CAPÍTULO 33

 

 

 

 

 

Otro amanecer que contemplaba a través de las ventanas. Irina había vuelto a su lado y habían pasado la mayor parte de la noche, follando como animales. Ella era insaciable y él la consintió.

Otro día más en su larga lista de días vividos. A veces pensaba que no sabía aprovechar todo ese tiempo, pero luego, con una vida tan larga, nada corre verdadera prisa.

Salió de la habitación y anduvo por los pasillos, todos estaban orientados para ver salir el sol por las ventanas en forma de arcos griegos. La luz mortecina, entraba por ella iluminando todo. Baldur no era un hombre dado a contemplaciones, ni era un especialista en arte y belleza, pero sabía las cosas que le gustaban y hacía todo lo posible por disfrutarlas.

Entró en el salón principal. Sus oscuros rondaban de allí para acá, hablando, comiendo, follando. Los humanos que le servían se pasaban el tiempo limpiando el suelo de sangre y semen. Pero eso es lo que eran, animales. Animales muy poderosos y con inteligencia o al menos algunos la poseían.

Subió los escalones que le llevaban hasta su “trono”. Él era el Rey del lugar, no debía lealtad a nadie y todos le servían. Se sentó con demasiada lentitud, incluso para un humano. Se sentía viejo, cansado. Desde la muerte de su hijo, su propósito en la vida había cambiado. Ya no tenía energía para seguir siendo lo que él era.  Una parte de sí mismo se había ido con Brandon, y él creía que la mejor. No es que tuviera muy buena opinión sobre sí mismo, pero su hijo le obligaba a enseñar, a escuchar, a dirigir... su hijo era su creación, y ahora no tenía nada...

¿Buscar otro? Para qué. Ninguno sería como Brandon. Lo moldeó como si fuera de arcilla. Absorbió todo como si de una esponja se tratara y se sentía orgulloso de su ser, se sus raíces. Había olvidado lo que una vez fue y su trasformación fue tan brutal que Baldur quedó gratamente sorprendido.

Suspiró para sus adentros. Se sabía vacío. Nada llenaba ese hueco que se encontraba dentro de él, ni sexo, ni sangre, ni muerte, ni riquezas, ni poder... nada.

Miró a través de las ventanas. El sol estaba alto. Otro día más en su vida.

Uno de sus hombres entró raudo y veloz. Olió el miedo. Todos lo hicieron puesto que el lugar quedó en el más absoluto silencio. No se oía ni una respiración.

El oscuro se arrodilló ante él, al fondo de las escaleras y agachó la cabeza, a la espera.

—Habla. —Ordenó.

Mi señor... el humano nos ha traicionado...

Un murmullo de asombro recorrió la sala. Baldur alzó el rostro y observó todo a su alrededor. Irina se escondía tras uno de los pilares y le miraba fijamente.

Otro duro golpe a su plan. Pero ya estaba más que harto de esperar. El tiempo de los humanos se había terminado.

¿Qué has averiguado?

Los pueblos que debía haber aniquilado, fueron evacuados. De aquí hasta las tierras del norte, no quedan más que animales, enfermos y ancianos. Todo está desierto.

Baldur se puso en pie.

— ¡Traed al mago!

Uno de sus sirvientes salió corriendo en pos del mago.

—Prepararos todos, nos vamos a la guerra.

El grito que salió de las gargantas de los oscuros, inundó el lugar. Baldur estaba más que preparado.  El tiempo había llegado. Su clan iba a la guerra y si había Dioses, que les prestaran su atención y ganaran en la batalla, y si no, no los necesitaba.

Él encabezaba la compañía. Era cientos de vampiros armados hasta los dientes. Miró hacia atrás, asustarían a los humanos, no caía duda, pero no sería tan cierto que lo hiciera con los Oscuros. Aunque no tenía constancia de que habría seres de la raza en la pelea, no lo descartaba, el amor de Kaesios por esos seres le impedía mantenerse alejado.

Avanzaron a paso rápido, todo lo que fue encontrado a su paso fue eliminado. Las aldeas arrasadas, quemadas, destruidas. No quedó alma con vida.

 

 

 

Aidan continuaba embelesado con la guerrera de la raza.

¿Cuál es tu nombre? Yo ya te he dicho el mío.

Ella abrió sus maravillosos ojos verdes y los clavó en el rostro de él.

—Me llaman Alora.

Bonito nombre... Alora...

El corazón de la mujer latía con fuerza, el oscuro le gustaba, y mucho. Era guapo y tenía una sonrisa que embelesaba.

—Tal vez en otro momento hubiese sido posible —comenzó la mujer—, pero estamos en guerra, no podemos distraernos, así que no sigas, es mejor dejarlo como está.

No veo ninguna razón por la que no podamos disfrutar de nuestro tiempo libre.

Estoy de guardia, no tengo tiempo libre.

Pero...

El grito de un oscuro los puso sobre aviso, ambos desenvainaron las armas y esperaron.

Ante ellos uno de los suyos.

¡Ya vienen!

Aidan miró a la mujer y después al mensajero.

Afirmó con la cabeza.

Estar alerta, voy a dar la alarma.

Y salió corriendo como alma que lleva el diablo.

 

Lyris se levantó del asiento. Miró sin ver, a su alrededor. Los ojos se le quedaron en blanco.

Katherina se levantó asustada y gritó.

¡Kaesios!

Él, en segundos, entró en la tienda y se quedó quieto. La mujer se acercó hasta él y lo abrazó. Ambos miraron a la sacerdotisa.

Ella volvió en sí y los miró.

Ya vienen...

Estamos preparados.

Más te vale, Oscuro, de esta batalla dependerá la vida o la muerte.

Kaesios miró a Katherina, que estaba encerrada entre sus brazos. Su cuerpo, su calor, su respiración, le transmitían vida. Ella era su vida. La besó con pasión y ella correspondió en la misma medida.

—Debo irme.

Ella asintió. Su corazón latía desbocado. Estaba asustada.

Lyris se acercó hasta ellos y agarró a la mujer por los hombros.

Vete, prepara todo. La batalla final será aquí. Estad preparados.

Kaesios salió a toda velocidad  y vio como Aidan venía hacia él muy rápido.

— ¡Kaesios! —Le gritó.

Vamos Aidan, tenemos mucho que hacer —Le dijo y le cogió por el brazo.

Pero....

Sí, ya lo sé, ya vienen. Debemos estar listos.

 

Los humanos estaban formados justo detrás de los oscuros. Preparados y listos para la batalla. Sus escudos, sus protecciones, sus armas y su valor.

Los oscuros estaban formando, todos en línea, en primera fila. Sus armas relucían bajo el ardiente sol.

Katherina miró a su alrededor. Ella estaba muy alejada del lugar donde tendría lugar la batalla, pero podía distinguir a los hombres a lo lejos. Lyris estaba a su lado y miró el cielo con interés.

Va a llover...

¿Y eso es bueno o malo? —Preguntó.

Ni una cosa ni la otra, lo que tiene que pasar, pasará.

¿Siempre hablas con acertijos?

Ella sonrió.

—No puede ser de otra manera, lo que yo veo y sé, no puedo contarlo. Iría contra las reglas del cosmos.

Eso no es justo, tienes la llave para cambiar las cosas y sin embargo no la utilizas.

Hago lo que puedo, no debes juzgarme, yo muestro el camino, sois vosotros quiénes debéis elegir y andarlo. Yo no puedo obligaros, ni siquiera intentar guiaros. Ese no es mi cometido en esta vida. Ahora, prepárate. Baldur está por llegar.

Kaesios miró al cielo, se estaba cubriendo, sin duda llovería pronto. Miró a su alrededor. Sus congéneres se mantenían impertérritos, con las armas listas,  mirando al frente. Los humanos, unos metros por detrás, sudaban debido a la tensión y al miedo. Vestían sus armaduras, cada grupo de humanos las tenía de manera diferente a los demás, los hombres de Cornelius estaban uniformados con armaduras de cuero y metal, livianas, ligeras, tapaban los puntos clave del cuerpo y permitían movilidad. Los de Dana iban prácticamente desnudos y pintados de arriba abajo. Los hombres que él había entrenado vestían armaduras de metal, brillantes, lucidas y resistentes. Muchos de ellos no sobrevivirían, muchos no volverían a sus casas con sus familias, era un hecho. Peor ahí estaban, para proteger lo que quedaba de la humanidad libre. Miró a lo lejos y vio, en el monte, a Katherina junto a Lyris, eso le dio fuerzas, ella tenía que estar a su vista, debía cuidarla, protegerla. Por ella viviría, lucharía y ganaría.

Cornelius se aproximó hasta Dana.

—Mantente cerca, mujer, por si necesito ayuda. —Y le guiñó un ojo.

Ella sonrió.

—Descuida, te protegeré de los malos.

Ya se podían escuchar los pasos sigilosos de los hombres de Baldur. En pocos segundos se presentaron ante ellos.

Los humanos se asustaron al verlos. Parecían animales salvajes.

Baldur solo llevaba unos pantalones de cuero, dejando al descubierto su torso, y una espada en cada mano. Su pelo largo y enredado, le hacía parecer un león. Sus ojos brillaban rojos.

Se detuvieron a unos metros frente a ellos y se pusieron en línea, siguiendo a su señor. Eran guerreros, en todo su esplendor. Sus ojos, sus portes y sus armas gritaban que estaban más que listos para rebanar cabezas.

Baldur miró a su alrededor hasta que encontró lo que estaba buscando.

— ¡Tú! —le dijo a Cornelius mientras le apuntaba con la espada— ¡Sucio traidor, te mataré a ti y a todos los tuyos, no quedarán ninguno de tu clan con vida para perpetuar tu sucia estirpe!

Cornelius, lejos de amilanarse dio un paso al frente y se situó cerca de Kaesios.

—Hablas mucho, oscuro, veremos qué sabes hacer con esa espada. Aquí te espero.

Baldur, se enojó aún más al oír el tono burlón que había usado el miserable humano.

Miró a su alrededor, fijó su vista tanto en humanos como en oscuros.

Hoy será el último día de una nueva era —dijo, mientras las primeras gotas de lluvia caían sobre ellos— Os doy la oportunidad de recapacitar y poneros de mi parte, los humanos no son dignos de nuestras muertes, de nuestra sangre.

Baldur, detén esta locura. Todo quedará olvidado si das media vuelta y vuelves a tus tierras. —Le dijo Angus.

El Gran Maestro de la raza, traiciona a los suyos para defender a esa escoria.

El que traiciona eres tú, Baldur. Traicionas las reglas de los Oscuros, haces lo que te viene en gana, no sientes respeto por tus superiores.

¿Superiores? ¿Tú eres mi superior? ¿Tú, Angus, que luchas de ese lado?

Sabemos de tus planes, Baldur —añadió Kaesios—, desde el principio sabemos todo lo que piensas hacer, con los humanos y después con los de la raza. Has traicionado a los tuyos, no mereces perdón ni misericordia.

Los ojos de Baldur se posaron en el rostro de Kaesios.

—Hoy llegará nuestro momento, Kaesios. Hoy uno de los dos eliminará al otro.

Pues espero ser yo el que sobreviva, y disfrutaré mucho arrancándote la cabeza de tu cuerpo.

Baldur se carcajeó.

—Muchas palabras, Oscuro. Ahora llegó el momento de los hechos.

El grito de guerra de ambas partes llegó hasta Lyris y Katherina, que se le puso los pelos de punta.

Aidan miró a su alrededor, divisó a Alora a unos metros de él, estaba con la espada en alto, con la mirada fija en sus contrincantes. Era fuerte y muy bella, no podía perderla ahora que acababa de encontrarla. Solo esperaba que la Diosa estuviera de su parte en esta contienda.

La lluvia comenzó a empaparlo todo. Las gotas de agua corrían por la cara de los hombres y mujeres, impidiendo así una visión nítida.

Vieron como los oscuros avanzaron, primero lentamente, después más rápido y luego el choque entre ambos bandos resonó en toda la llanura.

Los ojos de la mujer se inundaron de lágrimas.

No puedo verlo Lyris. No puedo estar aquí. —Dijo mientras intentaba irse, pero la sacerdotisa la sostuvo por el brazo.

Debes ser fuerte, él debe verte, serena y confiada.

La miró a la cara, los ojos  azules de Lyris se le clavaron en el alma. Ése era su camino y ella debía andarlo. Kaesios la vería, entera y serena. Él vencería. Y todo esto se convertiría, con el tiempo, en una terrible pesadilla.

La lluvia las empapó enteras, las ropas se pegaban a sus cuerpos y el frío comenzó a apoderarse de ellas. Katherina miró a la sacerdotisa, estaba concentrada mirando al frente. Aunque no taba que su cara iba perdiendo el color a la vez que el calor del cuerpo la abandonaba. Pero se mantenía firme y fuerte. Ella la imitó.

Las espadas entrechocaron, el ruido del acero contra acero los excitaba, ellos estaban hechos para la guerra. Los oscuros peleaban con gracia. Matar a un igual no era fácil, pues la fuerza y la velocidad eran muy parecidas, solo restaba la inteligencia del oponente. Verlos luchar era casi mágico. Nada que ver con los humanos, se reunieron en grupos, porque el uno contra uno sería la muerte del humano. Los rodeaban e intentaban así poder eliminarlos. Pero un vampiro, con su velocidad y fuerza, era casi imposible de matar. Los humanos iban cayendo uno a uno a los pies de los oscuros.

Dana reunió a sus hombres a su alrededor.

¡Vamos! Todos a mí.

Sus hombres la rodearon y así hicieron frente al primer inmortal que se acercaba. Mientras Dana lo instaba con la espada, los demás le rodeaban. Entre todos consiguieron cortarle la cabeza. El oscuro cayó al suelo sin vida.

Dana no se detuvo a contemplarlo, otro se acercaba y debían pelear.

Cornelius estaba atrapado entre Angus y Kaesios, verlos moverse con tanta gracia le hizo parecer torpe, pero no se detuvo a pensar en eso, mientras los Oscuros luchaban mano a mano, él aprovechaba y les cortaba la cabeza.

 

 

 

Lyris observaba todo con fingida calma, y mantenía a su lado a la frágil mujer que había elegido Kaesios. Ella temblaba, no sabía si de frío o de miedo. Pero seguí ahí, junto a ella, eso era un gran paso.

No la oyeron, no la sintieron, no supieron de su presencia hasta que Katherina tenía un cuchillo pegado al cuello.

¡Irina! —Le gritó Lyris— ¿Se puede saber qué haces?

¿No lo ves, sacerdotisa? Baldur me ha ordenado llevar a la mujer de Kaesios y eso es lo que pienso hacer.

No te lo permitiré.

¿A no? —le dijo con una sonrisa malvada, mientras a su alrededor se amontonaban una decena de oscuros— Pues impídemelo Lyris.

Irina se fue alejando, con la humana entre sus brazos, mientras los oscuros rodeaban a la Suma sacerdotisa.

Nunca había matado, no era su deber dar o quitar la vida, pero en este momento no le dejaban otra opción.

Si alguno de vosotros osa tocarme, lo mataré.

Uno de los oscuros sonrió mientras se acercaba. Ella no se movió. El vampiro alzó la mano para cogerla por el pelo y ella, con solo una mirada, lo atravesó dejándolo muerto en el acto. Los otros se quedaron quietos durante unos instantes.

—No os amilanéis, panda de cobardes —Les gritó un anciano.

Apareció ente ella con un bastón y una larga túnica gris.

—Es un placer verte, Suma Sacerdotisa —La saludó mientras agachaba la cabeza en muestra de respeto.

¡Lucas!... ¿cuál es tu propósito?

No es otro que ayudar a mi señor Baldur.

¿Cómo puedes traicionar de esta manera al ser que te concedió tus poderes?

Porque Baldur paga bien, y me ha prometido una serie de cosas. También me ha regalado alguna amenaza.

No te he visto llegar.

Ese era mi deber, cegarte. Lo he conseguido con un hechizo muy poderoso y muy complicado, nunca pensé que lo lograría. Ahora Baldur tiene la baza que necesita para destruir a Kaesios.

No sabes lo que has hecho.

Lo sé muy bien, ahora o vienes con nosotros por propia voluntad o lo harás por la fuerza. Tú decides.

Ella suspiró frustrada. No había previsto tal traición. No podía quedarse ahí mientras Katherina corría peligro.

—Muy bien, os sigo...

 

 

La deuda
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