CAPÍTULO 14
—¿Crees que me gustará la ciudad?
Después de despertarse entre sus brazos, Katherina se había sonrojado hasta las puntas de cabello, se había incorporado con tanta rapidez que casi se marea. A Kaesios le pareció de lo más gracioso. Sin embargo a ella la sumió en un tenso silencio hasta casi llegar a su destino.
—Creo que sí. Es un lugar interesante, lleno a rebosar de gente, de casas, de tiendas… estoy seguro de que disfrutarás caminando por sus calles. Aunque debes tener muy presente que jamás debes salir de la casa si no vas acompañada por mí. ¿Has entendido? Jamás.
Katherina le miró. Él parecía distraído observando el paisaje a través de la ventana. Le hizo la advertencia sin mirarla siquiera, pero ella sabía que él estaba atento a cada uno de sus gestos, de sus respiraciones.
—Tienes mi palabra.
Él dejó de mirar la calle para fijar sus ojos azules en ella. No dijo nada, simplemente se quedó ahí, mirándola, ella se volvió a sonrojar.
Kaesios no se pudo controlar. Se acercó más y le tocó la cara con sus fríos dedos.
—Me encanta cuando te sonrojas, eres un ser adorable.
Katherina dejó de respirar. Sus palabras calaban hondo en su pecho. Sus miradas se encontraron, la de él tan azul y clara como el cielo en un hermoso día de verano, la de ella verde y brillante como las hojas de los árboles, húmedas del rocío en la mañana.
El coche se detuvo. Ya habían llegado.
Kaesios la miró una última vez y se levantó para abrir la puerta y ayudarla a bajar.
En la puerta de la casa, Aidan les esperaba.
—Espero que el viaje haya sido agradable –le dijo a Katherina a modo de saludo.
—Oh… muy agradable, me la he pasado la mayor parte dormida –y le sonrió.
Él correspondió a su sonrisa.
—Ven, te mostraré tus aposentos.
La casa de Kaesios en la ciudad era muy grande. Estaba construida con una fachada de piedra oscura, y por dentro, los techos eran muy altos, suntuoso mobiliario y muchas pinturas decorando las paredes. La escalera principal era de mármol blanco.
Katherina no podía dejar de mirar todo lo que la rodeaba. Tanta belleza y esplendor la conmocionaba. Ella siempre había vivido rodeada de comodidad, pero jamás pensó poder vivir en un lugar así.
Aidan le enseñó su habitación. Una sala enorme, y en el centro una hermosa cama con dosel y sábanas de seda. El techo estaba pintado con dibujos que representaban el cielo y un montón de ángeles volando entre las nubes.
—Espero que estés cómoda aquí…
—Creo que no podría estar mejor en ningún otro lado, Aidan. Muchas gracias por tu amabilidad.
—No debes dármelas Katherina, es mi obligación.
Sin decir más salió de la habitación y cerró la puerta tras él.
La muchacha se quedó mirando la puerta un poco aturdida, ¿Por qué Aidan, que siempre había sido tan amable con ella, se comportaba de una manera tan fría? ¿Acaso había dicho o hecho algo que lo hubiera molestado? Tendría que hablar con él. Pero ni la cara larga de Aidan sería capaz de estropear ese maravilloso momento.
Estaba en Órion, la ciudad más grande y cosmopolita de la zona norte. Jamás ni en sus mejores sueños, ella pudo verse en aquél lugar, solo visitado por personas pudientes y poderosas.
Se acercó a una puerta que estaba a la derecha y encontró una sala de baño de mármol, con sanitarios suaves y brillantes. Se lavó y se preparó para bajar, por nada del mundo iba a perder ni un solo segundo de su estancia allí, a saber cuándo podría volver…
Se puso un vestido de seda verde esmeralda, con un precioso ribete dorado y unos zapatitos haciendo juego. Se peinó con esmero y bajó lo más deprisa que pudo las escaleras.
Abajo vio una puerta que permanecía abierta y sin pensárselo, entró. Se encontró con un Kaesios pensativo. También se había lavado y cambiado. Llevaba el pelo mojado y revuelto, a Katherina le encantaba verlo así, parecía tan despreocupado, daba la sensación de ser un hombre de lo más normal, muy guapo, eso sí, pero de lo más normal.
—Hola Katherina, ¿te gusta la habitación?
—Es preciosa, como toda la casa.
En los labios del Oscuro, asomó una sonrisa. Ahora sí que estaba irresistible.
— ¿Estás lista para salir o te encuentras cansada?
—Estoy más que preparada.
Kaesios se acercó hasta ella, muy despacio, sin dejar de mirarla, con esa forma suya de caminar, ágil y felina. Ante su escrutinio, Katherina se sonrojó y él le acarició la cara suavemente.
—Estás muy hermosa, creo que si sales así vestida, voy a tener problemas…
— ¿Eh?
Kaesios rompió a reír al verle la cara. Estaba tan adorable con su rostro contrariado…
Le ofreció la mano y ella la aceptó.
—Venga, vamos, primero daremos un paseo por los alrededores. Ya habrá tiempo de ir al centro. ¿Te parece bien?
Ella sonrió pícaramente.
—Me parece perfecto.
Aidan observó desde la ventana de su habitación, como Katherina salía de la casa, del brazo de Kaesios. Tuvo un mal presentimiento. Sin duda la mortal significaba para él algo más que un simple pago, algo con lo que saldar una deuda. No. Los sentimientos del Oscuro iban más allá sin duda, y eso no era algo bueno, no para Kaesios al menos. Corrían tiempos peligrosos, si alguien descubría los sentimientos del vampiro hacia la mujer tendrían en la mano una baza muy poderosa para eliminar al inmortal. Eso supondría más trabajo para él, porque por nada del mundo permitiría que eliminasen a la única familia que le quedaba.
Katherina estaba entusiasmada, no paraba de hablar.
— ¿Y ese monumento de allí?
—Pues, si no recuerdo mal, tiene al menos 820 años.
— ¿En serio?
—Sí, fue construido en conmemoración por el final de la última gran guerra.
— ¿Tú estabas aquí?
—No, en aquellos tiempos yo andaba por ahí, viajando junto a Karina, conociendo mundo…
—Karina… Aidan me dijo que ella era su madre.
—Algo así…
—Me contó que había muerto, pero no quiso decirme más.
—Es un asunto doloroso, tanto para él como para mí.
—Lo siento, no quise ser grosera ni entrometida.
—Entiendo que eres muy curiosa. –le dijo él cálidamente.
—Mi padre solía decir que mi curiosidad acabaría con él y probablemente, conmigo.
—Le entiendo.
— ¿Eh? –preguntó algo enfadada.
—No he parado de contestar preguntas desde que salimos de la fortaleza.
—Disculpe señor, no era mi intención agobiarle tanto, desde ahora seré un perfecta y silenciosa señorita…
Kaesios la miró sorprendido, ella lucía una graciosa cara enfadada.
—No os pongáis así, bella dama, podéis preguntar tanto como deseéis, yo decidiré cuáles preguntas responderé y cuáles no…
Katherina le miró fijamente y él le guiñó un ojo. La muchacha se quedó pasmada ante este gesto tan juguetón y Kaesios no pudo evitar sonreír al ver la cara de sorpresa que ponía.
Kaesios se quedó quieto durante unos segundos. Sintió una presencia vigilando. Su instinto le puso alerta, algo no iba bien y tenía que sacar a la mujer de la calle en ese mismo instante…
—Katherina, es hora de cenar, ¿no tienes apetito?
— ¿Estás seguro?
—Completamente.
Kaesios y Aidan estaban solos en la sala. Como siempre el Oscuro de más edad, continuaba asomado a la ventana, mirando fijamente las brillantes estrellas.
—No es extraño, todos hemos sido convocados, seguro que algún Oscuro que paseaba por la calle, te reconoció.
—Puede ser.
—Kaesios, esta noche tengo muchas cosas que hacer, no vendré hasta mañana. Intentaré tener todo preparado para la reunión del consejo.
—Aidan, no debes esforzarte tanto, lo que tenga que ser, será…
El muchacho suspiró.
—Bueno, de todas formas, creo que estoy mucho mejor ocupado en algo.
—Ya… te entiendo… ve entonces. Mañana te veré.
Kaesios se quedó a solas con sus pensamientos. Sin duda la ciudad comenzaría a llenarse de miembros del clan, venidos desde los cuatro puntos cardinales del planeta. Entre su raza, imperaba la convivencia en paz, al menos de cara a la galería, después, cuando nadie les veía, saldaban sus cuentas. Por lo que, durante aquella semana, se vería las caras, criaturas de todas las culturas y condición, unos se toleraban y otros, simplemente se odiaban, pero sin duda, en Órion, los vampiros vivirían en paz.
Los pasos de Katherina le devolvieron al momento actual, pero no dejó de mirar las estrellas que brillaban con una fuerza inusual.
—Hola Katherina.
—Kaesios…
Ella se acercó hasta él. El aroma a rosas de su nuevo perfume inundó toda la sala. Llevaba el pelo suelto y un bonito vestido de seda rosa pálido.
— ¿Qué miras con tanto interés?
Él se apartó un poco para dejarla espacio en la ventana.
—Lo brillante y hermosas que están las estrellas.
Katherina se asomó y pegó su pequeña naricilla al cristal.
— ¡Oh! Sí que están hermosas.
—No tanto como tú.
La mujer apartó la mirada de la ventana para fijarla en el rostro del Oscuro. Él mostraba su habitual porte serio.
Kaesios alzó los dedos lentamente y le acarició el rostro. Le encantaba sentir el calor de la chica, le hacía sentirse más humano, más mortal. Ella se ruborizó y él no pudo evitar besarla. Sus labios, tan cálidos, lo recibieron con pasión.
Un suspiro ahogado brotó de la boca de la muchacha. Kaesios, a punto de perder el control, la abrazó fuertemente, sintiendo como el cuerpo femenino se acoplaba a la perfección al suyo. La alzó y sin dejar de besarla la llevó hasta el diván, donde la recostó con delicadeza. Ella no dijo nada, simplemente se limitó abrazar al hombre por el cuello y acariciarle el pelo suavemente. Notó el fuerte y duro cuerpo de Kaesios sobre el suyo, pero no le pesaba, pues él se apoyaba en sus brazos.
Comenzó a besarla en la mejilla, miles de besos esparcidos por esa piel tan suave, continuando hacia el mentón que mordisqueó dulcemente. Ella suspiró abrazándole más fuerte. Kaesios creía que iba a explotar sintiendo los suaves movimientos del delicado cuerpo de la mujer bajo el suyo. La miró fijamente a los ojos, ella les mantenía cerrados, disfrutando de cada roce, de cada beso.
—Mírame –le ordenó en un susurro.
Ella abrió lentamente los ojos y se encontró con la mirada de fuego de Kaesios. Los ojos del Oscuro ya no eran azules, sino grises y un aro de rojo intenso crecía en el exterior del iris, moviéndose hacia la pupila, como si de tinta roja diluida en agua se tratara. Pero Katherina no se asustó, le miró con curiosidad. Ese era Kaesios, un ser de la noche, un inmortal. Alzó su pequeña mano y le tocó la cara.
—Eres hermoso… —atinó a decir.
Kaesios no pudo soportarlo más y comenzó a besarla de nuevo. Le subió el vestido hasta las caderas y con sus dedos fríos le acariciaba desde el tobillo hasta el muslo. Katherina creyó desfallecer. Nadie le había tocado así jamás, y sin embargo le parecía totalmente natural.
Un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Tenía que tocarlo, necesitaba tocarlo. Así que metió sus manos entre la camisa del hombre. Se topó con un cuerpo duro y la excitó aún más sentir en sus manos como se movían los músculos del Oscuro cada vez que hacía un movimiento con su cuerpo.
No lo podría soportar. Estaba segura de que moriría aquella noche.
Kaesios continuó besándola, primero el lóbulo de la oreja, y luego continuó por el cuello, moviendo en círculos su lengua por la sensible piel.
Pero se detuvo en el acto, cuando sus labios se encontraron con una vena que palpitaba al ritmo del alocado corazón de Katherina. Los movimientos de la sangre fluyendo le hicieron perder la locura y sus colmillos crecieron, sedientos y ansiosos. Durante unos segundos creyó que iba a perder el control… posó en aquel lugar sus labios, notando la prueba viviente de la más absoluta y terrible realidad.
Se incorporó tan deprisa que Katherina durante unos instantes no supo lo que había sucedido. Intentó tranquilizarse al notar el frío que se apoderó de su cuerpo producido por la ausencia de Kaesios. Lentamente se incorporó en el diván. Al otro extremo, sentado con los codos apoyados en las rodillas y las manos frotando salvajemente su cara y su pelo, estaba Kaesios.
— ¿Qué… qué sucede?
Él la miró salvajemente. Sus ojos volvían a ser de su color habitual.
—Nada —dijo, y se levantó.
—Kaesios… ¿He hecho algo mal? Es la primera vez… y bueno… tal vez…
— ¡No! No, tú no has hecho nada malo, mi dulce, he sido yo. Todo es culpa mía, nunca debí… —se quedó mirando a la muchacha sin poder decir nada más.
—Nunca debiste ¿Qué? — Preguntó ella impaciente.
Kaesios suspiró frustrado.
—Nada, es mejor que olvidemos lo que ha ocurrido aquí.
— ¿Qué lo olvidemos?
—Sí, será lo mejor, para ti y para mí.
—Pero… pero yo no quiero olvidarle. Kaesios, yo…
—¡Olvídalo! –le gritó él. Ella se encogió al oír el tono de voz que utilizó el Oscuro— No te hagas más daño a ti misma,
Katherina. No soy un hombre, no puedo darte lo que anhelas, jamás podré ofrecerte más que dolor y muerte.
La miró una última vez y desapareció, dejándola completamente sola.
Katherina se sintió morir. Los ojos se le llenaron de lágrimas. No podía quedarse ahí, no en esa habitación, donde había pasado unos momentos tan intensos junto a un Oscuro.
Salió corriendo del salón y se dirigió hacia su dormitorio, una vez allí, dio rienda suelta a su dolor. Se tiró sobre la cama y comenzó a llorar. Nunca en la vida se había sentido tan triste. ¿Qué lo olvidase? Por una vez se había sentido deseada, amada. Cada roce que el Oscuro había hecho en su cuerpo, se le había quedado marcada a fuego en la piel, ¿cómo se supone que lo iba a olvidar?