CAPÍTULO 30

 

 

 

 

 

Kaesios envió a Dana y a sus hombres, los que aún estaban fuertes y sin heridas, hacia el campamento de los humanos. Los heridos fueron trasladados a Órion dónde se ocuparían de ellos.

Después iniciaron el viaje de vuelta a casa. Iban los tres tranquilos, caminando a una velocidad rápida, pensando cada uno en sus cosas. Las montañas fueron quedando cada vez más lejos y se adentraron en el bosque. La espesura, la frescura de las plantas, el aire limpio y puro les reconfortaba. Al llegar al río Kaesios se detuvo. No estaban cansados, eran demasiado antiguos como para que una lucha así los dejara limitados, pero estaban sucios de sangre y barro. Kaesios miró a su hermano.

— ¿Vas a presentarte así ante tu esposa?

Él ni se había dado cuenta.

—Así como.

Pues así, lleno de sangre, sudor, barro... estás hecho un desastre.

Puff... mira quién habla.

Si, por eso me voy a dar un baño.

¿En el río? —Le preguntó Onuris.

Él oscuro asintió.

—Como en los viejos tiempos.

Onuris sonrió se acercó más al agua.

—El último es un humano raquítico.

Kaesios y Hersir rompieron a reír y saltaron al agua con rapidez.

 

Aidan bajó al comedor a la hora de cenar. Katherina ya estaba allí sentada. Se la veía sola y desvalida. Tenía los hombros agachados al igual que la cabeza. Se la notaba triste. La ausencia de Kaesios le estaba pasando factura.

—Hola Katherina.

Ella alzó la cabeza y mudó su rostro al verle. Una sonrisa, iluminó su cara.

—Hola, espero que estés bien.

Sí, me he bañado y estoy más tranquilo.

Él ocupó su lugar en la mesa y la miró.

— ¿Has salido de casa?

No —dijo con pesar— Kaesios me lo prohibió, dice que es muy peligroso que me exponga.

Y tiene razón. Debemos mantenerte a salvo.

Me halagas, Aidan.

Él sonrió.

Debes comer, mantenerte fuerte, los días que vienen van a ser muy duros... para todos.

Ella suspiró.

—Lo sé. Jamás pensé que pudiéramos llegar a esto.

No depende de nosotros. Pero es lo que nos toca vivir, así que nuestra mayor intención es sobrevivir.

Ella pinchó con el tenedor el trozo de filete que había troceado y se lo metió en la boca. Debía estar fuerte. No podía ser una carga para Kaesios. Aunque no sabía que pensaba hacer con ella, dónde la llevaría y quién se ocuparía de ella, estaba segura de que el Oscuro no podría ser, pues tenía que estar presente en la batalla. Suspiró triste, pero se obligó a masticar y tragar.

Aidan ya le había sentido hacia varios minutos, pero no le dijo nada a Katherina hasta que él entró por la puerta, mojado de pies a cabeza, pero exultante y muy feliz.

Hola.

Katherina se dio la vuelta en su silla, le miró unos instantes, pasmada, y cuando reaccionó se levantó y fue corriendo hacia él como si le fuera la vida en ella.

Lo abrazó con fuerza y él se rio ante tanta efusividad, después la besó con pasión y ella se derritió en sus brazos. El terminó el beso y la miró burlonamente.

Veo que me has echado de menos.

Ella se apartó de él rápidamente.

— ¡Estás empapado!

Tenía que lavarme, ¿no?

¿Y te has bañado con la ropa y todo?

Me he lavado en el río. Hemos venido nadando Hersir, Onuris y yo. Ha sido de lo más divertido.

¿Quién ganó?—Preguntó Aidan.

¿Quién va a ser? Onuris, por supuesto. Ni siquiera fingió que nos daría una oportunidad.

¿Qué tal todo? —Preguntó ella.

Todo arreglado.

Aidan le miró fijamente, habían acordado no contarle la verdad a Katherina, pero no podría ser por mucho tiempo, si es que seguía con la idea de llevársela. Aidan no estaba de acuerdo, el campo de batalla no era un buen lugar para una mujer, ni para un hombre si lo piensas bien, pero Katherina no podría olvidar lo terrible de la guerra y eso la perseguiría por siempre. Pero él estaba convencido. Decía que no debía olvidar los consejos de la Suma Sacerdotisa.

Kaesios se despidió diciendo que se iba a cambiar y que bajaría en un momento, la mujer se acercó a la mesa con una sonrisa espléndida en los labios, tenía el vestido mojado de haber abrazado al Oscuro, pero ella no lo notaba de lo contenta que estaba. Aidan la miró, pero no dijo nada.

El antiguo bajó a los pocos minutos, se había cambiado de ropa y se había peinado, se sentó junto a Katherina y pidió que le sirvieran. La cena continuó con una conversación amena, dirigida en su mayor parte por Kaesios y en la que no se dijo ni una palabra de la aniquilación de los neófitos.

 

 

— ¡No! ¡Malditos! ¡Todos! —Gritaba Baldur mientras tiraba y destruía todo lo que estaba cerca de él —¡Acabaré con todos! Aunque me lleve el resto de la maldita eternidad, los aniquilaré. Uno por uno. —Gritó mientras estampó otro mueble contra la pared.

Irina se había escondido detrás de una columna y miraba asustada el arrebato de locura de su compañero al enterarse de la destrucción de su ejército de neófitos. Su sangre bullía, encendida, llena de ira y la oscura temió por su vida cuando uno de los vampiros osó entrar con una copa llena de sangre y Baldur tiró la bandeja y arrancó la cabeza del Oscuro con sus dientes, tal era su furia. Así que todos los que vivían con él habían desaparecido misteriosamente. Menos Irina. No se atrevía a hablar, ni siquiera a respirar. Solo observaba la furia del antiguo y como sus ojos ya eran totalmente rojos y llameaban como el fuego.

—A ese desgraciado de Kaesios —dijo mientras cogía el cuerpo sin vida del pobre vampiro y estrujaba su tronco convirtiéndolo en pequeños jirones de carne y trozos de huesos— lo mataré, lo juro por todo lo que está vivo que cuando lo tenga en frente, lo destruiré con mis propias manos...

El oscuro destruyó todo lo que estaba a su alcance. Respiraba furiosamente y sus ojos llameaban. Irina no se movió del sitio hasta que Baldur no comenzó a tranquilizarse.

Enfadado, con ansias de matar y destruir, pensó que su comportamiento no lo llevaría a la victoria.

Le habían dado un buen golpe, alguien les tenía que haber avisado de sus planes, sino, no lo entendía. Los tenía ocultos. No había hablado de sus planes con nadie, sin embargo el maldito Kaesios había dado con ellos y para colmo, los había eliminado. Su furia era monumental. Pero tenía que calmarse y pensar, sí, pensar la mejor manera de acabar con ese gusano que solo sabía darle problemas.

Tendría que volver al principio. No tenía otra. Sus planes seguían en pie pero ahora debía llevarlos a cabo de otra forma. Lo primordial era acabar con Kaesios.

Miró a su alrededor. No quedaba nada en pie, todo lo que una vez había adornado esa estancia, estaba destrozado, hecho añicos y las astillas se mezclaban con la sangre, vísceras, carne y huesos del desdichado que entró por la puerta. Ni siquiera sabía su nombre...

Buscó algo en lo que sentarse, tal y como se encontraba, no quería salir de su cuarto, no tenía el suficiente auto control y podía terminar con todos sus vampiros.

Encontró una silla que aparentemente podría soportar su peso. Se sentó y comenzó a pensar. Tenía que encontrar la manera de llegar a buen puerto y cumplir todos sus deseos.

Su última esperanza estaba puesta en el humano Cornelius, y eso no era una buena  noticia, Baldur odiaba a los humanos...

 

 

 

Llamaron a la puerta de Kaesios. Era temprano, él había pasado toda la noche disfrutando del cuerpo y la pasión de Katherina, ella permanecía dormida y él, incapaz de permanecer quieto mucho tiempo, bajó a la biblioteca y comenzó a poner sus papeles en orden. Había mucho que hacer, pagar a los empleados, ocuparse de que sus posesiones estuvieran en buen estado, cuidar de que los niños que cuidaba estaban bien atendidos y que no necesitaban nada... aunque su concentración se limitaba a escasos segundos, puesto que la mayor parte del tiempo su mente estaba ocupada en su totalidad por Katherina.

A esas horas de la mañana, todos dormían, así que Kaesios abrió la puerta.

—Buenos días, señor.

Buenos días, muchacho.

El chico agachó la cabeza y le entregó un sobre. Kaesios lo cogió y lo miró por los dos lados, no había remitente.

— ¿Esperas respuesta?

No. —Dijo el chico.

Kaesios se sacó unas monedas del bolsillo y se las dio. Él, al ver la cantidad de monedas, sonrió con ilusión y rápidamente se las guardó en el bolso de los pantalones.

—Qué tenga un buen día, señor. Muchas gracias.

Igualmente para ti. —Le dijo y cerró la puerta.

Se dirigió a la biblioteca y una vez sentado, abrió el sobre.

“Kaesios, tu presencia es necesaria en el campamento, no hay tiempo que perder, esto lo hemos empezado y es hora de terminarlo, para bien o para mal. No dejaremos a Baldur la oportunidad de sorprendernos. Los humanos están preparados, nosotros también.

Angus”

 

Suspiró para sus adentros, el momento había llegado...

 

Kaesios esperaba tranquilamente mirando a través de la ventana, a que bajara Katherina a desayunar. Sabía que ella debía estar cansada, no en vano, la había dejado descansar muy poco. Su apetito sexual se veía aumentado por la presencia de la mujer, y le era muy difícil poder contenerse.

Ella había resultado ser toda una sorpresa. Una muchacha muy joven, pero muy pasional. Aceptaba sus caricias con deseo y correspondía de igual forma a su fuego. No se veía saciado de ella.

Pero eso le hacía vulnerable. Lo sabía. Ella era la persona que le convertía en el ser más fuerte, pero a la vez en el más débil. Si alguien deseara hacerle daño, solo tenía que herir a Katherina y él quedaría destruido.

Desde ahí, podía escucharla perfectamente, su corazón, su respiración, sus suspiros...

Sabía cuándo se había levantado, por eso estaba ahí, como un pobre desgraciado, esperando verla entrar por la puerta y acompañarla en el desayuno, el tiempo se les acababa, a los dos.

Kaesios tenía un mal presentimiento. En la guerra de los días oscuros, no tenía nada que perder, y le daba igual luchar que no, pero en esta, todo era diferente. No quería ir al campo de batalla y enfrentarse a sus iguales, pero tampoco quería quedarse quieto sin hacer nada y dejar a los humanos a su suerte.

Si la batalla final estaba por llegar, él debía estar ahí, y con él, Katherina. Pero no quería y no deseaba tenerla allí. Aunque Lyris le anunció de que eso sería lo mejor, pero él no estaba muy seguro. Allí, solo tendría dos oportunidades, luchar o protegerla, las dos cosas a la vez sería imposible y eso lo torturaba por dentro. Si algo le pasaba a ella él estaría perdido, tan claro como el sol saldría todos los días y después le seguiría la noche.

Escuchó sus pasos bajando las escaleras. Todo su cuerpo se preparó para el impacto que suponía verla.

Ella entró como siempre, con una sonrisa en los labios, se la notaba radiante. Tal vez fueran sus ojos, pero la luz del día realzaba aún más su belleza y su piel, perfecta, resplandecía al ser acariciada por los rayos del astro rey.

La ayudó a sentarse y pidió que sirvieran. Ella le sonrió y a él se le aceleró el corazón. Se dio cuenta y sonrió para sí mismo, ¿acaso se había visto alguna vez algo tan estúpido? Si se enterasen los de la raza, sería el hazmerreír.

Aidan entró como si nada en el comedor y ocupó su lugar. Sonrió a los dos y comenzó a desayunar. Estaba animado y se le veía feliz.

¿Alguna novedad? —Preguntó mientras se llevaba la taza de café a la boca.

Kaesios se quedó unos instantes en silencio. No sabía si debía decir las cosas delante de Katherina o no.

Pensó que si ella debía ir con él, lo mejor sería que estuviera al tanto de todo.

He recibido una nota de Angus... debemos marchar al campamento cuanto antes.

La mujer se quedó con el tenedor y el trozo de tostada suspendido en el aire, a medio camino de la boca, y lo miró fijamente.

—Vaya... eso significa que ya no hay marcha atrás.

Kaesios negó con la cabeza.

—Me temo que no, el tablero está listo y las piezas comienzan a moverse. Solo espero que tengamos el mejor final posible.

¿Qué piensas hacer conmigo? —Preguntó ella al fin.

Tenía un nudo en el estómago que le impedía tragar y casi hablar. Un sudor frío se apoderó de su cuerpo.

—Vendrás con nosotros, naturalmente.

¿Naturalmente?

Sí.

Ella lo miró estupefacta, pero él continuó con su desayuno tan tranquilo y no volvió a decir palabra.

 

 

 

 

La deuda
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