8. EL MEDITERRÁNEO ORIENTAL: ASENTAMIENTOS Y CAMBIOS

En el capítulo anterior poníamos de relieve la enorme cantidad de obras que los modernos especialistas han dedicado a estudiar el destino final de la ciudad antigua, y aludíamos a las investigaciones encaminadas a descubrir si en el siglo VI se produjo efectivamente una «decadencia» de las mismas y, en caso afirmativo, a qué se debió este hecho. Por lo que a Oriente se refiere, las razones de tan vivo interés por este tema obedecen en buena medida a un juicio a posteriori, al hecho mismo de que sabemos objetivamente que las conquistas árabes estaban a punto de producirse, y que (como ocurriera en Occidente en 476) el imperio de Oriente habría de perder con suma facilidad y rapidez la mayoría de las provincias orientales. Curiosamente en muchísimos casos los habitantes de las ciudades que hemos venido examinando hasta el momento se rindieron sencillamente a los invasores. Los historiadores han deseado siempre dar una explicación a la facilidad y rapidez con que se llevaron a efecto las conquistas árabes; y es natural que deseen encontrar una respuesta cuando menos parcial a esta pregunta sobre el estado en que se hallaban las provincias de Oriente en el período inmediatamente anterior.

Un examen detallado de las conquistas y el repaso de los argumentos que han venido aduciéndose para explicar las razones de su éxito nos llevarían mucho más allá de lo que constituye el verdadero objeto de este libro. Ahora bien, la situación de las provincias de Oriente antes de la conquista o en el momento mismo de que ésta se produjera tiene mucho que ver con el tema que nos ocupa. Tradicionalmente se ha visto una buena explicación de la súbita capitulación de Oriente ante los árabes (el proceso de la islamización debería considerarse un tema muy distinto) en el hecho de que durante este período las provincias orientales —Siria y Egipto en particular— eran el gran reducto del monofisismo; ello presupone que la población de estas zonas abrigaba una actitud hostil o desfavorable hacia el gobierno bizantino, y que por esa razón no dudó en sacudirse su yugo. En cualquier caso, el credo de Calcedonia seguía teniendo mucha fuerza en todo Oriente, y particularmente en Palestina, del mismo modo que el nestorianismo gozaba de enorme predicamento en Persia y Siria. Sin entrar en más detalles a este respecto, hemos de reconocer que este argumento se basa en una concepción excesivamente simplista de la topografía religiosa de la zona; el éxito de la conquista debió de basarse en otras razones muy poderosas, tan importantes como esta, o incluso más. Como suele ocurrir, no hay más remedio que volver a situar los factores religiosos dentro del contexto histórico general y examinarlos bajo ese prisma.