CAPÍTULO 16

 

 

 

 

 

Señor, un mensaje.

Kaesios ordenó al mayordomo pasar y éste le tendió una bandeja de plata en la que estaba un sobre lacrado. El Oscuro cogió el sobre y despidió al mayordomo. Miró fijamente el lacre, el sello, sin ninguna duda, pertenecía al Gobernador de los humanos. ¡Vaya, esto sí que es nuevo! Pensó Kaesios sonriendo.

Rompió el lacre y comenzó a leer la misiva, después tiró el pergamino al fuego. Las cosas se estaban poniendo muy interesantes, pensó, mientras observaba como el fino papel era devorado por las llamas de la chimenea. Suspiró, sus planes acababan de cambiar.

Aidan, he de salir, es urgente, ¿tienes planes hoy?

Aidan, sentado en uno de los sillones que estaban frente a la chimenea de la biblioteca, le miró extrañado.

—No, lo cierto es que hoy no tengo nada que hacer, había pensado en descansar un poco…

Eso es fantástico, no sé cuánto tiempo estaré fuera, espero que seas capaz de cuidar de Katherina en mi ausencia.

¡Claro! Ve tranquilo, la mujer estará segura conmigo.

Lo sé –dijo y se marchó.

 

 

 

Las puertas se abrieron de golpe, completamente solas. Los presentes, asombrados, guardaron silencio, expectantes. La temperatura de la sala comenzó a bajar lentamente, varios grados.

De pronto y con paso decidido, hizo su entrada el Oscuro. De una sola pasada con la mirada, Kaesios lo tenía todo controlado, a los presentes, las salidas, los hombres armados, las posibles amenazas…

Avanzó mirando al frente. Todos a su alrededor se encogieron al verle caminar. El intenso olor del miedo impregnó la estancia y Kaesios lo disfrutó.

La sala tenía forma semicircular, el estrado estaba en la zona recta que ocupaba el hombre de mayor rango y poder, el Gobernador, al frente y de forma escalonada, desde abajo hasta las zonas más altas, las mesas y los asientos de los demás. El Oscuro avanzó hacia el centro y miró a todos los allí congregados. Nadie habló, simplemente le observaban. Durante unos minutos nadie se movió, hasta que el propio Gobernador se puso en pie y lentamente bajó de su estrado, para ponerse frente al vampiro.

—Kaesios… es un honor para todos nosotros que hayas accedido a venir.

Él miró a su alrededor y sonrió malvadamente.

—El honor es mío, Gobernador. ¿A qué se debe mi presencia aquí?

Bueno… lo cierto es que… —el Gobernador carraspeó varias veces y se infundió valor, no era nada fácil hablar ante un ser como el Oscuro, todo su cuerpo desprendía un aire de poder y maldad que encogía los corazones— Hasta nosotros han llegado las noticias de una inminente guerra, Baldur amenaza con acabar y someter a los humanos.

Es cierto –confirmó Kaesios.

En primer lugar, agradecerte que nos hayas avisado y en segundo, queremos informarte de que estamos preparados para el ataque, nuestras fuerzas están reunidas y listas. Queremos ponerlas a tu disposición.

¿A mi disposición? –Preguntó el vampiro, sorprendido— Esta guerra no es nuestra, humano, aún no hemos decidido si lucharemos o no, mucho menos el bando que elegiremos para hacerlo.

El gobernador se quedó petrificado.

Un silencio tensó se apoderó de la sala.

Vaya Kaesios, puedo comprobar que los años no han dulcificado tu carácter.

El Oscuro alzó la mirada hacia el hombre que se había puesto en pie y bajaba tan tranquilo las escaleras. Kaesios al reconocerlo sonrió.

—Cómo puedes comprobar amigo, los años no me han cambiado, sin embargo a ti te sientan muy bien.

El hombre soltó una carcajada. Ya frente al Oscuro lo miró fijamente durante unos instantes y le ofreció la mano.

—Que placer volver a verte amigo, no tenía ni la más mínima esperanza de que aparecieras hoy aquí.

Kaesios le apretó la mano amistosamente.

—Mi única meta en la vida es intentar sorprenderte, Anthony.

El hombre volvió a sonreír.

Anthony fue uno de los niños que Kaesios rescató de las calles, le dio un lugar donde vivir, comida, ropa y educación. Y al verlo hoy aquí se dio cuenta de que el hombre lo había aprovechado muy bien. Siempre tuvo una buena relación con Anthony, era de los pocos que no le temían. En la juventud del humano, juntos vivieron grandes aventuras, le llevó de viaje a conocer lugares exóticos y otras culturas. Siempre se sintió bien en su compañía y realmente se entristeció cuando el muchacho, ya hombre, le explicó sus planes y su deseo de caminar por la vida él solo.

Jamás pensé que algún día te dedicarías a la política.

Bueno Kaesios, la vida da muchos giros. Muchas veces ni yo mismo me lo puedo creer, pero ya ves, estoy aquí y tú también.

El gobernador, parado de pie a su lado, miraba a uno y otro, sin atreverse a interrumpir. Dejaría el asunto en manos de Anthony, al parecer conocía al Oscuro y sabría manejarlo mejor que él mismo.

—No has perdido la manía de comentar lo obvio, por lo visto no has cambiado tanto. —Bromeó el Oscuro.

Cierto amigo, me gustaría mucho poder hablar contigo en privado, tengo muchas cosas que contarte, pero ahora debemos hablar del tema que nos ocupa. Kaesios, necesitamos de tu ayuda. Si el consejo aún no ha tomado una decisión, te suplico que intentes convencerlos para ayudarnos. Nosotros estamos listos, pero sabemos que sin la ayuda de los Oscuros, jamás venceremos. No tenemos ninguna posibilidad.

No, no la tenéis Anthony—Kaesios suspiró—. Haré lo que esté en mi mano para detener toda esta locura. Enviaré a uno de mis hombres con las órdenes precisas para vuestros Generales —La esperanza comenzó a brillar en los ojos de los humanos—. Pero no puedo prometeros nada. Cuando hayamos tomado una decisión os informaré.

Gracias Kaesios –le dijo Anthony ofreciéndole de nuevo la mano, que el vampiro aceptó—. Esperemos que tus dotes de convicción se hayan visto aumentadas con el paso del tiempo y puedas parar esto a tiempo, sino será una masacre.

Hasta la vista Anthony.

Hizo un movimiento de cabeza como despedida y se dio media vuelta, dirigiéndose lentamente hasta la puerta que seguía abierta. Parado, a un lado, estaba el padre de Katherina.

—Kaesios, disculpa, pero me gustaría saber algo de mi hija.

El Oscuro se detuvo frente a Thomas, su mirada fría como una mañana de invierno, atravesó al humano, haciendo que el hombre se encogiera.

Kaesios estuvo tentado de irse sin decirle nada, pero algo dentro de él se ablandó.

Tu hija goza de buena salud y aparentemente está feliz… está aquí, en Órion.

Los ojos de Thomas brillaron ilusionados.

—Gracias Kaesios –pero el inmortal ya no estaba.

 

 

Sin duda se estaba volviendo blando y eso no era nada bueno para su reputación.

Entró por la puerta de su mansión y un olor peculiar y demasiado atractivo, invadió sus fosas nasales. Desde luego que no había estado prestando la debida atención, pues el aroma era tan intenso que sin duda todos los Oscuros que pasaran por la zona podrían sentirlo. Se acercó hasta la biblioteca y asomó la cabeza. En la habitación había alguien, cubierta con una capa de la cabeza  a los pies y que se calentaba las manos en el fuego de la chimenea.

Dio un paso mientras carraspeó.

—Buenos días –saludó cortésmente.

La persona que estaba en la habitación se giró lentamente, quedando frente a él y se quitó la capucha muy despacio, dejando a la vista una maravillosa cabellera negra y brillante y un rostro de lo más hermoso.

—Buenos días, Kaesios.

El Oscuro se acercó hasta ella y se arrodilló en señal de respeto.

—Me pregunto, Gran Sacerdotisa, que es lo que te trae hasta mi humilde morada.

Los ojos azules de Lyris brillaron con humor.

—Pues tú, mi querido señor Oscuro. Debo decirte algo importante.

¿Y no puedes enviar un mensaje por alguien? Tú presencia en la ciudad es muy peligrosa para ti. ¿Te das cuenta? –le preguntó Kaesios mientras se ponía en pie.

La Sacerdotisa siguió sus movimientos, hasta que los ojos de Kaesios quedaron casi hasta su altura. Ella sonrió dulcemente.

—Oh… en vez de preocuparte por las nuevas que me traen hasta aquí, solo te preocupas por mi bienestar. Es algo sobrecogedor, viniendo de ti.

Por nada del mundo desearía veros herida, o aún peor, en las manos de cualquier villano sin escrúpulos. Eres demasiado valiosa Lyris. Debes ser más prudente.

Si te llego a enviar un mensajero no le habrías hecho el menor caso. Esto es importante.

¿Para ti o para mí?

Yo siempre actúo por un bien común, Kaesios. Lo que hago es lo que más conviene a todos.

Bien, siéntate y cuéntame que es eso tan importante, que estás dispuesta a morir por decírmelo en persona.

El sarcasmo no te queda bien, oscuro.

Kaesios la miró fijamente. Lyris era alta, casi tanto como él. Pero la dulzura de su mirada ocultaba todo el poder que ella poseía. Sin duda no estaba tan desprotegida como cualquiera podría pensar. Pero no tendría nada que hacer con un grupo de vampiros ansiosos por beber su dulce elixir, que proporcionaría un poder ilimitado a un inmortal.

—Prefiero estar de pie, Kaesios, si no te importa.

No, para nada.

He visto muchas cosas, sé que has decidido ayudar a Cornelius y que harás todo lo que esté en tu mano para detener esta guerra. También sé que casi lo estás consiguiendo. Pero Kaesios, las cosas no serán fáciles. Baldur está creando un ejército.

Sé que había hecho un pacto con Cornelius.

No, no me refiero a eso, no quiero decir que esté contratando a un ejército, sino que lo está creando. Busca a hombres fuertes con ayuda de sus secuaces, los lleva hasta su palacio y ahí, después de varias pruebas, a aquellos que considera válidos, los convierte. A los que no, simplemente los elimina… los que son aceptados, son llevados a un lugar oculto entre las montañas, allí los adiestra y les prepara para la lucha.

Eso no me lo esperaba.

Lo sé. Estáis a un paso de la derrota, la más absoluta. Baldur no se detendrá cuando haya terminado con los humanos, de hecho, contrató a Cornelius por sus ansias de venganza, para terminar con los  mortales y después, en sus planes está acabar con los de la raza, con todos.

Su deseo es gobernar las tierras libres, sin nadie que pueda hacerle frente. Una vez sometido a los humanos y eliminados los Oscuros, nadie podrá con él.

Kaesios se quedó petrificado. Si Baldur se salía con la suya, la lucha que estaba por librar sería terrible, habría muchas bajas, muertes de inocentes. El fin de una era.

¿Sabes el número de neófitos que ya tiene?

No sé la cantidad Kaesios, sé que son muchos. Aunque todavía no tiene todos los que desea, su plan es eliminar a los humanos más fuertes, someter a los débiles y después ir uno a uno, por los Oscuros. No desea un enfrentamiento con vosotros cuando sois numerosos y sin duda muy fuertes. Su plan es ir eliminando a los que están más lejos, los que no pueden pedir ayuda y seguir avanzando hasta el centro, cuando os queráis dar cuenta no seréis tan numerosos y entonces liberará a su ejército.

Kaesios comenzó a moverse por la habitación, estaba nervioso e intranquilo. Debía pedir ayuda, avisar al consejo, pero ¿quién le creería? Por su mente pasó que fuera la misma Sacerdotisa quién se presentara ante el consejo, pero enseguida se arrepintió, la mujer no estaría segura rodeada de tantos vampiros, muchos eran los que ansiaban el poder que otorgaba su sangre, solo entre los muros de su santuario estaría protegida, pues estaban hechizados, ningún ser, mortal o inmortal, podría atravesar esos muros sin no era bienvenido. Tendría que pensar en otra cosa.

—Intentaré evitarlo con todos los medios que estén a mi alcance.

Estoy segura de ello, por eso vine, confío plenamente en ti, pero eso no es todo. He visto que has tomado una decisión importante, con respecto a tu humana. Sé que la amas…

Lyris, por favor, no sigas por ahí…—le interrumpió.

Kaesios, puedes negártelo a ti mismo, pero tus sentimientos son puros, son limpios.

La Sacerdotisa alzó la mano y se la puso junto al corazón del vampiro. El suave roce de la magia que poseía la mujer, hería el cuerpo de Kaesios, pero aguantó sin cambiar ni un ápice su rostro.

Los vampiros no amamos.

Ella volvió a sonreír.

—En eso te equivocas. La amas, pero debes confiar en ella, será clave para la resolución de este problema, debes descargar el peso de tus hombros, debes entregarte, de la misma forma que ella se entregará. Debéis ser uno mismo, sin fisuras. No debes apartarla de ti, Kaesios, pues solo a tu lado estará completamente protegida. Si la envías lejos, como planeas, para mantenerla segura, fracasarás estrepitosamente y su pérdida conllevará la tuya. Promete que la mantendrás junto a ti.

El Oscuro no podía apartar la mirada de los ojos azules como el cielo de la Sacerdotisa. Se veían tan limpios y tan puros que le causaba dolor. Esos ojos que habían visto las cosas que todavía estaban por pasar. El futuro, el incierto futuro.

— ¡Prométemelo Kaesios!

Si te lo prometo, sabes que esa promesa me tendrá atrapado.

Sí, y tendrás que cumplirla. No me iré sin tu promesa.

Creo que estás exagerando, Lyris.

Te equivocas. No puedo mostrarte lo que vi, sabes que mi magia repele tu naturaleza, pero cree en mi palabra. Si ella muere, tú desearás tu muerte y lucharás para conseguirla. Eso será el fin de los hombres libres y después de todos los de tu raza. Ella debe permanecer junto a ti y tú debes protegerla a toda costa, ambos debéis sobrevivir, solo así conseguiremos la victoria y la destrucción del malvado Baldur.

Lyris, aunque la tenga junto a mí, eso no garantizará su salvación.

Yo no dije que sea fácil, antiguo. Solo te muestro el camino a seguir, tú eres el encargado de recorrerlo y llegar sano y salvo hasta el final.

En ese momento, Kaesios sonrió y su sonrisa iluminó su rostro, llegando hasta sus ojos. La Sacerdotisa quedó cautivada con la belleza del Oscuro, sin duda eran seres de una belleza indescriptible.

—Promételo.

Te lo prometo, Gran Sacerdotisa. Te juro por mi vida que la mantendré junto a mí, sana y salva, hasta que lleguemos al final del camino.

Un inmenso alivio se apoderó del alma de la Sacerdotisa. Sus rasgos se suavizaron y todo su cuerpo se relajó.

—Gracias Kaesios. La victoria está un paso más cerca ahora.

Me alegro. Aunque yo tengo el deber de protegerte, y eso es una tarea difícil si tenemos en cuenta la cantidad de Oscuros que hay por metro cuadrado en esta ciudad. Sin duda alguno ya habrá percibido tu olor y descubierto tu presencia.

No te preocupes por eso, vine yo sola, podré marcharme sin problemas.

Me vas a perdonar, Lyris, pero ahora quedas en mis manos. ¡Aidan! –gritó.

A los pocos segundos, Aidan estaba en la puerta.

— ¿Me has llamado? —Dijo mientras aspiraba fuertemente el aroma que inundaba la sala.

Ve a buscar a Hersir,  rápido.

Sí Kaesios. –dijo, mientras echaba una fugaz mirada a la mujer que estaba en la habitación.

Ve, antes de que te arranque la cabeza –le dijo Kaesios y el joven Oscuro salió corriendo de la habitación.

Toma asiento, querida. Debes estar cansada.

 

Pocos minutos después, apareció por la puerta Hersir y no venía solo.

¿Se puede saber que deseas de mí? — Preguntó bastante molesto.

Pero la sombra que lo acompañaba, le empujó y entró rápidamente en la habitación. Kaesios se movió en menos de lo que dura un parpadeo, para evitar que el extraño se acercase más a la Sacerdotisa, pero se detuvo de golpe al reconocerlo.

El vampiro, lentamente se acercó hasta la mujer, se arrodilló ante ella y le cogió la mano, depositando un suave beso en los nudillos de la Sacerdotisa.

Gran Sacerdotisa…

Ella sonrió y acarició la cabeza del vampiro.

—Mi gran Onuris, soy yo la que debe postrarse ante ti.

El Oscuro se puso en pie y sonrió con picardía.

—Sigues tan hermosa como te recordaba.

Y tú tan galante.

Onuris… ¿por qué no sabía de tu presencia en la ciudad?

Onuris se giró y abrazó a su hijo.

—Kaesios, aún no era el momento. Disfruto mucho viendo como trabajas cuando crees que estás solo.

Es un honor contar con tu presencia…

No exageres, Kaesios. Hace mucho que no nos vemos, pero sigo siendo el mismo.

Hersir dio un paso al frente. –El Oscuro sonrió ampliamente y suspiró— Es una gran alegría tener a mis hijos juntos de nuevo, y sin intentar matarse.

Bah, Onuris, de sobra sabes que no habría venido si tú no me hubieras obligado –comentó Hersir bastante molesto.

Eso es lo que dices tú ahora mismo, pero yo sé la verdad hijo mío. Es un placer veros como en los viejos tiempos, cuando eráis hermanos antes que enemigos.

Hersir gruñó y miró fijamente a su hermano.

— ¿Por qué me has llamado, Kaesios?

Kaesios se volvió frente a él. Los dos eran enemigos desde hacía muchísimo tiempo, pero él sabía cómo era Hersir, su forma de actuar, sus sentimientos, lo conocía tan bien como a sí mismo.

Tengo que sacar a la Sacerdotisa de la ciudad con vida. No confío en nadie más y no sabía que Onuris estaba en la ciudad…

Hersir se quedó muy quieto, mientras que Onuris sin dejar de mirar a su prole,  rompía a reír con ganas.

—Pues venga, manos a la obra. Aidan, trae una manta, que sea suave, pero que dé calor. Nuestra amiga la va a necesitar.

Le he dicho a Kaesios que puedo hacer el viaje de vuelta yo sola.

Tonterías Lyris. Nosotros te dejaremos en el Santuario, sana y salva. No hay discusión posible.

Aidan trajo la manta, Onuris se encargó de envolverla al cuerpo de la mujer, quedando como el capullo de una mariposa. La cogió en brazos y Hersir se acercó y envolvió los delicados pies de la mujer, para que no se le enfriaran.

—Estamos listos, ahora mi bella Sacerdotisa, puedes abandonar tu cuerpo si así lo deseas para que la travesía te sea más cómoda. No pararemos hasta llegar, a no ser que tu lo desees, solo tienes que avisarme, ¿de acuerdo?

Lyris, pasó sus manos alrededor del cuello de Onuris, un hombre muy apuesto y con una dulce sonrisa siempre en sus labios.

Ella afirmó con la cabeza. Onuris miró a sus dos hijos y sin decir nada, desaparecieron, dejando al pobre Aidan completamente solo y desconcertado.

 

 

 

— ¿Los ves? —Preguntó Hersir.

Sí.

Son más de los que esperaba. —Comentó Kaesios— Si la Sacerdotisa tiene razón, estos son los encargados de eliminarnos...

Estaban los tres escondidos, observando con calma a los neófitos de Baldur.

Estaban escondidos en el valle entro dos montañas. El espectáculo que tenían en frente era grotesco. Cientos de cadáveres humanos esparcidos por todo el valle, mientras los recién convertidos en Oscuros luchaban entre ellos por la única persona que aún permanecía con vida.

Aunque estaban bastante lejos, podían oler la podredumbre que desprendía aquél lugar de muerte. Sin duda no eran más que salvajes que daban rienda suelta a sus más viles instintos. A saber que había estado haciendo todo ese tiempo. Kaesios pensó que la muerte no era lo peor que, estaba seguro, habían sufrido los humanos.

—Esto es una aberración. No podemos permitir que sigan con vida—Le dijo a su padre.

Ni tampoco quitársela, debemos informar al Maestro y él debe decidir, al fin y al cabo son de los nuestros.

Onuris, míralos, no son como nosotros.

No han recibido la formación necesaria, Kaesios, pero son Oscuros. Agnus será el que decida qué hacer con ellos.

Estuvieron observando unos minutos más y después iniciaron la marcha hacia Órion.

 

 

La deuda
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