CAPÍTULO 26

 

 

 

 

 

Kaesios se levantó y se preparó para un nuevo día. La experiencia vivida durante la cena “familiar” le había dejado algo tocado. Desde que Karina había muerto no había vuelto a sentir esa unión entre ellos, tanto con Hersir como con Onuris. La muerte de su hermana les había causado una herida que difícilmente podía ser curada, separándoles cada día un poco más. Sin embargo durante el tiempo que duró la cena volvió a experimentar esos momentos de unión, con risas, recuerdos y agradables charlas.

La esposa de Hersir era una mujer dulce y cariñosa, y se les notaba muy enamorados. Sintió un poco de envidia al verles juntos, no sabía si él podría vivir esa dicha. Claro que ahora tenía a Katherina y sabía que ella correspondía a ese amor, pero los separaba algo tan grande y profundo que no se veía capaz de poder sortear. La mortalidad de ella.

Él no se veía con fuerzas ni con el valor de pedirla que renunciara a su humanidad.

Se sorprendió a sí mismo, él, un ser egoísta y caprichoso anteponía sus deseos a la felicidad de su mujer. Jamás pensó que pudiera cambiar tanto. Bueno, para ser sincero, jamás pensó que pudiera amar tanto.

Bajó las escaleras con calma, supuso que Aidan estaría ya abajo y Katherina no tardaría en bajar, ya había oído movimiento en su habitación.

Entró en el comedor, estaba completamente solo. Se acercó hasta las ventanas y miró a través de ellas. El sol calentaba con fuerza y confería a las hojas y a las flores tonos únicos, brillantes y vivos.

Pensó en su hermano. Durante la cena le había visto feliz, siempre pendiente de su esposa, de sus necesidades. La tocaba y sus miradas eran ardientes y cargadas de sentimientos. Se alegró por él. Desde la muerte de Shamira su relación no había sido nada agradable. Estaban condenados a vivir juntos y a llevarse bien, pero el rencor y la culpa estaban presentes todos los días. Y ahora Hersir parecía haber superado aquél terrible acontecimiento y sus ojos brillaban con la chispa de la vida y de la ilusión.

Suspiró contento. Onuris estaría por fin en paz sabiendo que sus hijos habían encontrado la pareja ideal, después del dolor causado por la traición del hombre elegido por Karina.

Escuchó como Aidan bajaba las escaleras acompañado por Katherina. Les había oído hablar en el pasillo y ahora sus pasos, lentos y acompasados se acercaban al comedor.

Kaesios jamás pensó que podía encontrarse en esta situación. Después de Shamira se había jurado a sí mismo mantenerse lejos de los humanos y aunque siempre intentó ayudarlos en lo posible, jamás confraternizó con ellos. No lo necesitaba, Karina ocupaba el espacio que él necesitaba. No sentía ninguna necesidad de tener pareja y sus deseos carnales los satisfacía con quién deseaba y en el momento que él deseaba, pero jamás volvía a verlas. No había nada más que una relación sexual satisfactoria para ambos. Y ahora no podía concebir la vida lejos de esa pequeña humana que le hacía sentir cosas con tan solo una mirada.

Durante la noche había decidido que no deseaba continuar reprimiendo sus deseos ni sus anhelos. Si lo que quería era estar al lado de Katherina, eso es lo que iba a hacer, sin importar absolutamente nada. En el campo la había hecho suya, y estaba dispuesto a aceptar las consecuencias de su locura, es más, no se arrepentía de haber atado a Katherina de esa manera a él, sabía que sus vidas eran distintas y que tendrían que luchar mucho para conseguir estar juntos y que a pesar de todo no tenían garantizado un final feliz.

Pero estaba dispuesto a seguir adelante. Sabía que ella lo amaba, lo sentía, lo veía en sus miradas, lo saboreaba en sus besos, lo disfrutaba en su cuerpo. Ella lo amaba y él pasaría el resto de su vida amándola a ella de igual forma. No tenía elección.

Aidan y Katherina entraron en la estancia, iban charlando animadamente de la cena de la noche anterior. Él se giró para mirarlos de frente. Ella estaba espectacular, como siempre. Llevaba el pelo suelto y eso a él le gustaba mucho, poder observar el tono dorado de las finas hebras del cabello cuando el sol las acariciaba, y poder tocar su suavidad sin las restricciones de los moños o peinados más elaborados. Además la confería una belleza pura, sin adornos, limpia y clara, como lo era ella.

Sus miradas se encontraron y un estremecimiento le recorrió el cuerpo.

Sí, él no tenía elección.

Se sentaron en la mesa y Kaesios ordenó servir el desayuno.

— ¿Qué tal has dormido, Katherina? —Le preguntó.

Muy bien, gracias. Lo  cierto es que no sabía lo cansada que estaba hasta que me acosté.

Es que nos acostamos bastante tarde. —Comentó Aidan.

Sí, y no estoy acostumbrada a trasnochar tanto. —Dijo con una sonrisa.

Y Kaesios perdió el hilo de la conversación, se limitó a mirarla, a grabar en su memoria el rostro de la mujer y todos sus gestos, mientras esa sonrisa le elevaba a las más altas esferas de la felicidad.

 

 

 

Terminado el desayuno, Kaesios se puso en pie y le apartó la silla a Katherina, después le ofreció su brazo y seguidos por Aidan, salieron de la estancia. Ya en el pasillo el mayordomo se acercó a él.

¿Qué sucede? —Le preguntó Kaesios antes de que el hombre pudiera abrir la boca.

Hay una mujer en la entrada, que pide poder hablar con usted.

¿Quién es?

No lo sé, no la he visto antes y no me ha dado ningún nombre, solamente me dijo que es importante.

Los cuatro se dirigieron hacia la entrada y una vez allí, Katherina vio a la mujer más increíble que había visto jamás.

Era muy alta y esbelta, su pelo negro como la noche lo llevaba recogido en una trenza y su piel era muy morena. Tenía un rostro redondo con unos enormes ojos oscuros.

Vestía con un pantalón muy ajustado de piel y en la parte de arriba una especie de camisa de tirantes, también de piel. Se le ajustaba tanto al cuerpo que parecía que iba desnuda y dejaba a la vista de cualquiera un maravilloso cuerpo femenino con  sinuosas curvas y un pecho muy generoso. Pero no se podía dejar engañar, no era una mujer cualquiera, sus brazos fuertes y sus torneadas piernas daban a entender la fuerza que poseía.

En su cintura un cinturón de cuero del que colgaban dos espadas. Las botas que le abarcaban hasta la mitad de la pantorrilla, se podían distinguir sobresaliendo de ellas los puños de dagas labradas. En su espalda colgaba un arco y el carcaj con las flechas.

Era la viva imagen de una guerrera de tiempos inmemoriales.

En cuanto vio a Kaesios hizo una pequeña inclinación con la cabeza en señal de respeto.

¿Puedo saber quién eres y qué te trae ante mí? —Preguntó el oscuro frente a ella sin dar muestras de asombro.

Soy Dana, la hija del señor de las tribus del bosque del Oeste, vengo en su nombre. Mi padre os envía un mensaje relacionado con la guerra que está amenazando el mundo. Le ofrece a los mejores guerreros de las tribus del bosque.

No soy el indicado para tratar ese tema, debería presentarte ante el Gobernador.

La mujer negó con la cabeza.

—No haré trato con los hombres.

Pues entonces dirígete al Maestro del consejo de los Oscuros.

Mi padre me ordenó que me presentara ante vos y nadie más, no confía en ningún otro Oscuro.

Kaesios suspiró.

—Muy bien, entonces. Sígueme, hablaremos en la biblioteca.

Kaesios inició la marcha seguido por la extraña mujer guerrera.

— ¿Por qué solo quiere hablar con Kaesios? —Preguntó Katherina intrigada.

Aidan la cogió por el brazo.

—Ven, vamos al jardín, te contaré una historia que te va a encantar...

 

 

 

—Siéntate —Le ordenó  mientras le señalaba una butaca frente a la mesa grande de madera que hacía las veces  de despacho.

Ella se quitó el carcaj y el arco y los depositó apoyados en la mesa y se sentó.

—No entiendo esta fijación que tienen los humanos por complicarse la vida —murmuró. La mujer no hizo ningún gesto y continuó callada—  Tu pueblo nunca ha querido participar en ninguna batalla, habéis estado al margen de los “Días oscuros” y no recuerdo que mantengáis ningún trato con otros pueblos distintos del tuyo. Sin duda me explicarás la situación.

Por supuesto. No quisimos participar en las batallas de los Días oscuros porque fue una guerra inútil iniciada por la estupidez de algunos hombres. Pero ahora es diferente.

En qué.

Pues hasta nosotros han llegado noticias de que Baldur desea someter a todos los humanos y después eliminar a los oscuros, por lo tanto estamos obligados a defendernos.

¿Y por qué no hablas con el Gobernador y te pones a su servicio? Es lo más lógico.

Mi padre ha reunido a todas las tribus de los bosques, les ha convencido de la necesidad de pelear, de defender nuestra forma de vida, pero solo ha puesto una condición. Los mejores guerreros de los bosques estarán al servicio del Oscuro Kaesios, nadie más. Si vos no estáis de acuerdo, cogeré a los hombres y nos volveremos a los bosques.

Está bien... ¿Dónde están los guerreros?

En el último bosque antes de Órion. No nos sentimos cómodos en estos ambientes tan poblados...

Lo sé. Muy bien Dana, puesto que el ofrecimiento de tu padre no se puede rechazar, acepto liderar a vuestros guerreros. Os avisaré cuando todo esté listo, hasta ese momento solo tienes que decirme lo que necesitáis y yo os lo proporcionaré.

De momento nada, nosotros vivimos de lo que nos da el bosque, no necesitamos nada más.

 

 

 

Kaesios despidió a la guerrera y salió al jardín con la esperanza de poder disfrutar de la compañía de Katherina.

Escuchó el sonido de su risa y su estado de ánimo mejoró considerablemente. Aidan la estaba contando historias sobre días pasados y ella parecía estar disfrutando.

La guerra estaba cada vez más cerca, lo sentía y tenía la necesidad de aprovechar todo el tiempo disponible al lado de esa mujer. Un presentimiento se había apoderado de su ser, algo estaba a punto de pasar, estaba seguro, lo que no sabía es si sería bueno o malo.

 

 

 

Cornelius miró fijamente todo lo que le rodeaba. Sus pueblo, su gente, su hogar... desde que tenía uso de razón habían ansiado regresar a su tierra, aquella que le había sido arrebatada a su pueblo, pero él no tenía recuerdos de aquél lugar, salvo las historias que contaban los ancianos de campos inmensos, verdes y llenos de vida, de ríos con abundante agua atravesando sus fronteras, de animales numerosos viviendo libres y  fáciles de cazar, historias de abundancia y días felices.

Ahora vivían en las tierras áridas, escasos de agua, de caza y con pocos lugares para poder sembrar, sin embargo el sentía que ese era su lugar, y amaba esa tierra, con todos sus defectos, era lo único que conocía.

Se sentía intranquilo, Baldur le había mandado llamar y esperaba con todas su fuerzas que no se hubiera enterado de su traición, de lo contrario iría directamente a buscar su propia muerte.

Kaesios le había dicho que continuara con la farsa, el oscuro no debía enterarse de que le fallarían las tropas humanas hasta casi el final, eso les proporcionaba cierta ventaja. Sabía que en los alrededores algunos oscuros vigilaban, cumplían las órdenes de Kaesios, debían protegerlos y mantener informado al antiguo de todo lo que sucediera allí, pero sin dejarse notar. Había hecho bien al ponerse en contacto con él, sin duda era un ser inteligente y muy preparado para la guerra, además no sentía aversión ninguna por los humanos y eso les proporcionaba ventajas, pues nadie pensaría que un oscuro tan antiguo se prestara a ayudarles sin más.

Respiró hondo, miró a su alrededor una vez más e inició su camino hasta el hogar del ser más terrible que había pisado la Tierra.

Entró en la sala con paso firme, sin mirar a su alrededor, solo al frente, al lugar en el que estaba Baldur sentado. Junto a él una mujer de la raza, muy hermosa, como lo eran todas, pero parecía tener cierto grado de confianza con el oscuro. Nunca había visto algo así.

Se posicionó junto a las escaleras y miró a Baldur, sin decir palabra, pues era el oscuro quién debía dirigirse a él.

¿Alguna novedad, humano?

No.

¿Tienes a tus hombres listos?

Desde hace tiempo, Baldur.

El oscuro sonrió.

—Bien, pues ha llegado la hora, debes iniciar el avance con tus tropas, destruye todo a tu paso. Quiero que sepan con quién se las van a ver.

Como ordenes.

Pues vete y cumple. La próxima vez que te vea espero que me traigas las mejores noticias, humano.

No te preocupes, haré lo que tengo que hacer.

Y sin más se giró y se marchó.

— ¿Confías en él? —Le preguntó Irina.

Sí, no es más que un pobre humano rencoroso con ansias de poder. Desea que su pueblo recupere su honor —rió socarrón con su propio comentario—, como si eso fuera posible. Hará bien  su trabajo, estoy seguro, si no me veré obligado a matarlo...

 

La deuda
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