6. CULTURA Y MENTALIDAD

¿Existió una «mentalidad» específicamente propia de la Antigüedad tardía? ¿Cómo fue la vida cultural que se dio durante este período? Y lo que es más importante, ¿qué cambios se operaron en la cultura y en la sociedad?

Semejante tipo de cuestiones suelen llevar aparejada una comparación no explícita con el mundo clásico, con la Europa medieval, o —menos frecuentemente— con Bizancio. Años atrás el Bajo Imperio en particular fue víctima de una serie de comparaciones nada halagadoras con los siglos precedentes, presuntamente superiores y más «racionales»; frente a esas épocas gloriosas el período correspondiente a la Antigüedad tardía ha sido considerado una etapa caracterizada por la superstición, la irracionalidad, el totalitarismo, o por las tres cosas a la vez (véase la introducción y el capítulo 1). Esta época de supuesta decadencia ha sido considerada alternativamente el final de la Antigüedad y el comienzo de la Edad Media. Pero la Antigüedad tardía ha sido vista también con más simpatía, e incluso a veces con nostalgia, calificándosela de momento cumbre de la religiosidad y la espiritualidad.[239] Por último, los bizantinistas han debatido mucho la cuestión de cuándo empieza realmente Bizancio, y si los años que van desde el reinado de Constantino hasta el siglo VII deben incluirse en la Antigüedad tardía, en la fase protobizantina, o simplemente en la época bizantina. Pero si la división de la historia en períodos suele ser necesaria, pudiendo incluso a veces resultar sumamente ilustrativa, por razones prácticas, también puede constituir un serio obstáculo. En nuestro caso además todo depende de que fijemos nuestra atención en la vida que llevaba un monje de la Siria septentrional, en la de un aristócrata romano, o en la de un campesino griego. Y es que en la Antigüedad tardía no hubo una sociedad homogénea. La geografía y la clase social constituyen factores variables que no permiten las generalizaciones, aparte de que existen otras variables igualmente significativas, como la religión o el sustrato étnico.

Los «estudios culturales» se han convertido en una disciplina autónoma. Ahora bien, mientras que es bastante habitual sacar a relucir cuestiones relacionadas con la cultura y la «mentalidad» cuando se piensa en otros momentos de la historia, sólo últimamente han empezado a aplicarse en su forma más usual al estudio del Bajo Imperio. Como hemos visto, los enfoques marxistas y materialistas han sido y siguen siendo muy importantes en la historiografía de esta época, aunque la trascendencia concedida actualmente a la «cultura» hace que otros muchos enfoques sean igualmente dignos de nuestra atención. Por ejemplo, no existe una historia feminista del fin de la Antigüedad, pero eso sí, los partidarios del concepto de decadencia postulan la existencia de una caída a partir de una norma preexistente definida por completo en términos masculinos. Incluso Peter Brown, que rechaza la noción de decadencia y prefiere hablar de cambio o transformación, al describir el punto de partida de dicha transformación afirma que se basa en un «modelo de paridad» existente en el seno de las élites (de varones) urbanas a comienzos de la época imperial, caracterizadas por su paganismo cívico; fruto de la catástrofe del siglo III fue, a su juicio, «el hombre de la Antigüedad tardía».[240] Cito este ejemplo, indudablemente de forma injusta, porque el propio Peter Brown ha sugerido que la Antigüedad tardía fue testigo de un claro alejamiento de los valores públicos tradicionales en beneficio del ámbito de lo privado y, por ende, este período habría supuesto un paso muy significativo en el desarrollo de la identidad del individuo.[241] Si realmente esto era así o no, y hasta qué punto cabe relacionar este proceso con la cristianización, será objeto de un ulterior debate (véase la p. 161). En cuanto a las tesis que defienden la noción de decadencia, lo mismo que las de corrupción y superstición, son herederas de un discurso historiográfico que en buena parte es también autoritario, pura reminiscencia en realidad del discurso de los tradicionalistas de la época, como por ejemplo Procopio, cuando habla de colectivos como el de las mujeres, las clases humildes o los bárbaros.[242]