CAPÍTULO 23

 

 

 

 

 

Katherina —suplicó—, por favor, detenme, ahora.

La mujer no contestó, solo le miró. Sentía el cuerpo del oscuro sobre ella, aunque no le pesaba, no podía dejar de adorar las grandes manos del hombre acariciando suavemente su rostro.

No.

No podía detenerlo, ni aunque lo deseara podría.

—Katherina, lo que estamos haciendo es una locura. Tú lo sabes… —le dijo mientras apoyaba su frente en la de ella y cerraba los ojos.

Entonces, ¿por qué lo haces?

Suspiró frustrado.

—No puedo evitarlo.

Yo tampoco.

Él se apartó un poco. Lo suficiente para poder mirarla.

—Jamás te haría daño, ¿lo sabes verdad?

Sí, lo sé.

No podemos estar juntos, soy consciente de eso… sin embargo no puedo dejar de desearte, no te vas de mi pensamiento ni un solo instante.

En un parpadeo se había movido y ahora estaba sobre ella, con las piernas a ambos lados de los muslos de la mujer, puso las manos al lado de la cabeza de Katherina y acercó su rostro al de ella.

—Estoy sintiendo cosas que creí muertas. Tú las has resucitado. Has cambiado mi mundo, mi forma de pensar y mi manera de ver las cosas. Te has convertido en el centro de mi universo. Si tú no estás a mi lado, me siento incompleto… vacío… Katherina, ¿qué me has hecho?

Acarició los labios de la muchacha con su lengua y ella suspiró. No era capaz de pronunciar palabra, su corazón latía con fuerza y rapidez y la sangre se agitaba en sus venas. Notaba las piernas de él tocando sus muslos y le subió aún más la temperatura.

De sus labios se escapó un gemido que se clavó en el corazón del Oscuro.

Katherina…—murmuró— pídeme que me detenga… te lo suplico. Jamás podría hacer algo que no desearas, aunque eso sea mi condena. Pídeme que me detenga.

No puedo Kaesios, no puedo porque te deseo.

No sabes lo que dices, no entiendes la repercusión de nuestros actos…

No soy una niña, sé muy bien lo que estamos a punto de hacer y aceptaré las consecuencias de mis actos. No deseo otra cosa Kaesios, más que ser tuya, para siempre.

Inconsciente… —le murmuró en los labios y después la besó con pasión.

Katherina dejó de pensar y se concentró en las mil sensaciones que estaba experimentando. Kaesios la desabrochó el vestido con rapidez y se lo quitó por la cabeza, dejándola solo con la camisa interior. Una tela que mostraba más de lo que tapaba y Kaesios pensó que perdería el sentido.

Ella también deseaba tocarlo, así que tiró de su camisa para poder quitársela, el oscuro sonrió y se quitó él mismo la prenda, quedando medio desnudo ante ella. La mujer se maravilló al comprobar la perfección del cuerpo masculino. Él seguía sentado a horcajadas, ella alzó las manos y acarició los duros músculos del vampiro, desde el pecho hasta la cintura del pantalón.

Cuando creyó que no podría seguir soportando la tortura de notar los suaves dedos de la mujer deslizándose por su cuerpo, volvió a besarla y con sus piernas separó las de ella, quedando expuesta y a su merced.

Aunque la tela de la camisa interior era fina, a Kaesios le molestaba, necesitaba sentirla entera, piel contra piel. Sin darse cuenta la rasgó y se la arrancó del cuerpo sin separar los labios de ambos.

El frenesí se apoderó de los dos.

El cuerpo de la mujer quedó completamente desnudo ante él y se detuvo unos instantes para poder admirarlo como se merecía. Era la mujer más hermosa que había visto.

Sus pechos redondos y plenos, llamaron especialmente su atención, no pudo evitarlo y acarició un pezón con su lengua. Ante el dulce contacto, Katherina se estremeció. Sus manos acariciaban y sus labios besaban todas las partes que estaban a su alcance. Deslizó las manos con delicadeza por el interior del muslo y acabó acariciando el dulce botón que se escondía entre los pliegues femeninos más íntimos. Ella estaba húmeda y lista para él.

Terminó de desnudarse a toda velocidad y volvió a ocupar su lugar, junto a ella, adentrándose poco a poco en su cuerpo. Enseguida se topó con la barrera de su virginidad. Sabía que esto la causaría dolor, quería evitarlo, pero llegados a este punto no se veía capaz de dar marcha atrás. Comenzó a moverse lentamente mientras su boca se apoderó de la de ella. Acarició con sus dedos el pezón y notó como la mujer se adaptaba poco a poco a él.

Lo siento, mi amor, pero creo que esto te dolerá. Pero prometo que será la única vez. –Le susurró al oído.

Después empujó con fuerza y rompió la fina membrana que los separaba, ella se arqueó de dolor durante unos segundos y él no se movió. Dejó que ella se volviera a relajar y su cuerpo se adaptara completamente a su miembro. Mientras, comenzó a repartir besos amorosos por su cuello y se recreó en el hueco de su clavícula.

Katherina se relajó y le acarició la espalda.

El Oscuro comenzó a moverse lentamente, iniciando así una dulce tortura que los atrapó a ambos. Sus cuerpos ahora eran uno solo. El fuego los consumía.

Kaesios aumentó la velocidad mientras aumentaban los gemidos de la mujer. Ella se arqueó y se apretó aún más a él mientras sentía como el calor se apoderaba de todo su cuerpo y la partía en mil pedazos. Kaesios absorbió con su boca los dulces gritos de pasión de la mujer y después se rindió a la liberación que tanto ansiaba, convirtiéndose en la primera vez que había sentido algo más que simple placer físico y había traspasado el umbral. Eso le dio miedo.

Kaesios el oscuro, el poderoso, sentía miedo al comprobar que era capaz de experimentar sensaciones más allá de las físicas.

Apoyó su cabeza en el cuello de la mujer y respiró el agradable aroma que desprendía el cabello.

Acababa de cometer la mayor de las locuras, sin embargo no se arrepentía. Jamás podría arrepentirse.

La amaba.

 

 

 

Cuando llegaron a casa, Aidan les esperaba en el comedor, listo para la cena.

¿De dónde venís?

La he llevado a la cascada y hemos pasado la tarde allí.

¿Te ha gustado, Katherina?

Oh… si, es el lugar más hermoso que he visto jamás. Pero estoy cansada, voy a darme un baño y bajo a cenar.

Muy bien –contestó Aidan, que notó algo raro en el ambiente. No sabía muy bien qué, pero algo había cambiado.

Kaesios la observó subir las escaleras. Deseaba con todas sus fuerzas subir con ella y ayudarla a darse ese maravilloso baño. Fantaseó con esa idea durante unos instantes.

— ¿Se puede saber qué te pasa? –le preguntó Aidan algo molesto.

¿A mí? Nada, ¿por qué?

Te has quedado embelesando mirando las escaleras. Estás de lo más raro.

Kaesios lo miró y sonrió.

—Tal vez, si tú lo dices… yo también voy a cambiarme para la cena.

Y sin decir nada más subió las escaleras con más velocidad de la necesaria.

 

 

 

Los tres se sentaron en la mesa del comedor y Kaesios ordenó que comenzaran a servir. Katherina estaba muy hermosa. Llevaba el pelo suelto, las mejillas sonrojadas y una sonrisa constante en sus labios.

Aidan sacó conversación, intentando que le prestaran algo de atención. No era tonto y sabía que entre ellos había pasado algo, solo hacía falta observar la forma en la que se miraban, sonreían y ella se sonrojaba.

El mayordomo entró en el salón y le presentó a Kaesios un sobre en una bandeja de plata.

El Oscuro miró la misiva con cierta desconfianza, pero la cogió y observó el lacre del sello, pertenecía a Onuris.

Qué extraño… —murmuró.

¿Qué sucede? — Preguntó Aidan.

Onuris me envía un mensaje, más bien, nos envía un mensaje, pone para Kaesios, Aidan y acompañantes…

Pues ábrela y a ver que quiere. –Sugirió el vampiro joven.

Kaesios no se  hizo esperar, rompió el lacre y sacó la nota escrita a mano.

Sus ojos se abrieron desmesuradamente.

¿Qué? –Le preguntó ansioso Aidan— ¿Qué dice?

Dice que estamos invitados a una boda.

¿Una boda? ¿De quién?

Kaesios le miró a los ojos mientras le decía.

—No me vas a creer.

Habla, no puedes dejarnos así.

De Hersir.

¿Hersir? –Su sorpresa era máxima— ¿Me tomas el pelo?

Toma –le dijo mientras le tendía la nota—, léelo tú mismo.

Por todas las estrellas del firmamento ¡Es cierto! Nos invitan a la boda de Hersir. ¿Vamos a ir?

Por supuesto, Aidan. No me lo perdería por nada del mundo.

“Miró el cielo oscuro y se fijó en el brillo intenso de las estrellas. Debía hacer lo correcto, pero no sabía si sería capaz. Shamira debía seguir con vida, no podía permitir que Hersir la convirtiera. Se adentró calle abajo y esperó. La noche era su aliada.

Había dejado a Onuris explicando de la forma más clara posible las consecuencias de seguir con esa locura a Hersir, pero él sabía que su hermano ya había tomado una decisión. No podía permitírselo. Respiró el aroma que traía la brisa y reconoció el perfume de rosas de Shamira. Ella se estaba acercando. ¿Qué locura le había llevado a Hersir a actuar así?

Se fundió más con las sombras y observó a la joven pasar junto a él. Iba tapada entera por una capa y se movía con rapidez y nerviosismo. Kaesios la siguió hasta el lugar indicado para la reunión clandestina.

—Hersir…—lo llamó ella con un tono de voz bajo.

Sí, estoy aquí Shamira –dijo el oscuro mientras salía de su escondite y se acercaba a ella. –Me alegra que hayas decidido venir.

Tengo que saber qué sucede Hersir. Esto no es muy normal, no logro entenderte.

Yo no soy muy normal, pero sé que te quiero y que deseo estar contigo, a tu lado el resto de mi vida.

Ella sonrió y se acercó más a él.

— ¿Qué era aquello tan importante que tenías que decirme?

Al amanecer partiremos.

— ¿Tan pronto?

Me temo que sí. La pregunta ahora es si tú estás dispuesta a venir conmigo. Para siempre.

Hersir… esto es muy precipitado…

— ¿Pero tú me amas?

Ella suspiró y lo miró.

—Creo que sí.

— ¿Crees? ¿No estás segura?

No sé lo que siento, porque es nuevo para mí. Nunca antes había experimentado esto por nadie más, pero no sé si es amor.

Él cogió las manos de la mujer y se las llevó hasta los labios, posando en cada una de ellas un casto beso.

—Yo sí sé lo que siento, Shamira. ¿Te vendrías conmigo? Juro cuidarte y protegerte siempre. Juro que jamás te abandonaré y que intentaré hacerte feliz cada día.

— ¿Lo juras?

Lo juro.

Se acercó más a ella y la besó dulcemente.

—Mi bella Shamira, eres la más brillante de las estrellas.

Ella se ruborizó y apoyó su cabeza en el pecho de Hersir.

—Una escena muy tierna –dijo Kaesios mientras salía de las sombras y se ponía frente a ellos.

— ¿Qué haces aquí? –le preguntó furioso Hersir.

— ¿Acaso no has escuchado nada de lo que te ha dicho Onuris? No podemos llevarla.

Este es mi problema, Kaesios, no el tuyo. Me hago responsable de mis actos.

— ¿En serio? ¿Te harás responsable de su muerte también? Porque eso es lo único que ella va a encontrar si continúas con esta locura.

— ¡Yo la protegeré!

— ¿De quién? ¿Del consejo? ¿De Agnus el juez? ¿De los de la raza? ¿De ti? ¿Dime hermano, de quién exactamente la piensas proteger?

Los ojos del Hersir comenzaron a cambiar de color y a pesar de la oscuridad reinante, Shamira se dio cuenta.

— ¿Qué te sucede?

Él se dio cuenta y los cerró de golpe, intentando calmarse.

—Si piensas incluirla en tu vida, debes ser justo y contarle dónde se está metiendo en realidad. Debe ser consciente antes de tomar una decisión. Si realmente la amas, se lo debes.

Hersir suspiró.

—O tal vez no estás tan seguro de su amor por ti. Tal vez piensas que si te conoce, como eres en verdad, te repudie y te tema.

Kaesios…

— ¿Qué está pasando? Hersir, me dijiste que me lo contarías todo. No entiendo nada, ¿qué ha querido decir? ¿Por qué no me lo explicas?

El silencio se apoderó de los tres. Hersir miraba a su hermano con odio.

— ¿Te ayudo, hermano? —le preguntó Kaesios mientras sus ojos cambiaban de color y los colmillos sobresalían entre sus labios.

— ¡No! —gritó Hersir.

Pero ya era tarde.

Kaesios se acercó hasta ellos y miró con intensidad a la mujer. Ella estaba aterrada.

Mírame, Shamira. Esto es lo que somos. Oscuros. Señores de la noche. Demonios. Tú elige el nombre que más te guste.

Ella se alejó un paso de él y cerró los ojos, pero Kaesios no estaba por la labor de ponérselo fácil.

Se acercó a ella y le sujetó la barbilla con sus dedos fríos. La mujer se estremeció.

Mírame... soy el que te salvó en la orilla del río, el que te visitaba frecuentemente en tu casa y te hacía reír. Mírame, Shamira. ¿Amas a Hersir, tanto como para ser uno de nosotros?

— ¡Suéltala! —gritó Hersir mientras le propició un empujón y Kaesios salió volando por los aires y se estampó contra un árbol.

Shamira no podía moverse. Estaba paralizada del miedo. Miraba con terror los ojos rojos de los hombres y la fuerza descomunal que parecían poseer. Kaesios se puso en pie como si nada y avanzó hacia ellos limpiándose despreocupado la túnica.

—No... —Murmuró la mujer— No puede ser.

Shamira. —la llamó Hersir, pero su voz sonó más a súplica y lamento.

No, Hersir. No te acerques a mí. —Le dijo mientras retrocedía.

— ¿Ves? Te dije que no estaba preparada.

— ¡Cállate! —Le gritó Hersir y la mujer se encogió— Tenía pensado decírselo de otro modo, para que no se asustara.

Pero eso no iba a suceder, Hersir. ¿No lo ves? Es una buena mujer, hermosa, bondadosa. Pero su educación la ha convertido en una persona sin capacidad de elección. ¿No te das cuenta? Jamás iría contigo, jamás abandonaría a su familia y menos si sabe lo que somos. Nos temen Hersir. Somos demonios para ellos. ¿No lo ves? —Le dijo mientras con su mano señalaba a la pobre Shamira que avanzaba hacia atrás aterrada.

— ¡Es por tu culpa! —Le gritó— Tú eres el culpable. Ella nos teme por tu culpa.

— ¿Por mi culpa? Más bien di que por la culpa de los humanos que temen aquello que no entienden. Yo no expandí los rumores y creencias sobre nuestra raza. Ella no te teme a ti, Hersir, teme lo que eres y eso es algo que no podemos cambiar.

Hersir volvió su rostro hacia su amada, pero lo que vio le dejó paralizado. Los ojos abiertos de par en par, transmitían pánico y también odio. Eso le dolió y lo dejo terriblemente afectado.

Ella se giró y se marchó corriendo. Hersir hizo la intención de ir tras ella, pero Kaesios le cogió por el brazo y se lo impidió.

—Déjala marchar, hermano. No podemos  hacer nada más.

Hersir se retiró del contactó con un movimiento violento y sus ojos rojos le miraron con un odio tan intenso que Kaesios pudo sentir cuchillos en su pecho.

—Estarás contento, esto es lo que querías desde el principio. Que no fuera mía. Eres tan egoísta que no podías soportar que me eligiera a mí, por eso preparaste esta pantomima. Nuestra raza es traicionera y nuestros sentimientos hacia los demás apenas existen, pero jamás pensé que tú me traicionaras de esta forma, Kaesios. Somos hermanos, pero eso poco te ha importado, has preferido hundirme en un dolor indescriptible a dejar que me eligiera a mí...

— ¿Eso es lo que piensas?

Ambos se miraron durante unos segundos. Después, Hersir desapareció de la vista, dejando a Kaesios solo y lleno de remordimientos.”

 

 

 

 

 

 

 

 

La deuda
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