CAPÍTULO 20

 

 

 

 

 

Kaesios entró en su casa y enseguida percibió el conocido aroma. Miró a Aidan y sin pensarlo echó a correr por la casa, llamando a Katherina.

Entró en todas las habitaciones como una exhalación, gritando el nombre de la mujer.

Las encontró en la biblioteca. La sangre se le heló en las venas. Irina tenía a Katherina sujeta por el cuello. Los pies de la humana, apenas tocaban el suelo. Una rabia intensa y fuerte se apoderó del oscuro.

¡Suéltala! —Le ordenó.

La vampiresa miró a su adversario. Estaba frente a ella, quieto, pero podía notar la tensión en todo su cuerpo. No pudo evitar sentirse fuerte. El poder que le otorgaba la posesión de la mujer, era algo que jamás creyó experimentar. Entre sus manos pendía la vida de la pequeña humana. Estuvo tentada de apretar un poco más y eliminarla. Pero la diversión no había hecho más que empezar.

— ¿Y por qué habría de hacerlo? —Le contestó al fin altanera.

Kaesios respiró profundo y se intentó tranquilizar. Irina estaba perturbada, no sabía de qué manera podía reaccionar, pero no soportaba verla sujetando el hermoso y frágil cuello de Katherina. Sus ojos comenzaron a cambiar de color y la furia ocupó todo el espacio en su mente.

—Sabes que si le haces daño, te mataré, muy lenta y muy dolorosamente.

¿Y acaso crees que me importa? Llevas castigándome siglos por un error, ya estoy cansada de vivir en las montañas, de estar sola, de ver como todos me miran con lástima o indiferencia. No soy nadie en nuestro mundo, tú te  has encargado de eso, ahora me toca a mí retribuir todo tu esfuerzo.

No pudo terminar de hablar, pues Kaesios, a una velocidad increíble, se había movido y ahora era él quién la estaba sujetando por el cuello. Aidan se había acercado y había cogido a Katherina del suelo. Irina la había soltado debido a la sorpresa.

Miró a su oponente con frialdad. Los dedos de Kaesios se clavaban más y más en su cuello. En cualquier momento le arrancaría la cabeza y todo habría terminado. Los ojos del oscuro estaban completamente rojos, y su iris llameaba como si tuviera fuego.

¿Y ahora qué, Irina?

Ella intentó zafarse de su agarre. Le dio una patada en el estómago y Kaesios aflojó un poco, después con fuerza la tiró contra la pared, haciendo un boquete. Ella cayó al suelo con un sonido sordo, pero enseguida se puso en pie. El oscuro la dio un puñetazo y ella voló por la habitación.

Aidan se llevó a Katherina de allí y la protegió en su habitación. Sabía que Irina no tendría ninguna oportunidad contra Kaesios, pero no quería que la pequeña humana guardara en su retina un espectáculo tan atroz. Así que intentó tranquilizarla mientras curaba las marcas que le habían dejado los dedos de Irina.

Entró, no me di cuenta. –Le dijo en un susurro.

No es tu culpa Katherina, ella es una inmortal, es sigilosa y fuerte. No tenías ninguna oportunidad.

El estruendo de los golpes de la pelea que se estaba llevando a cabo en el piso inferior, movía todos los cimientos. La mujer estaba asustada y nerviosa. Aidan la abrazó, intentando reconfortarla.

— ¿Por qué no me matas? —Le preguntó Irina, mientras se ponía en pie y se limpiaba la sangre de las heridas que tenía en la cara.

Estaba magullada, le dolía todo el cuerpo, y estaba más que segura de que tenía varios huesos rotos. El oscuro no estaba siendo delicado, precisamente. Su fuerza era muy superior, y si lo deseaba podría acabar con ella con suma facilidad. Pero estaba jugando. La estaba haciendo sufrir.

—Disfrutaré haciéndote pedazos. –Le respondió él.

Debes odiarme mucho.

Lo cierto es que tu presencia podría haber sido tolerable, hasta que te vi con tus sucias zarpas tocando el cuerpo de Katherina.

Sabía que sentías algo por esa mujer. —Le escupió ella con rencor.

Él se acercó más, muy despacio, con una mirada aterradora.

Un frío visceral la recorrió entera. Estaba en frente de la propia muerte, la suya.

No podía pensar, el pánico se apoderó de ella. Iba a morir.

Kaesios soltó una carcajada malvada.

¿Eso es todo Irina? Tanto hablar y no eres capaz ni de atacar. ¿Deseas tanto tu muerte que has venido a mi casa a buscarla?

No deseo morir, pero no soporto verte con otras.

El abrió los ojos, sorprendido.

—Entre tú y yo, nunca ha habido nada. Desde aquél día en el que casi matas a una pobre mujer inocente, pensando que era mi nueva amante, te dejé bien claro que jamás habría nada entre nosotros. No eres mi tipo. Demasiado débil, demasiado tonta, demasiado corriente.

El miedo en el cuerpo de la vampiresa, fue sustituido por odio y rabia.

— ¿Y acaso esa pequeña humana no es demasiado corriente? Yo la veo incluso vulgar.

Kaesios volvió a reír.

—Ella es mucho más que eso y tú, mi pequeña y despreciable criatura, no podrás llegarla ni a la suela de los zapatos. ¡Jamás!

No lo pensó, lo vio todo rojo, cogió la daga que llevaba escondida entre sus ropas y la lanzó contra Kaesios. Él se quedó quieto, debido a la sorpresa de ver como sobresalía de su cuerpo la empuñadura, mientras que Irina huía a través de la ventana rota y se internaba en la oscuridad de las calles.

Kaesios se quitó el arma del pecho y la observó durante unos segundos. Estaba manchada de sangre, pero su herida cicatrizaría en breve. ¡Menuda loca! Jamás volvería a sentirse seguro hasta que no acabara con ella. Se quedó mirando la ventana por la que ella había huido, sabía que si se daba prisa podría darle alcance, pero pensó que no merecía la pena el esfuerzo, hoy no había podido ser, pero llegaría el momento de acabar con ella y no tendría piedad.

Con toda la calma de la que era posible, se fue a su habitación, se lavó y se cambió de ropa. No deseaba preocupar a Katherina aún más. Cuando se vio presentable, entró en el dormitorio. Aidan la tenía entre sus brazos, pero ella se separó en cuanto lo vio entrar y corrió a sus brazos.

— ¿Estás bien? —Le preguntó asustada.

Pues claro, la duda ofende. ¿Con quién crees que estás viviendo? –La contestó y le guiñó un ojo.

El corazón de la muchacha se fue tranquilizando y recuperando su pulso normal, pero Kaesios la abrazó y la besó apasionadamente, por lo que su corazón comenzó a bombear alterado.

—Durante unos segundos tuve miedo de perderte. –Le confesó Kaesios. — Esa mujer está loca y no sabía cómo iba a reaccionar.

Ella sonrió.

—Pero estoy bien, gracias a ti.

No, gracias a mi es por lo que casi te matan. — La dijo mientras acariciaba las huellas de los dedos de Irina en el cuello de la mujer—Y no volverá a pasar.

Estoy bien, Kaesios. Un poco asustada, al principio, no lo voy a negar, pero en cuanto te vi entrar supe que nada malo me pasaría.

Tienes mucha fe en mí… —Le susurró.

Claro, eres el más fuerte de todos y el más poderoso, sé que jamás dejaras que nadie me haga daño…

Jamás lo permitiré. –La confesó, mientras que con lentitud se acercaba hasta ella y acariciaba sus dulces y suaves labios con los suyos

 

 

 

Irina avanzó por el pasillo de la mansión con parsimonia. Mirando con deliberada lentitud los mosaicos y adornos de las paredes. Todavía le dolía el cuerpo, pero las heridas estaban casi completamente cicatrizadas.

Baldur, permanecía sentado en su trono, observando los movimientos sinuosos de la vampiresa.

—Qué extraño Irina, verte por aquí, ¿acaso los Oscuros te han levantado el castigo?

Ella no le miró.

—Al parecer tengo una tregua, todo gracias a ti.

Oh… bien, bien. ¿Y qué te trae por aquí?

Los ojos de la vampiresa se clavaron en los de Baldur.

—Acabo de elegir bando.

El oscuro arqueó las cejas como gesto de sorpresa.

— ¿Y he de deducir que has elegido el mío?

Sí. –Le contestó mientras avanzaba hacia él con más rapidez.

¿Y qué te hace pensar que te aceptaré?

Necesitarás toda la ayuda posible, Baldur, para realizar todo aquello que te propones.

Baldur soltó una carcajada.

—Oh mi pequeña… en eso no te equivocas, pero tú no me sirves de mucho.

Los ojos de Irina cambiaron de color.

— ¿Qué quieres decir con eso?

El vampiro se puso en pie y bajó las escaleras muy despacio. Su porte, su altura y la fuerza de sus músculos, aterrorizaron a Irina.

— ¡Mírate niña! Eres una paria, una doña nadie, sin amigos, sin familia. Tu fuerza deja mucho que desear, al igual que tu inteligencia. No me sirves ni como espía, ni como luchadora, no veo en que me puedas ayudar…

Soy más fuerte que los humanos a los quieres someter. Y mi odio hacia ellos y hacia los de la raza es tan grande que puedo hacer cualquier cosa.

El vampiro se llevó la mano a la barbilla y la acarició lentamente, meditando.

—El odio es un arma poderosa… sobre todo si apuntas al objetivo indicado…

Kaesios…—murmuró Irina.

Los ojos del oscuros se iluminaron.

—Sí.

Yo sé cuál es su punto débil.

¿Kaesios, el Gran Kaesios tiene un punto débil?

Sí, lo tiene.

Baldur la miró fijamente, meditando con calma la posible decisión.

—Podemos intentarlo, Baldur. No pierdes nada y tal vez tengas algo que ganar… —Suplicó Irina. Su odio había crecido y la inundaba entera, necesitaba por todos los medios, vengarse de Kaesios, deseaba, ansiaba y rogaba, por ver la muerte del Oscuro, y Baldur era su única oportunidad para conseguirlo.

Tal vez…

 

 

 

Cornelius entró en la sala en la que estaban todos los antiguos reunidos. El murmullo que se escuchaba al entrar, se paró de golpe en cuanto lo vieron.

Se acercó con lentitud al lugar que ocupaba y se sentó.

— ¿Y bien? –Preguntó ansioso uno de los presentes.

Muchos de vosotros no apoyabais mi decisión de ayudar a Baldur a someter a los humanos. –Comenzó diciendo  Cornelius— He meditado seriamente la situación, las posibles consecuencias. He pedido consejo a la Suma Sacerdotisa, me ha escuchado y me ha mostrado lo que debía ser visto. Nuestra situación ha cambiado. Iremos a la guerra. Sí. Pero lo haremos en el bando correcto y si morimos, lo haremos defendiendo aquello que nos hace superiores a los demás, el honor, el valor y la lealtad.

Los ancianos vitorearon a su líder.

—Hoy, el clan de los Bárbaros volverá a ser el que era, los enemigos nos temerán y los aliados nos respetarán. Hoy, nuestro honor será reparado. Lucharemos, hermanos. ¡Iremos a la guerra y aniquilaremos a Baldur, nuestro enemigo!

Ario sonrió. Estaba en la calle, con el resto de hombres y mujeres que componían el clan. Las nuevas lo animaban y hacía que su sangre de guerrero hirviera ansiosa por una buena batalla. Miró a su alrededor. Los gritos de alegría se escuchaban en toda la aldea. El clan de los Bárbaros volvía a la guerra y esta vez… ganarían…

 

 

 

Onuris miró una última vez a su hijo Hersir. Seguía en la misma postura, mirando por la ventana hacia el jardín. Apenas se movía.

Amaba a sus hijos, a los tres. La pérdida de Karina fue casi insuperable. Temió por su cordura, tal era la devoción que la procesaba. Pensar en ella le partía el corazón. Había pensado seriamente llevarse a Aidan con él, enseñarle y ayudarle. Sabía que Kaesios tenía un temperamento difícil y solía ser retraído y callado. Pero confiaba en él y Karina también.

De todas formas, él ya estaba bastante mayor para comenzar de nuevo con un neófito fogoso y sediento.

Hersir seguía sin moverse. No podía soportar el odio que mantenían tan vivo, él y Kaesios. Había intentado por todos los medios que superaran ese rencor, pero todo fue en vano. Ni siquiera la adorada Karina pudo.

Pero los tiempos cambian y al final uno vuelve al principio. Tal vez esta guerra fuera el catalizador que propiciara un acercamiento entre ambos. Durante el viaje con Lyris se habían comportado bastante bien…

Hersir miraba por la ventana, pero no veía nada. Su mente trabajaba a toda velocidad, planeando, descartando, tramando posibles movimientos para derrotar a Baldur antes de que se perdieran más vidas de manera innecesaria. Unos pétalos de rosa volaron arrastrados por el viento y atrajeron su mirada. Un recuerdo doloroso le atravesó el alma.

“Su risa cantarina se podía escuchar desde la entrada. Su corazón se aceleró y sintió la terrible necesidad de tocarla. No podía, por supuesto. Si lo hacía la mujer acabaría siendo el hazmerreír de todo el mundo. Una perdida. Porque si osabas tocar a una mujer, debías tener en mente la posibilidad del casamiento y eso, él, no podía permitírselo. Sin embargo disfrutaba de la compañía de Shamira.

Su maravillosa piel tostada y sus enormes ojos negros se le clavaban en el pensamiento. No podía olvidarla, ni de noche ni de día, tal era su obsesión. Sabía que no debía, sabía que estaba mal, pero no podía evitar verla, escuchar su voz, respirar su aroma…

Hola Shamira.

Ella se giró lentamente. El sol iluminaba su rostro y sus ojos brillaban de emoción.

—Hola Hersir. Que placer volver a verte tan pronto.

No sé qué me pasa, pero no puedo permanecer mucho tiempo lejos de ti.

Ella volvió a reír.

—Te he traído un presente. —Le dijo tímidamente mientras le ofrecía un bonito ramo de flores.

Ella las cogió agradecida, se las acercó al rostro y las olió.

—Son muy hermosas, pero no debiste molestarte.

No es ninguna molestia.

Ven. Siéntate. –le dijo mientras le mostraba un asiento frente a ella.

Él la contemplaba extasiado. No necesitaba nada más. Solo estar ahí, junto a ella y mirarla, nada más.

—Shamira, pronto deberé partir.

Ella alzó la vista del ramo que tenía en su regazo y fijó sus fantásticos ojos oscuros en los de Hersir.

— ¿A dónde?

A mi tierra.

Hizo un mohín de disgusto.

—Mi padre ya está terminando de revisar la biblioteca, no le queda mucho y después mis hermanos y yo, partiremos.

Shamira tenía la cara agachada, para no mostrar su dolor.

—Te pediría que vinieras conmigo…—los ojos esperanzadores de la mujer le observaron animados— pero eso supondría no volver a ver a tu familia.

— ¿No volvería a verlos? –Preguntó preocupada.

No.

— ¿Jamás?

Jamás.

Ella volvió a mirar el suelo. Sintió como un puñal le había atravesado el pecho. No podía abandonar a su familia, ¿Cómo iba a explicarles la situación? Pero le gustaba estar con Hersir… y con Kaesios, solo que éste último no le había propuesto nada en absoluto.

—No lo entiendo…

Shamira, nuestro país está muy lejos, no podemos volver aquí, el viaje es largo y peligroso… y hay otros motivos…

— ¿Otros motivos? ¿Cuáles?

— ¿Vas a decírselos, Hersir?

La voz profunda de Kaesios inundó el jardín.

— ¿Qué haces aquí? –Le preguntó enfadado.

Evitar que comentas una locura.

— ¡No te metas en mis asuntos!

No olvides que no son solo tuyos. ¿En serio Hersir? Cuándo le contarás la verdad. ¡Contesta!

— ¡Vete! ¡Largo de aquí! ¡No necesito tus consejos!

Hersir, escucha…

— ¡Vete, te digo!

Kaesios miró a su colérico hermano. Hersir había perdido el norte. No podía convertir a Shamira, lo tenía prohibido, ¿Qué pensaba hacer con ella?

Se acercó un paso más a él y le susurró.

— ¿Crees que aceptará la verdad?

La mirada fría y dura de Hersir se clavó en los ojos de su hermano y después en los de Shamira, que al verlos dio un paso atrás, asustada.

—Mírala, hermano. No está preparada. Jamás lo estará.

Vete…

Kaesios suspiró y se marchó, dejando solos a la pareja y confiando en que su hermano supiera lo que estaba haciendo.

Pero Hersir no sabía lo que estaba haciendo, no sabía nada de nada. Solo tenía la sensación de que su vida no le pertenecía si Shamira no estaba junto a él. Pero ella era una flor delicada, criada con esmero y cuidado, en el seno de una familia cariñosa y protectora. ¿Cómo le diría que debía morir para estar junto a él? ¿Cómo iba a aceptar convertirse en un ser diabólico y malvado que se alimenta de la sangre de los hombres?

Kaesios tenía razón, ella no estaba preparada, y aunque lograra convencerla, si la convertía solo propiciaría la muerte de ambos, pues no tenía permitido convertir a nadie por su corta “edad”. El castigo por desobedecer esa ley era la muerte del que convierte y del convertido.

Una suave brisa rozó los hermosos cabellos de Shamira

y unos pétalos se desprendieron de las flores y flotaron a su alrededor.

Hersir la miró una última vez y sin decir nada se marchó.

Shamira se quedó quieta viéndolo marchar. Sabía que los hermanos no eran los típicos hombres, su belleza y fuerza no tenían igual. Pero a ella le gustaban, los dos. Tenía que descubrir que era lo que ocultaban y aquello que les impedía estar juntos.”

¡Hersir!

La voz de Onuris le devolvió a la realidad. A él le gustaba ser un Oscuro, disfrutaba del poder que poseía, de su visión, oídos y fuerza extraordinarios, de todos sus talentos, pero si algo odiaba era su perfecta memoria. Recordaba con precisión, todos y cada uno de sus días y eso suponía revivir una y otra vez el mismo dolor. Superarlo era un reto, un reto que debía enfrentar a diario.

—Dime

¿No me estabas escuchando?

Lo siento— Dijo mientras se giraba y quedaba frente a su padre.

Onuris no aparentaba más de veinticinco años, era alto, moreno y apuesto. Su belleza exótica era envidiada por los vampiros más comunes, y a veces, esta apariencia aniñada y hermosa hacía olvidar que Onuris poseía una mente viva y trabajadora, era muy inteligente y su fuerza era muy superior a la de la mayoría de los Oscuros, debido a sus milenios de edad.

Onuris siempre fue un “padre” comprensivo y paciente. Los educó con esmero y con el máximo cariño que uno de la raza  puede llegar a sentir por un igual.

Siempre permaneció a su lado, aunque no estuvieran juntos, Onuris sabía todo de ellos, de los tres, dónde estaban, qué hacían y con quién. Karina y Kaesios se lo ponían fácil, siempre estaban juntos, pero él era la oveja negra de la familia. Su padre pasó más tiempo a su lado por eso mismo, para ayudarle a superar y controlar sus defectos y su carácter.

Cuando Karina murió, Onuris se hundió en un vacío de dolor y desesperación, desapareciendo de la circulación, buscando refugio en su soledad y poder así aceptar la pérdida de un ser tan amado.

Y es que amar a Karina era tremendamente fácil. Siempre tenía una sonrisa en sus labios, palabras de ánimo y aunque fuera muy extraño, adoraba el contacto físico. La encantaba abrazarlos y tocarlos, sobre todo cuando notaba que alguno de ellos podía no encontrarse bien. Tenía un don extraordinario para detectar cuando sus estados de ánimo eran más oscuros de lo común, cuando se encontraban tristes o melancólicos, era entonces cuando ella cobraba vida, su espíritu sanador aumentaba y parecía flotar alrededor de ellos, no paraba hasta que no lograba que olvidaran sus problemas y rompieran a reír… era tan maravillosa… su pérdida fue terrible para los tres, algo que aún, después de tantos años, no se había superado y sus corazones sangraban por ella.

—No te preocupes, supongo que con todo lo que está pasando tendrás muchas cosas en la cabeza.

Lo cierto es que meditaba en la mejor forma para poder vencer a Baldur. Debe tener un punto débil, todos tenemos alguno…

Baldur es distinto, supongo que tendrá su talón de Aquiles, pero su odio y su falta de humanidad está más marcada que en la mayoría, por lo que le hace más poderoso.

Sí… tienes razón… pero si no encontramos un punto débil, debemos buscar la mejor forma de derrotarlo y creo que no hay otra que el enfrentamiento.

Cierto, pero para ello aún debemos hacer alguna cosa más…

¿Sí? ¿Cómo cuál?

Debemos debilitarlo, al máximo. Despojarle de todas sus armas y obligarlo a luchar cara a cara, no tras sus ejércitos. –Dijo Onuris.

Sí… y para ello debemos trazar un plan… —contestó

Hersir con un brillo malvado en sus hermosos ojos. No había nada más vigorizare que tramar la mejor forma de hundir al enemigo.

 

La deuda
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