CAPÍTULO 32
Reencuentros y estrategias
Sala fue conducida a una estancia que le produjo horror. No se trataba de una mazmorra con argollas pesadas y alcantarillas pestilentes como la que acababa de hospedarla. Era aterradoramente confortable y ese cambio le infundió inquietud.
Tapices en las paredes, toda alfombrada de pieles y sedas, de cojines bordados, varias mesitas donde se quemaban perfumes… Una parte de aquella habitación estaba en penumbra y el resto iluminada por algunos cirios y un farolillo metálico cuyo enrejado dejaba ver en su interior varias velas gruesas. Le llegó una voz desde las sombras.
—Acércate, Sala.
Ella, inmóvil, escuchó cómo los carceleros abandonaban la lujosa habitación y cerraban con cerrojo. La voz le había resultado familiar. De entre las sombras apareció Patrio Véleron.
—Acércate, mi amor.
Emergiendo de la penumbra, como un milagro, apareció. ¡Estaba vivo! Ella lo abrazó con un salto. De pronto aquella tormentosa expedición había merecido la pena. Patrio seguía vivo. Lo vio acercarse bañado en la luz ondulante de las velas, con su pelo castaño, sus ojos azules, la ternura de su preciosa mirada posada en ella. ¡Patrio estaba vivo!
Inmediatamente después de ese pensamiento, podía hilvanarse otro más terrible. Patrio estaba vivo, sí, pero la misión de rescate era un completo fracaso.
—¿Estás bien? —se interesó la mujer abrazándolo.
—Sí. Aunque al principio me trataban bastante mal, ahora me tienen recluido de modo más acorde a mi posición. Esta habitación es una celda bastante más confortable que las primeras. Desconozco sus motivos, pero incluso me dan de comer decentemente.
Patrio iba primorosamente vestido en comparación con los harapos que solían llevar los prisioneros. Estaba más delgado y su piel había perdido luz. Pero el tono de su voz, de inmaculada claridad y acento refinado, derretía los confinamientos y ofrecía la misma serenidad de siempre. El hombre buscó sus labios sin más preámbulos. Se besaron. Estaba vivo. Después de todo el sufrimiento Sala había conseguido volver a verlo, hermoso como siempre, Patrio. El beso, durante un lapso de tiempo, redujo sus dolores, las humillaciones y el encierro, pudo solazarse en sus labios, en la ternura y dejarse llevar por la fragancia de las velas. De pronto estaban sentados en uno de aquellos tapices frondosos, en las estancias del palacio de los Véleron, besándose a escondidas junto a la gran chimenea. Pero la realidad era demasiado pavorosa como para poder disolverse y la felicidad era efímera y se esfumó con rapidez.
—No tengo idea de cómo vamos a salir de aquí —dijo ella mirando al suelo, apoyada en su pecho.
—He hablado con el caudillo. Cuando supe que te habían capturado imploré que me dejasen veros a ti y a Rílmor. Ese Blecsáder es temible, pero sabe bien lo que quiere. —Ahora Patrio adoptó un tono de voz más serio—. Remo se está equivocando.
Regresaron sí, al encierro, a los golpes, a las profundidades de Sumetra, al callejón sin salida en el que se habían metido.
—¿Qué quieres decir?
—Si Remo le dice dónde están enterrados los cofres, todo acabará. Nos dejará libres.
Sala se sorprendió de lo enterado que estaba Patrio sobre esa cuestión.
—Remo sabe lo que hace, después de ver cómo se han desarrollado las cosas, yo confío en él. Es un hombre difícil, ni te imaginas lo que me hizo a mí, pero créeme, si no fuese por él, creo que estaríamos muertos ya.
—¿En serio piensas de ese modo? Desengáñate Sala, ese Remo creo que piensa sólo en sí mismo. Rílmor me lo ha dicho, me ha contado los problemas que habéis tenido en vuestro viaje… Sala, no habrá con qué pagarte el sacrificio que has hecho por mí. Rílmor me dijo que ese monstruo de Blecsáder mató a Webs sin pestañear, que Romlos y Silben también están muertos. A Rílmor le han cortado una oreja esos canallas. No imagino las penalidades que habéis pasado para venir a por mí. Las heridas que veo en ti me están escociendo tanto, mi amor, que ojalá tenga vida para volver y algún día poder vengar con el ejército de mi padre lo que aquí se ha cometido. Tus dolores bien valen una guerra.
Sala se encogió al conocer el detalle de la oreja de Rílmor. Volvió a los brazos de Patrio. Aquella habitación perfumada los aislaba del dolor y la muerte. Las palabras amorosas de Patrio, por irreales y exageradas, le traían recuerdos de las promesas que solía hacerle cuando se habían prometido para casarse. Se escuchó un murmullo.
—¿Qué es eso?
—Gente. Blecsáder ha invitado a mucha gente para esta noche…
Patrio volvió a besarla en la boca.
—Por lo menos a ti te están tratando bien —dijo ella mirando la estancia.
—Sí, al principio no, pero después ese Blecsáder entró en razón. Sala no disponemos de mucho tiempo, debes convencer a Remo de que confiese dónde escondió el rescate.
Sala puso una mueca extraña. Prefería no pensar en esas cosas y disfrutar del poco tiempo que tuvieran.
—Remo piensa que si lo dice, nos matarán a todos. Y, si te paras a reflexionar, tiene sentido.
—¿Qué gana Blecsáder aumentando la lista de sus crímenes? Él quiere dinero Sala, nada más…
—Por eso me han traído aquí, ¿verdad? —dijo Sala, que cambió su gesto tierno para con él.
—¿A qué te refieres? Yo pedí verte desde que supe que estabas en Sumetra. Estaba ya desesperado sin saber de ti.
—Sí. Pero a cambio te han pedido que me convenzas.
—¿Qué importa eso?
—Me han traído aquí porque piensan que yo podría influir en Remo para que diga dónde se esconde el tesoro. Seguramente es Rílmor quien te ha dicho eso. Lo están torturando y no puede más, lo compadezco, pero Rílmor está equivocado.
Patrio miró hacia el techo como recabando apoyo divino.
—Sala. Es verdad, Blecsáder en persona me ha dicho que debes convencer a Remo, no solo Rílmor. Sí, ¿sabes por qué? Porque me ha asegurado que todos moriremos si no lo hace. Rílmor me lo suplicó, lleno de pánico. Mírate, te han golpeado. —Patrio cerró los ojos con rabia—. Sala, sea como fuere, la realidad es que no hay otro camino si deseamos proteger nuestras vidas. ¿De qué les servimos vivos si no pueden cobrar el dinero del rescate? Nos matarán. Blecsáder tiene poca paciencia te lo aseguro. Me hizo… me hizo presenciar la ejecución de todo el primer destacamento que envió mi padre para salvarme. Reía a carcajadas mientras decapitaban uno tras otro a esos hombres valerosos. —Respiró hondo, después de haberle temblado la voz de emoción—. Ha enviado ya hombres para buscar en el lugar donde Rílmor le dijo después de perder su oreja, el sitio donde acampasteis. No han conseguido nada. Tienes que ayudarnos a todos, Sala, y convencerlo de que hable.
Sala no podía pensar. Deseaba realmente no pensar. Prefería estar abrazada a Patrio en aquella sala elegante, sin tener sobre sí la responsabilidad de decidir algo así. Patrio insistía e insistía. Ella estaba algo fastidiada por su actitud. Daba la sensación de que lo único que le importaba era salvar su pellejo. ¿Qué haría Blecsáder con Remo cuando él confesara el lugar donde había escondido el tesoro? Sobre todo después de desafiarlo con su actitud altiva, después de averiguar que Remo, hijo de Reco, era un asesino de nurales. Seguía vivo exclusivamente porque guardaba la información que Blecsáder deseaba sobre todas las cosas. Sala no podría vender la piel de Remo a cambio de la de Patrio. De eso estaba segura. No se trataba de una cuestión de elección, ni de amor, era algo que sentía desde dentro, como si le pidieran matar a Remo con sus propias manos.
—¿Hablarás con él? —preguntó su prometido.
Sala lo miró a los ojos. No conocen a Remo, pensó. ¿Acaso ella podría convencerlo realmente de algo? Sabía que no. Ese terco… Recordar lo cabezota que era Remo le puso una sonrisa en los labios.
—¿Sonríes?
—Hablaré con él.
—Gracias, mi amor… Sala… la única ilusión que he albergado este tiempo era volver a verte, y mi mayor sufrimiento ha sido pensar en tu inquietud, en el sufrimiento de mis padres y, en lo que tú podías estar sufriendo por toda esta pesadilla.
Patrio fue a besarla en la boca y ella se dejó hacer, recordó en ese beso un sueño que era su vida antes de esa pesadilla, pero sucedió algo. En el interior de Sala, en la suave superficie de los labios del hombre, no encontró ni por asomo el aprecio a la sensación, el apego al sentimiento. Fue un beso frío, todo lo más que ella pudo devolver a Patrio, porque la fría cuestión de resolver el destino de sus vidas estaba en juego, y eso no podía írsele de la cabeza ahora.
—Si todo sale bien, Sala, te juro que llenaré tu vida de tanta felicidad que terminarás por olvidar todo esto.
Ella asintió. Pensó en esa posibilidad. Pensó por un momento en la opción que le comentaba Patrio. Si Remo accedía y Blecsáder dejaba marchar a todo el mundo, incluido su amigo. En aquella sala confortable en los brazos de Patrio se podía soñar con algo así. Un final tan feliz como ese, donde todos regresaban a casa. Le gustaba tanto esa versión de las cosas futuras que imploró a los dioses porque fuese cierta.
Sala aceptó el trato porque deseaba ver a Remo. Deseaba hablar con él, pero estaba segura de que sería inútil. Nadie podría alterar la percepción que él tenía de las cosas. Al menos, volver a verlo era una idea que la llenaba en parte, quién sabe si saldrían vivos de allí. Deseaba arreglarse con él después de la pelea que habían tenido, el cautiverio y los acontecimientos la habían hecho cambiar de parecer con respecto a las decisiones de Remo.
La condujeron hacia un agujero nauseabundo. Después de numerosos postigos, cedió una cancela negra muy pesada y la empujaron dentro de una estancia de piedra, alumbrada por una sola antorcha, donde encadenado por el cuello, los brazos y los pies Remo permanecía sentado en el suelo deforme. Sala tardó en reconocerlo. Le había crecido la barba un poco y su habitual ceño fruncido estaba partido por los golpes. Sus ojos amoratados y sangrantes se abrían desdibujados, y por numerosos lugares había heridas abiertas que escocieron la visión de Sala hasta el punto de llevarse la mano a la boca. Rápidamente se inclinó hacia él, compungida, temblando por ver el sufrimiento al que lo estaban sometiendo. Las palizas y las torturas no habían logrado que Remo, hijo de Reco, dijera una sola palabra sobre el paradero de la recompensa.
—Sala —dijo una voz también deformada por el castigo—, me alegro de verte.
—Remo, por los dioses…
No pudo reprimir las lágrimas. No sabía qué hacer. Rajó la camisola que le acababan de dar los carceleros y comenzó a limpiar las heridas de la cara que presentaba el guerrero.
—Si te siguen pegando así, te matarán.
No supo por qué, pero de pronto comparó el rostro golpeado de Remo con el fino afeitado de Patrio, sus vestimentas, con los harapos ensangrentados que mal vestía Remo. De pronto parecía que la visión del mundo que tenía su amigo era coherente. El noble rico y el desdichado marginal. La diferencia de sus castigos. Los mullidos cojines comparados con las piedras inclementes en las que estaba sentado su amigo. Ella misma había sido golpeada, había sufrido humillaciones y le habían puesto una cadena como a un perro, antes de entender la importancia que podía tener como negociadora.
—¿Cómo has conseguido venir sin cadenas? —preguntó él.
Sala pensó por un momento mentirle, tratar de encarar una estrategia para intentar satisfacer las demandas de los secuestradores, pero verlo en ese estado la obligó a ser completamente sincera.
—Quieren que te convenza para que digas dónde está la recompensa… Remo lamento tanto que estés sufriendo todo esto…
—No es culpa tuya… A ti también te han pegado… —decía inspeccionándola, ladeando la cabeza—. Tenían que haberte lavado primero. Si querían que me convencieras de algo, al menos debían haberte tratado bien. Hijos de perra… ¡Me oís! ¡Deberíais haberla tratado bien si queríais algo de mí!
En efecto ella debía tener también un aspecto poco agradable. Había sangrado por la nariz y tenía la cara golpeada. Pero al menos le habían dado una muda de ropa limpia para visitar a Patrio y acababan de darle de comer y le habían aplicado un ungüento en las heridas de los latigazos de la espalda.
—Patrio está vivo —dijo ella que no sabía qué podría añadir para aliviar el sufrimiento del hombre.
—Te lo dije, si hubiesen querido matarlo, lo habrían hecho antes. Él es el tesoro de esta cueva inmunda. Seguro que hasta lo tratan bien.
Sala quedó maravillada de la intuición de Remo.
—Rílmor les dijo que yo era su prometida y me han puesto ropa limpia y me han llevado con él.
—No te fíes de Rílmor, no te fíes de nadie.
—Rílmor también está sufriendo. Hasta le han cortado una oreja al pobre, Remo, Remo… ¿Es aquí donde acabarán nuestras vidas?
Era una pregunta tonta para hacérsela a alguien encadenado en una celda como aquella, que padecía más que nadie los abusos de sus captores. ¿Cómo preguntarle a él por la esperanza?
—Yo no voy a darles lo que ellos quieren. De eso puedes estar segura. Y mientras yo no diga nada, creo que nos mantendrán con vida… Si has venido a convencerme de…
—Shhh… —ahora ella le puso un dedo sobre sus labios maltrechos y bajó la voz—. Remo creo que llevas razón. Si hablas te matarán y yo no podría soportar tal cosa… No voy a aceptar salvarme a cambio de tu vida…
Remo la miró a los ojos demostrando vigor pese a su deteriorado aspecto. Sonrió.
—Acabarán soltándoos. Ahora saben que tú eres su prometida. Llegarán a un acuerdo con Lord Véleron. Si les digo dónde está la recompensa nos matarán a todos. Pero ahora, sin negocio, sin oro, no os matarán sin cobrar nada. Serán más cautelosos y os devolverán a Lord Véleron a cambio de dinero. Eso creo…
De pronto Sala observó en sus apreciaciones que Remo asumía que él estaba ya condenado, que moriría.
—¿Y tú, Remo? Diré a Patrio que te incluya en cualquier trato…
—No te esfuerces… Blecsáder está preparando mi muerte. Lo va a hacer a lo grande. Hace horas que ya no me pegan igual. Me están dando un respiro para la fiesta. Hasta me han sacado de la jaula donde me tenían recluido y he comido pan… Me quiere vivo para algún espectáculo, Sala. De todas formas a mí ya no me queda mucho tiempo de vida humana… Quiero que mires mi brazo.
—¿Qué te sucede?
Remo deslió torpemente la tela que había atado él mismo en su brazo. Sala abrió mucho los ojos cuando percibió lo que el hombre deseaba mostrarle, luchaba por reprimir el llanto, pero no podía. De pronto admiró a Remo como si nunca hubiese admirado a persona alguna.
El brazo de Remo, en aquella oscuridad no era fácilmente apreciable.
—¿No ves la negrura?
Sala se inclinó como para despejar la terrible duda; en el antebrazo, una mancha oscura había trepado hasta el codo y, desde el codo varios cordones negros se repartían hacia los hombros hasta incluso navegar hacia el pecho del hombre. Lo miró desde todos los ángulos. No podía ser cierto. ¡Estaba contaminado!
—Remo… ¡No!
—Me contaminé luchando con Góler en aquella aldea, fue mala suerte. Un rasguño diminuto, apenas visible. Pero la ponzoña poco a poco se ha ido esparciendo. Al menos parece que he tenido suerte en algo, porque la maldición avanza despacio, pero no cesa, me come el cuerpo y pronto ya no será mío.
Las lágrimas volvían a colapsarla. Lo abrazó tan fuerte como pudo. Le besó la cara y la cabeza, todas las heridas. No podía concebir la muerte de aquel hombre y, mucho menos que acabase transformado en una de aquellas criaturas. Remo no. Él merecía una muerte distinta. Merecía felicidad y un hogar, merecía volver a encontrar a su esposa Lania y ser feliz. Sus hazañas en la Gran Guerra quedaron en el olvido en su destierro y bien poco le había importado. Había perdido amigos, a Arkane, su mentor. La pérdida de su amada lo había condenado a una vida injusta, colmada de desazones. Morir en aquel agujero, a expensas de ser juguete de aquellos malnacidos no era una muerte digna para él. No después de todo cuanto había hecho. Si seguían vivos era gracias a su increíble tolerancia al dolor y a su capacidad de sacrificio. Remo sufría por todos y callaba para salvarlos.
—¡Mujer, se acabó tu tiempo! —gritó uno de los carceleros.
La separaron de Remo y ella luchó absurdamente contra los carceleros.
—Sala, no pongas resistencia. Sala, escúchame…
Ella lo miró y sus captores respetaron el último mensaje que le iba a dar Remo.
—A veces el cuerpo y el espíritu pueden separarse. Si te hacen cosas horribles en el cuerpo, tu espíritu puede salir intacto, no olvides esto si te tratan con crueldad.
Sala no comprendió bien aquellas palabras en ese momento. Remo se preocupaba por ella, por brindarle fuerzas por si abusaban de ella, cuando su propia muerte estaba ya anunciada. De pronto pensó… ¿por qué demonios Remo está soportando todas estas torturas si va a morir? Si estaba contaminado de la maldición, si sabía que todo acabaría pronto… Se había contagiado cuando mataron a Góler. Recordó entonces un detalle que la enterneció aún más. Remo había enterrado los cofres después de aquello. Los demás pensaron incluso que lo hacía para tener una coartada, un seguro de vida. ¡Él ya estaba condenado entonces! Sala lloró aún más intensamente cuando comprendió que todo ese sacrificio era por y para ella. Todo ese tiempo él había asumido su perdición y había continuado adelante con el plan. Sabía que acabaría transformado, muerto.
—Remo, ¿podrás perdonarme? ¡Perdona mis dudas, Remo! —gritaba mientras la alejaban por el corredor.
La condujeron de nuevo a la celda de Patrio. La arrojaron en uno de aquellos colchones lujosos. Su prometido no estaba solo.
—Sala —dijo Patrio con voz entrecortada. Blecsáder estaba junto a él, con su lugarteniente.
—¿Y bien? ¿Has servido para algo? Cuando Rílmor confesó que tú podrías sonsacarle a ese testarudo hijo de perra la información que necesitamos, tuve mis dudas…
—No me ha dicho nada.
Sala estuvo a punto de decirle a Patrio, de contarle que Remo estaba haciendo un sacrificio ejemplar, pero delante de Blecsáder no estaba dispuesta a dar ninguna información.
—Ese hombre es admirable. El guerrero perfecto, no se deja llevar por la codicia ni sucumbe al dolor ni a las mujeres… ¿te das cuenta, Liprón?
—Caerá como todos los demás.
—¡Lleváosla! —gritó Blecsáder.
Patrio entonces corrió a interponerse entre ellos y Sala.
—¡No! Ese no era el trato. Ella iba a quedarse conmigo. Si Remo no ha hablado demuestra que la virtud de mi futura esposa es mucho más intensa de lo que Rílmor os había dicho, pero ella no tiene la culpa de que Remo no quiera decir nada.
—Patrio, que sigas vivo no se debe más que a circunstancias «políticas». No te pienses capaz de poner siquiera una condición. Lleváosla, tengo planes para ella.
Blecsáder no quiso revelar nada más. Él mismo empujó a Patrio a un lado y agarró a Sala del brazo y la sacó a rastras de la habitación. Le vinieron como anestesia el recuerdo de las palabras de Remo: «A veces cuerpo y alma pueden separarse». Nuevamente quedó boquiabierta por la capacidad que tenía su amigo de leer las pretensiones de sus enemigos. Intuía lo que tocaba ahora, sabía perfectamente lo que iba a suceder.
Blecsáder la arrojó como si fuese mercancía en los brazos de dos fornidos carceleros.
—Se te acabó la suerte zorra… —concluyó el señor de Sumetra.