CAPÍTULO 35

 

 

 

 

 

Kaesios hirió con su espada a Baldur en el hombro. Éste gritó de dolor y se detuvo, miró la herida un instante, sangraba mucho, pero enseguida se cerraría. Lo miró con odio y volvió al ataque. Kaesios detuvo sin esfuerzo la estocada y se giró sobre sí mismo, dando una vuelta completa, hiriéndole, esta vez en la pierna.

Baldur se enfureció.

— ¿Qué te pasa? ¿No es tan fácil matarme a mí? ¿Quieres que baje el nivel para que tengas una oportunidad o prefieres pelear como un guerrero?

Baldur escupió en el suelo.

—Vamos, Kaesios, acabemos con esto de una vez por todas.

Lo estoy deseando. —Contestó él.

Su iris estaba totalmente rojo y se movía como si fuera fuego líquido.

Volvió a cargar contra su enemigo y lo hirió. No quería matarlo aún, solo debilitarlo. Hacerle sufrir, que notase su superioridad. A su alrededor todos los hombres, tanto oscuros como humanos, los miraban fijamente. De esa lucha dependía todo.

Karina. Él le había arrebatado la vida, una vida maravillosa de una persona maravillosa. El dolor le atravesó el corazón el día que sintió que la vida se escapaba del cuerpo de su hermana.

Seguían dando mandobles, atacando, defendiendo. El sonido del metal al chocar con el metal era lo único que se escuchaba en el lugar.

En la mente de Kaesios apareció la imagen de su hermana sonriendo, tan hermosa, tan dulce. Su corazón sangraba. Miró a los ojos de Baldur. La rabia se apoderó enteramente de él.

—Adiós, Baldur. Espero que pagues tus pecados en el infierno.

Y sin más, dio una vuelta en el aire, golpeó la espada de Baldur con el pie, dejando el pecho descubierto y le clavó la espada hasta la empuñadura.

Baldur dio un par de pasos hacia atrás y miró su pecho. Estaba sangrando, tenía muchas heridas abiertas y se sentía débil, pero no muerto. Miró a Kaesios, ¿ese maldito pensaba que podía matarlo de esta manera?

¡Aidan! —gritó mientras saltaba por el aire.

El aludido le tiró una espada que cogió de un salto y sin más le cortó la cabeza.

Posó sus pies en el suelo, la espada le colgaba de la mano mientras las gotas de sangre recorrían la fina hoja y caían al suelo.

El cuerpo de Baldur cayó al suelo. Pero Kaesios no se movió. No podía. Él era el causante de la muerte de su hermana. Ese maldito la había matado solo para debilitarle.

La lluvia había cesado y el suelo embarrado se mezclaba con la sangre de los muertos y heridos. Los hombres de Baldur tiraron las armas al suelo, en señal de rendición.

Angus ordenó que los llevaran como prisioneros y que le juzgaran.

Onuris y Hersir se acercaron a Kaesios y los tres contemplaron el cuerpo decapitado de Baldur. Onuris puso su mano en el hombro de su hijo y se lo apretó.

No te culpes por lo inevitable. Baldur estaba loco. Karina ha sido vengada.

Sí. —Contestó— Pero sigue muerta... y es...

Y es por la locura de un demente, —le interrumpió Hersir— él es el único culpable. Y ha pagado por ello.

Kaesios suspiró. Aunque lo había matado, no se encontraba mejor. Seguía sintiendo un dolor profundo en el pecho. Levantó la mirada.

¿Katherina?

Hersir y Onuris giraron las cabezas buscándola.

—La perdí de vista cuando Lyris murió. —Dijo Onuris.

Debo encontrarla... — Kaesios estaba nervioso. Tuvo un mal presentimiento.

¡Aidan! ¿Dónde está Katherina?

La dejé justo ahí cuando preparé la marcha de Lyris al Santuario.

Pero ya no está ahí... —casi gritó Kaesios.

Ya lo veo...

Los cuatro se pusieron a buscar por todos los alrededores.

Kaesios suspiró y se concentró. Debía encontrarla, no podía estar lejos. Buscó su olor. Le era tan familiar que lo distinguió enseguida. Pero no estaba sola.

Miró a su familia con preocupación, el rastro de Katherina iba precedido por el de Irina.

—No te preocupes. Ella estará bien. —Le consoló su padre.

Sin más los cuatro emprendieron carrera por toda la planicie del campo hasta la llegada al bosque.

¿Cómo no se había dado cuenta de su desaparición? Había estado tan perdido en el recuerdo de la muerte de Karina que se había olvidado de ella y ahora la había perdido.

El rastro se adentra. No podrán ir muy deprisa. No desesperes. —Le dijo Hersir.

Y era cierto. Katherina se mareó al llevarla a esa velocidad y no tuvo ningún escrúpulo en vomitarla encima. Irina, asqueada y enfada, la tiró al suelo con rabia.

— ¿Estás loca? Puaj, que asco, ahora huelo a vomitona. Estoy deseando acabar contigo, no eres más que una continua molestia.

Eso, no será muy fácil, Irina. —Le soltó Onuris.

¿Cómo no los había oído? ¿Ni descubierto su aroma? ¿Cómo era posible que los tuviera frente a ella y no se había dado ni cuenta?

Cogió a Katherina por los pelos y la obligó a ponerse de pie. Miró a los cuatro oscuros que tenía frente a ella, desafiante.

La dejaré vivir si me dejáis marchar.

Y yo te mataré de todas formas. —Le soltó Kaesios.

Mientras ella esté en mi poder, no me harás nada.

Kaesios sonrió, como solo él sabía hacerlo, engatusador, zalamero.

—Muy cierto, pero en algún momento la dejarás, y yo estaré allí, en ese mismo instante para arrancarte la cabeza.

Antes te mataré yo a ti. —Dijo ella.

Estaba metida en un buen lío. No podía moverse, si lo hacía dejaría alguna parte de su cuerpo libre y la atacarían. La mujer que tenía en los brazos estaba a punto de desmayarse, y si la mataba, ella misma estaría muerta.

Katherina miró los ojos azules de su amor con intensidad. Su vida no podía acabar así.  Kaesios estaba manchado de sangre, sudor y barro. El pelo despeinado, estaba mojado y se le pegaba a la cara. Ella jamás le había visto tan atractivo, tan fiero.

No pensaba morir, no al menos en ese día. Sintió el frio acero de una daga en su garganta. Al parecer Irina jugaba fuerte.

—Retiraros o la mato.

Si la matas, me suplicarás tu propia muerte, Irina. Piénsalo bien. —Le amenazó Kaesios.

Katherina no dejó de mirar los bellos ojos de su amado mientras, con sumo cuidado, introducía la mano en su bolso, de allí sacó una daga reluciente, que le había regalado Lyris mientras estuvieron juntas en la tienda. Solo tenía una oportunidad. Los cuatro oscuros supieron en el mismo instante sus intenciones, lo vio en sus ojos, pero ninguno mudó su rostro. Si Irina se enteraba, ella estaba muerta.

Kaesios la rogó en silencio. La suplicó. Pero no podía hablar, no podía hacer nada más que esperar que aquella mujer insensata se arrepintiera y dejara que ellos arreglaran el asunto. Pero ella no pensaba dejarlo así, no iba a ser la perdición de Kaesios. No moriría sin luchar.

Esperó, solo le quedaba eso, esperar a que ella aflojara su agarre y le diera la oportunidad de salvarse.

Irina seguía peleando verbalmente con los Oscuros, éstos no se movían, ni un ápice. Estaba acorralada.

De pronto se le ocurrió algo. Si hería a Kaesios, tal vez tuviera el tiempo suficiente para poder huir. Fue solo un mínimo movimiento, pero Katherina lo notó. Sintió como se aflojaba, como dudaba, como tramaba. La mano de Irina se movió muy rápido y apunto, pero antes de que la daga saliera volando, Katherina se había girado y le había clavado la suya en el pecho.

La sorpresa de la vampiresa duró unas décimas de segundo, y en consecuencia le clavó la suya en el pecho a Katherina, que debido al impulso, cayó de espaldas.

Todo sucedió muy rápido.

La euforia de ver el rostro sorprendido de Irina se transformó en segundos en un dolo atroz que la atravesaba el pecho. Sangre. Sentía correr su sangre caliente por el costado. Le costaba respirar y su visión se volvió borrosa. El frío se apoderó de su cuerpo. Perdió las fuerzas y se dejó caer, pero no llegó a tocar el suelo.

Kaesios la sostuvo en sus brazos.

¿Qué has hecho? ¡Oh por la Diosa, Katherina! ¡Qué has hecho!

Le quitó la daga del pecho. Ella observó con horror la belleza de la empuñadura. La sangre manó con más fuerza.

—Me muero... —le dijo mientras se aferraba con todas las fuerzas que le quedaban al ancho brazo de Kaesios.

¡Onuris! —Gritó desesperado mientras apretaba la herida que no paraba de sangrar.

Levantó la vista de su amada para clavarla en su familia, Onuris ya estaba junto a él, pero le dio tiempo de comprobar que el cuerpo de Irina estaba esparcido a trozos por el lugar.

Onuris le sujetó por el hombro.

—No sobrevivirá.

Sí, lo hará, tú me vas a ayudar.

Kaesios... su vida se escapa, la herida es mortal, no podemos salvarla...

Pero...

Solo te queda una opción...

Los ojos azules de Kaesios, llenos de lágrimas, miraron a su padre. ¿Sería esa una buena idea? ¿Lo odiaría ella por convertirla?

—Katherina... no puedo perderte... mi amor...

Ella apenas podía hablar, pero había entendido todo. No quería morir, no podía abandonarlo.

—Hazlo...

Los ojos de Kaesios se abrieron por la impresión.

—Pero eso te convertiría en...

Le apretó más fuerte el brazo.

—Hazlo.

Kaesios miró a su padre y después a Hersir y a Aidan. Todos afirmaron con la cabeza. No podía perderla, porque si ella moría, el se perdería en la nada más absoluta.

La besó dulcemente en sus labios y antes de que su corazón se apagara para siempre, clavó sus colmillos en el cuello de la mujer que había conseguido traerlo del infierno e insuflar vida a su mortecino corazón.

 

 

Abrió los ojos muy despacio. Por fin, durante horas o tal vez días, había dejado de sentir dolor. Su nuevo estado la tranquilizaba. Seguía con vida, lo sabía, pero ahora era distinto.

La luz mortecina del amanecer acariciaron sus pupilas.

Los tonos diversos que pudo distinguir la sorprendieron. Jamás había podido ver con tanta claridad. Los colores se dividían y formaban otros nuevos, jamás vistos por ojos humanos. Sonrió.

Y los olores, percibía cada matiz, tan distinto, tan único, de cada cosa.

Un olor sobresalía por encima de los demás, un olor delicioso que le hizo arder la garganta.

Intentó incorporarse, pero la mano, fuerte y firme, de Kaesios, se lo impidió.

Aún no, mi amor. —Le susurró.

Pero, ese olor...

Sé que necesitas alimentarte, pero lo haremos bien. Ahora ya no eres una mortal, has renacido, ahora eres una Oscura, descendiente del gran Onuris. Mi obligación es cuidarte y educarte. Tus instintos te superarán en la mayoría de las ocasiones y es ahí, cuando yo estaré para frenarte. ¿Lo entiendes?

Lo entiendo.

Ella lo miró, pero lo vio por primera vez en su vida y se quedó maravillada. Sus ojos no era azules, el simple azul no le hacía justicia al millar de colores distintos que podía distinguir en sus pupilas. Su rostro, de piel suave y perfecta, era aún más hermoso que antes. Podía ver cada hebra de su oscuro pelo. Se sintió elevada a un mundo distinto, a otra dimensión donde todo era aumentado millones de veces.

—Eres hermoso...

Kaesios sonrió y ella pensó que se derretiría allí mismo.

—Me alegro de que pienses eso, porque yo opino lo mismo de ti.

Ella era una Oscura, una vampiresa, un demonio, un ser sediento de sangre, una asesina. Sin embargo sentía el amor con la misma intensidad, sino más, que cuando era humana. Amaba a Kaesios más que a nada en el mundo.

Alzó su mano y acarició el rostro del hombre.

Increíblemente suave. Se maravilló ante el contacto.

Atrás quedaron los gritos de guerra, la sangre, el miedo, el dolor. Ahora solo estaban ella y Kaesios y con eso tenía más que bastante. No necesitaba nada más.

Sería estupendo si pudieras besarme.

Kaesios soltó una carcajada y su rostro resplandeció.

—Como deseéis, señora.

Y la besó, con amor, con fuego, con pasión. Intentando transmitir con un beso todos esos sentimientos que alborotaban su pecho cada vez que la miraba.

 

 

 

¿Cómo está? —Le preguntó Onuris.

Tanto él, como Hersir, Alissa y Aidan habían estado a su lado durante toda la trasformación, aguantando su sufrimiento al verla sufrir a ella, apoyándolo,  acompañándolo en el camino.

—Bien... tiene hambre, pero parece que se controla perfectamente.

Será una buena neófita, lo supe en cuanto la vi. —Informó Onuris con suficiencia, mientras se servía una copa de vino.

¿Puedo ir a verla? —Pidió Alissa— Tal vez pueda ayudarla en estos momentos, ya sabes, como soy mujer...

Claro, sube, ella está despierta.

Hiciste bien, hermano. Ella es tu media naranja, debéis estar juntos, cueste lo que cueste.

Kaesios miró a Hersir. Desde que había empezado todo esto, se habían ido uniendo casi sin darse cuenta, ya volvían a estar a gusto uno junto al otro, y no tenían ganas de matarse todo el tiempo.

Aidan permanecía callado, en un rincón de la sala, observando todo, pero sumido en sus pensamientos.

Sí... tienes razón, sin ella yo no podría seguir viviendo.

Pues ahora hay que celebrarlo.

Todos miraron a Onuris que contemplaba el techo con la copa en la mano mientras pensaba.

—Le debo una fiesta a Alissa y sería genial poder preparar una gran boda, algo extravagante, suntuoso. Digno de mi familia.

No creo que sea necesario. —Aclaró Kaesios.

No he pedido tu opinión. Ya os avisaré con tiempo. Ahora me voy. Tengo mucho que preparar.

Y sin más salió de la casa y se dirigió hacia… solo la Diosa sabía dónde.

 

 

Cornelius se agachó junto a la tumba de Lyris. Una nueva sacerdotisa había sido llamada, sus poderes habían aparecido en el mismo momento que Lyris expiró.

Pero él sentía su corazón roto en pedazos tan pequeños que sería imposible volver a juntarlos. Qué fuera feliz, le había dicho, ¿cómo iba a serlo si ella ya no moraba en el mundo de los vivos?

Las lágrimas derramadas, que caían por su cara iban a parar a la tumba de Lyris.

“yo siempre estaré contigo” susurró el viento, que le despeinó juguetón “tienes que ser feliz” volvió a escuchar. ¿Serían cosas de su imaginación?

Se levantó y acarició una última vez la lápida. Dio media vuelta y se dirigió hacia su pueblo.

Entró en la sala del consejo y los ancianos discutían todos a la vez, dando gritos, no podía entenderse nada.

Los guerreros de las tribus, seguían allí, ahora sentados lo más lejos posible de ese puñado de ancianos gritones.

Cornelius divisó a Dana entre los hombres. Estaba tan hermosa como siempre y al notar su mirada, le sonrió.

Bueno, ella le gustaba y quién sabe, tal vez algún día podrían tener su oportunidad.

 

 

La deuda
titlepage.xhtml
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_000.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_001.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_002.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_003.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_004.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_005.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_006.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_007.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_008.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_009.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_010.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_011.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_012.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_013.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_014.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_015.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_016.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_017.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_018.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_019.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_020.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_021.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_022.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_023.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_024.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_025.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_026.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_027.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_028.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_029.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_030.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_031.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_032.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_033.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_034.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_035.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_036.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_037.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_038.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_039.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_040.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_041.html