CAPÍTULO 4
La misión
El canto de un gallo despertó a Remo, sudoroso. El sol combatía en su piel colándose por la ventana. Se incorporó, tenía entumecidos los músculos y disfrutó estirando su cuerpo. Miró a su alrededor y descubrió el espejo que debía de usar Sala cada mañana para acicalarse. Se sorprendió de la perfección de su afeitado, pues andaba ya acostumbrado a rascar la maraña de su barba.
Abajo encontró una reunión improvisada. Viejos amigos, Trento y Lorkun debatían arrimados a la mesa central del salón de la posada. La alegría que sintió fue tan grande, que no se preguntó los motivos que podrían haberlos juntado. Abrazó a Trento y Lorkun con mucha efusividad, pues eran muchas las lunas que los habían separado desde aquella última vez…
Remo se interesó por ambos, por su suerte en ese año en que había estado fuera. Lorkun explicó cómo volvió al templo de las Montañas Cortadas a seguir su camino como sacerdote del dios Huidón. Rezumaba paz en sus palabras, se le veía contento. Trento narró escuetamente las nuevas sobre su estatus en el ejército, a saber, después del incidente en la Ciénaga Nublada, el joven capitán Sebla lo había separado de la compañía de hombres que era habitual y lo dedicaba a «trabajos especiales», normalmente aburridos y rutinarios. Trento estaba al día de todo lo que acontecía en la corte y, por lo visto, el retirado general Rosellón había sido empleado como consejero real, y al difunto Selprum Omer se le hizo un funeral lujoso. El puesto de General de la Horda del Diablo había recaído en Gorcebal, de los hacheros. Era la primera vez que el alto mando de la compañía no era un cuchillero.
—Remo el desaparecido, se te ha echado de menos, amigo, a saber de qué entuertos habrás salido —dijo Lorkun con su voz pausada. Vestía una túnica propia de los religiosos, con la marca del dios Huidón visible entre bellos bordados que semejaban naturaleza muerta.
—Cuéntanos Remo —animó Trento.
—Vengo de padecer en el mar, como siempre. Estuve capturando atunes dorados.
—Vaya, son pescados muy caros… ¿te has cambiado al oficio de pescador?
Lorkun parecía entusiasmado. Era de esas personas que de veras prestan atención a una historia como aquella.
—Estaba arruinado y conocí a un buen hombre: el capitán Naufres. Él sabía dónde encontrar atunes dorados, pero cuando habíamos llenado las bodegas, la maldición de los dioses…
—Los dioses no creo que anden ocupados maldiciendo barcos de pesca —comentó Lorkun reprendiéndolo cautelosamente por la blasfemia.
—Lo siento… aunque te vea vestido de sacerdote nunca recuerdo tu apego religioso. Para mí, siempre serás el malnacido lanzador de cuchillos con más puntería del ejército de Vestigia —dijo Remo a modo de disculpa. Su comentario arrancó carcajadas en Trento—. El caso es que todo acabó mal. El pescado se pudrió. Desembarcamos el estiércol donde pudimos, en tu tierra, Trento.
—¿En Nurín?
—Sí. Naufres no tenía ni para pagar el amarre, pero al menos nos condujo sanos y salvos entre tempestades.
Los ojos de Remo se quedaron vidriosos recordando los estragos de la mar. Naufres, el capitán del navío pesquero «Espejo de los mares», lo había aceptado como tripulante atendiendo más a sus súplicas que a la razón. Remo, en la miseria, después de que unos tipos le robasen en Bifenia, una isla del archipiélago de Estingol, no tenía idea de cómo salir de las islas hasta que conoció al capitán. Como siempre, después de sus pesquisas, no había encontrado ni una sola pista sobre Lania en aquellas ínsulas…
—Has llegado en el momento oportuno compañero —apostilló Trento con cierto misterio, y su voz sacó a Remo de sus recuerdos.
—¿Y Sala? Esta mañana no la he visto.
Remo sabía que no era casualidad que estuviesen allí Trento y Lorkun, sabía que ocurría algo fuera de lo normal que había propiciado que sus dos amigos acudieran a Venteria. Cierta actitud recatada de Sala en el día anterior, ya le puso sobre aviso de que algo extraordinario acontecía. Esperó para preguntárselo directamente a la mujer, pero no tuvo que hacerlo.
Al poco de terminar el desayuno, Sala irrumpía en el comedor acompañada de varios hombres. Por sus atuendos, identificó a tres soldados que ejercían de escoltas de un hombre de avanzada edad ricamente vestido, seguramente un noble, para el que Trento y Lorkun tuvieron un saludo respetuoso. Junto a ellos, un hombre más joven pero de rostro altivo vestía de forma peculiar y otro abrazaba ya a Sala con familiaridad. Se dejó oír Tena desde la recepción alzando la voz diciendo: «Buenos días, señor Cóster».
—Remo, deja que te presente a Lord Véleron… de quien seguramente habrás oído hablar. Viene acompañado de su jefe de armas Rílmor Osíleon, estos son sus hombres. También te presento a Cóster, amigo y colaborador mío desde hace años —dijo Sala provocando un desfile de reverencias de los presentados.
Remo sintió entonces un presentimiento que le molestó. Sentía que se había terminado su paz, que algún oscuro designio traía escrito aquel noble en sus ojos arrugados. No se inmutó, ni se acercó a saludarlo con reverencias conforme a su posición; hacía años que Remo no respetaba los títulos nobiliarios.
—He oído hablar de un vino, un jugo de uvas que se llama «Valle de los Véleron», pero no conozco a este señor. He oído hablar de su casa y de sus tierras, de la guarnición de soldados que presta para el ejército…
—Muestra cortesía al representante vivo de una de las casas más importantes de Vestigia —reprendió el jefe de armas de Lord Véleron, que destacaba entre los demás por su sombrero esperpéntico, atestado de plumas.
—Rílmor, no confundas la sinceridad con la descortesía —dijo Sala secamente. Parecía muy nerviosa—. Múfler, trae comida y bebida.
Después de instalarse en unas sillas, Lorkun tomó la palabra.
—Remo, hemos recibido la visita de Lord Véleron porque unas desgraciadas circunstancias han traído la pena a su casa y ensombrecido la paz de Vestigia. Has estado de viaje y quizá no te hayas enterado del suceso que puebla la tristeza de toda Vestigia… es muy reciente, y aún se llora la desdicha…
La elegancia y la sabiduría de «el Lince» siempre sosegaban el ímpetu de Remo. Sin embargo fue Trento quien continuó el relato. Directo al grano.
—Remo, el hijo de Lord Véleron, el joven Patrio Véleron, ha sido secuestrado. Pasan los días sin que tengamos noticias de él. Tenemos razones para pensar que, dada la crueldad de los secuestradores, su vida corre peligro si no es rescatado inmediatamente. ¡Tenemos que hacer algo!
Remo llevaba observando a Trento toda la mañana. Parecía tener un pacto con los dioses. La barba corta se dejaba pintar en algunas zonas de blanco, como sus cabellos, pero en su rostro todavía la juventud dominaba las facciones. Su cuello ancho, sus brazos fuertes, la reciedumbre de sus maneras, sus manos curtidas. ¿Qué edad tenía Trento? Desde que lo conocía ese hombre siempre le pareció experto sin llegar a ser viejo.
—Trento, si debes un favor a estos señores, dime en qué consiste…
Remo, con los ojos muy abiertos asimilaba la noticia y trataba de explicarse el porqué de aquella reunión. En su fuero interno compadecía a aquel padre desolado. El puzzle encajaba. Seguramente Trento tenía tratos como militar con esa casa nobiliaria y se sentía responsable… O lo habían contratado para el rescate. Estaba claro que su amigo le requería para embarcarse en una misión peligrosa. Miró a Sala, anormalmente silenciosa. No podía descifrar sus pensamientos.
—Mis condolencias… es una desgracia perder a un hijo pero… ¿no es esta una cuestión para que la resuelvan las autoridades? ¿Cómo un hombre de su posición está hoy aquí urdiendo una reunión furtiva para un grupo de rescate? Porque imagino que de eso se trata, ¿no?
Fue Cóster, el socio habitual de Sala quien tomó la palabra para responderle.
—El problema amigo Remo, estriba en que el hijo de Lord Véleron ha sido secuestrado por antiguos componentes del ejército de Nuralia… No hace falta que te expliquemos a ti lo que eso implica. Según los tratados de paz que se firmaron después de la Gran Guerra, ningún contingente armado puede cruzar las fronteras… El Rey en persona hablando con Lord Véleron expuso su pesar y explicó que había dado aviso al embajador de Nuralia; envió personalmente una carta al Rey Deterión para que se persiga a los criminales, pero no autorizará oficialmente a ninguna fuerza armada para cruzar la frontera y buscar a su hijo. Pese a todo, concedió un salvoconducto real para un grupo de rescate, bajo el compromiso de los Véleron de mantenerlo en secreto. Inmediatamente después partieron doce hombres de la guardia personal de Lord Véleron en pos de los secuestradores, sin embargo no tenemos noticias de dicho contingente. Remo, ni siquiera estamos seguros de que pudieran alcanzar los pasos fronterizos.
Remo sonrió misteriosamente.
—Nuestro sabio Rey ha pedido a Nuralia que detenga a criminales nurales… comprendo la desesperación de Lord Véleron —dijo Remo sin ocultar un sarcasmo despiadado al pronunciar ciertas palabras—. Seguramente el viejo Deterión, Rey de Nuralia, está brindando ahora en palacio por las noticias funestas que aquí os apenan. Eso, si es que no es él quien ha urdido esta trama… De todas formas, yo creo que será cuestión de pagar el rescate que pidan. Si se lo han llevado, pedirán rescate. Esa tropa que enviasteis, ¿cuánto hace que partió?
—Hoy hace un mes que se fueron —apuntó el jefe de la guardia.
Remo no pudo evitar hacer un gesto negativo con la cabeza.
—¿Qué paso eligieron para cruzar La Serpiente?
—El Paso de los Dragones; era el más cercano.
—Bueno, supongo que una tormenta de nieve podría haberlos retrasado. Quizá estén a punto de notificar su tránsito… ¿No hay nada en los postes notariales? Llevando ese salvoconducto real «especial», es posible que no lo notifiquen públicamente. ¿Qué sabéis de los secuestradores?
—Poca cosa —decía Rílmor agriando el tono de su voz—. Hay muchos misterios que rodean este desastroso acontecimiento. Para empezar, se sabe que más de diez individuos a caballo y al menos siete a pie, acompañados de un carromato cruzaron la frontera de Vestigia armados y bien pertrechados para cumplir su plan. Pero nada consta en los pasos fronterizos. Los notificadores aquí en Venteria no han dejado constancia de que un contingente así haya atravesado los pasos. En las rutas de comercio tampoco, nada que levante sospechas. Fue gente de pueblos linderos a las tierras de Lord Véleron los que avistaron al grupo en su incursión desde el norte y después en su huida.
—Mirad. —Ahora Remo detuvo sus ojos en Sala. Le guiñó un ojo. Suponía que la mujer no deseaba verlo partir de nuevo a afrontar peligros, recién llegado a Venteria. Pensaba que era un buen momento para demostrarse a sí mismo que iba a cambiar su medio de vida. De pronto Remo quería quedarse y no pensar, deseaba pasar tiempo en compañía de Sala y Lorkun y dejarse llevar por la paz. Nada de viajes inesperados, nada de aventuras, peligros, sufrimientos, hambre y miseria. Estaba cansado. Estaba muy cansado de sangrar, cansado de enfrentarse al destino. Cansado de buscar—. Es un elogio que hayáis pensado en mí para esto, pero no tengo intención de ir a Nuralia a rescatar a nadie. Lo siento señor Véleron, le deseo suerte, de corazón, creo que será un tema diplomático. Estoy seguro de que si presionan al embajador de Nuralia acabará dando la cifra, secuestrar a un noble no lo hace cualquier loco, saltándose los tratados, debe tener apoyo. Lo lamento pero es una empresa penosa, difícil, seguro que bien pagada, pero ahora mismo lo que yo necesito es descansar…
La ira se reflejaba en los ojos de los que lo acompañaban, sin embargo, en la mirada del noble no había rencor hacia él por expresar su decisión. Lo que más sorprendió a Remo fue comprobar cierta crispación en el rostro de Sala. Trento se acercó mientras Lord Véleron y los suyos se marchaban después de despedirse escuetamente.
—¿Qué te ocurre, amigo? ¿Cómo rechazas algo así? —preguntó Trento con expresión incrédula.
—No quiero más aventuras, estoy muy cansado.
—¿Por qué no esperas a conocer todos los detalles? Ahora vuelvo, voy a pedirle a Lord Véleron que nos reciba en su castillo…
Trento salió corriendo para alcanzar al séquito.
—¡No me convencerás! —le gritó Remo un poco molesto por la actitud incomprensible de sus amigos. Sala se perdió escaleras arriba. ¿Qué le sucedía?
—¿Qué demonios le pasa? —preguntó Remo a Lorkun, que había permanecido en silencio.
Lorkun sacó pacientemente su pipa para fumar. Interrumpió la tarea de encendido para contestarle. Seguía teniendo esa elegancia en cada movimiento. Esa tranquilidad que a veces crispaba los nervios de Remo.
—¿No lo sabes? Sala debiera habértelo dicho.
—¿Qué?
—Patrio, el hijo de Lord Véleron, había pedido en matrimonio a Sala. La boda iba a ser un gran acontecimiento… No han tenido suerte.
Remo quedó boquiabierto, vacío.
Las palabras de Lorkun: «había pedido en matrimonio a Sala», hacían eco silencioso en su cabeza una y otra vez. Su corazón se aceleró y tuvo un resumen mental de todos los indicios, los detalles extraños en el comportamiento de la mujer, que ahora encajaban perfectamente en el descubrimiento de la verdad.
—¿Qué sientes, Remo? —preguntó Lorkun.
A Remo le fastidió esa pregunta. Sorprendido, tenía la sensación de haber sido manipulado sin conocer la verdad. ¿Por qué demonios Sala no le había contado toda la historia antes de la reunión?
—Pena por Sala…
Remo caminó hacia la calle estirando sus brazos. Fuera dio la vuelta a la casa y contra uno de los pilares que sostenían las caballerizas de la posada golpeó con su puño con fuerza. Esa fue la manera de decir adiós a su retiro de paz…