CAPÍTULO 12
La traición de Peronio
Los árboles comenzaron a engrandecerse conforme se adentraban en el bosque más antiguo de Vestigia. Cada paso les hacía olvidar todo lo acontecido hasta allí, mientras observaban las flores silvestres, los árboles y helechos que poblaban una espesura cada vez más densa. Comenzaban a admirar las diferencias con otros bosques. Todo se revestía de una majestuosidad especial en Mórbennor. El tamaño de las cosas se diluía y podían encontrarse hojas enormes colgando como telas prendidas en cuerdas, junto a diminutas hojuelas como lágrimas verdes suspendidas en filamentos. Flores que abiertas parecían carnosas frutas junto a decrépitos ensortijados de púas. Toda una selva colmada de variedad vegetal.
Cabalgaban despacio, con miedo a que los animales pudieran dañarse por el entramado de raíces que comenzaban a dificultar su avance. Desmontaron finalmente para ir más cómodos. El bosque era muy cerrado y, en ocasiones los árboles parecían columnas que ascendían, pilares de una bóveda verde oscuro, compacta y hermosa. La mayoría de los troncos poseían musgos y florecillas en las zonas inferiores y se intercalaban con grandes plantas de flores variadas, selváticas. Había troncos muy expresivos, con nudos y agujeros ancestrales que en ocasiones parecían rostros de criaturas enormes. Aunque el aspecto era bello, inquietaba cierto aire de irrealidad, sensación de pisar un lugar demasiado exclusivo de la naturaleza, como si no estuviese preparado para el hombre. El aire progresivamente se iba espesando, colmado de polen y mariposas, y algunos animales provocaban sonidos repetitivos aunque no se dejaban ver. Las pisadas de los viajeros se algodonaban por la hierba y podía medirse el silencio en el vaivén de las hojas de las ramas bajas.
Serpenteando entre árboles ascendían sin sendero alguno, mancillando la estructura perfecta de los helechos que emergían entre las raíces hasta que llegaron a un claro y…
—Quietos —advirtió Peronio, y los demás miraron hacia el pequeño claro donde el guía se había detenido, sin encontrar un motivo para que estuviese inmóvil.
—¿Qué sucede? —susurró Mercal, que cerraba el grupo.
—Silencio —lo apremió Góler.
Sala, Remo, Trento y Rílmor agudizaban su vista junto a Peronio sin llegar a entender qué sucedía. El caballo de Mercal relinchó, pero los demás permanecían tranquilos. En el claro, varios rayos solares se colaban en la espesura y decoraban de un verde agresivo los bordes de algunos árboles y la hierba, en redondeles amplios, dejando en un tono más apagado el resto de la pequeña explanada. Peronio señaló con un dedo justo delante de ellos. Pero seguían sin ver nada extraño, ¿algo se movía?, algo parecía desenfocar la corteza de un árbol…
—Un eco —susurró Trento que señaló allí mismo.
Sala, que jamás había visto una de esas criaturas de los bosques, abrió todo lo que pudo sus ojos para intentar verlo. Lo consiguió por fin, porque «aquello» se desplazó. Con paso lento, lánguido, el eco se apartó del árbol y cruzó el claro demostrando la soberbia capacidad de camuflaje que poseía. Su aspecto variaba con la luz, con el paraje, similar a un camaleón. La criatura perdía su perfil plateado cuando acomodaba un paso y se confundía con el paisaje copiando los colores que lo rondaban con mucha precisión. Sala sintió que se le erizaba el vello de los brazos al descubrir la silueta alargada moviéndose sin hacer ruido. Los ecos, bípedos, de extrema delgadez, no daban muchas oportunidades de ser vistos gracias a sus habilidades para camuflarse. Su paseo elegante y silencioso hacía pensar que el bosque guardaba misterios aún mayores. Cuando se marchó, Peronio hizo un solo comentario.
—Acamparemos aquí. Un eco trae buena suerte, al menos así lo pensamos en Nuralia.
—Era muy delgado, ¡jamás había visto uno! —exclamó la mujer sin ocultar la emoción.
—¿Eres de Nuralia? —preguntó Rílmor usando un tono de voz áspero, desdeñando el pequeño milagro que acababan de contemplar. Peronio no le contestó.
—¿Qué mejor guía para ir a Nuralia, que un nural? —preguntó Trento mirando a Romlos y Webs que posaban en Peronio ojos desconfiados. La frescura de Trento acabó por serenarlos. Las heridas de la guerra habían sembrado un rencor difícil de disipar…
Al anochecer todos se reunieron de nuevo en el campamento después de buscar algo de madera. Las habituales risas y las bromas que habían acaecido en noches anteriores se extinguieron quizá motivadas por la tensión entre Remo y el grupo de Rílmor. Corría una brisa cálida que no se correspondía con el tiempo que había acontecido durante el día. Los ruidos y susurros que el viento arrancaba en los árboles centenarios aumentaban el silencio que los poseía. La sensación de oquedad en el bosque contrastaba con sonidos lejanos, extraños susurros y la cantinela de la brisa sobre las hojas de los árboles.
Sala no soportaba la manía de Peronio de fumar drogas. Estaba nerviosa y le daba vueltas a muchos temas en la cabeza mientras trataba de averiguar un pedacito de cielo entre las copas de los árboles, pero era imposible. Su vista repasaba marañas de ramajes espesos que el fuego del campamento apenas alcanzaba a desentramar dada la altura de aquel bosque.
En su fuero interno, Sala sentía una especie de asfixia. Una congoja que venía agobiándola desde que habían emprendido el viaje. Quizá era resultado de la preocupación por Patrio, la sensación angustiosa de que cada día que pasaba se incrementaba el riesgo de perderlo. Al mismo tiempo Remo, que con su regreso había sido un vendaval de aire fresco, ahora se mostraba arisco, conflictivo, taciturno y distante. Ella deseaba su cercanía, como si estar a su lado pudiera garantizar su ánimo. No había tenido oportunidad de hablar suficientemente con él, peleas aparte. Así que, con la excusa de quejarse con respecto a las adicciones de Peronio, se levantó y fue junto a Remo que, aunque no estaba de guardia esa noche, permanecía sentado mirando el fuego.
—Remo… ¿podemos hablar?
—Depende.
—No voy a compartir contigo lo feliz que era con Patrio, prometido —avisó la mujer arrancando una sonrisa en el hombre.
—¿Tienes miedo? ¿Crees que cuando te quedes dormida vendrán los ecos a llevarte a su guarida en el corazón del bosque?
Sala golpeó el hombro de Remo.
—No tengo miedo. Esa criatura no irradiaba nada malo. Tú siempre tan gallito…
—Entonces, ¿qué quieres? Los demás se deben estar preguntando por qué vienes siempre a mi lado cuando cae la noche, estás prometida con otro ¿recuerdas?
—Tu grosería no la voy a tener en cuenta. No sigas por ahí Remo, o le diré a Romlos que te vuelva a dar una lección.
—Tuvo suerte.
—Te venció… ¿puede tu orgullo aceptarlo?
—El capitán Arkane siempre decía que no se pueden ganar todas las peleas, pero hay que ganar las peleas importantes. Esa pelea no era precisamente importante.
—Tienes respuesta para todo, aunque haya que preguntarte mucho.
Remo volvió a sonreír. Pese a las heridas por la pelea con Romlos, su atractivo no decaía. Sala no pudo evitar sonreír también.
—Bueno, verás… ¿Por qué no hablas con Peronio…? Ya sabes —preguntó la joven en un susurro, prácticamente inaudible. No quería que el aludido pudiese escucharla. Aunque estaba dormido, era de ese tipo de personas que realmente no puede asegurarse la profundidad de su sueño.
—¿Qué pasa con él?
—Remo, fuma opio azul. Tu guía es adicto al opio azul…
—Eres perspicaz —se burló él.
—¿No te importa? Si está bajo los efectos de esa droga, bien puede decirnos que nos dirijamos al sur para encontrar Nuralia. En este bosque tan cerrado necesitamos que esté lúcido. No debe de ser fácil seguir una senda aquí.
—Peronio sabe lo que hace. Si nos ha dirigido por aquí es porque conoce bien el camino.
—Remo, yo he tenido que cargar con él y casi me mareo con sus humaredas.
—Es lo que hay. Yo confío en Peronio, tú no le conoces.
—Háblame de él.
—Vete a dormir.
—Vamos Remo, tú y yo en los viejos tiempos solíamos hablar de todo, ¿recuerdas?
Remo miró para otra parte.
—No. Además solo ha pasado un año, no eran tiempos tan viejos.
Su respuesta fue bastante cortante, como siempre. Parecía que estaba deseando perderla de vista. ¿Cómo demonios se supone que eran amigos? Remo la evitaba siempre que podía. Sabía que la única forma de llegar hasta él era insistiendo.
—Vamos Remo, sabes que insistiré hasta que te cabrees. ¿Cómo es que confías tanto en ese hombre lamentable?
Remo miró a los demás. Salvo Góler y Jortés que estaban al fondo del campamento, de guardia, los demás dormían. Cedió y contó una historia… triste.
—Peronio no siempre fue así. Antes no fumaba opio azul.
—¿Cómo lo conociste?
—Lo conocí en Luedonia, en la taberna de los Glaner. Estaba borracho y Uro y Pese lo sacaron fuera para darle un escarmiento. Con los gemelos no se juega en su taberna. Peronio no dejaba de soltar bravuconadas y molestaba a algunos clientes. Se veía a dos leguas que era nural, por su acento…
—Vaya, no fumaba pero se emborrachaba… Espera voy a por algo para abrigarme.
Sala se echó por encima una piel de zorro y se acomodó mejor, mientras Remo seguía contándole.
—Le pegaron duro hasta que yo intervine. El tipo dijo algo que me llamó la atención, parecía un demente, pero no lo pasé por alto. Detuve a Pese, que estaba a punto de dejarlo inconsciente.
—¿Qué fue lo que dijo?
—Dijo algo así como: «¡Viva el capitán Gormack y los Perros de la Nieve!».
Sala no preguntó, recibió la explicación antes de necesitar interrumpir a Remo.
—Los Perros de la Nieve eran los exploradores nurales en la guerra. Tipos hábiles, comandados por el capitán Gormack. Esos hombres habían trazado rutas alternativas en las montañas de La Serpiente, para que las tropas nurales invadieran Vestigia en la primera oleada de la guerra. Eran famosos por su gran importancia en la invasión. Los Perros de la Nieve no eran soldados al uso y creo que ni siquiera entraban en combate. Expertos en supervivencia en las montañas, más bien parecían geógrafos, gente cultivada que conocían el arte de trazar mapas y pasaban información relevante, como lugares potenciales para emboscadas, maneras de asediar las ciudades del norte. En el ejército de Vestigia no teníamos nada parecido a eso. Nuestros exploradores eran pésimos y en su mayoría no conocían más pasos que los dos oficiales. En el ejército jamás nadie se había interesado por integrar gente cultivada, por eso Nuralia nos llevó ventaja al principio. Por eso pudieron invadirnos y estuvieron a punto de doblegar nuestro reino.
El silencio parecía atrancar el relato de Remo con recuerdos, pero siguió contando.
—Peronio resultó ser uno de los mejores exploradores que tenía Nuralia. ¿Qué demonios hacía en Luedonia? Había desertado. Lo supimos cuando estuvo sobrio. Se negaba a hablar con los demás. Pero valoraba mucho que yo lo hubiese salvado de aquella paliza. Lo llevé junto al capitán Arkane. Al principio desconfió de él, pero Arkane era un hombre de verdad. Un tipo que termina por ganarse tu respeto quieras o no. Peronio nos fue de gran utilidad. Con él cruzamos la Horda a través de La Serpiente por pasos desconocidos. Pudimos emboscar cientos de veces a los nurales y logramos taponar sus filtraciones, pues trataban de volver a invadirnos después de que consiguiéramos reconquistar Odraela y Gosield. Nuestro destacamento entonces fue enviado a invadir el sur de Nuralia. «Destruir y Aniquilar» era el nombre de nuestra misión, con Peronio todo fue más fácil.
Sala no sabía si interrumpir pero finalmente lo hizo.
—¿Qué le sucedió? ¿Por qué traicionó a su pueblo?
—Por lo de siempre. Los fuertes abusan de los débiles. Nadie conoce su historia en profundidad porque es hombre de guardar sus cosas. Peronio estaba obsesionado con la idea de que asaltáramos el castillo de Nirtenia. Decía que era la fortaleza del sur de Nuralia que guardaba más riquezas. Noches enteras se prodigaba en contarnos los tesoros que guardaban sus bodegas. En realidad era su venganza personal. El señor de Nirtenia había matado al padre de Peronio. Lo había ejecutado acusándolo de traición. ¿Sabes por qué?
Sala no contestó.
—Por lo visto dio auxilio a tres soldados de Vestigia en su hacienda, huidos de una batalla en los pasos fronterizos. El hombre simplemente había sido misericordioso con ellos, dándoles abrigo y medicinas en mitad de una tempestad. Las gentes de las montañas siempre fueron hospitalarias antes de aquella guerra… Probablemente los habría denunciado después. El señor de Nirtenia lo acusó de traición y su hijo Peronio trató de evitar su condena. Pero en tiempos de guerra, el rey, los nobles, los generales, todo el que tiene poder para intervenir en un asunto como ese siempre suele estar muy preocupado en otros menesteres. Peronio recibió la orden de indulto para su padre casi tres semanas después de que lo hubiesen ahorcado en la plaza de Nirtenia.
Sala se llevó las manos a la cabeza. Sintió una congoja crecer dentro de sí. Imaginó la desesperación, el sentimiento agónico de frustración. En su cabeza un hombre se balanceaba sombrío pendiente de una soga.
—Peronio odió tanto a su rey y al sistema de favores que siempre poblaba las decisiones en Nuralia, que decidió largarse. En su cabeza la idea de la venganza era la única razón para estar cuerdo. Y consiguió su venganza. Nosotros le dimos esa oportunidad. Le usamos y él nos usó a nosotros. Cuando destruimos Nirtenia desapareció. Estuvo meses sin dar señales de vida. Lo encontramos fumando opio azul en los pueblos de Belgarem, allí se había buscado una cueva donde vivía apartado de todo. Digamos que desertó de nuestro ejército y trató de pasar inadvertido.
—Desertó de las dos partes… curioso. ¿Qué pasó cuando disteis con su paradero?
—Intercedí por él. Arkane le concedió libertad. Con la ayuda de un notario, Arkane procuró a Peronio una licenciatura, como si se tratase de un hombre herido en combate. Así lo dejaron tranquilo en su montaña. Era un hombre enfermo de espíritu y, después de su venganza, sus razones se habían extinguido.
De pronto Sala hizo un razonamiento automático. Peronio le debía un favor a Remo. Esa era la única razón por la que estaba en aquel grupo de rescate.
—Que fume lo que quiera —susurró Sala mirando desde la distancia cómo Peronio dormía cerca de la hoguera—. Admiro a Arkane, me habría gustado mucho conocerlo. Siempre que oigo hablar de él, las decisiones que tomaba, siento que era un hombre digno, irrepetible. Un héroe de esos que ocupan canciones.
—Por eso está muerto, los buenos mueren siempre.
Remo dio por finalizada la historia. Se estiró, se puso en pie y fue hacia su caballo para agarrar unas mantas. Sala se tendió cerca de la hoguera, dándole vueltas a la historia de Remo. Se imaginaba el rostro de Peronio, destrozado después de haber enterrado a su padre, leyendo la orden que lo habría liberado si hubiera llegado a tiempo, si el señor de Nirtenia no hubiese aplicado con tanto albedrío la sentencia, si sus mandos hubieran acelerado el proceso de concesión del indulto… Eso puede volver loco a un hombre, se dijo.