CAPÍTULO 7

 

 

 

 

 

Kaesios miraba a su alrededor. Nada se le pasaba por alto, era capaz de ver y recordar cualquier cosa que estuviera en su punto de mira. El cielo estaba gris, las nubes lo cubrían todo y el aire comenzaba a soplar con fuerza, aunque a él las inclemencias del tiempo no le molestaban para nada, ni el frío, ni el calor. Podía estar tan a gusto en pleno desierto como en el paraje más frío y congelado de la Tierra.

Estaba intranquilo y nervioso. Preveía que algo estaba a punto de suceder. Durante esos momentos en los que la certeza le aguijoneaba el cráneo, su estado de humor empeoraba considerablemente.

Decidió entrar en el castillo, pero lo hizo a una velocidad tal, que nadie era capaz de verlo con claridad, salvo los propios vampiros. Los humanos solo podían distinguir una mancha borrosa que duraba lo que un parpadeo.

Entró en su biblioteca. Le gustaba esa estancia, le tranquilizaba y le despejaba la mente. En aquel lugar era donde pasaba las horas muertas con su querida hermana, leyendo, estudiando, aprendiendo… recordó vagamente como era estar sentado a su lado, verla tan concentrada en la lectura, con la mirada fija en las letras, tan inmóvil como una estatua de cera, hermosa como si fuera una diosa. La echaba de menos, mucho, aunque antes que aceptarlo públicamente se habría dejado clavar agujas entre las uñas. Jamás admitiría una debilidad, jamás mostraría sus sentimientos. Pero en aquél lugar, él solo, mirando el sillón que ella solía ocupar, al lado de la chimenea, no tuvo más remedio que aceptar la verdad. Añoraba a su hermana. Durante siglos fueron todo el uno para el otro. No volvería a tener una relación así con nadie, no podía permitírselo. Haber perdido a su adorada hermana casi le cuesta la cordura, tal fue su sufrimiento cuando sintió en sus venas que Karina había dejado de existir. Durante años soportó el dolor que le oprimía el pecho constantemente y se apretaba más y más cada vez que la recordaba. Deseó el final de su propia existencia tanto, que luchaba batallas perdidas de antemano para poder morir, sin embargo el destino siempre se decantaba a su favor y por más que luchaba y peleaba, lo máximo que conseguía eran heridas grandes y profundas, que le debilitaban, le dolían y tardaban en curar. Pero el dolor de las heridas no era tan insoportable como lo era vivir en un mundo en el que ya no estuviera Karina. Pero se recuperó, como de todo a lo largo de su existencia, al final lo superaba todo, se adaptaba, sobrevivía.

Se sentó en una butaca, frente a los ventanales y observó sin mucho entusiasmo las flores que adornaban su jardín y sin darse cuenta se sumió en sus pensamientos.

Unos golpes en la puerta le despertaron de su ensimismamiento.

Adelante.

Hola Kaesios.

Aidan… que nuevas traes.

No son buenas…

Kaesios se puso en pie y se giró, quedando de frente a Aidan.

—Habla.

El consejo ha solicitado una reunión urgente de todos los miembros.

¿Cuál es la mala noticia?

Desean tomar una decisión con respecto a si participamos o no en la guerra que está a punto de iniciar Baldur. Eso significa que teniendo en cuenta los que están a favor y los que están en contra, supondrá varios días de deliberación y debate. Tendremos que ausentarnos por tiempo indefinido…

Entiendo, si los Oscuros estamos todos reunidos en un mismo sitio a la vez, todo lo demás quedará desprotegido…

Y Baldur tendrá una oportunidad de oro para atacar a los humanos.

Hablaré con el consejo, le pediré que sea una reunión a puertas abiertas, así podrán avisarnos de los movimientos que planea Baldur y su gente.

No sé si te harán caso, uno de los sabios ancianos pide expresamente que sea a puerta cerrada.

¿Quién? No… no me lo digas, supongo que será Ayman.

Sí, ese mismo.

Me decanto por pensar que Ayman desea que Baldur pueda moverse a su antojo, es un anciano que comparte algunas ideas con él sobre los humanos, aunque no es tan belicoso, o al menos no se atreve a promover el levantamiento en armas contra la otra raza, es un poco más sensato, pero no mucho más… eso nos puede traer algunos problemas, pero nada que no se pueda solucionar.

Eso espero.

Ya lo verás –le tranquilizó.

Muy bien, voy a ir preparándolo todo.

Aidan se marchó y Kaesios comenzó a idear un plan, Ayman era un anciano respetado por la mayoría de los miembros del consejo, pero Kaesios tenía más poder y pensaba utilizar todos los medios a su alcance, esta vez no caería en los mismos errores que cometieron en los días oscuros.

 

 

 

Katherina estaba asomada al balcón. Comenzaba a conocer la rutina del castillo. Desde esa altura podía divisar todo el perímetro, el patio, las construcciones cercanas, la muralla y las montañas a lo lejos. Fijó la vista en la carreta que recorría el patio dos veces por semana y se adentraba por las puertas grandes del edificio donde estaba Mark. Nadie le daba el alto, nadie la revisaba. En ella viajaban varias mujeres con los elementos necesarios para la limpieza. Una idea asomó a su cabeza, sabía que no estaba bien y si la llevaba a cabo y la pillaban, tendría problemas. Sopesó los pros y los contras, necesitaba ver y hablar con Mark, necesitaba saber si todo estaba bien, si él se encontraba bien. A su lado, sabía que no se sentiría tan sola y desprotegida. Pero si Kaesios lo descubría seguramente se enfadaría muchísimo. Ella estaba dispuesta a soportar el castigo. Pensó durante unos minutos más, mientras veía sin ver aquello que la rodeaba. Sin duda, tenía un plan.

Kaesios se preparó para otra comida con Katherina. Tenía que controlar sus impulsos al máximo cada vez que se encontraba cerca de ella. No sabía muy bien qué era lo que tenía aquella muchacha humana que le perturbaba tanto y le hacía perder el sentido común.

La última vez que habían estado juntos ella se había disgustado. Kaesios aún después de tantos siglos de vida, no conseguía comprender del todo a los humanos. Claro está que durante los primeros siglos él estuvo con su creador, aprendiendo, junto con el vikingo Hersir y su querida hermana Karina. Después de siglos juntos, cuando ya se les consideraba aptos para andar por el mundo sin escolta ni control, se había dedicado a viajar y conocer mundo junto a Karina. Había intentado por todos los medios posibles mantenerse lejos de los humanos, no confraternizar. Sabía de sobra lo efímera y corta que podían ser sus vidas y no deseaba añadir más dolor a su existencia. Lo había aprendido por las malas, en los primeros años de su vida como inmortal.

Él era poderoso, hermoso, fuerte, letal. Su nueva condición le confería poder sobre todos los demás, pero aún estaban muy presentes en su alma, los sentimientos humanos. Todavía añoraba las caricias, el amor, la cercanía de otros seres…

Fue entonces cuando la conoció, a Shamira, en aquel momento le pareció la mujer más deseable de la Tierra.  Estaban de viaje junto con su creador, Onuris, por tierras lejanas. Después de visitar una antigua biblioteca, dónde lo único que encontraron fueron papiros llenos de polvo y poco de nuevo, Kaesios se alejó con el pretexto de descansar un poco.

Paseó por las calles de la ciudad, tranquilamente, sin llamar la atención. Llevaba puesta una túnica blanca y caminaba descalzo. Se mezcló entre la multitud, aquel día se celebraba un mercado. La gente andaba de aquí para allí, chocando unos con otros, cargaban con grandes cestas que iban aumentando de peso a medida que crecía la compra realizada.

Kaesios se divertía observándolos. Él poseía todo el tiempo del mundo, era un inmortal, un ser oscuro, sin embargo nadie le miraba, aunque si intuían su presencia maligna, pues nadie se acercaba demasiado a él.

Sus pasos le llevaron hasta la orilla del río. La vista era hermosa. El sol en aquél lugar brillaba de una manera especial, los colores desprendían destellos que en otros sitios jamás había visto.

Un ruido perturbó su tranquilidad. Su agudo oído podía distinguir sonidos a grandes distancias y le había parecido escuchar el sollozo ahogado de una mujer. Se concentró al máximo mientras movía la cabeza en una dirección y otra para orientarse.

Volvió a escucharlo y esta vez no tuvo lugar a dudas.

Sin pensarlo dos veces avanzó hasta el lugar del que provenía. Estaba a varios metros lejos de él, entre la maleza que bordeaba el río.

Se acercó lentamente, sin hacer ruido, al acecho, como un depredador siguiendo a su presa.

Llegó hasta el lugar, se agazapó entre las altas hiervas y arbustos, divisó a dos hombres, ambos sometiendo a una mujer, que estaba amordazada y prácticamente desnuda.

Uno la sujetaba y el otro se acomodaba entre sus piernas, listo para invadir por la fuerza el cuerpo femenino.

Kaesios no se detuvo a pensar, solo pudo reaccionar. Saltó sobre los atacantes y les apartó de la mujer con un puñetazo. Tal era su fuerza que ambos, sin apenas tener tiempo para reaccionar, salieron disparados por los aires. Kaesios ayudó a la chica, la tapó como buenamente pudo, la desató y le quitó la mordaza.

¿Estás bien?

Ella tenía los ojos anegados en lágrimas, unos ojos negros y grandes, que ocupaban casi todo el hermoso rostro de la mujer. Asintió lentamente.

—Quédate aquí, no te muevas, vendré a por ti y te llevaré a tu casa, ¿de acuerdo?

La mujer volvió a asentir y permaneció agachada, abrazándose las piernas, mientras su salvador avanzaba a largas zancadas, hasta sus agresores.

Kaesios se perdió entre la espesura y avanzó hasta uno de los atacantes, que permanecía en el suelo, medio inconsciente. Lo sujetó por el cuello de la túnica y lo alzó. El hombre abrió mucho los ojos, llenos de pánico.

No sienta bien ser el más indefenso, ¿verdad? –le dijo con una sonrisa diabólica.

Seguidamente se abalanzó sobre él y le clavó los colmillos en el cuello. Succionó la sangre del malhechor, a grandes sorbos, sintiéndose renovado y lleno de energía mientras el hombre se iba apagando en sus brazos.

Cuando terminó y sintió que ya no quedaba vida en el cuerpo, lo dejó a un lado y se fue a por su compañero, que había recobrado la sensatez y huía despavorido entre los árboles. No tardó en alcanzarlo y el villano recibió el mismo castigo que el anterior. Cuando hubo terminado con su banquete inesperado, Kaesios cogió a los dos hombres y sin ningún miramiento, tiró los cuerpos al río, sabiendo que las bestias que allí moraban, darían buena cuenta de los cadáveres.

Se lavó la cara y las manos. Con paso lento se dirigió hacia el lugar donde aún permanecía la mujer, abrazada a sus piernas.

Al verlo llegar, la chica se asustó, pero al reconocerlo una hermosa sonrisa asomó a sus labios temblorosos.

Kaesios no se acercó, la dejó espacio para que ella se acostumbrara a él y durante ese tiempo, la observó a placer.

La mujer tenía el pelo negro, brillante y muy largo, le llegaba hasta la cintura. Kaesios distinguió los rayos débiles del sol, atravesando las copas de los árboles y acariciando los cabellos de la chica. Se sintió emocionado, contento y muy nervioso.

¿Cuál es tu nombre?

Me llamo Shamira, mi señor. Gracias por rescatarme.

Kaesios no pudo dejar de mirar los labios de la mujer mientras hablaba, tan rojos y llenos que pedían a gritos ser besados.

—Hola Shamira, soy Kaesios. –le dijo mientras se iba acercando lentamente.

Ella le había esperado, había confiado en él y no sabía que él era un monstruo mucho más peligroso que los hombres que la habían atacado, sin embargo estaba ahí, sentada, esperándolo. Una inmensa ternura se apoderó de su cuerpo.

Extendió su mano hacia la mujer, ella durante unos segundos se la quedó mirando, pero después alzó la suya y la dejó caer suavemente en la de Kaesios. Al sentir el contacto de la suave mano de la chica, a él le recorrió un escalofrío de placer por toda la espalda. Observó la fina y delicada mano de Shamira sujeta entre sus grandes y fuertes dedos. Un sentimiento protector se apoderó de él. La miró fijamente y cuando la mujer alzó la vista y la clavó en los ojos de Kaesios, él supo que estaba perdido. Deseaba poder besarla, tocarla, acariciarla. Sus enormes ojos le atraían como un imán y sentía que podía perderse en las profundidades de esa hermosa mirada. Su cuerpo, rebosante de hermosas curvas lo perturbó hasta extremos insospechados.

La atracción era mutua, lo sentía y todo sentido común quedó relegado al olvido mientras la ayudaba a incorporarse.

—Buenos días Kaesios.

La voz suave y melodiosa de Katherina le trajo de vuelta al momento actual. Se giró lentamente y la miró. Estaba muy bonita, como siempre. Los vestidos que había mandado hacer para ella le quedaban a la perfección, ciñéndose a su voluptuoso cuerpo como si de una segunda piel se tratara. Llevaba el cabello suelto y sus ojos verdes como el musgo, le miraban tranquilamente.

No pudo evitar darse cuenta de la diferencia entre las dos mujeres. Shamira no era muy alta, su pelo negro como la noche caía en largos bucles por su espalda y sus enormes ojos oscuros ocupaban casi toda su cara, su piel era morena, como la canela y la sonrisa aparecía constantemente en sus labios. Mientras que Katherina era más alta y algo más esbelta, su pelo castaño dorado, caía completamente liso y sus ojos verdes lo miraban todo con una curiosidad infinita. Su piel blanca como la leche. Ella irradiaba un aire de delicadeza y altanería, sabía la posición social a la que pertenecía y su educación lo dejaba claro en todo momento. Mientras que Shamira era más sumisa y obediente, Katherina era obstinada y rebelde.

Sí, eran muy diferentes.

—Buenos días Katherina, espero que hayáis descansado bien.

Muy bien gracias. –contestó con suma tranquilidad fingida.

Estaba escondiendo algo, Kaesios lo sabía, lo intuía al mirarla.

—Me alegro –le dijo mientras se acercó hasta ella y le tendió la mano para acompañarla a la mesa.

Cuando ambos estaban sentados, Kaesios ordenó servir y los dos comenzaron a desayunar en un silencio bastante tenso.

La deuda
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