CAPÍTULO 13

 

 

 

 

 

Katherina estaba sentada en el jardín, contemplando las hermosas vistas. Kaesios, al verla tan distraída la contempló a su antojo. Era una mujer muy hermosa y cada vez que la tenía cerca le costaba controlarse. Estar a su lado y no tocarla, intentar no besarla, era una dura prueba para su autocontrol.

Se acercó lentamente, pero poniendo cuidado en hacer ruido para que ella le escuchara llegar.

—Hola Katherina –susurró cuando estuvo a su lado.

Ella se incorporó y le sonrió. Él sintió un golpe en el pecho.

—Hola Kaesios, ¿qué tal la reunión?

No del todo mal.

Ella volvió a sentarse y él ocupó el espacio libre su lado.

— ¿Qué tal tú día?

Aburrido –contestó ella en un suspiro.

Kaesios no pudo evitar sonreír.

—Tengo una idea que tal vez te agrade.

Ella le miró interesada.

— ¿Cuál?

Tal vez te apetezca hacer un viaje.

Katherina se puso en pie emocionada.

— ¿Un viaje? ¿A dónde?

Kaesios alzó la mirada para contemplarla mejor.

—Tengo que ir a Órion y quizá quieras acompañarme.

¿A Órion? Nunca he estado en aquella ciudad, mi padre me dijo que es inmensa, una de las más grandes ciudades de nuestra civilización. ¿Cuándo partimos?

Los ojos de Katherina brillaban de entusiasmo.

—En cuanto estés lista.

¿En serio?

Kaesios afirmó con la cabeza y se puso en pie.

—Haz tu equipaje, lleva solo lo más necesario para el camino, en cuanto estés lista nos vamos, el coche de caballos ya está preparado.

Katherina pegó un grito de alegría y se abalanzó a los brazos de Kaesios, agarrándole fuertemente por el cuello. Él no supo cómo reaccionar ante tanto entusiasmo, pero después de unos segundos puso sus manos en la pequeña cintura de la mujer y disfrutó del contacto. Ella se apartó y sonriendo le dijo.

—Gracias.

Él no tuvo oportunidad de decir nada, pues inmediatamente la chica salió corriendo mientras gritaba:

— ¡No tardaré!

El Oscuro solo pudo sonreír.

— ¿En serio Kaesios?

La voz de Aidan le apartó de sus pensamientos.

—Sí.

No creo que sea buena idea llevarla.

Eso no es de tu incumbencia Aidan, procura estar listo, en seguida partiremos.

Si vamos en coche tardaremos días en llegar, es un atraso inútil, podemos hacer el viaje en horas…

La última vez que la hice viajar a nuestra velocidad, casi perdió el conocimiento. Si la obligo a llevar ese ritmo durante horas, no sobrevivirá.

Aidan le miró fijamente, pero no dijo nada.

—Tú puedes adelantarte e ir preparando las cosas para nuestra llegada, no es necesario que nos acompañes.

Está bien, como desees –dijo, mientras inclinaba la cabeza en señal de respeto.

 

En pocos minutos Katherina bajó las escaleras corriendo. Kaesios se asustó al ver la velocidad con la que bajaba, así que se apresuró a ponerse junto a ella y sujetarla del brazo.

No hace falta que corras tanto, el coche no se irá sin nosotros. No deseo ver tu hermoso cuello roto en una caída estúpida. Me arruinarías el viaje.

Katherina le miró sonriente y obedeció, mientras disfrutaba del contacto de la mano de Kaesios sujetando su brazo.

Él le cogió la bolsa de viaje y sin soltarla, la acompañó hasta el coche, que estaba preparado para partir. Uno de los lacayos cogió el equipaje y le subió al techo mientras que Kaesios ayudaba a subir a Katherina. Una vez sentada en el interior, Kaesios la imitó y ocupó su lugar, frente a ella.

Katherina no cogía en sí de entusiasmo, no podía parar quieta y lo miraba todo con asombro y curiosidad. Kaesios, solo podía contemplarla extasiado.

Aidan tenía razón, viajar con ella les atrasaría, y no estaba muy seguro de que en Órion ella estuviera bien, segura. Pero después de lo que le había dicho por la mañana y sin olvidar la necesidad que sentía de tenerla cerca, no tuvo otra opción. El coche inició su avance, comenzando así el viaje. Kaesios estaba más que dispuesto a disfrutarlo.

Las primeras horas de camino se hicieron muy amenas, Katherina no dejaba de mirar por la venta y de preguntar cosas. Antes de llegar el anochecer hicieron la primera parada.

—Comeremos algo aquí, la siguiente posada nos pilla algo lejos y cuando lleguemos será demasiado tarde.

Katherina simplemente le sonrió. Esperó a que el cochero abriera la puerta, pero no fue necesario, Kaesios se había incorporado, abierto la portezuela y la esperaba fuera con la mano extendida, para ayudarla a bajar. Ella se la cogió y de un salto, bajó del coche. Miró a su alrededor, observándolo todo con atención.

— ¡Qué hermoso lugar!

Un claro, un poco alejado del camino, cerca de un arroyo. La hierba estaba verde en aquél paraje y los árboles comenzaban a colorearse de los tonos típicos del otoño.

—Sí, me alegra que te guste. Ven, comeremos aquí.

Al lado del arroyo, había una enorme roca. Kaesios extendió una manta en ella y la ayudó a sentarse. El sonido del agua la encantaba. El Oscuro comenzó a extender frente a ella un sinfín de manjares que sacaba de una cesta. Después ocupó el lugar más cercano y comenzaron a comer en silencio.

El sonido de los pájaros cantando a su alrededor y una pequeña brisa que movía las ramas de los árboles suavemente, le daban al lugar una imagen mágica, digna de cualquier cuento de hadas. Katherina disfrutó de los emparedados tranquilamente, mientras su corazón latía desbocado con la presencia cercana del Oscuro.

Kaesios…

Él alzó la mirada hasta los ojos de la chica.

—Dime.

Esta mañana me dijiste que me contarías lo que está pasando, supongo que si vamos a Órion significa que las cosas no están saliendo del todo bien.

No necesariamente… —dijo mientras cogía aire y reorganizaba sus pensamientos, no sabía cuánto debía contarla— significa que los Oscuros debemos reunirnos todos y hablar para tomar la mejor decisión.

Entiendo.

Hay un Oscuro, Baldur, que es un ser terrible, despiadado y cruel. En la guerra de los “días Oscuros” perdió a su hijo a manos de los humanos. Desde entonces está tramando la forma de poder vengarse. Su deseo es vencer a los mortales y someterlos, desea que vuelvan los primeros tiempos, cuando eráis poco más que ganado. Él cree que así vengaría la muerte de su hijo y se sentiría en paz, pero eso no sucederá. Baldur deseará aún más, intentará someter también a los Oscuros. Estamos pensando la mejor forma de detener toda esta locura con el mínimo de bajas posibles…

Es un asunto muy serio… —dijo ella.

Sí, la verdad es que sí, debemos pensar muy bien qué hacer y cómo hacerlo. Por eso vamos a Órion, todos los clanes libres han sido llamados para formar parte de la reunión. Esa decisión nos concierne a todos.

Katherina suspiró. Su padre le había contado infinidad de veces el horror que se vivió en la guerra de “los días oscuros”. Pero al parecer lo que estaba por venir sería mil veces peor.

Sumidos, cada uno en sus pensamientos, terminaron de comer.

Oscureció con rapidez, por lo que tuvieron que continuar rápido el viaje en un silencio cómodo y reconfortante. Kaesios se sumió en sus pensamientos mientras Katherina disfrutaba de lo poco que podía ver ahora a través de la ventanilla debido a la creciente oscuridad.

Cuando se quiso dar cuenta, la muchacha estaba dormida, con la cabeza apoyada en el marco de la ventana. Kaesios la contempló durante unos minutos. Sin lugar a dudas era el ser más adorable de la tierra. Suspiró para sus adentros, comenzaba a entender la fuerza de sus sentimientos y sabía que no tendría un final feliz. Se incorporó cogiendo del altillo una manta y un pequeño cojín, se sentó junto a Katherina, puso el cojín sobre sus piernas y lentamente tumbó a la mujer sobre su regazo, tapándola después con la mantita de viaje. Tenerla tan cerca, sentir su calor, su belleza, hacía que su pecho se hinchase de satisfacción. Nunca había sentido nada parecido. Nunca. Ni siquiera por la dulce Shamira.

¡Oh Shamira! El tiempo no borra el dolor, ni siquiera lo mitiga, es una de las maldiciones de los Oscuros, su memoria es tan perfecta que pueden vivir y revivir situaciones una y otra vez, sentir lo que sintieron, ver lo que vieron… son sus sentimientos tan profundos que no se pueden olvidar.

Shamira, la razón por la que Hersir le sigue odiando, la razón por la que decidió no volver a amar… hasta hoy.

—Buenos días tengáis, señor.

Buenos días mi hermosa Shamira.

Ella se sonrojó. Estaba sentada en la parte trasera de su casa, cosiendo o bordando, Kaesios había hablado con su padre y le había dado su consentimiento para poder visitarla de vez en cuando. Verla sentada, tan tranquila, sonriéndole, le llenaba el corazón de una calidez inexplicable. Ansiaba poder tocarla y besarla, pero no podría hacerlo, eso conllevaría a la perdición de la chica, y eso no lo podía consentir, no si él no estaba dispuesto a pagar el precio por su honradez, con una boda entre ambos, y siendo quién era y lo que era, no podría hacerle eso a la mujer. Sin embargo tenía que verla, aunque solo fuera unos pocos minutos, de vez en cuando, hasta que Onuris ordenara su partida hacia otro lugar.

Se sentó frente a ella. En un rincón del patio, su madre estaba sentada, apartada de ambos, pero lo suficientemente cerca como para tenerlos vigilados.

— ¿Irás esta noche a la celebración?

Si, por supuesto, –dijo dulcemente— mi padre me dio permiso para ir con mi amiga Etna a pasear por el mercado.

— ¡Qué bueno! Tal vez nos veamos.

Ella sonrió.

—Tal vez…

Kaesios se despidió amablemente de ambas mujeres y se marchó. En la puerta de la casa se dio de bruces con Hersir.

— ¿Qué haces tú aquí? –preguntó asombrado.

Puedo hacerte la misma pregunta, Kaesios.

Ambos se miraron a los ojos, sosteniendo las miradas interrogantes.

—He venido a ver a Shamira –dijo Kaesios al fin.

— ¿Qué tienes tú con Shamira? –preguntó Hersir disgustado.

Me gusta.

Hersir se enfureció.

— ¡No puedes hablar en serio! –le espetó cogiéndole de la solapa.

Kaesios miró tranquilamente la mano con que le sujetaba

Hersir, pero no se movió.

           —Kaesios, dime que no es cierto… —le dijo al final, soltándole.

No puedo decírtelo Hersir, es una muchacha muy linda y muy dulce, cualquier hombre se puede sentir atraído por ella, es lo más natural.

— ¡Pero tú no eres un hombre!

— ¡Ni tú tampoco! ¿Se puede saber a qué viene esto? ¿A caso me estás culpando de algo que no hayas querido hacer tú?

Hersir dio un paso atrás.

—Kaesios, yo la amo…

Kaesios se quedó pasmado.

—No puede ser… Hersir, ella es humana, ¿qué piensas hacer? ¿Casarte con ella? Eres un Oscuro, cuando se lo piensas decir, ¿en la noche de bodas?

No lo sé… solo sé que la amo…

No es posible, nosotros no amamos…

Hersir alzó la mirada furibunda.

— ¿Y eso me lo dices tú? Llevamos casi el mismo tiempo convertidos, sé lo que sientes, lo que deseas, lo que anhelas, lo sé porque yo siento lo mismo. Mis sentimientos humanos no han desaparecido, no del todo al menos…

No Hersir, no son sentimientos humanos. No la amas, solo la deseas y tú naturaleza tiene que poseer aquello que desea, eso sí es de Oscuros, eso es lo que somos.

Hersir negó con la cabeza.

—Engáñate tú si así lo deseas, pero no te acerques a Shamira, o tendré que matarte.

Y después de decir esto, comenzó a caminar hacia la puerta de entrada.

—Tal vez, “hermano”, deberías dejar que ella elija.

El cuerpo entero de Hersir se tensó y dándole la espalda le ordenó.

—No te acerques a ella, no te lo volveré a repetir, “hermano”.

Volvió a la realidad en cuanto sintió a Katherina moverse en su regazo. Su cuerpo cálido le transmitía seguridad y le ofrecía todo aquello que él había perdido en su vida como inmortal. Ella, era lo único que le ataba a la vida. Sentía un deseo tan inmenso que pensó que se rompería en mil pedazos. Jamás sintió nada comparable, jamás y eso le causaba pánico, un terror tan frío y creciente que a veces pensaba que no podría soportar el miedo a perderla, si le sucedía algo a Katherina sería su final, no podría soportarlo, sabía de sobra que el dolor que le causó la muerte de todos aquellos seres a los que una vez amó, de una forma u otra no sería nada comparado con la pérdida de Katherina. Si alguien descubría que ella era el centro de su existencia, definitivamente estaría perdido…

 

 

 

La deuda
titlepage.xhtml
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_000.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_001.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_002.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_003.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_004.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_005.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_006.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_007.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_008.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_009.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_010.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_011.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_012.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_013.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_014.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_015.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_016.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_017.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_018.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_019.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_020.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_021.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_022.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_023.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_024.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_025.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_026.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_027.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_028.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_029.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_030.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_031.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_032.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_033.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_034.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_035.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_036.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_037.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_038.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_039.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_040.html
CR!Q25EGEWQKD2EF0194DAGTH84QBVS_split_041.html