CAPÍTULO 10
El guía
En el ocaso dieron con la guarida de Peronio. Remo les advirtió que era un hombre poco amigo de las visitas.
—Iré yo solo. Si ve a tantos, pensará que alguien viene a cobrarse alguna deuda antigua.
Bajaron de los caballos junto a un riachuelo. Romlos, Webs y Silben ayudaron a los demás a descargar los caballos y quitarles las correas y los bocados para que los animales pudieran beber agua fresca. Con las sillas de montar, confeccionaron un círculo amplio en un lugar llano, cerca del arroyo, y Jortés comenzó a limpiar la broza para hacer una hoguera en el centro. Trento guio a Mercal y Góler para hacer acopio de madera talando una rama gruesa de una encina. Sala y Rílmor se encargaron de prender fuego en unas ramitas ayudándose de uno de los regalos de Lord Véleron: polvos de símil. Pero viendo que no calentaba lo suficiente como para un asado, decidieron convertirlo en una hoguera de fuego convencional, usando piedra de pedernal y unas brozas que habían recogido en Désel.
Remo ascendió la montaña y buscó la cueva donde moraba Peronio, ayudado por la luz de la luna. Su explicación no había sido del todo sincera. Lo que de veras temía era que su viejo amigo no estuviese… presentable. En mitad de su ascenso descubrió un pequeño resplandor en una roca junto a la que estaba la grieta que daba acceso a la cueva.
—Peronio, tu amigo Remo, Remo de la Horda, viene a visitarte —anunció antes de penetrar en la gruta.
Un hombre encorvado, raquítico y barbudo, achatado por su atuendo repleto de pieles, vino a recibirlo portando un candelabro. Apestaba a opio azul.
—No puede ser cierto que el maestre Remo venga a verme…
Después de charlar amistosamente en un salón alfombrado de piel de oso y algún que otro tapiz, atestado de utensilios para fumar, Remo fue al grano.
—Peronio, vengo a pedirte un favor, a inmiscuirte en una misión en la que, si bien podré pagarte mucho dinero, no será el dinero lo que habrá de convencerte para que accedas. Si alguna vez me tuviste aprecio, ayúdame, amigo.
Peronio permaneció mudo mientras Remo desgranaba los acontecimientos. Sonrió cuando Remo apeló a su amistad como si no hubiera prestado atención al resto.
—¿Qué lugar tan ominoso quieres que te muestre que usas como pretexto nuestra vieja amistad?
—Persigo a un grupo de saqueadores nurales. Han secuestrado a un hombre, un hombre importante. Creo que son «destructores» del ejército de Nuralia.
Peronio negó con la cabeza pero no con la palabra, y trató de explicarse.
—Remo, estamos en paz con Nuralia. Las leyes son claras, desde hace años nadie cruza las fronteras para esos fines, mucho menos esa gente. ¿Qué podría haber motivado esta suerte extraña? Los «destructores» son la élite de un pueblo antiguo, sus hazañas en la Gran Guerra se cuentan en canciones. No son vulgares secuestradores. No puedo creer que un grupo se arriesgue a venir aquí a desgraciar familias. El Rey Deterión jamás pondría en peligro la paz. Yo te guiaré al infierno, lugar parecido al que me propones, si ese es tu deseo, pero te animo a reconsiderarlo. No me parece lógica tu historia. Quiero ver pruebas… las bases de esta locura.
Remo apartó su capa y extrajo de su fardo los cuchillos encontrados, el brazalete y el pomo de la espada que había separado de su hoja ensangrentada para que fuese más cómodo llevarla consigo como prueba.
—No hay duda de que son labrados nurales. El brazalete es de los «destructores», estamos de acuerdo. La espada es de las suyas, de las que usan en armaduras ligeras, pero Remo, todo esto es muy extraño, siniestro diría yo.
Peronio se levantó y fue a por una de sus pipas. Remo estuvo a punto de pedirle que no fumase esa droga, pero no deseaba interrumpirlo. Peronio era el único que podría aportarles luz verdadera.
—Sólo se me ocurre una explicación lógica a este suceso. —Tardó en encender la pipa y no quiso continuar su narración hasta haberle dado tres profundas caladas—. Se cuentan historias entre la población de refugiados, aquí, en el norte de Vestigia, historias sobre sucesos actuales. Un capitán segregado del ejército que siembra el terror en el oeste de Nuralia. Mano derecha del general Owald, el capitán Blecsáder, si mal no recuerdo, capitán de una de las facciones más antiguas y recias del ejército. Adoradores de los demonios de Senitra, la diosa de la noche y el mal, de lo negro y podrido, de lo…
—No sigas, no me hace falta conocer todos los títulos que ostenta la diosa, sé que los nurales le tenéis mucho respeto a Senitra…
—Estas cosas existen Remo…
Remo pensó en los silachs, pensó que ese Blecsáder y su culto oscuro quizá podía tener relación con la maldición…
—Dime más sobre ese Blecsáder.
—Por lo visto comanda un grupo de asaltantes, hombres que le juraron lealtad después de la guerra. Es un hombre extremadamente violento, un mercenario del Rey Deterión que en plena guerra ya hizo trabajos sucios del estilo de lo que tú me cuentas, pero que perdió el favor del Rey por sus constantes abusos en el sur de Nuralia. Remo, no me creo que el Rey esté detrás de un vulgar secuestro, y si hay un hombre en Nuralia suficientemente loco como para hacer algo así… es Blecsáder. ¿Acaso dudar de otro? Si hay un «destructor» que sea sospechoso, es ese mismo, pues en los demás capitanes, los generales, Remo, hablamos de gente con honor. Sé que a vosotros en Vestigia os cuesta pensar en nurales honrados, con palabra, fieles a los dictados de los dioses, pero yo, que sembré mis raíces en el infierno, pondría la mano en el fuego por la mayoría de esos hombres. Si hablásemos de los zorros del norte, o de los hacheros que comandaba Fildorio… pues todavía podría aceptar tu historia. ¡Pero de los Destructores no!
—Quitaron la vida a dos niñas y a varios guardias del castillo. Es la mejor prueba que tenemos. Las huellas de sus caballos se orientan al norte. Pero en el paso de los Dragones no hay noticias de ellos, si dices que son del oeste, supongo que cruzaron por el Paso de los Abismos, hemos acertado viniendo hasta aquí. Sabía que serías de ayuda. Ese Blecsáder es la mejor pista que tenemos.
—Remo, ¿para qué iba Blecsáder a salir de su agujero infecto? ¿Para qué secuestrar a un noble de Vestigia? ¿Por dinero? ¿No hay nobles en Nuralia a los que tiene más a mano?
—No te voy a engañar, amigo mío, este asunto pinta mal. Miramos los cadáveres de algunas de las víctimas del castillo. ¿Sabes lo que es la maldición silach?
—No… Bueno, ¿los hombres monstruo? ¿Hablas en serio, Remo?
—Sí, los cadáveres de las niñas se transformaron en criaturas horrendas, Peronio.
De pronto Peronio estalló en sonoras carcajadas que acabaron en resumida sonrisa dulzona sobre sus labios. Pero a Remo le dio escalofríos. Quedó en silencio y estático, mirando el final de su pipa, hasta que de repente gritó:
—¡Te lo dije, magia negra! Los demonios de Senitra… ¿Qué dicen en la frontera?
—Hasta donde yo sé, o no han usado los pasos habituales o compraron el silencio de los guardias fronterizos.
—Remo, yo vivo tranquilo aquí, reconciliado conmigo mismo. Llevo años sin tener pesadillas sobre la guerra. Esta cueva es pobre, pero sabes que no me importa lo material. Tu dinero me da igual. Al menos me gustaría saber que no lo hacemos por dinero, no me gustaría morir por un puñado de oro, Remo hijo de Reco.
—No es por el oro, ni siquiera por el padre, sabes la opinión que tengo de la mayoría de los nobles. Mis motivos son otros, Peronio, pero me comprometen personalmente.
Volvió a fumar. Remo no sabía qué esperar de él, si accedería o no.
—Tendrás que darme un poco de tiempo para prepararme. ¿Cuántos hombres hay contigo?
—Unos cuantos…
—¿Dónde están?
—Acamparon junto al riachuelo.
Peronio sonrió.
—Unos cuantos son más de los que me quieres decir. Está bien, al amanecer bajaré de mi casa. ¿Cuánto dices que me pagarás?