CAPÍTULO 5
En el castillo de los Véleron
Sala se mostró especialmente efusiva cuando conoció su cambio de parecer y lo agasajó con abrazos y agradecimientos interminables. Remo intentó evitarlos pero con esa mujer era imposible, Sala parecía asumir que, si él se inmiscuía en la tarea, el secuestro terminaría felizmente, pero Remo tenía muy claro que no iba a ser tarea fácil atravesar la frontera con Nuralia, encontrar al hijo de Lord Véleron y traerlo de vuelta.
Llevaba más de once años buscando a su amada Lania infructuosamente como para suponer que una búsqueda podía complicarse. Sin embargo, aquella empresa nada tenía que ver con su fallida pretensión de recuperar a Lania y, en esta ocasión, contaban con evidencias del posible paradero del secuestrado. El hecho de tener que emprender una búsqueda de naturaleza semejante le producía inquietud y desasosiego, le traía recuerdos de la ansiedad de los primeros puertos, las primeas pesquisas, los primeros lugares en los que persiguió la estela de su mujer hasta que se hizo invisible. En aquel tiempo, él había estado preso y, cuando lo exiliaron de Venteria y pudo iniciar su búsqueda después de la vista de su condena, Remo ya poseía varios meses de desventaja con respecto a Lania. Sabía que el tiempo era muy importante y asimilaba correctamente la reacción de Lord Véleron de iniciar la búsqueda con aquella avanzadilla. Sin embargo, más importante que la prisa era acertar con el destino y, sobre todas las cosas, preparar bien el viaje.
Remo acudió junto a Sala, Trento y Lorkun al castillo de los Véleron, suponiendo que, además, podría recopilar más pistas sobre los secuestradores. Trento le consiguió un caballo viejo, botas, calzas de cuero y una cota de malla. Si todo salía bien, con la recompensa caudalosa que prometía el noble podría pagarle a él y a Sala, que le procuró una camisa de franela para acomodar bien la cota. Sintió vergüenza ante sus amigos al confesar su ruinosa economía, pero ninguna palabra salió de su boca en agradecimiento, quizá porque su orgullo le impedía proferirla, quizá porque Remo hacía mucho tiempo que había dejado de usar ciertas formalidades y, en el fondo, porque la misma generosidad la habría empleado él para con ellos.
Lord Véleron les tenía preparada una bienvenida hospitalaria teniendo en cuenta las circunstancias tristes que asolaban su tierra. Había convocado en sus tierras a amistades y benefactores para hacer causa común, con el objetivo de formar un nuevo grupo que habría de devolverle sano y salvo a su hijo. El noble era prácticamente el dueño del gran valle de Lavinia, que daba nombre a la provincia. Una extensión de terreno fértil entre dos serranías, dedicada en su mayoría al cultivo de olivos.
Remo pudo dejar su petate en lujosos aposentos antes de acudir a la cena. Dos esclavas lo invitaron a un baño. Apoyó su espada en la pared mientras recibía los cuidados de las sirvientas. No le quitó ojo mientras su mente divagaba como las ondas del agua de la tina donde lo bañaron. Fue el único que acudió a la cena armado. Su espada en el cinto, o a la espalda, era una vieja costumbre y solo se desprendía de ella si podía contemplar con sus ojos el lugar exacto en que la ubicaba. Por mucha seguridad que le inspirase saberse guarecido en un castillo, Remo no se arriesgaría dejando su espada con la piedra de poder en aposentos ajenos.
—Es de mala educación traer armas a una cena elegante —se burló Rílmor. Parecía dispuesto a humillar a Remo delante de la oligarquía de los Véleron. Él no le contestó.
Sala se había vestido primorosamente, como una dama de alta alcurnia, aunque con colores apagados y sin el exceso de ungüentos que exhibían las damas de los señores invitados a la cena, llevando un luto mesurado, que mostraba la pena pero no la desesperanza. Después de un protocolo de presentaciones, Remo fue sentado en un lugar muy alejado de la cabecera de la mesa donde colocaron a Sala. Le lanzó miradas esquivas durante el banquete, y fue testigo de cómo la madre de su prometido no dejó de hacer comentarios y tener complicidades con otras mujeres, proferir sollozos y alguna que otra invitación al cotilleo, pero jamás cruzaba palabra con Sala.
El pato asado estaba exquisito. Mientras todos departían sobre tiranías y cuchicheos absurdos, normalmente partiendo de la desgraciada situación de su anfitrión, Remo se dedicó a comer bien, a repartir su hambre en manjares variados y a beber con moderación. En definitiva, como cuando era militar, siguiendo los consejos de su Capitán y maestro Arkane: «el guerrero que se prepara en la paz, tiene ventaja en la guerra. Nunca rechaces un trozo de pan, ni un racimo de uvas en vísperas de pasar hambre o su recuerdo te escocerá en las tripas».
—Espero que el banquete sea del agrado de los valientes que irán en busca de mi hijo —dijo el señor de las tierras una vez que los esclavos dejaron servido el postre—. Pagaré mil monedas de oro a cada uno si me traen de vuelta mi mayor tesoro. —Al decir esto, la madre de Patrio no pudo contener las lágrimas. Sala intentó consolarla pero ella rehusó su compañía.
Remo, desde el fondo de la mesa, contempló la escena agradecido de no estar en las bancas cercanas al drama. Odiaba los sentimentalismos, por muy justificados que estuvieran. Sala no de debía ser del agrado de la madre de Patrio a juzgar por la mirada de despreció que con ella gastó la señora.
Mil monedas de oro; jamás le habían pagado semejante suma por eliminar a nadie, o por cualquier otra empresa.
—El capitán de mi guardia personal, Rílmor, nos explicará el plan de rescate.
El remilgado se levantó y con paso firme se fue junto a un panel y tiró de una tela mostrando un mapa.
—Suponemos que nuestros adversarios llevan al joven y valioso Patrio hacia el interior de Nuralia, a juzgar por las pesquisas que hemos realizado hasta ahora, que revelan fuera de toda duda que se trata de un contingente Nural —decía señalando con una vara las tierras superiores a la cordillera de La Serpiente, representada por el dibujo de un reptil—. Así que conduciré a mis hombres hacia el corazón de Nuralia, donde espero recabar información sobre el paradero del secuestrado. Diremos que somos el séquito que ha de pagar su recompensa. La prioridad será localizarlos, atacar y vencer a esos malnacidos. Les puedo asegurar que traeremos de vuelta a nuestro querido Patrio. Suponemos que en mitad de dicho camino los que partieron ya se sumarán a nuestro contingente. Juntos derrotaremos a esos bellacos sin levantar suspicacias ni conflictos mayores, porque los dioses estarán a nuestro lado para conservar la fina luz de la estrella que era y es nuestro divino y amado Patrio Véleron.
La mesa estalló en aplausos, todos enaltecidos por el fin victorioso dibujado por el capitán de la guardia que, como si de una función teatral se tratase, realizó hasta reverencias en contestación educada a los aplausos.
En la euforia ni Sala, ni Lorkun, ni por supuesto Trento habían participado.
—¿Tenéis algo que decir? ¿Alguno de los colaboradores posee alguna información o plan alternativo que pudiera ser de interés?… Sorbina, antes de procurar hecatombes a los dioses, nos deleitará ahora con unos cánticos de esperanza inspirados en…
Remo se levantó. Por un momento, parecía que iba a tomar la palabra, pero sencillamente dirigió sus pasos hacia la salida del gran salón, después de limpiarse primorosamente la cara y las manos en su servilleta. Un murmullo de indignación poblaba la mesa y, Lord Véleron, en su semblante, parecía como si acabase de recibir un escupitajo.
Sala se levantó inmediatamente y se fue detrás de Remo. Fuera, un cielo despejado con una luna enorme parecía distraído y ausente a las desgracias humanas.
—¿Qué te ocurre? —preguntó la mujer al alcanzarle.
—No estoy dispuesto a estar a las órdenes de ese bufón.
—No tendrás que estar a sus órdenes. Mañana será cuando se constituya el grupo de verdad, esto es solo una recepción de amigos donde el señor presenta su problema a gente que le es de confianza y que, a buen seguro, colaborará económicamente para reunir el rescate. Es una presentación, nada más. El capitán de la guardia puede que no te caiga bien, pero es de plena confianza de Lord Véleron.
—Ese mequetrefe no tiene ni idea de a qué nos enfrentamos. Ni tú tampoco. Esto parecía una función de circo. Las cenas y los cánticos no sirven para nada, mucho menos las hecatombes a los dioses…
—Las cosas entre los nobles son así, no se trata más que de formalidades.
—¿Estás de acuerdo? ¿Estás de acuerdo en esa parafernalia? Menuda imbecilidad de plan, ese Rílmor es un inepto, conseguirá que nos maten a todos. Si él va, no cuentes conmigo, Sala. ¡Menuda hipocresía de banquete, por todos los dioses…! Esa gente no tiene sangre en las venas. Me sorprende que tú aguantes todo esto, estas estupideces lo único que sirven es para retardar nuestra salida. Cánticos de esperanza… casi vomito ahí mismo. Necesitamos inspeccionar cuanto antes las pistas que dejaron y partir… Ese mentecato asegura que nos enfrentamos a nurales, como si eso fuese una gran pista. ¡Nuralia es tres o cuatro veces más grande que Vestigia! Yo con ese idiota no voy, Sala…
—Remo, no me lo pongas difícil por favor, el Capitán de la guardia debe ir, nos será útil y lo sabes…
—¿Qué te sucede, Sala? Te veo cambiada.
—¿Por qué dices eso?
—¿Qué demonios haces tú rodeada de toda esta gente? No creas que no me he fijado…
Ahora Remo la miró inquisitivamente y ella apartó la mirada.
—Sala, esta gente no te quiere. La madre, menudo gesto que te hizo… tantos modales ¿para qué le sirven?
—Está nerviosa por la suerte de su hijo…
—No te reconozco aquí, vestida como una muñequita, rodeada de esos petimetres altivos. Hasta para las penas tienen protocolos, siempre rodeados de su corte de esclavos que les limpian la mierda bajo las uñas, me dan asco. Celebran un banquete para exponer formalmente un secuestro… Tú aquí no encajas.
—¡Vete al infierno! ¿quieres? ¿No puedes ser comprensivo después de lo que ha sucedido? ¡Compórtate bien con esta gente! ¿Que no encajo? ¿Qué te crees que he estado haciendo en Venteria durante años? Codearme con gente parecida y disparar flechas por las noches… Pareces un perro pulgoso que no sabe estar en compañía de nadie.
—Mis pulgas y yo podemos desaparecer mañana mismo, pero recuerda que me necesitas. Y después de ver al descerebrado ese, te aseguro que me necesitas mucho más de lo que piensas. Menuda exposición que ha hecho. Me daban ganas de pisarle el cuello. Pero vamos, peor es verte a ti vestida así…
—¡Eres una maldita mala idea que he tenido Remo…! —gritó ella después de abofetearlo—. Sí, Remo, como siempre llevas razón —ahora bajaba la voz de nuevo—. No me quiere, esa mujer me odia. Aquí no encajo. Yo soy como tú, vengo de la nada, ¿cómo iba la madre de Patrio a quererme? Pero lo que me importa es que él sí me quiere. Y a ti te fastidia aceptar eso. Aceptar que se puede ser feliz te cuesta, Remo, porque tú te has amargado la vida… ¿Me estás escuchando?
Remo se largó hacia el jardín trasero del palacio sin atender los improperios con que le atizaba Sala ya fuera de sí.
—¡Que tú no hayas sido capaz de encontrar a Lania no significa que me tenga que pasar a mí!