La ciudad y el campo: panorama arqueológico

Si el mantenimiento de la cultura, del gobierno y del sistema tributario dependía en la totalidad del imperio romano en las ciudades, la proporción de la población que trabajaba la tierra era altísima, y mayor aún era la proporción de los beneficios procedentes de la agricultura. Sólo unas pocas ciudades antiguas podían considerarse grandes con arreglo a los criterios actuales, mientras que la mayoría eran en realidad pequeñísimas. La población de Constantinopla en su momento de mayor esplendor, durante el siglo VI, quizá llegara al medio millón de habitantes; en Roma quizá vivieran más de un millón de personas en tiempos de Augusto, pero su población disminuyó considerablemente durante el Bajo Imperio y se redujo más aún en tiempos de las guerras góticas de Justiniano;[315] en Oriente, sólo Antioquía y Alejandría podían compararse mínimamente con ellas. Así pues, en el mundo rural vivía con diferencia la inmensa mayoría de la población y de ese modo el campo, gracias a la producción agrícola, constituía el cimiento de casi toda la riqueza del imperio. Aunque el comercio, o, mejor dicho, la producción industrial, tenía en la ecuación económica global una importancia mayor de lo que se ha pensado (véase el capítulo 4), la agricultura seguía constituyendo la base de la economía; y las ciudades en general, en vez de ser los principales centros de producción, seguían dependiendo por lo que a su bienestar económico se refiere de su hinterland rural.[316] Además, los estudios arqueológicos y económicos más recientes han venido prestando cada vez más atención al mundo rural, en vez de atender exclusivamente a las ciudades, en parte debido a la influencia de una técnica relativamente nueva como es la prospección arqueológica, consistente no ya en realizar excavaciones, sino en recoger y registrar todos los hallazgos superficiales encontrados en una determinada zona geográfica.[317] En las últimas décadas han venido realizándose en diversas regiones bastante alejadas entre sí una serie de prospecciones de capital importancia, caracterizadas por centrar su interés en una zona determinada y en toda clase de restos superficiales, lo cual permite cubrir un período de tiempo muy vasto y de paso distinguir los cambios diacrónicos de una forma que habría sido imposible a partir de otro tipo de evidencias. Naturalmente los testimonios obtenidos de este modo pueden proporcionar mucha más información acerca de un período que acerca de otro, aparte de que este estilo de prospecciones comporta una serie de problemas metodológicos fundamentales; no obstante, muchos de esos trabajos han aportado algunos testimonios importantísimos para el estudio de la Antigüedad tardía. Entre esos estudios cabe citar, por ejemplo, en Italia, las prospecciones realizadas en la Etruria meridional;[318] las del valle del Guadalquivir en España, y un proyecto de fotografías aéreas de la Francia nororiental;[319] en cuanto al Norte de África, tenemos las prospecciones de la UNESCO en los valles de Libia, así como la importantísima obra de P. Leveau acerca de Cesárea y su hinterland, en la moderna Argelia;[320] en cuanto a Grecia, disponemos de estudios sobre Beocia, Melos y Metana.[321] En el norte de Siria este campo ha venido siendo dominado por la obra pionera de G. Tchalenko, que ha atribuido la prosperidad de las grandes aldeas de los macizos de piedra caliza —puesta de manifiesto por sus imponentes monumentos arquitectónicos— al monocultivo del olivo.[322] Más recientemente, los eruditos franceses que investigan el territorio sirio han publicado un importante estudio preliminar sobre el Hauran,[323] y también se ha llevado a cabo una gran labor en la moderna Jordania y en Israel, sobre todo en las alturas del Golán y en el Néguev, donde la creación de nuevos asentamientos alcanzó su cota más alta en los últimos años de la Antigüedad.[324] L os estudios de este tipo centrados en Palestina y Siria revisten una especial importancia a la hora de evaluar los movimientos de población y de juzgar el estado en el que se hallaban estas regiones inmediatamente antes de que se produjera la conquista árabe; estudiaremos con más detalle todo esto en el capítulo 8.

El verdadero alud de información procedente de estas regiones y de algunas otras —todavía se están llevando a cabo o están a punto de ser publicados muchos más trabajos de este estilo— ha abierto unas posibilidades enormemente interesantes, pero al mismo tiempo plantea grandes dificultades. Resulta tentador echar mano inmediatamente a esas informaciones con el fin de trazar un cuadro general de lo ocurrido en toda una provincia o en una vasta zona, y de hecho han sido muy frecuentes este tipo de intentos.[325] Pero los trabajos de prospección pueden conducir a resultados equívocos, y ello por motivos muy diversos; por ejemplo, debido a la auténtica dificultad que supone la identificación de algunos tipos de fragmentos y la posible intervención del azar a la hora de justificar ciertos «conjuntos» (término técnico empleado para designar todo un grupo de materiales descubiertos). La conciencia de estos peligros ha contribuido a que muchos arqueólogos intensifiquen su cautela a la hora de interpretar sus hallazgos, pero también ha incrementado las dificultades de los historiadores a la hora de utilizar las publicaciones de esos estudios de prospección. En cualquier caso resulta dificilísimo estar al día en un campo en el que los avances se producen con mucha rapidez, y todas las obras escritas sobre esta base corren el riesgo de quedar desfasadas enseguida. Resulta asimismo muy difícil tener acceso a todas estas investigaciones, que suelen estar muy desperdigadas y a menudo son publicadas en informes arqueológicos o en revistas muy poco conocidas. No obstante, las repercusiones de este tipo de estudios han sido muy grandes, sobre todo en determinadas áreas geográficas, y el hecho mismo de que se haya trabajado tanto y de que siga trabajándose sobre este tema indica que cualquier historia del período tardorromano hecha al viejo estilo resulta en la actualidad simplemente inadecuada. Una de las principales desventajas que comporta el estudio de la historia antigua ha sido siempre la escasez de los testimonios, y sobre todo la falta de fuentes documentales. La historia «total», en el sentido utilizado por la escuela de los Annales franceses, esto es, la historia que tiene en cuenta la totalidad de las estructuras duraderas subyacentes y estudia todo tipo de testimonios, materiales y textuales, no podrá aplicarse nunca al mundo antiguo, si lo comparamos con las épocas modernas o los inicios de ellas; pero las perspectivas son mejores de lo que a nadie se le habría ocurrido pronosticar.