messi y Pepe antes del segundo gol, en el que se reclama falta porque Pepe cae. Todo eso hace configurar un nuevo agravio arbitral que para mí no existió. Hubo un penalti por cada lado, no pitado ninguno de ellos, eso fue todo. El árbitro no influyó, lo que condicionó el resultado fue la diferencia de suerte y de acierto entre los dos equipos, nada más.
«El Madrid está ante un maleficio», titulé mi editorial de As de la mañana siguiente. Pero a pesar de todo, el regusto del partido no es malo para el madridista. El Madrid ha jugado mucho mejor que el Barcelona y este no se va a poner en mejor forma en lo que va del domingo 14 al miércoles 17, para cuando está previsto el partido de vuelta en el Camp Nou. Que el Madrid puede ganar ese partido es algo que piensa mucha gente, incluidos bastantes barcelonistas. Se ha visto mucha diferencia entre ambos equipos.
El Barça que salta al campo es mejor, no obstante. Piqué y Xavi juegan de salida y aguantarán todo el partido. El Madrid sale con los mismos, salvo Coentrão en el lateral izquierdo por Marcelo. El juego es magnífico en la primera parte, otra vez muy bien el Madrid; ahora un Barça mejor, que se adelanta gracias a Iniesta (14); el Madrid empata (19) con un tiro de Benzema que toca en un defensa y finalmente roza Cristiano, que está adelantado, como se puede apreciar en las repeticiones. En el 44, gran jugada entre Messi y Piqué (que le devuelve de tacón en el área) y gol. Al descanso, 2-1. Otra vez la misma historia: el Madrid ha sido mejor, pero está por detrás. Valdés ha estado inmenso, como lo estará luego, en una segunda mitad en la que el Madrid juega algo peor y ensucia el partido por medio de Pepe y Marcelo, que ha entrado tras el descanso. Se les ve valentones, provocadores, violentos. Sus entradas levantan oleadas de indignación entre el público. De entre las brusquedades, el Madrid saca por fin el gol del empate, en el 81, por medio de Benzema a la salida de un córner. La prórroga parece un hecho. Entra Cesc Fábregas de refresco (es su debut en el Barça) y participa en la elaboración del 3-2, en el 87, coronado por Messi, su tercer gol en esta doble final. Estallido en el Camp Nou. Y muy mala reacción del Madrid, personalizada en Marcelo, que, cuando ya estábamos en el descuento y el Madrid aún podía aspirar a un tercer gol que le daría el título, le hace una entrada tremenda a Cesc junto a los banquillos, en jugada intrascendente. Un desahogo, sin duda. Un desahogo por todas las cuentas arrastradas de la Champions, los arbitrajes y los fingimientos, en las piernas de un hombre que no había tenido ni arte ni parte en todo aquello. Se monta el consiguiente alboroto. Özil y Villa se pegan. Los dos son expulsados junto a Marcelo.
La cámara se fija en el tumulto y entonces surge la imagen: Mourinho se acerca por detrás a Tito Vilanova, el segundo de Guardiola, y le mete arteramente un dedo en el ojo derecho; luego le rebasa, caminando con suficiencia. Vilanova pasa de la estupefacción a la indignación y le responde con un manotazo en el cogote. La escena deja estupefactos a todos los telespectadores.
Mourinho lo estropeará aún más en la rueda de prensa:
—¿Quién, Tito, Pito? No sé quién ese ese Pito Vilanova.
También Casillas está mal esta vez. A pie de campo, nada más terminar el partido, es entrevistado por Televisión Española:
—Ha habido una entrada y se habrán tirado al suelo, como ocurre siempre…
Cuando Casillas dice esto, la televisión ya ha pasado varias repeticiones de la entrada de Marcelo, que es tremebunda. No hay fingimiento de Cesc, hay daño real, que pudo ser más grave. La entrada fue horrible de verdad. Casillas se había colocado en fuera de juego, cosa rara en él. Entre aquellos partidos de la Champions y este recibimos su visita en As. Le reproché cariñosamente aquellos gestos suyos de palmaditas en la cara en el Camp Nou y le vi realmente dolido con lo que había pasado. Me dijo que nunca se había sentido tan impotente como ante aquellos dos arbitrajes de la Champions. Incluso defendía el planteamiento de Mourinho en la ida. «Todo iba bien, no hubiera sido malo acabar cero a cero. El uno a uno nos hubiera clasificado, y eso que nos anularon un gol». Se quejaba de que Pedrito no le dejaba sacar de portería, consentido por el árbitro.
La idea que yo saqué de todo aquello fue que el Madrid había ido a la Supercopa con aquello todavía encima, tan obsesionado que imaginó agravios arbitrales y fingimientos, cosa que sí ocurrió en la Champions pero para nada en la Supercopa. Aquella obsesión y la frustración por haber jugado mejor y haber perdido hicieron reaccionar muy mal al Madrid, cada cual en su escala, desde el dedo en el ojo de Mourinho a Tito Vilanova al comentario equivocado de Casillas en televisión.
Pero el Madrid no había perdido esta vez por el árbitro, no había nadie a quien reclamar más que a Messi. «¿Por qué? Por Messi», titulé esta vez en As, enlazando así esta portada con la del día del largo alegato de Mourinho. Messi, recién venido de vacaciones, en chanclas prácticamente, como se dijo entonces, había marcado tres goles y había dado un nuevo título al Barça, el duodécimo de los quince disputados hasta esa fecha por el equipo con Guardiola al frente. Mourinho, en su primera temporada en el Madrid (consideremos la Supercopa como el último partido de la temporada anterior, aunque se juega tras las vacaciones), había ganado un título al Barça, la Copa, y había visto cómo el rival se llevaba los otros tres, este último y los dos más importantes, la Liga y la Champions.
Y su imagen había terminado de entrar en catástrofe. Y con él la del Madrid, cuyo cartel de equipo pendenciero, mal perdedor y llorica con los arbitrajes adquirió un nivel máximo.
Casillas reaccionó noblemente. Cuando vio la entrada en televisión comprendió que se había equivocado. Le mandó un mensaje a Xavi para excusarse y este no le contestó. Raro, raro, porque son realmente amigos desde mucho tiempo atrás, compañeros de selección como lo son desde las categorías inferiores. Y siempre habían tenido excelente relación y se habían cruzado elogios en declaraciones. Le mandó entonces un mensaje a Puyol y este sí le respondió. Un día más tarde Xavi le telefoneó, pero a esa hora estaba en el entrenamiento. Tras algún intento más, por fin hablaron. La primera conversación fue fría, quedaron en hablar más ampliamente cuando se vieran en la próxima concentración de la Selección.
El asunto trascendió, y trascendió igualmente que a Mourinho no le había hecho gracia. De hecho, en el partido del Trofeo Bernabéu, Casillas no jugó, fue el único de todos los citados para el partido que no entró en el carrusel de cambios. Nadie en el Madrid admitió que aquello tuviera carácter de advertencia, pero todo el mundo tuvo la impresión de que así era.
De hecho, Mourinho corroboraría la impresión de que no le gustaba que los suyos confraternizaran con los del Barça poco más adelante, como veremos.
Porque pronto llegó el primer partido de la Selección, en el parón de septiembre. Hay morbo en la concentración, porque se van a encontrar en ella muchos jugadores de uno y de otro equipo por primera vez después de todos los sucesos. Hay mucha gente que piensa que esta tensión puede romper la magia de la Roja, el juguete de todos. El propio capitán, Casillas, ha llegado a cometer un desliz.
Casillas y Xavi adelantan la hora de llegada y desayunan juntos. Hay comentarios de que la paz está firmada, pero nadie está convencido del todo. Cuando llega el partido, un amistoso con Chile, en Saint-Gallen (Suiza) el 2 de septiembre, el equipo juega mal y al descanso va perdiendo 0-2. ¿La abulia que se les estaba notando en los amistosos o la temida ruptura del grupo? En la segunda parte va a llegar la respuesta: ni abulia ni ruptura. España sale con ganas, juega mejor, Iniesta está extraordinario y el resultado da la vuelta. Al final es 3-2. El último gol llega cuando el partido está próximo acabar. En una jugada final, Iniesta regatea varias veces a dos contrarios, que se enfadan y le empujan y le amenazan. El primero que acude a rescatarle es Arbeloa, precisamente; y cuando es este el que acapara las iras de los chilenos, acude Busquets en su defensa. Se forma una gran tángana en la que se pelean gozosos, todos revueltos, barcelonistas y madridistas, contra un enemigo común. La imagen es fea, pero tiene un contenido positivo: se ha hecho la paz. Con camisetas distintas se pelean, con la misma camiseta van juntos. Así es el fútbol, al revés que la política, dicho sea de paso, donde los verdaderos enemigos son los del equipo propio, como decía Pío Cabanillas. («Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros.»)
Al día siguiente hay comentarios dispares sobre el hecho. Se ha visto una pelea tabernaria, pero también se ha escenificado, de forma tan extraña, una reconciliación. «La tángana de la reconciliación», titulamos en As, sobre una foto de la pelea. Bastantes lectores biempensantes nos lo reprocharon el día siguiente, defendiendo la postura de que una escena así no tenía ninguna enseñanza buena que rescatar.
No mucho más tarde, en un Levante-Madrid, hubo una reyerta parecida de la que salió expulsado Khedira. El Madrid recibió muchas críticas por ello. Cada vez más ha ido corriendo en estos meses que Mourinho crea en el equipo un nivel de excitación y agresividad muy negativos para la imagen del Madrid en particular y para el fútbol en general. Mourinho salió al paso de aquello: «Lo hacemos nosotros y nos matan. Lo hace la Selección y es algo ejemplar». Habría dos diferencias de matiz que apuntar: la tángana de la Selección la provocó un rival, la del Madrid la provocó Di María por resarcirse de una falta en su contra no pitada; y la de la Selección tenía ese lado positivo que rescatar, la reconciliación entre amigos enfadados.
El recurso de Mourinho a este argumento me hizo pensar que, en efecto, no le gusta que los suyos confraternicen con el Barça ni por teléfono ni en el campo, por mucho que sean compañeros de selección. Mourinho ha dicho alguna vez, en declaraciones públicas, que con el Barça no hay que ser simpáticos, que muchos le juegan al Barça de una manera simpática y salen goleados.
Más adelante se producirá una escena más feliz. España va a jugar ahora en Wembley y en ese partido Casillas va a igualar el récord de internacionalidades de Zubizarreta, 127. En la conferencia de prensa comparecen Xavi y Casillas. Es el 11 de noviembre, el 11 del 11 del 11. Cuando Xavi recibe la primera pregunta sobre el madridista, contesta con una declaración formidable: «Pese a que él juega en el Madrid y yo en el Barça, hemos compartido buenos y no tan buenos momentos. Nos conocemos desde los quince años. No voy a descubrir nada futbolísticacamente. Iker nos ha salvado muchísimas veces de la derrota. Incluso en tandas de penaltis. Tiene esa estrella de los elegidos. Cuando todo parece perdido, sale él y te salva. Parece que tiene un crédito extra, una vida más. Y es de los que unen un vestuario, hace bien a los que están a su lado».
La amistad resistió todas las pruebas.