CAPÍTULO 31

La tentación de Blecsáder

Arrastrado por dos hombres fue llevado por diversos corredores hacia una música que se colaba por unas cortinas. Era un estanque caliente, donde bellas esclavas nadaban pacíficamente alrededor de Blecsáder que, inmóvil, parecía contemplar un cielo imposible, allí, encerrado en Sumetra. Si bien, en el techo podía adivinarse el dibujo de varias lunas y estrellas, como si se pensase en la noche a la hora de haber decorado la terma. Dos mujeres entonaban cánticos de adoración junto a una estatua de la diosa de la oscuridad, en un rincón, mientras preparaban coronas de flores.

—Lavad a Remo.

Las esclavas desfilaron saliendo de la poza y los soldados soltaron a Remo. Ellas lo condujeron a una pequeña cascada de agua fría donde tenían intención de lavar sus heridas.

Remo había liado su brazo y antebrazo con parte de los harapos que tenía siendo preso, para ocultar su estado de contaminación y, ahora, viendo que lo iban a bañar, temía que la maldición quedase al descubierto. Ocultar la maldición era importante, pues si llegaba a oídos de Blecsáder que estaba maldito, con seguridad eso afectaría al proceso de negociación y tal vez diera por perdida la recompensa y los hiciese papilla a todos.

Por suerte ninguna de las esclavas hizo ademán de desnudarlo, simplemente lo colocaron debajo del chorro de la cascada. El agua fresca envolviendo su cuerpo reconfortó sus músculos pero no su alma, ni su odio. Si hubiese tenido su espada a mano, habría escabechado a esas infelices lagartijas y habría trinchado el corazón del capitán Blecsáder. Pero no tenía idea siquiera de dónde habían guardado su espada.

—Traedlo aquí.

El agua caliente lo relajó. Le extrañaba aquel cambio de actitud. Blecsáder usó un tono de voz parecido al de los amigos.

—Me he informado sobre ti, Remo…

No dijo una sola palabra.

—No somos tan diferentes tú y yo… —dijo Blecsáder—. Tú también fuiste expulsado del ejército, como yo. Exiliados. Aquí en Sumetra yo encontré un hogar que daba sentido a mi vida. Un reino que gobernar. Mis colegas, otros capitanes de los Destructores me traicionaron, y muchos de ellos ya pasaron por el filo de mi espada. Sus huesos viles penden de las paredes de las cuevas cementerio que tenemos aquí. Sabes, los huesos de los muertos son muy útiles para fabricar cuencos y utensilios… Sé que tú no rindes pleitesía al Rey Tendón, que eres rebelde como yo. No comprendo por qué no podemos llegar a un entendimiento…

Remo braceó bajo el agua reconfortándose con el calor. Las heridas de las palizas lo molestaban, sentía cientos de aguijones pinchándole los músculos.

—Escondí los cofres precisamente para negociar —dijo Remo.

Blecsáder se irguió y se acercó a él con un brillo en la mirada. Tenía una musculatura marcada, debía de ser un guerrero temible.

—Remo, sé que me has visto matar a uno de tus amigos. Pero te digo que puedes confiar en mí, si llegamos a un pacto ahora. Yo no soy un noble sabandija. Si hiciéramos una alianza, la respetaría. Fíate de mí.

—Tú ya andas preparando mi funeral, no te creo.

—No te queda mejor alternativa que creerme, Remo. Si me llevas al lugar donde enterraste el oro, tú y tus amigos podréis marcharos. ¿Qué sentido tiene para un mercenario como tú morir aquí? ¿Qué gano yo matándote después de tener lo que quiero? Yo quiero el oro. Lo demás poco me importa.

—Moriré aquí. Ya lo tengo decidido. Tú necesitas ese dinero. Para eso te la jugaste con el secuestro. Te arriesgaste mucho cruzando la frontera. Escogiste un pez gordo. Realmente admiro lo que has hecho, por osado y loco, sí… mereces cierto respeto.

—Esos malditos nobles ricos…

Remo sonrió como si el comentario lo hubiese hecho un amigo y después dijo a media voz y sin vacilar.

—Blecsáder, te odio tanto que te sacaría los ojos ahora, aquí, en esta poza y te ahogaría con mis propias manos. Te aseguro que sé hacer cosas así. Matar a un hombre con las manos desnudas no es fácil. Si no fuera porque hay tres centinelas que me darían muerte al instante, ya habría ahogado tu cabeza en el agua y destrozado tu nariz a golpes. Odio a los nobles, pero entre ellos también encontré héroes y gente honrada. Mucho más odio a los tiranos, a la gente como tú, que vende ideales a otros para su propio beneficio. Gente que abusa de otras personas, que los oprime. Espero y pido a los dioses, yo que no suelo pedir, tener la oportunidad de darte muerte en esta vida…

Un silencio acuoso paralizó el ambiente. La parrafada de Remo había helado la sangre de las esclavas que lo miraban sorprendidas por su osadía. Blecsáder estaba pálido.

—Lleváoslo —sentenció Blecsáder caminando hacia atrás en la poza. Remo sonrió y el caudillo acabó diciendo—. Remo, te juro que tu muerte será dolorosa.