Los textos literarios nos permiten constatar que este tipo de ascetismo era una cuestión no sólo de teoría, sino también de práctica, de suerte que el monje estaba obligado a quejarse de los visitantes que venían a estorbarle en su oración, y al mismo tiempo tenía que animarlos a venir a visitarlo. Del mismo modo, aunque el asceta vivía muchas veces en una ciudad, uno de los grandes temas de discusión era si en efecto podía practicarse la santidad en un centro urbano. Sería un error, no obstante, exagerar la nota y plantear la cuestión en términos de enfrentamiento entre vida rural y vida urbana, pues en el discurso monástico los términos «desierto» y «ciudad» venían a representar la espiritualidad personal y los vínculos externos respectivamente, y no designaban un lugar propiamente dicho. Por otra parte, del mismo modo que el santo varón tenía necesidad de otras personas, toda comunidad, por pequeña o grande que fuera, tenía necesidad de su santo; es posible que no se le llamara con demasiada asiduidad, pero su presencia y su santidad eran imprescindibles. Todos los sectores sociales lo daban por supuesto. De esa forma, hasta un autor tan sofisticado como Procopio cuenta cómo cuando los arqueros heftalitas que servían en el ejército del rey Cavadh de Persia intentaron asaetear al santo varón Santiago, las flechas se negaron a salir de los arcos. Santiago se había retirado a un lugar apartado, a dos jornadas de la ciudad de Amida, donde se alimentaba únicamente de semillas; los habitantes de la zona habían construido para él un rústico albergue, provisto de unas cuantas aberturas que le permitían mirar al exterior y conversar incluso con la gente. Cavadh le pidió que devolviera el poder ofensivo a sus arqueros, pero después, tras prometer a Santiago, que había accedido a sus peticiones, concederle todo lo que pidiera, el santo dijo que sólo quería que le garantizara la seguridad de todo el que acudiera hasta allí solicitando asilo y refugio de la guerra (BP, 1,7,5-11).

Como gran parte del material utilizado por Peter Brown en su primer artículo, este ejemplo se sitúa en Siria, y desde luego es evidente que, aunque san Antonio se retiró al desierto de Egipto, el ascetismo conoció un especial vigor en Siria, donde adoptó además unas formas bastante curiosas. Ello se debe sin duda alguna al hecho de que los ideales ascéticos ya estaban allí muy arraigados, y no se limitaban sólo a los cristianos: gnósticos, marcionitas y maniqueos predicaban también la renuncia de todo lo mundano. Vale también la pena señalar, sin embargo, que desde los tiempos del primer gran autor cristiano en lengua siríaca, Efrén de Nísibis (muerto aproximadamente en 373), la tradición ascética siria adoptó unas formas particularmente severas.[124] Tienen también bastante importancia las cuestiones más generales relativas al desarrollo del cristianismo en Siria, fenómeno considerado con frecuencia sumamente peculiar, y su consiguiente influencia sobre el resto del imperio (véase el capítulo 8).