La organización del trabajo

Se ha expuesto la teoría —concretamente así lo ha hechoM. I. Finley— de que el esclavismo a gran escala decayó en Roma por motivos muy diversos, el más importante de los cuales fue el agotamiento de la principal fuente de suministro de esclavos cuando a comienzos de la época imperial concluyó la serie casi interminable de guerras de conquista. Las fuentes del Bajo Imperio, sin embargo, ponen de manifiesto que continuaba habiendo esclavos;[148] en realidad a veces los había en cantidades ingentes, por ejemplo en las grandes fincas de los terratenientes de rango senatorial. En ocasiones, cuando esos terratenientes se convertían al cristianismo, vendían sus propiedades para emplear sus riquezas en beneficio de los cristianos, en cuyo caso vendían también a sus esclavos; sabemos que así ocurrió en ciertas fincas pertenecientes a santa Melania la Joven, a comienzos del siglo V (véase la p. 91). Las fuentes jurídicas ponen de manifiesto asimismo la existencia de esclavos en el campo y en muchas otras partes, y la propia Iglesia no tardó en convertirse en uno de los grandes propietarios de esclavos. Podemos presumir que una buena parte de la fuerza de trabajo utilizada en la agricultura y en otras muchas formas de producción siguió siendo de condición servil. No resulta tan claro, sin embargo, entender qué es lo que eso significaba en la práctica, ni qué relación existía entre los esclavos y los coloni, que técnicamente eran arrendatarios de condición libre vinculados en teoría, en muchas zonas, a sus tierras en virtud de la legislación imperial, y sobre los cuales los terratenientes ostentaban unos derechos muy semejantes a los del amo sobre su esclavo. Un individuo podía, por ejemplo, ser denominado servas et colonus —es decir, esclavo y colono a la vez—, y por otra parte es evidente que los esclavos tenían la facultad de arrendar tierras.

Esta aparente confusión ilustra perfectamente uno de los problemas fundamentales que se nos plantean a la hora de estudiar el Bajo Imperio. ¿Debemos tomar al pie de la letra toda esa masa de legislación imperial? ¿Hasta qué punto constituye una imagen fidedigna del funcionamiento real de la sociedad? Como podemos ver por el Codex Theodosianus, compilado en tiempos de Teodosio II, y por el Codex Justinianus, un siglo más moderno, los emperadores tardorromanos aprobaron una y otra vez diversas leyes que aparentemente intentaban restringir la libertad de movimientos de los coloni y los vinculaban a la tierra; si esas leyes hubieran tenido un reflejo en la realidad, deberíamos concluir que las postrimerías de la época imperial fue un período de auténtica represión, en el que la población se vio virtualmente reducida a la servidumbre.[149] Según la letra de la ley, ese era efectivamente el caso. Es posible que las diferencias entre esclavo y libre fueran a menudo muy sutiles o que ni siquiera existieran en la práctica; en tiempos de Justiniano, por ejemplo, los arrendatarios adscripticii —vinculados a la gleba— son tratados en los textos jurídicos más o menos igual que si fueran esclavos (CJ, XI,48,21,1; 50,2,3; 52,1,1). En cambio, en las vidas de los santos y en otras fuentes de carácter popular las gentes de esta condición no nos dan ni mucho menos la sensación de hallarse totalmente reprimidas y alienadas, y en lo que se refiere a los niveles un poquito más altos, la movilidad social resulta sorprendentemente habitual. Así pues, es evidente que entre la teoría y la práctica mediaba un abismo.

Es fundamental tener presente que la legislación tardorromana solía ser una consecuencia, y nunca un antecedente, de lo que constituía la práctica social. Los repetidos pronunciamientos —a menudo contradictorios— de los emperadores no significaban tanto una intrusión autoritaria de éstos en la vida del individuo cuanto un vano intento de reglamentar una situación que en la práctica escapaba a su control. Una vez admitido esto, resulta más fácil entender el porqué de la confusión e incoherencia existente entre las propias leyes; y de paso deberemos desechar la idea de que fue Diocleciano el iniciador de este tipo de régimen duro y represivo. Lo cierto es que la legislación relativa a los coloni fue fruto de las dificultades que planteaba el cobro del impuesto de residencia (capitatio), pues la contribución de un colono sólo podía cobrarse si se conocía su paradero. Así pues, el estado legislaba fundamentalmente para ayudar a los terratenientes a controlar y localizar a la mano de obra que estaba obligada a pagar el tributo. Como es de suponer, dados los hábitos del gobierno tardorromano, esta legislación fue desarrollándose de forma gradual y paulatina a lo largo del siglo IV, y frutos del proceso tan desordenado que siguió fueron, entre otros, la incertidumbre en torno a la relación existente en determinadas regiones entre el esclavo y el colono, y la falta de uniformidad entre las distintas zonas geográficas.

Así pues, esa legislación que, según parece, suponía una mengua en el estatus de los colonos fue promulgada a un ritmo muy distinto en las diferentes zonas geográficas; por ejemplo, en el Ilírico y en Palestina no se impuso hasta finales del siglo IV. Además, como podemos deducir del testimonio de los papiros egipcios, en los conciertos estipulados entre terrateniente y arrendatario cabían múltiples variedades; los préstamos —en realidad hipotecas— efectuados por los grandes terratenientes a los pequeños propietarios eran moneda corriente, y los deudores morosos se hallaban sometidos por parte de sus acreedores a unas medidas coercitivas que resultaban más preocupantes que cualquier ley promulgada por el emperador.[150] El propio «colonato» se convierte así en una institución más teórica que real.[151] En general, resulta dudoso determinar si en la práctica se produjo o no un deterioro significativo de las condiciones de vida de las clases más humildes desde los inicios de la época imperial. La situación de los pobres, tanto urbanos como rústicos, fue siempre muy dura, y desde luego siguió siéndolo. Lo cierto es que a lo largo de toda la época imperial se produjo una intensificación progresiva de las penas infligidas a los reos de todos los delitos, con una diferenciación cada vez mayor del trato deparado respectivamente a ricos y a pobres, reservándose siempre las penas más crueles (torturas, cadenas, mutilación) para los pobres.[152] Pero ese mismo proceso coincidió en esta época con el desarrollo de una nueva conciencia de los «pobres» en cuanto clase, inspirada sin duda por las doctrinas del cristianismo, que halló expresión, al menos por lo que respecta a los pobres urbanos, en las diversas formas de la caridad cristiana. Además, según atestiguan numerosas vidas de santos, los obispos locales desempeñaron un papel destacado en su afán por aliviar la miseria económica de las zonas rurales, sobre todo proporcionando alimentos en tiempos de hambruna (véase el capítulo 6).

Los cambios económicos ocurridos en el Bajo Imperio no fueron desde luego de naturaleza revolucionaria. Todavía se trataba de una sociedad básicamente agraria, en la que la posesión de las tierras se reservaba a los latifundistas, en tanto que su explotación se dejaba en manos de arrendatarios libres o esclavos; pues el esclavismo como tal siguió vivo hasta bien entrado nuestro período. Hemos de repetir una vez más que, por tentadoras que resulten —sobre todo para los historiadores marxistas— las comparaciones con el feudalismo medieval, a la postre pueden inducirnos a error: no se produjo una simple transición cronológica de los coloni tardorromanos a los siervos medievales, y las instituciones propias de la Antigüedad tardía y de los reinos medievales deben ser estudiadas por separado. Sería igualmente un error suponer que en los siglos precedentes los campesinos habían tenido mayores posibilidades de movilidad o una mayor propensión de jacto a trasladarse de lugar, o simplemente que antes no habían tenido una posición dependiente; puede que algunos términos como, por ejemplo, el de «siervo», lleven consigo implícitos juicios de valor, y por lo tanto, aparte de las otras razones aducidas, quizá no convenga aplicarlos al período bajoimperial sino con extrema cautela.[153] En cuanto a las clases humildes de las ciudades, resulta igualmente difícil ofrecer un panorama equilibrado de su situación cuando tantos de los testimonios que poseemos son de carácter anecdótico y cuando tantas de nuestras fuentes literarias tienden a exagerar la nota por su cuenta y riesgo. Naturalmente resulta facilísimo, como para casi todas las épocas, encontrar en las fuentes ejemplos de pobreza urbana y rural, sobre todo en relación con las deudas al fisco.[154] Pero de nuevo deberíamos ser muy cautos antes de generalizar demasiado basándonos en este tipo de testimonios. Lo cierto es que también en esta época oímos muchas quejas de los consejeros municipales, los curiales o decuriones, lamentándose de que no pueden seguir financiando la vida de sus ciudades. Pero, si bien es cierto que podemos detectar un lento proceso de intervencionismo imperial en los asuntos municipales, sobre todo en sus aspectos financieros, y también, al menos a finales de la época que estamos estudiando, cierto grado de debilitamiento de los tipos tradicionales de gobierno urbano (véase el capítulo 7), no será hasta finales del siglo VI cuando las estructuras urbanas del imperio de Oriente experimenten una verdadera transformación. Por otra parte, cuando se produce ese cambio, suele ser el obispo local el encargado de abrir camino, e incluso en ese caso, abstracción hecha del papel nada despreciable desempeñado por la caridad cristiana, cabe sospechar que la situación de la población siguió siendo la misma. En conjunto, el papel económico desempeñado por las ciudades siguió siendo muy parecido al de los primeros tiempos de la época imperial. Ahora bien, aunque no se produjera una revolución económica, sí que hubo algunos factores nuevos que empezaron a funcionar: por un lado, los asentamientos bárbaros a gran escala; por otro, el desarrollo de la Iglesia como verdadera institución económica de primera magnitud, con las profundas implicaciones que ello tuvo y a las que ya hemos aludido, empezando por el papel desempeñado por los obispos como patronos urbanos y rurales y la dedicación de los recursos a la construcción de iglesias, al desarrollo de los monasterios, y su posible impacto sobre la economía local. Estos fenómenos y otros parecidos, junto con los severos daños causados en determinadas regiones y ciudades por las invasiones y la guerra, fueron los factores que más perjudicaron el equilibrio existente entre la posesión de la tierra y la riqueza, y los que inexorablemente trajeron consigo ese cambio tan profundo.