CAPÍTULO 35
Indefensa
Sala estaba vestida únicamente con la túnica que le dieron sus carceleros después de hablar con Patrio. Rílmor se relamía observándola.
—Eres un mal nacido, Rílmor… ¿cómo es posible que en estas circunstancias…?
Rílmor le pegó una bofetada. Ella trataba de defenderse con palabras, de entorpecer el objetivo de aquel canalla a toda costa. Se acordó de Remo. Del día en que su amigo decidió enterrar la recompensa él solo. Cuando fingió aquella pelea con ella, y todos los reproches que tuvo que soportar. Remo tenía razón, como tantas otras veces. Recordaba cómo Rílmor siempre había demostrado veneración por el oro. Ella pensó que era por respeto a la posibilidad de intercambiar a Patrio por la recompensa. Ahora veía más allá. Comprendía ciertas actitudes ruines que se habían cocinado en sus narices sin que fuese capaz de verlas en aquel momento. Rílmor los había vendido. Con el oro habrían sido ejecutados al instante.
—Deja de resistirte o será peor, Sala puedes disfrutarlo o sufrirlo, te advierto que sé hacer las dos cosas. Desde el primer momento en que te vi, desde que Patrio te acompañaba a esas fiestas, supe que tú y yo tendríamos nuestro momento, y al fin ha llegado.
Rílmor se despojaba de ropa y tenía ya el torso desnudo.
—Desde el principio nos traicionaste, y Remo complicó las cosas cuando escondió los cofres. Ahora lo entiendo todo.
—Sí. Ese estará recibiendo su merecido, ¿no los oyes?
Se quedó en silencio e inmóvil hasta que volvió a acudir el rumor del griterío. Ahora mucho más virulento y agitado casi de histeria. Después, Rílmor se aupó en la mesa de torturas y se puso de rodillas entre las piernas separadas de Sala. Agarró la camisola y tiró de ella con el propósito de rasgarla. No consiguió su propósito, así que sin más decidió conformarse con levantar la prenda para observar debajo.
—¡Maldito hijo de perra! —gritó Sala que volvía a magullarse las extremidades, apresada por los grilletes inclementes.
Rílmor se acostó encima de ella y comenzó a besarla. Viendo que no encontraba su boca, le aplicó los labios a la cara y al cuello. Entonces Sala alzó repentinamente la cabeza y consiguió golpear la mandíbula de Rílmor con la frente. El hombre chilló de dolor.
—¡Aaah!
Rílmor se levantó cubriéndose la boca con la mano, gimiendo. Sala comenzó a reírse divertida.
—Ven y te partiré otro diente.
En efecto, el golpe de la mujer había aplastado las mandíbulas, una contra la otra, y uno de los dientes de Rílmor no había soportado el golpe. La sangre del hombre salpicó el atuendo pobre de Sala. Entonces Rílmor, después de limpiarse, de aullar de dolor, volvió a ponerse sobre ella y le pegó un puñetazo, y después otro…
—Vas a arrepentirte de lo que has hecho, estúpida —le gritó Rílmor. Se detuvo un instante por que el griterío del circo ahora era mucho más apreciable. Sonrió mientras preparaba otro golpe para la mujer.